HORMONA MATA NEURONA
Esto ocurrió cuando estudiaba la escuela preuniversitaria o preparatoria (como le llamamos en México). Igual que la mayoría de las chicas de esta edad, mis amigas y yo nos estábamos iniciando en la actividad sexual. En mi grupo de amigas tenia a algunas bastante atrevidas que no dudaban en usar faldas muy cortas bajo las cuales se podían apreciar su ropa interior (incluso solamente al caminar). Y algunas no dudaban en inquietar a los muchachos (e incluso a los profesores) sentándose con la pierna cruzada para mostrar el color de sus calzones.
Aunque yo no me espantaba de esos coqueteos tan atrevidos, nunca me gustó la idea de ser tan atrevida, además no me parecía necesario, con una faldita apenas arriba de las rodillas los chicos me seguían y lograba tener muchos amigos y varios pretendientes a la vez. Afortunadamente siempre les ha parecido a los hombres lo suficientemente atractiva como para que me busquen, así que a esa edad nunca me faltó con quien ir a los bailes escolares o las fiestas de los amigos. Incluso tuve varios novios y algunos se quedaron esperando una oportunidad, que nunca les llegó, ja ja.
Era muy común que las chicas nos platicáramos las aventuras sexuales, sobre todo la experiencia de la primera vez, el común denominador en esta experiencia inicial era el dolor que algunas sintieron o la rapidez con la que concluían sus parejas. Algunas decepcionadas me platicaron que solo bastaron cuatro o cinco empujones para que el novio se vaciara en ellas. Ni tiempo para compensar el dolor de la penetración primera. En fin que, en contra de las muchas fantasías que las chicas se hacen al respecto de esta experiencia inicial, en realidad llega a ser bastante decepcionante, dolorosa y fugaz. Al saber eso, no sentía ninguna prisa por tener mi primera vez.
Sucedió que una tarde, de final de los cursos mis amigas y yo acordamos ir a casa de una de ellas a festejar la terminación de un semestre más, aprovechando que ya no salíamos a las nueve de la noche sino a las cinco. Solamente estábamos recibiendo nuestras últimas calificaciones de las diferentes asignaturas. Así que yo debía ir a recoger mi trabajo final de filosofía, con el cual obtendría mi nota final del curso. Les pedí que se adelantaran y me esperaran en la cafetería de la escuela ya que el maestro Arturo, profesor de filosofía, estaba en su salón de clase entregando los trabajos calificados.
Al parecer, yo era la única alumna que faltaba de recibir el ensayo final y me preocupaba que ya no estuviera el maestro en su salón. Así que caminé aprisa para alcanzarlo, yo estaba confiada de que lograría un buen resultado porque la filosofía es un tema que siempre me gustó, además mi maestro era el mejor de la escuela, gozaba de mucho prestigio entre el personal académico debido a sus libros y artículos publicados sobre diversos temas de actualidad y eso hacía que lo viéramos con mucho respeto y además aprendiéramos de él a pesar de su alto nivel de exigencia.
Antes de llegar a su salón vi la puerta abierta lo cual me tranquilizó porque, en efecto, ahí estaba el maestro de pie junto a su mesa de trabajo. Después de saludarnos buscó mi trabajo y lo colocó sobre la mesa para comentar sobre las observaciones que acostumbraba hacer antes de asignar una calificación. Quedamos de pie y yo a su lado, un poco detrás de él, así que me empezó a ampliar algunas de sus anotaciones, en algún momento, al tratar de leer su comentario uno de mis senos tocó su brazo y quedé un poco recargada en él con mi seno sobre la parte posterior de su brazo. En ese momento sentí una fuerte descarga eléctrica que aceleró a mil por hora los latidos de mi corazón. Me espanté, porque pensé que se iba a molestar y no creería que ese contacto fue totalmente accidental, estaba tan nerviosa que no supe que hacer y no me despegué y seguí unos instantes así, leyendo las anotaciones a mi trabajo. El maestro tampoco se apartó, por el contrario, comenzó a mover lentamente su brazo de un lado a otro, suavemente, frotando muy levemente mi seno y sentí como mi temperatura se disparó y empecé a sentir un ligero sudor en todo mi cuerpo y un torrente de humedad en mi intimidad. Mis piernas empezaron a temblar y nada pude hacer para controlarlas.
