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Otra vez uno de tus mensajes me pone a cien, llevamos algo más de una semana, enviándonos mensajes subidos de tono por el foro. Cada vez más subidos de tono. Hoy después de preguntarte como iba el trabajo y si podía aliviarte de la tensión, de alguna manera, me has dicho que no te iría mal una mamadilla, porque los polvetes rápidos no sabes echarlos.
Yo te he preguntado como es posible eso, me he ofrecido para enseñarte después de la mamadilla, y así mensaje a mensaje el tono ha ido subiendo, y yo me he ido excitando, pensando en lo que me contabas.
Al llegar a casa, mientras comía, no podía dejar de pensar en ti y en mi, haciéndolo en mil posturas y lugares. Miraba el televisor para tratar de desviar mis pensamientos, pero no podía, volvía a verte haciéndome el amor y sentía mi sexo humedeciéndose.
Al terminar de comer he empezado a fregar los platos y de nuevo, mi imaginación ha empezado a volar, imaginaba que te acercabas a mi por detrás, suavemente posabas tus manos sobre mis caderas, acercabas tu cuerpo al mío y yo sentía tu sexo erecto sobre mi culo, tu respiración en mi oído y un beso tierno sobre mi nuca. De nuevo intenté alejar mis pensamientos de esa imagen.
Terminé de fregar los platos y me senté en el sofá estaba sofocada y descansar un poco me iría bien, pensé. Pero inevitablemente esos pensamientos volvieron a mi mente, de nuevo tu boca rozaba mi boca, tu cuerpo tocaba mi cuerpo. ¡Por Dios!, ¿que me estaba pasando?, necesitaba saciar mi sed de placer de algún modo, por eso mi mano descendió hasta mi sexo y por encima de la ropa me acaricié, sintiendo un agradable cosquilleo mientras, con los ojos cerrados, imaginaba que era tú mano la que me tocaba. Abrí los ojos y traté de desechar la imagen de nuevo. Tenía un montón de cosas que hacer antes de volver al trabajo.
Hice la cama y luego me senté frente al ordenador, esperaba algún mensaje más así que comprobé, pero no había ninguno. Probablemente no habías tenido tiempo de contestar, porque estabas trabajando. ¡Maldito trabajo!, pensé. Revisé los mensajes, los releí, tenía que escribir un relato así que pensé que releyendo los mensajes me podría inspirar, y más que inspirarme aquellos pensamientos volvieron a surgir en mi cabeza. De nuevo, tu cuerpo y el mío, desnudos sobre una cama, haciendo el amor, sintiendo tu sexo erecto dentro de mi sexo húmedo, tus manos acariciando mis senos, tus labios besando mi boca. ¡Qué ardiente deseo, quemando mi cuerpo!.
Ya no podía más, me dirigí hacía mi habitación, me desnudé, me tumbé y mientras seguía imaginando que tus labios recorrían toda la piel de mi cuerpo, que tus manos se deslizaban hacía mi sexo y lo acariciaban con delicadeza, mis manos se deslizaron hacía él. Empecé a acariciarme el clítoris, mientras tus labios andaban deslizándose por mi cuerpo hacía mi sexo.
Los ojos cerrados, la sensación de bien estar, me hacían sentir en otro lugar. Mis dedos acariciaron mis labios vaginales, húmedos por el deseo, mi mente volaba sintiendo tus labios besando mi sexo y luego tu lengua lamiendo mis labios mayores y los menores y penetrando en mi vagina, justo en el mismo instante que lo hacían mis dedos. Empezaste a mover tu lengua como un pene y mis dedos se movieron al mismo ritmo, mi cuerpo se tensó sintiendo ese placer que necesitaba liberar. Acercaste tu boca a mis labios, me besaste; mi mano acarició mis labios y seguí tratando de sentir mientras soñaba que me poseías.
Te pusiste sobre mí, separaste levemente mis piernas, yo sin dejar de imaginarte busqué en el cajón de la mesilla mi consolador, lo puse en marcha y justo en el mismo instante que me penetrabas introduje el aparato en mi sexo húmedo. Desde ese momento el placer fue imparable, tu sexo penetrándome una y otra vez, tus labios besando mi cuello, mi oído, haciéndome vibrar de placer, el consolador moviéndose dentro de mí y en poco segundos el éxtasis final. Cuando dejé de convulsionarme, abrí los ojos, dejé el consolador sobre la mesita, y me quedé un rato acurrucada. Por un segundo, me arrepentí de que mi mente hubiera volado tan lejos, pero luego incluso me alegré; aunque tú no lo supieras, acababa de hacer el amor contigo, y había sido fantástico.
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