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"Hola, soy Natalia; me encanta como escribes" Así fue como se presentó, con un mensajito privado. Yo acababa de publicar "Ana y el Lobo" pero no fue sino hasta después de "Pactos Eternos" cuando respondí su mensaje. Tras dos o tres MP fue que nos fuimos al MSN.
- Das otra imagen. Pensé que serías más cachondo- me dijo a los minutos de charla al ver que yo no avanzaba la conversación hacia terrenos calientes. Esa noche se despidió para ir a buscar alguien que sí quisiera intercambiar "te hago esto" "te hago lo otro" y pensé que no volvería a verla; pero al día siguiente su saludo por la mañana y sus disculpas acompañaron mi desayuno.
"Hola, soy Natalia" apareció en mi ventana y me hizo sonreír con su imagen para mostrar de una jovencita vestida de colegiala y expresión perversa. 26 años, piel, cuerpo y rostro muy parecidos a los de la chica de la foto, y habitante también de la Ciudad de México. Me parecía bien su descripción, y mientras no empezara a querer intercambiar cachondeos tenía una charla interesante.
Esa tarde me quedé solo en la oficina. Los empleados celebraban su fiesta de Posada y yo esperaba que una transferencia electrónica acreditara el pago de mi principal cliente. Entre la espera apareció ella, con sus bromas, sus comentarios pícaros, y demás.
- ¿Mucha tensión?- me dijo al notar mi seriedad del momento
- Si, bastante. Necesito hacer un pago a mis proveedores, y me urge que también me depositen.
- En la noche te desquitas con una de esas buenas cogidas como las que nos cuentas en tus relatos.
- Prometido. Ni idea tienes lo bien que me caerá. ¿Se te ocurre algo?
- ¡Ven por mí!- dijo, y reímos- Eres un hombre con el que me gustaría tener sexo de verdad.
- ¡Que bien! Mentiría si dijera que no se me antoja a mí también. ¿Tienes alguna sugerencia o me dejas proponer algo a mí?
- ¡Tengo una sugerencia! Un día de estos podríamos vernos en algún sitio, ir a bailar y de ahí terminar pasando una noche deliciosa en un hotel. ¿Qué te parece?
- Me parece excelente. ¿Qué te parece el viernes? Yo el fin de semana no puedo y después voy a andar ocupado con lo del fin de año. Podríamos cenar si quieres primero; sirve que te doy un regalo de navidad.
- ¡Sí! ¡Regálame un dildo! ¡Un vibrador, mejor! A mi me da penita ir a comprarlos.
- Ok, Que sea un vibrador, pues.
- Y ya que nos vamos a acostar de verdad, ¿me puedes decir ahora sí que piensas hacerme? Yo te adelantaría que me gustaría llenarme la boca con tu pene.
- Natalia….
-Perdona que siempre salga con lo mismo- escribía entre risas- acepto que soy una cachonda. Eso ya lo traigo de familia
- ¿Cómo que de familia?
- Recuerdo desde chica que antes de que muriera mi papá, él y mamá hacían retumbar la casa entera cuando se encerraban en la habitación. Creo que todas las mujeres de la familia nacimos igual de calientes- y seguía con sus risas.
- Lamento mucho lo de tu padre, Natalia.
- No te preocupes, mi mamá lo lamenta mas- y siguió con sus "jajajas"- hay días que ella está verdaderamente insoportable.
- ¿No ha vuelto a establecer una relación con alguien?
- No; quizá es demasiado temerosa o chapada a la antigua. Pero pobre…la he oído a veces masturbándose en su cuarto y después llorando, yo creo que necesitando a mi papá. Ha de estar muy necesitada de sexo.
- Así que te gusta espiar también
- Confieso que algunas veces si. Me excita saber que una mujer como ella pudiera volverse una fiera en la cama. Mira su foto, ahí salgo yo con ella.
- Se le ve bastante bien, guapa, atractiva, si. Es idéntica a ti.
Tras bastantes segundos que pasaron sin que ella respondiera… dijo de pronto:
- Víctor… ¿te cogerías a mi mamá si yo te lo pidiera?- Yo me quedé helado. He tenido suficientes propuestas indecorosas en mi vida, pero esta…
- ¿Qué dices? ¿Cómo con tu mamá?
- No importa si aparte pasa algo entre tú y yo. Ella no tiene por qué enterarse. Sedúcela, hazla pasar una noche inolvidable. Yo sabré como agradecértelo.
- De querer… si, claro, ¿Por qué no? Ella es atractiva, pero… no jodas.
