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~ Mi tío Jesús es todo un personaje, dentro y fuera de la familia. Bueno, ni siquiera es mi tío carnal, sino de mi madre, casado como estuvo con una de las hermanas de mi abuela, fallecida hace bastantes años. Fue conductor desde siempre y se ha ganado bien la vida con un camión con el que hacía viajes por Portugal y Marruecos, en tiempos en los que nadie lo hacía y, cuentan, tampoco le hacía ascos al contrabando de tabaco rubio americano, de piezas para automóviles, pequeños electrodomésticos, neumáticos y cosas difíciles de encontrar en España a buenos precios. Debe tener unos sesenta y cinco años cuando se desarrolla esta historia que cuento (Madrid, barrio de Las Ventas, principios de los años 1970) y laboralmente está jubilado. Sus dos hijas están casadas y viven en Galicia, ya se preocupó él de casarlas con dos riquillos de la zona, yendo un par de veces al año a pasar con ellas unos días. Que yo sepa vive de dos taxis de su propiedad que trabajan dos conductores que tiene contratados, gallegos como él y parientes del mismo pueblo del interior de Lugo, y pasa su vida en el barrio, paseando, parándose a hablar con todo el mundo, acariciando a niños y perros, echando sus partidas de cartas en el mesón gallego al que siempre va, presidiendo la peña madridista radicada en el mismo mesón y, lo que no es tan conocido ni público ni notorio, follando de vez en cuando con Inés, una pelirroja de cincuenta años que quita el hipo de lo buena que está, dueña de un gran taller de reparación de electrodomésticos y de todo tipo de arreglos y chapuzas de electricidad, fontanería, albañilería, carpintería, en donde llevo trabajando poco más de un año gracias a la mediación del tío Jesús. Dicen que no soy mal electricista y aquí se trabaja bien y no pagan mal del todo. No puedo pedir más con los veintitrés años que tengo, licenciado de la mili que pasé en Lugo (una vez terminé los estudios de maestría industrial y la prórroga de estudios), de electricista, por supuesto recomendado por el tío Jesús. Mi jefa me da permiso para asistir de vez en cuando a cursos de formación profesional y es una suerte poder trabajar en lo que me gusta. Lo único que me falla es que no tengo novia y siempre estoy más salido que un mono del zoo dándole a la zambomba, pero son cosas de la edad que en realidad duran toda la vida, tal y como me dicen riendo los compañeros del taller, todos casados.
Los sábados acabamos de trabajar a la una y media, Inés, la dueña, nos invita a unas cañas, por supuesto en el mesón gallego, y nos despedimos hasta el lunes. Un fin de semana sí y otro no, el tío Jesús y los peñistas madridistas salen de viaje acompañando al equipo allí en donde tenga partido, lo que les sirve de excusa para conocer distintas ciudades y la gastronomía de cada lugar (también se comenta que visitan unos cuantos puticlubs por toda España). Este sábado se han ido a Murcia.
—Nano (ese soy yo, Mariano), necesito que me instales el calentador de agua nuevo en casa. ¿Has quedado para esta tarde?. Me corre prisa.
La pregunta de Inés me coge de sorpresa, pero contesto rápidamente.
—No, ¿a que hora quieres que vaya?
—Si te parece comemos aquí y cuando acabemos subimos a mi casa
Eso es lo que hacemos. Aviso a mi madre por teléfono (mi padre falleció hace ya cinco años y tengo una hermana mayor casada que vive en Segovia, en donde trabaja como enfermera) y más o menos a las tres y media salimos del mesón y subimos al cuarto y último piso del edificio en donde está situado el taller y en donde vive Inés. Se dice en el barrio que todo el edificio es suyo y que saca buen dinero por el alquiler de los pisos.
Nunca había estado aquí y la verdad es que es un piso estupendo, amplio, con una gran terraza ajardinada y vistas sobre el parque de la Fuente del Berro. El calentador eléctrico es muy grande y el hueco en donde hay que instalarlo es incómodo para trabajar, por lo que Inés me ayuda a moverlo y me pasa las herramientas, lo que hace que nos rocemos bastantes veces y yo me voy poniendo cachondo poco a poco, sin poder evitarlo y un poco temeroso de que se me note.
—Nano, ¿tienes novia?
