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Hotel Babilonia

Tu cama estaba preparada, las sábanas completamente estiradas y un pequeño pliegue en la esquina de la cabecera invitaba a introducirte en ella para ir a dormir. Los libros de biología quedaron olvidados sobre el escritorio después de un día de estudio agotador. Cepillaste tu cabello con atención, acomodaste tus pechos y te observaste con agrado en el espejo. Estabas casi lista para ir a dormir, pero la PC que estaba en tu dormitorio aún seguía encendida y fuiste a revisar tu cuenta de correo.

La adrenalina hizo bombear aceleradamente a tu corazón y tu pecho respiró agitadamente. Tenías un nuevo mensaje mío. De esos que producen sensaciones especiales en tu cuerpo cuando te entregas por completo en la lectura. Comenzaste a leer con ansiedad encontrando solo un par de renglones:
"Mañana te voy a buscar a la puerta de la Facultad a las 19 hs. Dejarás por un rato la Biología para dedicarte exclusivamente a realizar todas las fantasías de las que hemos hablado íntimamente".

Dudaste un instante en aceptar la invitación, pero la excitación en tus pezones fue instantánea, tus hormonas se revolucionaron y decidiste que sí. Era momento de convertir en realidad las fantasías. No dormiste en toda la noche pensando en lo que iba a suceder y en la puerta de la Facultad, estabas esperando ansiosamente el momento del encuentro. Allí, con puntualidad inglesa, nuestras miradas se cruzaron y se identificaron al instante. Las fotos intercambiadas no habían distorsionado la realidad. Habíamos comprobado que teníamos mutua atracción sexual.

Algo temerosa subiste a mi automóvil dándome un beso en la mejilla y solo un "hola" nos acompaño durante el primer minuto de trayecto. Te observé con picardía y me correspondiste. Me detuve en un semáforo y te estampé un beso de lengua que reconociste en sabores imaginados en alguno de nuestros correos y eso aflojó nuestras tensiones. Mi mano abandonó la palanca de cambios para recorrer tu muslo interior con lenta suavidad y al punto de llegar a tu entrepierna, los bocinazos para que avanzara, evitaron mi primer contacto con el vello de tu pubis.

La habitación que nos dieron en el hotel Babilonia era increíble; Mórbidas telas engamadas con las paredes en un tono bordó aumentaban el placer visual. Las columnas griegas recordaban al Partenón, un jacuzzi amplio y burbujeante aguardaba por nosotros y varios espejos ubicados estratégicamente permitían observarse desde cualquier ángulo.
Me sentía como un Sultán que tendría su noche de placer con la mujer mas deseada del harem.

Acercamos nuestros cuerpos y el calor aumentó. Suavemente fui desabrochando tu blusa y con una caricia exquisita dejé que cayese desde tus hombros. Tu excitación era cada vez más creciente, sobre todo al sentir que yo también lo estaba y mucho. Comencé a acariciar tus pechos que me ofrecías al colocar tus hombros hacia atrás y deslizando mis manos por tu espalda te desabroché el sujetador, retirándolo con cuidado. Cuando tus pechos quedaron al descubierto, comencé a besarlos para que sintieras el calor de mi boca en tus pezones, rodeando la areola con mi lengua mientras mis manos los sostenían por la base, agitándolos con suavidad para jugar con su volumen.