El movimiento de su brazo aumentó de intensidad y ahora se movía sin disimulo alguno aumentando la intensidad del contacto, mi excitación ya no podía detenerse, así que cooperé e inicié lentos movimientos rozando su brazo con ambos pechos y sentí que mis pezones estaban tan duros que él lo notaría. Mis piernas temblaban tanto que llegué a pensar que mis rodillas golpearían una con la otra. Pero de verdad que estaba disfrutando el momento. Mi maestro se volteó lentamente hacia mí, sin dejar de tener contacto, y quedamos ahora de frente. Yo no sabía lo que debía hacer, así que me quedé inmóvil (es una forma de decirlo, ya que no paraba de temblar). Llevó sus manos a mi cintura y me acercó suavemente pero con firmeza hacia él y me acomodó exactamente para que mi pelvis recargara en su enorme bulto, que sentí durísimo. Otra descarga eléctrica recorrió mi cuerpo y la humedad aumentó todavía más, ahora empezó a hacer leves movimientos laterales pasando su oculto pene sobre mi conchita. Cada vez que sentía ese contacto pensaba que iba a correrme. Así que me empujaba contra él y empecé a imaginar:
“Oh, como desearía que me lo metiera.”
Ambas manos comenzaron a descender desde mi cintura hasta las nalgas y pude sentir que sus manos eran grandes, recorrían suavemente mis respingados glúteos y de cuando en cuando volvía a apretarme contra él, sintiendo (a pesar de las ropas) como si me penetrara. Ya en ese momento yo cooperaba en todos sus movimientos, era el mayor placer que había sentido en mi vida a pesar de ya había tenido un par de novios. Sus manos bajaron todavía más hasta llegar al borde de mi falda y -¡oh por dios! – la levantó e introdujo por debajo sus dos manos y comenzó a subirlas recorriendo mis muslos, pude sentir que sus manos se sentían frescas comparadas con la alta temperatura que mi cuerpo había alcanzado ya en ese momento. Yo no oponía ninguna resistencia, me preocupaba que se diera cuenta de mi novatez y que pensara de mí como una niña boba e inexperta, así que lo dejaba hacer todo lo que se le antojaba. Mientras yo seguía pensando que si me trataba de introducir su enorme tronco yo no me resistiría, al contrario, le ayudaría en todo lo que fuera necesario. Había ya decidido que esta sería mi primera vez.
Llegó nuevamente con sus manos a mis nalgas, pero ahora sin la interferencia de la falda y me acarició con dulzura pero con mucha firmeza mis temblorosas nalguitas. Alcanzó el resorte de mi calzón y de un tirón suave lo bajó hasta la mitad de mis piernas, pensé que me lo iba a sacar totalmente, pero ahí se detuvo, yo mientras permanecía recargada sobre su pecho, creo que alcancé a oír sus latidos, fuertes y acelerados. Es un enorme placer sentir las manos de un hombre que te recorren las piernas, los muslos, las nalgas y hasta la espalda de una manera tan suave pero al mismo tiempo con tanta seguridad y firmeza.
De repente, se detuvo en estos suaves movimientos, me aparto de él.
Pensé que había recapacitado sobre lo que estábamos haciendo y en el lugar en el que estábamos y creí que sería capaz de interrumpir este hermoso momento, me sentí abandonada, pensé en decirle, (pero no me atreví): “Por favor, no me dejes así, sigue papito, sigue con lo que empezaste”
Pensé entonces en tomar la iniciativa y jalarlo hacía mí, llevar nuevamente sus manos hacia mis nalgas para que continuara con su hermoso masaje, pero no me atreví. Por un lado me preocupaba de que me viera como una niña tonta sin ninguna experiencia y al mismo tiempo no quería que me viera como una puta que solo quería que se la cogieran en ese momento. Así que me quedé quieta con mi calzón a la altura de las rodillas y mi respiración agitada esperando ver lo que seguiría. Con gran desilusión vi que mi maestro admirado se dirigió hacia la puerta del salón sin decir una palabra.
Antes de llegar a la puerta solo dijo: “espera”. Tomó la puerta, la cerró por dentro asegurándose que estuviera con cerradura y se volvió hacia mí nuevamente. Otra vez me vino una aceleración cardiaca que sustituyó a mi instante de desilusión, afortunadamente yo seguía con mi calzón a la mitad del camino, así que moví mis piernas y se cayó al suelo. Creo que ese movimiento le indicó a mi maestro de filosofía hasta donde podíamos llegar en esta aventura. Se colocó nuevamente frente a mí, se apoyó en el borde de la mesa y me atrajo hacía él y, ya sin calzón, pude sentir con mayor sensibilidad su duro pene en mi conchita, ahora fui yo la que se acomodó sobre su bulto, me abrí un poco y traté de atraparlo entre mis piernas. Sus manos bajo mi falda volvieron a acariciarme las nalgas y ahora se dirigieron hacia adelante, yo no podía controlar mis reacciones y sentí perfectamente que la piel se me erizaba al contacto con sus manos. Yo estaba sudando y ese sudor lubricaba sus caricias, hacía que sus manos deslizaran con mayor facilidad.
