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Categoría: Infidelidad

Huelga laboral, con dos compañeras, tiempo para el sexo

La presente historia tal vez sea una más de tantas, sin nada de extraordinario, pero para quien esto escribe fue el más hermoso hecho de amor y sexo que haya vivido.

El personal de la empresa donde trabajo había decidido realizar este día el paro de tareas por un reclamo gremial y por la demora en el pago de los haberes. Propuse a dos de mis empleadas más cercanas que nos marcháramos a casa, que las acercaría con el auto. Para evitarnos problemas con el personal que se manifestaba delante de la entrada, salimos por un acceso lateral.

Preciosa mañana de primavera, cálida e incitante al disfrute del sol, comentamos totalmente de acuerdo. Fue Mirta la que habló:

—¿Nos tomamos el día para nosotros?

Detuve el auto, nos miramos, sin decir palabra. Como en acto estudiado y al unísono se escuchó: ¡A tomarlo!, nos reímos por la ocurrencia del conjunto.

Decidimos ir a la Casa de Mirta, la ideóloga, vivía sola y tenía una terraza para tomar sol. Tanto Marcela como yo aceptamos complacidos.

Ellas tenían un trato bastante íntimo, yo cordial, pero nunca intimista. Nos acomodamos, Mirta fue en busca de algo para tomar y preparar algunos canapés para acompañar a las cervezas mientras nos disponíamos a gozar del gratificante sol, que ya picaba bastante por lo avanzado de la primavera.

—Chicos, ¿tomar sol vestidos? –dijo la dueña de casa.

Acababa de pronunciar la palabra mágica. Ella fue la avanzada en el curso de los acontecimientos, se despojó de la ropa demás, quedando en corpiño y biquini. Nos miramos con Marcela, como para no decepcionarla, hicimos lo propio, yo quedé en slip.

Las dos mujeres estaban exultantes, entonadas por la segunda ronda de cerveza y entonadas por las calorías que le proporcionaba el sol sobre la piel. Marcela, boca abajo ofrecía el espectáculo de esa cola brutal, tan paradita y firme. Mirta echada de espaldas, las piernas levemente entreabiertas permitían adivinar la sombra del vello púbico, asomando algo de él por la exigua tela de la tanga, el tenue corpiño incapaz de contener tanta carne transparentaba las areolas sonrosadas y se erizaba en los pezones gruesos, desafiantes y agresivos.

El panorama no podía ser más espectacular para un espectador privilegiado, dos hembras ofreciéndose a mis ojos, desafiando la cordura de un tipo calentón que trata de conservar las formas ante dos de sus empleadas, todo yo era un polvorín de lujuria contenida. Marcela actuaba como si estuviera sola, se soltó el corpiño para que no le deje marcas. Mirta y yo, uno a cada lado le acariciamos la espalda, nuestras manos se encontraban y tocaban en las caricias.  Nos estiramos un poco sobre el cuerpo yacente de nuestra amiga y sucedió lo imprevisto, nos besamos, primero con los labios y después con las lenguas. Nos abrazamos a través y sobre Marcela, beso de esos que saben a pasión tropical.

Marcela, la tercera en discordia, como para no ser olvidada, llevó una mano atrás y me tomó el miembro erguido a través del slip.

—Eh, ¿se olvidan de mí? —protestó Marcela, excitada también.

La tomamos entre los dos con besos, recorriendo toda la espalda, yo debajo de la tanga, metiendo mano entre los cachetes. Mirta trajo dos lonas para recostarnos, y prontito los tres, desnudos y enredados, juntamos los cuerpos ansiosos de acción.

Las dos se dedicaron a rendir los honores al falo que compartían con fruición, unían sus labios y lenguas en las caricias al glande totalmente húmedo. Acaricié las cabezas de estas dos hembras portadoras de tanto placer, hasta que les saqué el dulce de la boca, para evitar eyacular tan pronto. Las puse de espaldas. Primero con la dueña de casa, acariciando las tetas y mamándole los gruesos pezones, resbalando por el vientre para sumergirme entre las piernas y abrevar en la humedad de la vulva. Gime y me aprieta contra ella, pide pija urgente.

Caliente como una perra, queda frotándose.  Atiendo a Marcelita, le parto la boca a besos, ensañado con los pechos no le doy tregua, ahora en la vagina, martirizando con mis labios al clítoris. Una dosis de lengua en ella se la dejan hecha una sopa de tanto jugo que emana.  Delira, pide pija. Ahora es un dúo de hembras en celo pidiendo ser colmadas, deseando saciar el deseo.

Mirta nos separa, me pone de espaldas y se empala de un solo golpe sin tiempo de sacarse la tanga, solo correr a un lado. La mojada almeja de abre para recibir en toda su extensión al miembro en sí. Se elevaba y dejaba caer con todo, ensartándose hasta los pelos.  Se sentía deliciosa y un tanto estrecha por la deliciosa contracción de los músculos vaginales, sentía como golpeaba contra el fondo del recinto provocando aullidos de gozo.

Serruchó con toda intensidad las ganas reprimidas, con la falta de garche acumulada se estaba poniendo al día. Había colocado mi mano entre ambos, el pulgar tocándole el clítoris acortó los tiempos y estalló en ruidoso orgasmo, que la solícita amiga ayudaba con lamidas en los pezones y caricias en las tetas.

Me controlé sin acabar, aún tenía otra almeja esperándome.  

