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Ya se hizo de noche. Ella está en la otra habitación, durmiendo. Ya no aguanto más, la conozco desde chica, es mi propia sangre. No sé cuándo mis sentimientos hacia ella empezaron a distorsionarse, y a corromperse. Probablemente fue desde que empezaron a crecerles las tetas, o desde que sus caderas fueron encurvando su cuerpo. Recuerdo que antes me despertaba a los gritos para que la acompañe al baño, porque tenía miedo a la oscuridad, y sin darme cuenta, de un día para otro, ya iba sola, cruzándose en el pasillo conmigo, con una bombachita y una remera diminuta como única prenda. ¿Habrá notado alguna vez mis miradas lascivas? ¿O mis erecciones? Cuando venía de la escuela con su uniforme de colegiala, con esas polleritas tableadas achicadas, me volvía loco. Y cuando jugábamos a la luchita, en un supuesto entretenimiento infantil, considerando la edad que ya teníamos, el contacto con su cuerpo me excitaba enfermizamente. Y lo peor era cuando compartíamos la pileta del fondo de casa, y nadábamos juntos, y nuestros cuerpos se rozaban bajo el agua.
Ya no puedo más. Tengo que verla dormir. Siempre está semidesnuda, con las sábanas a un costado, mostrando toda su voluptuosidad. Era una nena con cuerpo de vedette. ¿De dónde había sacado tanto culo, y tantas tetas? El trasero era enorme, pero sin ser grotesco, era de esos culos que uno, apenas los veía, sentía el impulso de penetrar. Y su carita redonda de ojos verdes eran de una ternura que contrastaban violentamente con la lujuria que despertaba su cuerpo.
Papá y mamá habían dejado de hacer ruido hace rato, y todavía faltaba mucho para el amanecer. Salgo de mi habitación, pisando despacio, con los pies descalzos. Abro la puerta que rechina apenas. No percibo movimientos en las otras habitaciones, así que sigo caminando. Cruzo el pasillo oscuro, tanteando con manos y pies a cada paso que doy, por si hay algo fuera de lugar con lo que me pueda tropezar. Llego a su cuarto. Muevo el picaporte, y empujo la puerta. Esta hace un sonido apenas perceptible. Meto la cabeza, y compruebo que está durmiendo.
Siempre tiene una luz encendida. Me gusta pensar que la deja así para que yo pueda verla. Pero lo cierto es que se trata de una costumbre que le quedó de chica, de cuando le tenía miedo a la oscuridad. Pero daba lo mismo, gracias a eso no tenía que temer despertarla al encender alguna luz. Estaba en la misma pose que casi todas las noches: boca abajo, con la pierna derecha flexionada, y la izquierda estirada. La cara de nena inocente hundida en la almohada. Sólo llevaba una bombacha blanca, con dibujitos de corazones azules y rojos, y una remera blanca, que vestía a los trece años, y que ahora le quedaba apretadísima. No podía estar más hermosa.
Entré y cerré la puerta. Un leve movimiento en el pecho me indicaba que estaba dormida. Me quedo un rato, mirándola, emborrachándome con su belleza. Y después de unos minutos me animo a tocarla. Siempre lo hago, pero, aun así, cada vez que entro a la habitación de mi hermana debo esperar un tiempo hasta animarme a hacerlo.
Acaricio su mejilla con ternura. Siento la textura de sus labios, los cuales están semiabiertos. Me tientan meter mi dedo adentro. Mi dedo y también mi sexo que ya se puso al palo. Pero la última vez que lo hice la desperté, y tuve que mentir, y decirle, que, estando su puerta abierta, vi que estaba descubierta y entré a acomodarle la sábana y el cubre cama. “que tontito, si hace calor” me dijo con indulgencia. Así que ahora retiro la mano de su boca, y bajo, hasta la parte más voluptuosa de su cuerpo. Toco sus nalgas con las yemas de los dedos. Siento su textura, su firmeza, y su suavidad. Llevo el dedo hasta su ano, y lo froto a través de la bombacha. Es entonces cuando hace un movimiento, y emite una palabra ininteligible. Sólo se está acomodando y hablando entre sueños. Se da vuelta, ahora con las tetas apuntando el techo. Me siento con suerte, no suelo tener la oportunidad de acariciarle las tetas, así que lo hago.