- ¿Y si el viernes en lugar de vernos, tú vienes a traerme el regalito a casa?
- ¿Y me la presentarías ahí antes de irnos?
- Nop, ya habríamos cenado ella y yo… Cuidaría de haber destapado una buena botella de Cava que le fascina y de haber tenido una charla motivante con ella. Le diré que voy a salir a bailar y llegas tú y lo demás es cosa tuya.
- No me gusta la idea, Natalia. Y menos si ella está con copas dentro.
- Hazlo por mí, por favor. No me gusta verla así. Además me cachondea la idea. Y no va a estar borracha, solo algo desinhibida. Ella podrá tomar sus decisiones.
Me quedé pensando.
- Un momento- se oyó una voz por en interfón de la entrada de aquel edificio en la Colonia Condesa, y vino después el chirrido del sistema automático de la puerta. Era un segundo piso, así que me dirigí a la escalera. En eso sonó mi teléfono.
- Ya oí que llegaste. ¡Gracias, te quiero!
- ¿Estás tú ahí? ¿No te ibas a ir a bailar, supuestamente, Natalia?
- Estoy en la azotea, en el cuarto de servicio.
- ¿Y eso para qué?
- ¿Te importa si los espío oyendo detrás de la puerta? Tengo llave, y la puerta de entrada no hace ruido- Detuve mi andar por las escaleras. Eso ya me empezaba a sonar bastante perverso. No solo planeaba yo tirarme en pocos minutos una mujer que aún no conocía, sino que era la madre de la chica con la que yo intentaba tener sexo en esos días.
- Natalia, ¿Por qué no me dices qué es lo que pretendes en realidad?
- ¡Eso! ¡Solo eso! Y hazla feliz ¿si?- y colgó.
Eugenia marcó dos veces el número del teléfono de Natalia, haciendo un mohín de disgusto al final.
- Está fuera del área de servicio- me dijo- no se si vaya a tardar mucho mi hija.
- Qué lástima, me hubiera gustado entregarle mi regalo personalmente.
La madre de Natalia paseaba de un lado para otro del comedor de su departamento, vestida con un largo y ligero vestido color hueso, de amplio vuelo y el torso adornado por un drapeado exquisito que acentuaba la figura de su tórax. De verdad que el parecido con Natalia era asombroso, solo que, claro, dejando notar la diferencia de edades. Alta, de piel blanquísima y cabello rubio hasta los hombros, haciendo resaltar sus ojos negros y su delgado cuerpo.
-¿Amigos de dónde son ustedes?- me preguntó Eugenia tras disculpar a la informal de su hija- De la universidad no creo, pues se ve usted algo mayor que ella.
- Se reirá cuando se lo diga… nos conocimos por Internet
- Ah… ya se… usted es el famoso amigo del… juguete ¿no?
- ¿Del juguete?- pregunté sin saber hasta dónde estaría enterada de mis charlas con Natalia.
- No se asombre. Sé en qué consiste su regalo- dijo con una expresión por demás pícara- Ella y yo nos contamos todo. Al menos eso creo.
- Me alegro de que se tengan tanta confianza- dije ya dudando si ella estaría enterada incluso de lo que habíamos planeado apenas Natalia y yo respecto a ella. Decidí hacer una pequeña prueba-. Bueno, veo que está preparándose para salir a celebrar a algún lado. Creo que será mejor que me retire.
- ¿Se va ya? Yo no pensaba salir de casa. ¿Lo dice por mi vestido? Me gusta andar así normalmente.
- Le sienta muy bien, se ve hermosa realmente.
- Muchas gracias.
Acabamos sentándonos a la mesa, destapando una segunda botella de un Cava que amenazaba con provocarme una feroz resaca para la mañana siguiente, como lo hace todo vino blanco. Platicamos nimiedades, nos reímos, contamos chistes, fumamos como posesos, etc. Una de las cosas que más me divertía era pensar en Natalia espiándonos, y yo haciendo tiempo perversamente, haciéndola esperar. La actitud de Eugenia iba haciéndose cada vez más provocadora, con una permanente sonrisa cachonda y modales mas desinhibidos. Yo le dejaba notar que mi mirada la recorría, que su cuerpo y en general ella toda me gustaba, haciéndola sentirse observada, admirada, así como le encanta a toda mujer ser vista.
Eugenia apagó su enésimo cigarrillo y tras echar fuera el humito me preguntó adquiriendo tono serio.
