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Hora de disfrazarse

Ahora llegado el día, la idea carecía menos aun si cabe de interés.

Se lo había prometido a mi compañera por lo tanto no podía faltar.

Mi afición por las novelas negras y el visionado reciente de la serie supongo que tuvo un gran peso en la elección del disfraz.

Ella por su parte iba vestida con el atuendo típico de los dibujos de anime.

No me molesté si quiera en preguntar qué personaje emulaba puesto que no sigo ese arte.

Llegamos a la sala que habían habilitado para la fiesta.

Había mucha gente, más de la que jamás esperaría que hubiese.

La disparidad de atuendos era tal que haciendo memoria no podría más que reseñar los que por referencia se toman como clásicos.

Procuraba no separarme de mi amiga, puesto que estaba en un entorno nada confortable para mi gusto, pero el carácter tan abierto de ella hizo que pronto estuviese en medio de un numeroso grupo disfrutando de una conversación que no parecía terminar.

Me sentía un poco tonto allí de pie, esperando a que ella me rescatase, por lo que recurrí a otro clásico.

Me fui directo a la mesa de aperitivos, por lo menos allí estaría a salvo de miradas.

Además un par de copas siempre ayudan a practicar el insulso arte de intercambiar palabras con desconocidos, que por su forma de hablarte, parecen creer que hayas amanecido junto a ellos.

Estaba absorto en todo ello, cuando un accidental tropiezo con otra asistente me hizo recordar. Eché una ojeada al resto de la sala pero no encontré a mi amiga.

Salí a los jardines por si estaba allí pero no hubo suerte.

Se había ido sin avisar.

Decidí irme, ya tendría unas palabras con ella al día siguiente.

Recogí la chaqueta que había dejado en el perchero.

Al ponerla noté que había algo en el bolsillo.

Era una invitación. Escueta.

Solo se leía una hora y un número de habitación.

Olvidé deciros, que la reunión se celebraba en el salón de actos de un hotel.

Supongo que era una estrategia de cara a la publicitación del mismo, puesto que se inauguraba ese día.

Subí a la habitación a la hora acordada puesto que no encontraba a mi amiga y era ella quien había traído el coche.

Entré con todas las intenciones de tumbarme y descansar, esperando a que en algún momento ella se dignase en llamar para irnos.

Pero allí había otro sobre con otra pista. Esa pista me condujo a otra serie más. Poco a poco fui resolviendo cada acertijo hasta que finalmente me vi en la entrada del hotel.

Una limusina me recogió. El chófer me dijo que había resuelto el enigma y que me llevaba al destino final.

Por el camino hicimos una parada para recoger a otra afortunada. Era una chica que imponía.

Me pasé todo el trayecto callado, en mi rincón del asiento mirando por la ventana, mientras tanto ella hacía disfrute de todas las comodidades del vehículo.

Iba ataviada con un atuendo de guerrera amazona.

El disfraz le sentaba estupendamente, se ajustaba a cada curva de su cuerpo, dejando a la imaginación lo que uno quiera imaginar.

En esas estaba yo. Imaginando mil prácticas junto a ella en aquel lujoso vehículo.

Muy a mi pesar el trayecto no tardó en acabar dejando la mejor parte por acabar.

Bajamos de la limusina, y nos encontramos frente una solitaria cabaña.

No imaginaba qué “premio” podría esperarnos allí pero entré, quedarse fuera no era una opción.

Una serie de estratégicas flechas nos indicaron el camino a seguir.

Llegamos a un cuarto oscuro, literalmente oscuro. Todo él estaba pintado de negro.

Apenas había decoración. La imprescindible cama (se trataba de un dormitorio), un arcón y en el extremo lateral otra puerta.

Como suponía daba al baño.

Nada pintaba muy bien asique decidí salir y pedirle al conductor que me llevase de vuelta al hotel, pero la puerta estaba cerrada y no veía la llave por ningún sitio.

Sobre la cama estaba mi anónima compañía.

Seguía disfrazada y me miraba con ojos de diversión.

Le gustaba el juego.

Me sentó en el borde de la cama. Ella se sentó encima rodeándome con sus piernas, impidiendo que pudiese de alguna manera escapar.

Me propuso un juego. Enumeraría todo lo que encontrase en el baúl y yo podría escoger tres números.

Cuando lo hice sacó disimuladamente los artilugios, pero el juego no acababa ahí. Cada uno de esos objetos llevaba un acertijo propuesto, si lo acertaba, yo dominaría el juego, si no; era ella quien estaba al mando.

Primer acertijo y primer fallo.

El turno es de ella.

Saca a relucir unas esposas. Todo un clásico, pensé.

Se contonea delante de mí, haciéndose la interesante o buscando la manera de sorprenderme, no lo sé. Yo estaba demasiado expectante y ansioso porque fuese lo que fuese comenzase ya.

Y comenzó.

Se acercó, me llevó las manos a la espalda y me esposó.

“Más clásica no se puede ser. Me decepciona”

Saco la funda de la almohada y con ella ato mis manos ya esposadas a una pata de la cama.