—No, que más quisiera yo
—Eres un chico guapo, muy alto y grande, tendrás las mujeres que quieras. ¿Cómo te las apañas para el sexo?, porque se te ve muy hombre y seguro que necesitas aliviarte a menudo. ¿Vas mucho de putas con tus amigos o te matas a pajas?. Igual tienes a alguna por ahí y no lo quieres decir...
Debo poner cara de vergüenza porque Inés se ríe con ganas (tiene una risa franca, sonora, muy agradable), y antes que pueda contestar nada, sigue hablando:
—No te pongas colorado, hombre, conmigo puedes hablar en confianza. Soy mucho mayor que tu, separada hace muchos años del que fue mi marido y como seguro que sabes, hace como unos quince años que tu tío Jesús y yo somos amantes. Siempre ha sido caliente y yo también, así que cuando enviudó empezamos a vernos y quedamos aquí para darnos gusto. Ya no es ningún jovencito y viene menos por casa, pero sigue dándome placer. A ver, vaya, vaya, buena herramienta tienes, ¿te has excitado mucho con mi charla?
Inés ha echado mano a mi paquete ante mi total sorpresa y toca palpando por encima del pantalón mis huevos y la crecida polla que me parece está tiesa y dura como nunca.
—Ven, vamos al salón que esto es muy incómodo. Estás bien empalmao, eh. No quiero que puedas pensar que soy una calientapollas, te voy a aliviar el calentón
En pocos segundos me ha quitado la ropa y estoy completamente desnudo, además de avergonzado; me observa con cara risueña, con mucha atención y los ojos muy abiertos. Se vuelve a reír antes de hablar.
—Joder, Nano, eres un tío macizo; que culito redondo, que espaldas más anchas, y vaya pollón que gastas, ¡no te lo tapes, hombre!; me estás poniendo a mil por hora
Mientras habla se ha desnudado y si siempre en las conversaciones con los compañeros del taller todos decimos que está muy buena aunque ya no sea una joven y que merece la pena unos cuantos asaltos en la cama, cuando la veo desnuda me parece impresionante: es una mujer grandona, más bien alta, me llega a la altura del pecho, pelirroja de un tono oscuro, lleva el pelo en una abundante melena por debajo de los hombros que recoge casi siempre en una gruesa coleta o en un moño alto o con una simple cola de caballo, y en su rostro de rubia piel destacan unos grandes ojos verde-azulados y labios gruesos que siempre pinta de rojo muy rojo. ¡Qué tetas tiene!: altas, picudas, grandes, un poco caídas hacia los lados, pero duras, con areolas rojizas y pezones más oscuros que contrastan con el tono rubio de su piel. Guau, ¡qué mujer!, es como las tías buenas de las revistas guarras que de vez en cuando trae alguien por el curro, pero en carne y hueso.
—¿Te gusto?. A lo mejor te parezco una vieja y no te excito
Mientras dice esto gira lentamente para que pueda ver bien su culo grande, redondo, moteado de algunas pequeñas pecas rubias algo más oscuras que su piel, protegido por unas caderas grandes que se sujetan en muslos anchos, musculosos, continuados en unas piernas largas, bien torneadas. Me encanta su espalda, levemente sinuosa, acabada en una pequeña depresión que parece conectar con la raja del majestuoso culo. Nunca he visto una mujer así, bueno ni casi ninguna en vivo y en directo, y desde luego, nunca he estado tan excitado, me oigo respirar metiendo ruido como una cafetera italiana.
Se puede decir que es la primera vez que veo el sexo de una mujer a las claras, sin prisas y me gusta, mucho. Tiene una buena mata de pelo rizado, de un rojo más vivo que el de la cabeza, que le va subiendo en un estrecho cordón hasta casi el ombligo, grande y redondo, y por debajo veo lo que me parecen dos gruesos labios mojados, muy brillantes, que me muero de ganas por tocar.
—¿Has estado con muchas mujeres?
—No. Con seis o siete chicas, sobre todo en la mili. Me dí el lote y me han hecho varias pajas, pero casi siempre me he tenido que masturbar después. Y bueno, he ido varias veces a la barra americana de mi barrio, con los amigos, ya sabes, a meter
—Eso no está bien, ya te hace falta más; se te ve muy hombre, ven conmigo
Me acerco y me abraza apoyando sus tetas en mi pecho, lo que provoca que mi polla de un salto de excitación, más aún cuando noto el roce de la piel de su levemente abultado estómago en mi hinchado capullo. La abrazo y quedo parado sin saber qué hacer, por lo que con su mano derecha empuja mi cabeza para que se junten nuestros labios. Me besa suavemente un par de veces y después introduce la punta de la lengua en mi boca, chupando mi lengua hasta que yo me decido a hacer lo mismo y poco después estamos dándonos unos besos guarros y ensalivados que me gustan un montón. Durante todo el tiempo ha estado tocándome el culo, acariciando y amasando mis glúteos, apretando como si me pellizcara suavemente con toda la mano y pasando un dedo, de vez en cuando, arriba y abajo de mi raja.