Cuando su mano derecha llegó hasta mis labios vaginales, sentí que mi alma se elevaba al cielo, no es que nunca hubiera yo jugado con mis deditos en mi vagina, sino que no es lo mismo, sentir las manos ajenas que te visitan en la intimidad, la sensación es totalmente diferente. Me sorprendió el dominio que tenía, como si fuera un lugar perfectamente conocido para él, removió muy tiernamente mis vellosidades púbicas e introdujo su dedo directamente a mi clítoris, no se equivocó, no exploró, se supo la vía directa y empezó a moverlo suavemente. Me daba pena que sintiera lo mojada que estaba pero no impedí ese contacto. Me abracé fuertemente a su cuello y después del cuarto o quinto movimiento de su dedo, me corrí totalmente, lo apreté todavía más tratando de que no se diera cuenta de lo precipitado de mi primer orgasmo. Pensé que esto equivalía a la eyaculación precoz, propia de los hombres y me dio pena.
Después de unos instantes, mi maestro nuevamente se apartó de mí y pensé: “Parece que eso fue todo”.
Fue hasta un cajón de su mesa y sacó un sobrecito de color metálico y pude ver que lo rompía para sacar un condón. Sin ninguna pena o recato, se desabrochó el pantalón y al bajarlo me permitió descubrir un enorme y rígido tronco con unas venas por todos lados que parecía iban a reventar por la cantidad de sangre que acumulaban para su rigidez. Ahora no tenía ninguna duda, ésta iba a ser mi primera vez, pero estaba siendo mucho mejor de lo que mis fantasías juveniles habían imaginado. Yo permanecí parada en el mismo sitio en que habíamos empezado todo y él me permitió ver su destreza para colocarse en unos segundos el condón hasta que le cubrió totalmente sus veinte centímetros (según calculé que medía). Yo ya estaba más relajada, pero no menos excitada, así que desabroché mi falda escolar y la deposité sobre una de las sillas más cercanas.
Se colocó frente de mí y ¡me cargó! para colocarme sentada a la orilla de la mesa. Aunque la superficie estaba un poco fría, mi elevada temperatura impidió que lo sintiera. Él quedó frente a mí y me separó tiernamente las piernas para colocar la enorme cabeza de su pene frente a mi virginal vaginita. Nuevamente comencé a sudar, hasta llegué a sentir que en mi espalda descendían gotitas de sudor. “Ahí viene la parte dolorosa. . .” me resigné.
Con la ayuda de su mano colocó su pene en mis labios vaginales, yo cerré los ojos esperando un desgarramiento. Pero solo dio un leve empujón qué sentí delicioso, no me penetró más que un pequeño pedazo, no sé si en esa primera embestida rompió mi himen, pero el dolor fue muy leve, el placer lo superó en diez veces. Se quedó quieto un momento y con mis ojos que seguían cerrados pude sentir unas contracciones en mi vagina como si mis músculos estuvieran cediendo espacio a mi primer visitante. Esas palpitaciones también eran una delicia de placer, yo estaba inmóvil (salvo por las contracciones que ya mencioné, je je) y no me quería mover, aunque la tentación de empujarme hacia adelante y de un solo movimiento tragarme toda esa verga preciosa de mi maestro querido y admirado, era enorme, pero logré controlarme y esperé.
Empezó con movimientos muy leves y armoniosos a mecerse y en cada empujón yo sentía que avanzaba unos centímetros cada vez. Si había dolor pero mi vagina estaba extremadamente mojada y eso facilitaba el deslizamiento. Llegó un momento en que sentí su mata de vellosidad sobre mi Monte de Venus. Me espanté al imaginar que me acababa de tragar ese enorme instrumento viril de mi maestro, así que abrí los ojos y descubrí que era cierto. Ya no quedaba ni un milímetro afuera y yo no me sentía desgarrada ni lastimada, mucho menos estaba sangrando o algo parecido. Claro que sentía dolor, porque me parecía que su verga además de grande era muy gruesa, pero entendí el porqué mis amigos decían que para una mujer su primera vez es como un dolor de muelas: “Te duele mucho, pero no quieres que te la saquen” (je je).