Mis manos no dan abasto. Apenas puedo cubrirlas con las palmas bien abiertas. Las estrujo despacio, sólo lo suficiente para disfrutarlas. No quiero que se despierte. Tengo la verga más dura que una roca. Daría cualquier cosa por liberar tanta calentura. Mi sexo sobresale del bóxer, parece a punto de romper la tela que lo cubre. Froto mis labios con mi lengua, en un gesto espontáneo, humedeciéndolos. Se me hace agua la boca. Me inclino, acercando mi cara, sin apoyarme sobre la cama. Le doy un chupón a una teta, en la parte que no cubre el corpiño. Me gustaría enterrar la cara ahí, entre esas dos montañas de lujuria. Me gustaría subirme a la cama y cabalgar toda la noche a mi hermana.
Ella hace un movimiento de cabeza, y estira la mano, como queriendo matar un mosquito. Tengo que tener cuidado, tengo que asegurarme de que no se dé cuenta de nada. Dejo de chuparle la teta. La piel le queda brillante, por la saliva que dejé sobre ella.
Acaricio su pelvis, a través de la bombacha. Se la corro un poco, sin dejar de mirarla. Como no hace ningún movimiento, sigo adelante. Meto mano. Siento sus bellos vaginales, la forma de sus labios, y la humedad. ¿Acaso mi hermanita estaba teniendo sueños sucios? Meto la falange del índice, y lo saco empapado. Me lo llevo a la boca. Delicioso. Es tan rico, que quiero seguir saboreándolo. Le bajo la bombacha unos centímetros, y ahora meto mano con más facilidad. Ensucio mis dedos con sus fluidos. Su olor me fascina. En un impulso acerco mi rostro y le doy una lamida a su sexo. No puedo soportarlo. Quiero tomarme toda su esencia. Entierro mi cara entre sus piernas. La invado con mi lengua y con mi mano. Siento el fuerte olor a sexo. Me pierdo en la locura del incesto.
Pero entonces ella despierta. ¿Qué pasa? ¿Qué haces Carlos? Pregunta, desconcertada.
Yo saco mi cara mojada de entre sus piernas, y comprendo que no habrá explicación que valga. Estoy perdido, pero toda derrota tiene algo positivo. Ahora ya no tenía de qué preocuparme. Ya me había descubierto. Ya sabía que era un subnormal que la anhelaba como mujer. Su rostro de confusión y miedo es precioso. Sus ojos verdes brillan más que nunca mientras las lágrimas se agolpan en ellos. Su carita de nena hace un puchero. Pero su cuerpo de mujer sigue ahí. Semidesnudo. Hermoso. Emanando aroma a sexo.
Me tiro encima de ella. Me repito que ya estoy perdido, y que no tengo nada que perder. Le tapo la boca con una mano, y con la otra me bajo el bóxer. Mi verga ya está tan mojada como su sexo. Le arranco la bombacha. Ella me mira con estupefacción. La penetro. Abre los ojos enormes cuando me siente adentro. Trata de gritar, pero no puede. Sus esfuerzos son estériles, su pequeño cuerpo no se compara con el mío. La penetro una y otra vez, y con cada embestida ella parece más sorprendida. Pero su sexo sigue húmedo, y se siente demasiado rico como para dejar de hacerlo. La acabo enseguida, sobre su pelvis. Y luego empiezo a jugar con su cuerpo, como si fuese una muñequita articulada, que puedo mover y desarmar a mi antojo. Ella ya está resignada. Llora, y me mira con desprecio, pero ya no se resiste. Le meto el dedo en el culo mientras me las arreglo para estrujarle las tetas. Cuando ya estoy erecto de nuevo, le doy a mamar de mi verga. Lo hace con ganas, como queriendo hacerme acabar rápido, y lo logra. Ensucio su carita de nena con mi semen insolente. Me mira sin reconocerme. Llora. No entiende nada de lo que acaba de pasar.
Me quedo toda la noche jugando con ella. Mañana me voy de casa. No me queda otra opción. Pero al menos por esta noche estoy en el paraíso.
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