Empieza a acariciar mis huevos y la polla, muy suavemente, apretando apenas. No se si voy a aguantar mucho, noto los testículos llenos a rebosar y una sensación en el capullo como si me fuera a explotar, quizás debería decírselo.
—Me gusta tu polla, larga, gruesa. No me gustan las pollas de color oscuro, y la tuya es muy bonita, tan rubia, recta y tiesa; la voy a probar
Se dobla por la cintura, coge la polla con la mano derecha y con la izquierda aparta su melena para quitarla de su cara, primero, y después vuelve a acariciarme suavemente el culo. Da cuatro o cinco lamidas a mi capullo y cuando aún no he salido de mi asombro por lo mucho que me gusta, la mete en su boca, chupando y empapando de saliva con la lengua y los labios durante varios segundos. Me mira a la cara y empieza a introducir toda la polla en su boca, despacio, pero sin pararse. No voy a aguantar, joder, qué excitante, qué locura, qué bueno es.
Con toda la polla dentro, Inés se queda quieta unos segundos, y después la saca suavemente, vuelve a mamar el capullo varias veces y otra vez se la mete, despacio, sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando está toda dentro empieza de nuevo a acariciar mi culo, y yo ya no puedo más, me corro dando un grito ronco, largo, con los ojos fijos en la boca de la mujer que mantiene el capullo de mi polla bien dentro mientras le echo toda mi lechada. Qué gusto, creo que nunca he tenido un orgasmo tan bueno ni tan largo.
He cerrado los ojos unos momentos y cuando los abro (me he tenido que sujetar en la mesa que está a mi espalda porque creía que me caía tras la sensación de placer acompañada como de un leve mareo) veo que Inés esta de pie, extendiéndose mi semen con las manos por la cara y las tetas.
—Qué bueno, Nano. Estabas muy necesitado y con los huevos muy llenos de leche de hombre, blanca, densa, como crema. No he podido tragarlo todo con tanta cantidad y la fuerza de tus chorros. Me has puesto muy cachonda. Dentro de un rato vamos a follar y me vas a dar gusto
No se que decir. Me siento en el sofá y espero lo que venga. Inés, desnuda como yo, va a la cocina.
—Hace mucho calor, ¿te apetece una copa?
No he llegado a contestar y ya está Inés sirviendo en dos vasos de tubo un dyc con coca-cola con dos cubitos de hielo. Enciende un cigarrillo liado a mano que saca de una bonita caja marroquí que hay sobre una mesa baja e inmediatamente identifico el olor del hachís. Se sienta junto a mí.
—Cigarrillos nunca fumo, pero un porro de vez en cuando sí me gusta, si la ocasión lo merece
Me lo pasa, y según le estoy dando la tercera o cuarta calada, empieza a besarme en el pecho, a tocar y lamer mis pezones.
—Los hombres con pelo en el pecho sois más excitantes, tenéis más pinta de macho. Me gustan tus pezones, se ponen muy duros. Todavía no has probado los míos
Entiendo que es una indirecta y paso la lengua por una de sus tetas, lamiéndola y parándome a chupar el pezón, como si estuviera mamando. Luego, la otra teta. Me gusta que sus pezones se pongan tiesos y duros; son muy gruesos y me encanta sentirlos en la boca mientras los punteo con la lengua. Me pongo ciego metiéndome en la boca una buena cantidad de teta, apretando con los labios y chupando con la lengua todo el rato. Sigo sus indicaciones y con mi mano derecha acaricio su culo amasando su carne dura, y con la izquierda toco suavemente el pecho que no estoy lamiendo. Inés sube y baja sus manos por la espalda varias veces hasta que toca y masajea mi culo con una mano (parece gustarle especialmente tocarme el culo) y la otra la dirige a mis huevos. Acerca su boca a mi oreja derecha y lame el interior con suavidad, con la puntita de la lengua, dándome algún suave mordisquito en el lóbulo y diciendo en voz muy baja, susurrante, interrumpida por suaves jadeos, con una respiración rápida, caliente:
—Mariano, estás muy bueno. Me pones mucho, so cabronazo y esta polla que ya me he comido la quiero dentro de mí. Te va a gustar y a mí también
Otra vez estoy con el rabo tieso y duro como el mango de un martillo.