No entendía nada.

Se sentó enfrente. Aquella falda tan corta no tapaba mucho y el hecho de estar abierta de piernas no ayudaba a la labor.

Aún llevaba las botas altas puestas.

Se inclinó hacia delante para desabrocharme el pantalón.

Sacó mi polla, ya muy dura, y la dejó a la vista de los dos.

Volvió a la posición inicial.

Empezó a tocarse por encima del tanga. Primero sutilmente y después con más fuerza.

Se veía muy excitada. Me miró de reojo para comprobar que mi interés no había decaído.

De repente se levantó, y acercando su mano me rozo para que pudiese oler lo excitada que estaba. Acerqué la boca para saborearlo, pero ella se apartó y no lo conseguí.

El juego me encantaba y me mantenía muy excitado.

Ahora se puso a cuatro patas. Comenzó a bajarse el tanga.

Tenía el culo más perfecto que he visto.

Con un par de dedos que se llevó antes a la boca se masturbaba más intensamente que antes.

Ahora se podía oler en el ambiente ese olor que queda en la habitación cuando haces que una mujer se corra de placer. Y ella lo estaba haciendo, se estaba corriendo de placer sin mí. Me tenía castigado, sólo me dejaba mirar.

Un gemido corroboró el hecho de que se había corrido completamente.

Se levantó y arrodillándose contra mí, rozó su coño contra la punta de mi polla.

Me moví inultamente intentando metérsela. Ella rápida se levantó impidiéndolo.

Se quitó las botas, se sentó de nuevo en frente, y con sus pequeñitos pies comenzó a masturbarme.

De vez en cuando dejaba caer un poco de saliva sobre mi polla para luego hábilmente extenderla con la lengua. Me moría de ganas porque se la metiese, ya fuese en su estrecho coño o en su pequeña boquita, pero mis deseos no se vieron satisfechos.

Cuando me faltaba poco para correrme, se levantó y se acostó encima de la cama.

Y desde allí sonriente me propuso un nuevo acertijo.

Esta vez tenía la posibilidad de cumplir mis deseos.

Oh oh, otra vez no.

Volví a fallar la pregunta. Como coño podía ser tan imbécil.

Esta vez se trataba de un kit de juguetes.

Estaba compuesto por una funda estriada, una especie de anillo, una “pulsera” de caramelos.

Cogió en primer lugar la pulsera de caramelos.

Me ordenó que me comiese un par, el resto los dejó encima de la cama para más tarde.

Ahora el turno de la funda.

Era una funda estriada, abierta por el extremo superior.

Si no tenía entendido mal era de aquellos juguetes que servían para retardar la corrida del hombre a la vez que su forma estriada estimulaba a la mujer.

Ante la situación dudé de este pensamiento puesto que ella la colocó de manera que las estrías quedasen hacia el interior.

Igual que antes, me empezó a masturbar con los pies haciendo que la funda subiese y bajase a lo largo de toda mi polla.

Las protuberancias me producían una mezcla de cosquillas y placer.

Esta vez ella llevó su papel de dominación al extremo, no sólo impidiéndome hacer nada y dejándome a merced suya; ahora me obligo a que le comiese todo el coño.

Le supliqué que ella hiciese lo mismo con mi polla pero se negó, y no me quedó más remedio que acatar sus órdenes, era su turno de nuevo.

Allí estaba yo, dándole placer a una chica que parecía insaciable y sin recibir nada a cambio.

No llegara a correrse cuando me ordenó parar.

He de confesar que aunque seguía muy excitado la cosa ya perdiera parte de su grandeza.

Sorprendiéndome esta vez, “mi amazona”, me tumbó sobre el suelo y se arrodilló a la altura de mi polla.

Succionó como nunca nadie había hecho antes la parte de ella que no quedaba cubierta por la funda.

Aprovechándose de la protección de esta, apretó los dientes comenzando de nuevo a deslizar la funda a lo largo de mi gran polla.

Era de lo más placentero que había sentido.

Notaba la presión que ejercían sus dientes. Alguna vez temí que llegase a morder de verdad, pero todo se compensaba cuando notaba aquella lengua húmeda dando vueltas sobre la punta de mi polla.

Ver aquella boquita hacerme eso me estaba obligando a contener las imperiosas ganas de correrme.

Ella lo notó y me pidió que esperase.

Cogió la pulsera de caramelos y la metió en la boca chupando cada uno de ellos, luego la colocó sobre su ombligo y me pidió que me corriese en él.

Nunca había hecho nada similar y la idea me encantó.

Cuando terminé, aún tumbada, cogió de nuevo los caramelos y se los llevó a la boca una vez más.

Pero esta vez el tiempo con que deleitaba cada uno de los eslabones se alargaba más y más.

Tercer acertijo…

¡Si!!!!!! Al fin había acertado. Esta vez la fantasía la dominaba yo.

El juguete, unas bolas vibradoras con control remoto.

Tres toques en la puerta.

El tiempo se había agotado. Mi fantasía se quedaba sin cumplir.

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