Te alcé, haciendo que resbalaras suavemente por mi cuerpo y te tumbé boca arriba sobre la cama. Cogiendo tus muñecas con una mano y levantándolas por encima de tu cabeza, continué besándote, con una pasión que comenzaba a descontrolarse. Poco a poco fui soltando tus manos mientras mis labios bajaban por tus pechos, regocijándose nuevamente en los pezones que ya estaban duros y agigantados. Imaginé a tu vagina empapada y deseosa de mí. Fui bajando por tu vientre, hasta la cintura. Desabroché el pantalón bajándolo con esfuerzo y con pequeños mordiscos te comía el pubis por encima de tu tanga. Tus contorneos eran felinos y descontrolando mi fuerza te arranqué la prenda dejándote complemente desnuda. Volví a tu boca que esperaba extasiada, mientras tocaba tus pechos con una mano y con la otra acariciaba tu vagína húmeda de placer. Me miraste y viste mi cara llena de deseo incontenido, lo que provocó una cálida reacción en tus caderas que se alzaron hacia mí. Mientras bajaba con mi lengua por tu entrepierna y abría magistralmente a tu vagina, una de mis manos acariciaba tus pechos. Mi lengua comenzó a introducirse entre tus labios vaginales notando como se engrosaban los bordes. Aparté mi boca para dar lugar al juego de mis dedos que se detuvieron en tu clítoris y rozándolo con total delicadeza hicieron que te arquearas nuevamente ofreciéndome el ingreso.

Medio dedo mayor te hizo estremecer y volví con mi lengua para barrer tus fluidos. Estabas a punto de explotar. Sentías una sensación irrefrenable de placer que obligaba mover tu pelvis pidiéndome más, más y más... Deslicé suavemente uno de mis dedos empapados de ti, por tu aro anal. Estabas desbordada, no podías contenerte más y explotaste liberando un orgasmo que te recorrió completamente como un rayo que no se detenía. La sensación se desvanecía para volver a acrecentarse en convulsiones que estremecían todo tu cuerpo. Parecía detenerse y otra vez tus pezones se unían con tu vagina en un arco voltaico que exhalabas con gemidos y llantos para liberar esa tensión.
Descubriste que eras multiorgásmica y te sentías la hembra más deseable del universo.

Te alzaste y de nuevo te sentaste sobre mí, comenzando a desvestirme. Tus manos recorrían mi torso mientras desabrochabas mi camisa. Recreabas tu boca chupando mis pezones en medio de un pecho medianamente velludo y bien formado, mientras tu mano se adelantaba y bajaba con ansia mi bragueta para liberar mi pene que notabas pleno y aprisionado por el pantalón. Situándote de rodillas frente a mí, desabrochaste y bajaste mi pantalón. Al hacerlo me puse de pie para que bajaran fácilmente.

Te acostaste boca arriba en la cama apoyando tu cabeza en la almohada y con las rodillas separadas y flexionadas. Yo me paré sobre la cama con las piernas abiertas a la altura de tu cintura. Tus ojos observaban desde abajo, el bulto enorme que pretendía romper mi calzoncillo. Tus manos podían dominar la situación y bajando el slip negro, dejaste a la vista la majestuosidad de mi pene erguido y orgulloso, como el cuerno de un rinoceronte.

Tus pupilas se dilataron observando desde una posición poco habitual, el pene que parecía más grande de lo que serías capaz de recibir. Acariciabas mis piernas y mis glúteos mientras me comparabas con "El David" de Miguel Ángel con testículos bastante pesados y un pene erecto y duro del cual podrías colgarte para ponerte de pie. Hice un ademán de sentarme, pero me dijiste que me quedara así como estaba. Estabas dispuesta a darme mas placer.

Subiste un poco colocándote de cuclillas sobre la cama, mientras yo continuaba de pie sobre la cama. Con ambas manos llevaste mi pene a tu boca. Estabas como loca, chupándolo, chasqueando la lengua desde la punta hasta la base, lamiendo mis testículos, mientras notabas pequeñas palpitaciones de placer en mi. Yo te sujetaba la cabeza, indicándote que siguieras. Continuabas introduciéndolo en tu boca, recorriéndolo con tus labios y dándole suaves bocados, exquisitos, notando como la excitación subía cada vez más y más. Sabías que no tardaría en eyacular y comenzaste a agitar mi pedazo, recorriendo el tronco con una mano mientras mantenías la otra mitad dentro de tu boca. Sentías a mi glande hinchado como la cabeza de un hongo, como un volcán en erupción y querías ver a la lava cremosa explotando. En el momento exacto, cuando notaste la contracción en mis testículos, retiraste tu boca para mirar el espectáculo en primer plano.