Inés se ha tumbado en el sofá, boca arriba, con las piernas muy abiertas, elevadas al tener los pies bien posados en el asiento y la cabeza apoyada en un cojín que está sobre el brazo del sofá. Me mira sonriendo, con los ojos muy brillantes.
—Acércate, ven aquí (la voz suave, ronca y jadeante me pone aún más caliente, y me parece que ella también debe estar a tope de ganas)
De rodillas en el sofá ante ella estoy un poco nervioso (desde luego, esto no tiene nada que ver con las veces que he metido con las tías de la barra americana). Me fijo en su sexo, con los labios muy brillantes y el vello púbico mojado. Con la mano derecha coge mi tieso rabo y lo lleva hasta el coño, restregando, subiendo y bajando varias veces por los labios empapados. Se para, cierra los ojos y lentamente, introduce la polla en su sexo. Me gusta, es suave y lo noto muy mojado. No se muy bien qué hacer, quiero moverme, pero espero a que me diga algo.
—Que bueno, Nano, que pollón, como lo siento bien dentro. Muévete un poquito, adelante y atrás, sin prisa
Eso es lo que hago. Me voy animando y empujo y retrocedo un poco más, mientras Inés ha empezado también a moverse de manera acompasada, subiendo el ritmo poco a poco.
—Baja, abrázame y métela hasta dentro; con ganas, con fuerza, sin parar
Es cojonudo, mucho mejor que con las putas, donde va a parar. Estoy tumbado sobre Inés, con los antebrazos me apoyo en los asientos del sofá y me sujeto fuertemente agarrado con las manos a los suaves fuertes hombros de la mujer. Nos damos un beso guarro en la boca de vez en cuando e Inés me abraza con el brazo izquierdo mientras que la mano derecha la ocupa en tocar y acariciar mi culo, lo que le debe encantar. Desde hace un par de minutos no paro de meter y sacar la polla del mojado coño, no del todo, no saco el capullo, pero cada vez me parece que empujo con más fuerza y un poco más rápido, y voy notando como sube mi excitación. Seguro que los huevos los tengo otra vez llenos y el rabo está muy sensible, notando como entro y salgo rozando las paredes vaginales. Me parece que lo tengo duro como una piedra, y me encanta esa sensación de poderío que me entra.
La mujer me abraza ahora con los dos brazos y con las piernas cruzadas y apretadas sobre mi culo, mientras sigue hablándome al oído (no ha parado en todo el rato), con la voz entrecortada y con la respiración muy rápida y sonora, como la mía. Apenas la entiendo.
—Sigue, cabrón, no pares; no pares
Rápidamente introduce entre nuestros estómagos su mano derecha y la lleva hasta su sexo, en donde empieza a tocarse, moviéndola sin parar, deprisa, arriba, en lo más alto del coño. En menos de un minuto me abraza aún más fuerte y la oigo decir:
—Ya viene; sigue, sigue, sí, sííííííííí ...
Durante muchos segundos Inés está con los ojos cerrados, las aletas de la nariz y la boca muy abiertas y haciendo un ruido como de suave ronquido mezclado con palabras o exclamaciones que no llego a entender. Mientras tanto, sigo con la polla dentro, aunque he parado el movimiento y ya apenas empujo porque me gusta mucho sentir unos leves apretones que el coño de la mujer me da, no muy fuertes, pero muy excitantes, mucho. No puedo más, me corro.
Cómo me gusta. Joder, que bueno es esto de follar así, sin las prisas de las putas. Creo que nunca había echado tanta cantidad de lefa. Cuando saco la polla del coño de la mujer ya no está tiesa y dura, sólo morcillona, la tengo empapada de semen y jugos pegajosos que ni se lo que son. He recuperado la respiración pero estoy cansado; es un cansancio raro, que me gusta y me hace sentir muy bien, satisfecho y relajado.
—Vámonos a la cama a dormir un rato de siesta. Pareces una central lechera, tengo que pasar por el aseo
Se acerca a mí, palpa y coge mis huevos, los sopesa suavemente y dice:
—Me parece que luego vamos a seguir. Me he corrido con ganas; lo tuyo es algo bueno y lo voy a disfrutar
Un suave beso en los labios, un cachete en el culo y me conduce al dormitorio; en cuestión de segundos estoy dormido sobre una cama de gran tamaño.