Marcela reemplazó en el empalamiento a su amiga, de una sola movida se la entró toda. Otra vez, una caliente hembra en el subibaja del miembro, la ayudo apretando con fuerza las nalgas, apretando contra mí, empalada hasta el fondo.

Cambiamos de posiciones, necesita sentirme dentro, empujar con vehemencia, la sentía más dura, le estaba dando con violencia en esa conchita tan receptiva y complaciente, dejando hacer de todo. No puede con su genio, ella necesita moverse, agitarse para poder sobrellevar esta calentura que la invade, necesita montar sobre mí hasta acabar, menos ruidosa que la otra, pero igual de intenso.

Se miraron, en complicidad, y Mirta más descansada dijo:

—Ahora te vamos a hacer acabar a vos, te toca, lo vamos a hacer para que no nos olives.

Mirta es la primera, me chupa y toma el sabor de su amiga en la lengua, guía el miembro a la conchita de Marcela, que está arrodillada dándome la espalda. Nos acoplamos, enchufados, a fondo. Caemos, yo ensartándola desde atrás, por la argolla. Le doy con fuerza y rápido. Mirta está hecha una diabla del sexo, con la mano entre los dos me acaricia la verga y los testículos en cada entrada.

Mirta se coloca boca abajo pegada a su amiga, como opción alternativa, espera su turno. Cambio de monta, la enchufo a ella, Marcela observa y espera que vuelva.  Alterno el bombeo en ambas conchitas, estoy por acabar, y con la prisa de los sucesos ninguno pensó en el condón:

—¿En dónde termino?

Marcela pide que sea en ella, está casada. Llega el momento supremo y me acomodo en su concha para derramar todo el contenido de la pija en ella, sigo empujando más lento hasta que no queda ni una gota.

Mirta saca la pija de la concha de la amiga y me la deja limpísima con su boca, tomando el resto de semen que queda.

El sol nos dejó el rastro de su presencia en la piel, con la calentura y el sexo urgente nadie había reparado en ello. Por precaución, para evitar las consecuencias de una exposición prolongada, levantamos campamento y la seguimos en el dormitorio, cama King size, apta para el trío juguetón. Mientras fui a la cocina a buscar otras cervezas, las dos amigas se estaban dando un 69 apoteótico. Como viejas amigas de compartir cama estaban como pez en el agua, por mejor decir como lengua en su concha.

Tomando la cerveza, me ofrecían en el palco avante scen, sitial privilegiado para el espectáculo, contemplar la dedicación y esmero que ponían, la una en la otra, para darse el máximo de placer, sin egoísmos. Se agotaron entre ellas, tomé lugar en el medio para recibir los mimos de las dos magníficas actrices.

Con caricias y lamidas profundas, responden con entusiasmo.  Me excito y me monto a Marcela, desde atrás se la pongo, entró de un golpe. Mirta la toma por el clítoris, y yo cabalgando con ritmo y sin pausa la hacemos llegar a un tumultuoso orgasmo. Explota abruptamente como si fuera el primero.

Fuera de combate, cambian roles, la cabalgo a Mirta y la satisfecha es quien ayuda con la mano abajo, en la conchita, trajinamos un buen trecho, sin salir de la cabalgadura tomé un poco manteca que, previsoramente traje de un viaje a la cocina, le unto el ano con ella, sin consultarla.

Al sentirla, reacciona al frío ungüento, se deja hacer.  Después de un dedo, son dos los visitantes que abren camino en el recto que se siente bien apretadito. La apoyé con la cabeza de la poronga, al segundo empujón ya entró la mitad, uno más y todo en el estrecho pasaje.

Con buena lubricación se presentaba como un alojamiento estrecho, disfrutable, debí esforzarme por no acabarle, aún me queda probar el culo de Marcela. Con una seña a ésta la apuramos a Mirta y la hicimos llegar a un orgasmo de película.

El culito de Marcela untado mientras ensartaba a su amiga, esperaba mi carne latente. Se metió con furia, hasta el mango, en una culeada vibrante la movía con todo ímpetu hasta hacerla quejarse de dolor, por la fiereza del polvo. Acabó con un estallido emocional admirable, me sentía Tarzán venciendo al león en la selva de sábanas y almohadas revueltas.

Aguanté como pude, cambié de monta. Ahora volvía para ensartar a Mirta, lista para emprender el galope hasta la meta final. Arrodillaba, me apretaba con las rodillas a los costados, subido bien encima de su espalda y con el látigo de carne castigando sus entrañas.

No pude contener más la llegada del semen, avisé que estaba a punto, arremetí, descontrolada furia y largué todo el caudal que quedaba en mí. Acompañé la emisión de leche con un bramido propio de un salvaje, expresión de la intensa acaba. Prolongué cuanto pude el momento, moviendo la verga dentro de la potra hasta que me agotó el esfuerzo.

Desmonté, hecho una seda, exprimido como limón para jugo, ni una gota de leche me dejaron. Me fui a casa, ellas se quedaron, estimo que siguieron jugando.

Desde ese día no tuvimos otros encuentros de sexo, tampoco se volvió a hablar del tema. Nos hicimos buenos amigos. La Marcela quedó embarazada, hasta fantaseo con la posibilidad de…

Tenía fantasías de hacer un trío. Se dio sin buscarlo. Hoy también hay un paro de tareas, mientras espero saber qué hacer, estoy escribiendo esta historia, una especie de profecía.

 ¡Viva la huelga, carajo!

Nazareno Cruz

Datos del Relato
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