El semen se hizo presente y la agitación de tu mano hizo que el primer chorro largo y espeso golpeara en tu mejilla comenzando a resbalar. El segundo latido expulsó la viscosidad entre tus pechos y una tercera escupida algo más débil, apareció como la espuma del champagne cubriendo todo el glande que inmediatamente quisiste saborear con tu lengua.

Continuabas agitándome a lo largo del tronco y hasta la punta para extraer hasta la última gota de miel blanca. Con tus manos frotaste tus pechos esparciendo el semen en tu piel, mientras expresabas con gemidos, llantos y risas el placer que sentías.

La cama permitió que descansemos unos minutos y cuando tu cuerpo recuperó algo de normalidad y el mío algo de su fuerza, tu mano supo comenzar a acariciar imperceptiblemente mi glande y mis testículos, logrando una nueva erección en pocos minutos. El músculo parecía más poderoso ahora y una vena hinchada por el esfuerzo recorría toda su extensión. Tu mano la notaba latiendo con fuerza, pero esta vez querías sentir su golpeteo bien clavado en tu vagina. Estábamos listos para refregarnos nuevamente.

Te llevé a la esquina de la cama, te puse en "cuatro patas" mirando hacia el centro del colchón mientras yo me ubiqué parado en el piso, justo en la punta con una pierna al lado de cada borde. Tu culo estaba parado frente a mí y así podía dominarte completamente. El olor a sexo se evaporaba a mi alrededor. Mi mano abrió tus cantos y pude observar los dos orificios dilatados y húmedos, esperando ser recogidos. Pasé una lengüeteada en el medio de tu ano y te estremeciste. Mi pene ya estaba totalmente duro y en posición para la penetración. Mi cabeza se presentó en la puerta de tu vagina anunciando la penetración. Te tomé de la cintura y calcé mis manos con fuerza, justo en la curva donde comienza tu cadera. No podías escapar de mí.

Tus pechos colgaban. Te mordías tensamente los carnosos labios y tus manos se aferraron a las sábanas esperando el momento. Comenzaste a sentir la penetración de mi pene que resbalosamente se introducía ocupando toda tu caverna vaginal. Lo hice tan lentamente que no sabías cuando haría tope de mis huevos contra ti. Tu sensación era la de recibir algo increíblemente largo e interminable hasta que por fin supiste que estaba completamente dentro de ti. La presión era enorme.

Te encorvaste un poco y con una de tus manos jugabas con mis huevos pétreos para sentir como eras cogida. Una mano mía rozaba tu pezón por un costado. El ritmo acopló nuestros cuerpos y la cabalgata era un galope tendido, pleno de placer. Por momentos los ruidos de sopapa acompañaban graciosamente, pero no dejábamos de empujar. Mis testículos chocaban contra ti en cada embestida. Nuestra agitación se acrecentaba y nos acercábamos a la meta de liberación.

Mi pene se engrosó ampliando tu cavidad y al sentirlo, tus músculos vaginales oprimieron con fuerza, como extrayendo el semen que golpeaba caliente bañando tu interior. Juntos explotamos en un orgasmo incontenible y con el último aliento me dejé caer sobre ti para cubrir tu espalda con mi pecho. Nos acomodamos en "cucharita" y así reposamos para que la agitación se fuera deteniendo, los músculos se relajaran y nuestros cuerpos extenuados se durmieran en la maravillosa habitación del Babilonia.

Miraste por sobre tu hombro en las penumbras de la habitación. Tu cama continuaba intacta aguardándote para que fueras a dormir.
Cerraste tu sesión de correo electrónico, apagaste la computadora y te abrigaste en un sueño con tu amante.
Datos del Relato
  • Autor: Gopi
  • Código: 15508
  • Fecha: 18-08-2005
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.85
  • Votos: 81
  • Envios: 10
  • Lecturas: 2769
  • Valoración:
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