Despierto sin saber muy bien dónde estoy. El despertador dice que son las siete de la tarde. Voy a toda prisa al cuarto de baño a orinar y aprovecho para asearme en el bidé. He debido instalar bien el calentador de agua porque sale bien caliente. Cuando vuelvo a la habitación Inés no está y no recuerdo donde quedó mi ropa, así que completamente desnudo la busco por el piso.
—Hola dormilón. No está nada mal tener paseando por la casa a un tío macizorro desnudo. Alegra la vista y despierta las ganas de sexo. ¿Qué te parece si merendamos en la cocina?
La idea de merienda que tiene mi jefa empieza por unos besos lentos, largos, profundos, ensalivados, guarros. Se quita el grueso albornoz de color blanco que lleva (que bien le sienta, esta guapísima con él) y su desnudez es el detonante de mi erección. ¡Qué buena está!. En apenas unos segundos estoy empalmao con la polla bien tiesa y dura.
—Me gusta que te excites viéndome desnuda, me sube la moral. No me he equivocado contigo. Lo vamos a pasar bien
Inés se arrodilla en el suelo de la cocina sobre el albornoz y comienza a lamer mi polla con ganas, haciendo ruiditos como de chup-chup, respirando con fuerza y empezando a jadear. Me mira a la cara, con una expresión como de alerta por si yo digo algo, pero que voy a decir si estoy más contento que unas castañuelas, alucinando de lo mucho que me gusta todo lo que esta mujer me hace y sin creerme todavía la suerte que estoy teniendo.
Como un par de minutos después se levanta, y tras mirarme a los ojos y sonreír, se da la vuelta y apoya sus brazos en la mesa de madera que está en el centro de la cocina, con las piernas bien rectas y abiertas. Madre mía, que espectáculo es ese culazo rubio moteado de pecas que parece temblar como si fuera un flan muy duro cuando pongo mis manos abiertas sobre las dos duras medias lunas de sus glúteos. Y un poco más abajo, los labios gruesos, mojados, brillantes, asomando el rojo vello púbico que me encanta mirar. Bajo la mano derecha y toco todo el coño desde atrás, primero con precaución, por si lo hago mal, y luego una y otra vez, con toda la mano, moviendo los dedos todos a la vez, despacio, sintiendo la humedad y el palpitar de ese maravilloso regalo de la naturaleza.
—Ay, niño, cómo me pones, que caliente estoy
No la dejo seguir hablando. Me sujeto a la cintura con la mano izquierda y con la derecha llevo la polla hacia su agujero. El primer intento de meterla falla porque empujo donde no debo, pero como si tuviera una brújula, el camino lo encuentra el rabo él solito. Sin apenas darme cuenta ya la tengo dentro, noto la mojadura de la hembra y de manera mecánica, sin pensar en ello, estoy empujando, adelante y atrás, con las dos manos sujetas a las caderas y sintiéndome el rey del mundo. Ver a mi jefa doblada por la cintura, excitada, con las tetas colgando sobre la mesa, la melena rojiza suelta y revuelta, tensa, pendiente de mis pollazos, es algo que me llena de satisfacción y me excita, ¡joder cómo me excita!.
Los grititos y exclamaciones de Inés (también habla o dice frases que no puedo llegar a entender) me animan a empujar todavía con más ganas, aunque ya llevo un rato con un ritmo rápido y constante que no se si podré mantener porque la mujer también va subiendo la velocidad de su movimiento. Me encanta el ruidito de chop-chop provocado por sus jugos, y cuando identifico los ruidos secos y fuertes que mi pelvis, los huevos, los muslos provocan al chocar con las piernas, el sexo y el culo de la mujer, estoy ya a punto de correrme.
—Sigue, vamos; sí, sííííííííí ...
En cuanto empiezo a oír correrse a Inés se que voy a durar poco. Y tan poco, allá va. Guau, qué corrida. Qué bueno es follar, qué gusto da la sensación, mezcla de cansancio, relajación y placidez, que a uno le queda. Me siento hombre, todo un tío contento y satisfecho de tener polla.