En efecto, yo no quería que me la sacara por nada del mundo. Ahora yo traté de moverme, pero me sentía atravesada de un lado a otro, así que solo me abracé nuevamente del cuello de mi maestro y dejé que él tomara la iniciativa, reinició nuevamente su movimiento y antes de darme un delicioso beso en la boca, me dijo quedamente: “No sabes cuantas noche he soñado con esto”. Al oír esa frase abrí tremendos ojos de la impresión. Nunca llegué a imaginar que yo, una tonta adolescente inquietaba a uno de los maestros más brillantes de la escuela, nunca fui coqueta con él, incluso con ninguno de mis maestros. Además seguramente él era muy codiciado entre las maestras y tal vez las alumnas, pero yo nunca pensé que yo estaba en sus noches húmedas. Evidentemente esa declaración me excitó todavía más y empezamos a movernos con frenesí, y ahora reconocí los momentos previos de mi orgasmo, mi piel estaba totalmente erizada, las bocas pegadas y las lenguas jugando en ese prolongado beso. Introdujo su lengua totalmente en mi boca y fue una sensación espectacular sentirme penetrada en la boca y en la vagina y nos corrimos al mismo tiempo. Esa es la sensación más genial del sexo, terminar al mismo tiempo. Jadeamos juntos y nuestro orgasmo duró una eternidad.
Permanecimos unos minutos descansando, sin movernos, la rigidez de su instrumento nunca disminuyó. Nuestra respiración volvió a la normalidad y poco a poco fue sacando su pene cuidando que por la estrechez de mi vagina se fuese a desprender el condón y se me quedará dentro. Al sacarse el preservativo pude darme cuenta que contenía una enorme cantidad de líquido blanco, que (a decir verdad) me hubiera gustado sentir entre mis propios líquidos.
Tomé unos pañuelos desechables que estaban cerca de la mesa y me limpié la humedad de mi vagina, mientras él hacía lo mismo con su enorme y hermoso tronco. Tuve la curiosidad de ver los pañuelos que usé y apenas descubrí un mínimo de sangre en ellos. Nos vestimos sin hablar y él fue a quitar el cerrojo de la puerta y la dejó un poco abierta, cuando creí que estaba lista me dispuse a retirarme, no sin antes darle un beso muy rico en sus labios e introducirle mi lengüita en su boca y probar nuevamente su saliva con sabor a miel.
Sólo atiné a decirle: “Gracias”. Él me contestó: “Gracias a ti, por hacer realidad mi sueño”.
¡Oh!, esa frase nuevamente me halagó como mujer, de buena gana me botaba otra vez la falda y ahora yo me le montaba, pero creo que con una vez que la hormona venza a la neurona es más que suficiente. Así que me retiré. Cuando caminaba por el pasillo me sentía extraña, en lo físico me daba la sensación de que se me notaba la cogida que me acababa de dar mi profesor. Sentía que caminaba con las piernas abiertas como quien ha montado a caballo por un largo rato y al bajar camina con las piernas como vaquero. Les juro a mis queridos lectores que así me sentía (no se vaya a reír de mí). En lo anímico me sentía extraordinaria, me sentía una mujer plena, no una chiquilla tonta, sino una mujer segura de sí y halagada que estuviera en los sueños de alguien tan inteligente y tan exitoso en su campo profesional.
En eso iba cuando una de mis amigas me despertó de mis pensamientos:
- ¿En donde andabas Eva? ¿Por qué tardas tanto? Tenemos casi una hora esperando en la cafetería como quedamos, creímos que ya te habías ido y se te había olvidado la fiesta. ¿Por qué estás tan enrojecida (chapeada)? ¿Tienes calor?
- Luego te platico, vamos, le contesté.
Naturalmente que nunca les platiqué a mis amigas ni a nadie más. Nunca volví a tener otro encuentro con el maestro Arturo, mi primer amor. Yo no era quien iba a destruir una prestigiosa carrera académica buscándolo o platicándole a mis amigas. Además una relación así no tenía futuro. No me imagino platicándole a mis padres: “ya tengo un nuevo novio, es muy culto”, ¿Y quién es? me preguntarían, - Mi maestro de filosofía. Imagínense mis queridos lectores.
Espero que les haya gustado mi relato, yo lo disfruté mucho, como si lo viviera nuevamente. Hasta estoy húmeda ya saben en qué parte. Quién pagará las consecuencias será mi lindo esposo hoy en la noche.
Les mando muchos besitos y espero sus comentarios.
EVITA
Hola Raymundo: Hasta me pusiste nerviosa. Dime en qué año ocurrió tu experiencia y dime si Raymundo es un seudónimo o es tu nombre verdadero. El problema es que en tu comentario anotaste mal tu dirección de correo. Besitos Evita