Ya hace más de seis meses que Inés y yo somos amantes. De manera muy discreta, por supuesto, y sin mezclar trabajo y sexo, claro está. Soy su empleado y ella es mi jefa durante la jornada laboral, todos los días, excepto los sábados o domingos que quedamos en su casa para follar. Cada uno lleva su vida personal, particular, privada, y sólo tenemos una relación centrada en darnos placer. Bien claro me lo dejó desde el primer día:
—Los jóvenes complicáis mucho las cosas y os enamoráis con demasiada facilidad de las maduras que os dan sexo. Tu y yo podemos pasarlo bien en la cama y, quizás, tener confianza y ser amigos, pero nada más. Al primer comentario, a la primera sospecha de que a alguien se lo has dicho o a la primera tontería fuera de tono dentro de la relación que ahora mismo tenemos, se acabó, el follar y el trabajo en el taller
En un primer momento la situación me atemorizó un poco y hasta empecé a dudar de las intenciones de mi jefa, pero pensé que a mal dadas podría encontrar trabajo de electricista en otro sitio y los polvos que me iba a llevar por delante merecían la pena. Bueno, así vamos y estamos bien. Yo desde luego, porque follo todos los fines de semana con una mujer espléndida de la que aprendo constantemente y con la que lo paso en grande porque tiene un gran sentido del humor. Además, me gusta como mujer, como persona. Es una tía estupenda.
Inés estuvo casada cinco o seis años, viviendo en Valencia, de donde provenía el marido, y a eso de los treinta se separó, vamos, por el método del ahí te quedas, viniéndose a Madrid a casa de una prima y buena amiga. Una vez le pregunté y no es un tema del que le guste hablar, salvo para decir que su marido es un perfecto cerdo hijo de puta, palabras textuales, y que hará unos siete años se presentó en su casa una noche para pedir dinero y para reclamar que volviera a su lado, tal y como la ley obliga. La pegó una buena paliza y después de atarla la poseyó durante toda la noche. Inés se lo contó al tío Jesús y nunca más le ha vuelto a ver. Por su prima sabe que está en la cárcel en Marruecos por contrabando de medicinas, que tiene para muchos años y que está cojo porque los carceleros le rompieron las piernas tras una pelea multitudinaria. Que se pudra, fue su comentario final.
¿Por qué cuento ésto?. Pues es que los últimos días Jesús me ha tirado alguna puya y ha hecho algún comentario, creo que en broma, sobre las relaciones con mujeres de otros hombres que no he conseguido entender. ¿Tendré que asustarme?. Se lo comento a Inés, que me contesta:
—Jesús sabe lo nuestro, Nano. Se lo dije después de las primeras dos semanas y, tranquilo, porque no sólo no le molesta sino que le gusta que te haya elegido a ti. Te tiene mucho aprecio y a mí me quiere mucho. Vivo estupendamente gracias al dinero que me prestó, sin condición alguna, para empezar el negocio, y nunca ha dejado de ayudarme. Sí, tiene su carácter, su mal genio y sus historias por ahí que nunca se han conocido y seguro que está detrás de lo de mi marido, lo cual le agradezco, pero ya se siente mayor, no tiene ganas de estar en la pelea diaria y a mí me ve como una buena amiga con la que tiene confianza y a la que visita sexualmente cuando lo necesita, aunque apenas me folla últimamente, más bien viene a charlar. No le digas nada porque se que quiere hablar contigo de algo que quiere proponerte y te va a interesarte y él elegirá el momento. Por lo tuyo y lo mío no tienes que preocuparte, seguro
El momento elegido fue tres días después, tras el trabajo, en casa de Inés, presente en la conversación, o mejor dicho, en la charla que Jesús me da:
—Mira Mariano, siempre me he quitado algunos años y la verdad es que voy a cumplir los setenta y empiezo a encontrarme mayor. En pocos meses tengo intención de marcharme a vivir al pueblo. Arreglé y amplié la casa que fue de mis padres y le he añadido un buen terreno alrededor. Allí están mis hijas y los nietos, a los que prácticamente no conozco, y tengo ganas de poder pasear tranquilo por el monte con un par de perros que me acompañen. De dinero estoy bien y a mis hijas les voy a dar un buen pellizco en cuanto termine de vender media docena de pisos que tengo por esta zona y otros tantos locales comerciales. Los taxis me los compran los conductores y el dinero es para Inés. ¿Por qué te cuento todo ésto?. Sabrás, porque siempre se ha rumoreado en voz baja, que me ha ido muy bien con algunos trapicheos de contrabando, nada muy grande, pero lo suficiente como para haber hecho un capital a lo largo de los años y, algo tan importante como haber establecido buenos contactos y alguna que otra amistad entre las gentes con las que he tratado. Ellos han sido los que me han pedido que les recomiende a alguien de confianza, joven, que pueda estar interesado en continuar con lo que yo dejo ahora y, después de pensarlo, creo que tu podrías ser esa persona. El que hayas establecido una relación continuada con Inés y sigas sin decir nada demuestra que no eres tonto y el que Inés te haya elegido es un punto a tu favor, primero porque es muy inteligente y no da pasos en falso y segundo, porque de ella es de la persona que más me fío en este mundo. ¿En tu contra?, eres muy joven y sin demasiadas experiencias, pero lo de la edad se pasa con el tiempo e Inés te aconsejará y enseñará bien. Lo piensas, claro está, y en un par de semanas hablamos de nuevo. Por cierto, Inés está descartada por ser mujer, en esto quieren hombres, por si te lo planteas. Ni pío a nadie, ni siquiera a tu madre, ¿de acuerdo?. Por supuesto que no se trata de asuntos mafiosos de película americana, sino negocios más bien modestos en el que varias partes salen beneficiadas y que dejan dinero a mucha gente
Termina el café que está tomando, apaga el cigarrillo rubio al que apenas ha dado un par de caladas, como casi siempre hace, se levanta del sofá, me da la mano apretando con fuerza (es curioso: siempre da la mano sólo con tres dedos porque anular y meñique los recoge sobre la palma de su mano), un beso a Inés en los labios y tras una broma futbolera, se despide. Quedo pensativo, un poco desconcertado por lo dicho por el tío Jesús y, quizás, asustado ante el hecho de tener que tomar una decisión sobre algo que realmente desconozco y para lo que quizás no sirva. Cuando Inés vuelve de la puerta del piso tras acompañar a Jesús nota que estoy preocupado, azorado, dubitativo.
—Tranquilo Nano, no hay prisa ninguna para decidir y en los próximos días te iré contando lo que provoca tus dudas. Anda, ven conmigo, necesitas relajarte
Me desnuda por completo, igual que tantas veces, y se sienta en uno de los sillones ante el que quedo en pie. Me mira a los ojos, sonríe y comienza a lamer mi polla, suavemente, con mucha saliva, el capullo, todo el tronco, los huevos. Es algo cojonudo, cómo me gusta y que excitado me pone tras varios minutos de disfrutar de su ensalivada lengua.
—Desnúdate Inés, quiero meter, me hace falta cansarme
La postura que más me gusta para follar es poner a la mujer a cuatro patas, de manera que tengo siempre a la vista su tremendo culo para agarrarme y empujar mejor. Lo bueno de meterla en un coño bien conocido es que uno se siente como en casa: Inés tiene el sexo empapado y caliente, en el que entro como el cuchillo en la mantequilla y que se ajusta perfectamente al tamaño de mi polla, de manera que es una excitante delicia sentir las paredes vaginales rozando, e incluso apretando, mi crecido rabo. Siempre que follamos lo primero es darle un metisaca lento y constante durante un largo rato, hasta que ella misma empieza a moverse adelante y atrás con más rapidez y pide más acción:
—Más, niño, más fuerte, como a mí me gusta
Durante muchos minutos la follada es tremenda. Sujetándome al culo con fuerza, como si mis manos fueran garras, la polla roja, tiesa, dura, con las venas marcadas, hinchadas; al fondo, hasta dentro y otra vez fuera excepto el capullo, así una y otra vez, deprisa, empujando con los riñones y oyendo el ruido de tambor que provocan el choque de mis muslos y la pelvis contra ese culo prodigioso. Le doy fuerte y duro.
Qué bueno es, me gusta sentir las gotas de sudor que caen de mi frente y se meten en mis ojos, que es otro síntoma más de una buena metida. Rara vez Inés se corre sólo con mi polla, se excita hasta el límite, pero su orgasmo llega gracias al masajeo del clítoris. Me he hecho todo un experto.
—Toca arriba, dame gusto
Llevo la mano derecha a acariciar su clítoris, sin sacarle la polla, pero ya sin metisaca, ahora es ella la que se mueve adelante y atrás o a derecha e izquierda mucho más despacio que hace unos momentos. Con dos o tres dedos apoyados sobre toda la mojadísima zona del abultado clítoris (el nombre lo supe tiempo después, porque Inés lo llama la pepita del gusto) que voy moviendo rápidamente de derecha a izquierda, de arriba hacia abajo y en pequeñísimos círculos hasta que se corre, casi siempre tres o cuatro veces muy seguidas. Tiene una gran facilidad para correrse (años después supe entender que era multiorgásmica, es decir, que mientras se mantenía la estimulación seguía teniendo orgasmos) y en nuestras tardes de sexo normalmente son seis u ocho corridas las que tiene, pero en ocasiones jugamos hasta llegar a veinte o más y me contó que su prima y ella, de jovencitas, se masturbaban mutuamente hasta pasar de treinta orgasmos en una tarde. No todos son de la misma intensidad, pero le encanta gozar muchas veces.
Mientras Inés descansa con los ojos cerrados y va recuperando la respiración tumbada sobre el sofá, yo me toco muy suave y lentamente el rabo. También tengo ahora la respiración menos agitada, pero los testículos me pesan y la polla palpita, con esa sensación especial de ansiedad de que ahora viene lo mejor y lo quiero ya porque me hace falta.
Cuando se ha tranquilizado empieza a ocuparse de mí, por supuesto, sin dejar de hablar. Qué capacidad tiene para hablar al mismo tiempo que practica sexo; yo no me entero de la mitad de las cosas que dice, pero me gusta.
—Ahora se va a correr mi Nano, porque se lo merece después del gusto que me da
Se arrodilla sobre la alfombra y lame la polla durante apenas un minuto mientras coge mi culo con ambas manos, lo aprieta y pellizca con fuerza hasta hacerme daño. Que fijación tiene con mi culo desde el primer día.
—Qué bueno estás, cabronazo, te voy a dar lo que te gusta hasta que te quedes seco
Se levanta del suelo y se tumba sobre el sofá con los pies sobre el asiento, coge de la mesita baja un frasco de suave aceite hidratante para bebés, impregna sus manos de una buena cantidad del mismo y sonriendo sin dejar de mirarme a los ojos, introduce uno de sus dedos en el agujero del culo, y después dos dedos, adelante y atrás, a derecha e izquierda, media docena de veces.
—Mi niño es un poco mariquilla y me va a dar por el culo con su pollita gorda y dura
Coge el rabo con las dos manos y lo unta arriba y abajo con el aceite.
—Ahora, dentro
Me acerco, pongo la rodilla izquierda sobre el asiento del sofá y me guío con la mano hasta empezar a empujar contra la entrada arrugada y marrón del culo. Uno, dos intentos, al tercero entro en ese lugar maravilloso y suavemente, empujando de manera constante, la meto entera.
—Ay, que pollón me metes; me lo rompes, me lo rompes, y me gusta
De manera suave me muevo adelante y atrás sintiendo plenamente las paredes del culo, sin llegar a sacar el capullo y empujando un poquito más cada vez. Inés no deja de hablar, medio quejándose, medio riendo, cada vez más excitada y tocándose lentamente el clítoris. Ya tengo ganas de más acción, empiezo a necesitar correrme, así que saco la polla.
—Date la vuelta, como tu sabes
Se levanta, se pone a cuatro patas, junta sus rodillas y agacha la cabeza hasta tocar el asiento para mostrarme el culo moviéndolo lascivamente, muy suavemente. Ver sus tetas colgando y la cabeza humillada sobre el asiento del sofá, con la roja melena despeinada tapando su cara, me la pone más dura todavía. ¡Dios, que maravilla!. Las manos las coloca sobre cada una de sus medias lunas y separa los glúteos para ofrecerme su agujero amarronado. Empujo y necesito varios intentos para entrar, la última vez dando un buen empujón, sin miramientos, provocando las quejas de la enculada.
—Bruto, me duele
Es la señal de partida de una follada rápida, fuerte, agarrándome a su cintura como si se fuera a escapar y con pollazos cada vez más cortos, a estilo conejo. Me oigo jadear, estoy sudando como una fuente y quiero terminar con verdadero poderío. Me paro, saco la polla y meneándomela a toda velocidad la acerco a la cara de Inés, que abre la boca y saca la lengua justo a tiempo, porque el primer lechazo impacta sobre su cara con fuerza, seguido de otros cuatro o cinco que me dan un orgasmo cojonudo terminado en el paraíso cuando siento como la lengua de la mujer me limpia la polla suavemente, lentamente, con la puntita recorriendo el capullo y tragando mi leche de hombre. ¿Qué más se puede pedir?.
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