- ¿Qué buscas en Natalia? Se honesto por favor.
- ¿Tu pregunta es mas bien si busco sexo con tu hija?
- Si, eso
- Cualquiera que la viera a ella, -o a ti, Eugenia- no podría dejar de anhelar gozar de un momento de la más desbordada pasión. ¿Para qué mentirte? Las charlas con ella son fascinantes; es una chica muy interesante y bastante madura para su edad y eso quiero conservarlo; pero si, también me encantaría tener sexo con ella.
Me encantó el arqueo de cejas que puso Eugenia cuando escuchó el "o a ti". Al acabar yo de decir eso se quedó meditando y encendió un nuevo cigarrillo.
- Sexo- dijo, meditando en mis palabras- Sexo- volvió a decir… muy lentamente, como paladeando cada fonema y mordió sus labios, sonriendo.
Eugenia se levantó de la mesa y tras tomar la botella con sus manos, se dirigió a la sala, sentándose en el sillón individual, invitándome con un ademán a sentarme yo en otro de los sofás. Dio un pequeño sorbo de vino, directamente de la botella.
- Natalia me mostró un relato tuyo durante la comida.
- ¿Qué relato fue?
- Qué importa… me gustó- dijo recostándose en el brazo del sillón, subiendo las piernas en el otro y levantando su falda poco a poco, dejando ver sus extremidades inferiores bellamente enfundadas en unas medias de red del mismo color que su vestido. Ella comenzó a acariciar sus piernas lentamente mientras comentaba algo acerca del erotismo, de la forma en que las palabras que leyó en mi relato la habían hecho sentir, de las pulsiones libidinales de las mujeres. Mi vista recorría sus piernas viendo como el vuelo del vestido había sido ya levantado hasta dejar ver por completo su ropa interior. Mi calentura no daba para más. Tomé mi copa y me levanté para llenarla de nuevo, sin dejar de verla obscenamente, pasando de sus piernas a sus ojos, que me observaban mostrando una voracidad incontenible.
- Me gusta escribir así-dije apenas articulando las palabras, por lo excitado que estaba- que cada palabra sea como una caricia al rostro, o a unas piernas tan hermosas como las tuyas, Eugenia.
- ¿Te gustan mis piernas?
- ¿Te dice algo mi mirada?- le repuse sonriendo perversamente.
Eugenia sostuvo mi mirada por varios segundos y entreabrió los labios, jugueteando con la lengua en uno de sus colmillos.
- Demasiado
Tras dejar caer su zapatilla izquierda en el suelo, Eugenia abrió las piernas descaradamente, comenzando a pasear su pié descalzo por mi tórax y dejando ver su entrepierna cubierta solo por una pequeña tanga de encaje blanco, cuya parte central mostraba una enorme mancha de humedad. Con su pié recorrió ella mi pecho, mis brazos, y al llegar a mi barbilla lo tomé suavemente para comenzar a besarlo y a mordisquear lentamente cada uno de sus dedos. Nuestras miradas seguían engarzadas como anillas en una cota de malla; inseparables, indestructibles. Mis manos sostenían su pierna y recorrían su pantorrilla despacio, muy despacio hasta donde pudiera alcanzar, apenas con la punta de mis dedos. Las sensaciones hacían a Eugenia dar pequeños gemidos y mordisquear por momentos su labio inferior.
Mi boca subió desde su pié a lo largo de su pierna aún después de donde sus medias acababan, poniendo mi mejilla sobre su piel para sentir su roce en mi rostro. La carne de sus piernas quedó apresada suavemente entre mis dientes una y otra vez, dándome de su sabor, legándome su aroma hasta que el humor de su caliente vulva y su tibieza fue comenzando a acariciar mi cara. Eugenia jadeaba ansiosa, deseosa de recibir a mi boca en su sexo, pero suavemente fui regresando hacia sus pies, quitando despacio sus medias.
Lamí…chupé… mordisquee sus deditos suavemente. Me deleité fetichistamente con la forma de sus plantas y con la dureza de su talón. Mis dientes atacaron la carne de sus gráciles pantorrillas y de ahí subieron nuevamente hacia su entrepierna abierta, que ahora era acariciada por sus propias manos, las cuales quité suavemente. Quise voltear a ver si Natalia estaría ya espiándonos desde afuera de la ventana que daba de la sala al pasillo, pero no quise romper ese momento. Eugenia soltaba mil y un jadeos dejando escapar su voz en cada uno de ellos. Lentamente hice a un lado el fondillo de su tanga y me acerqué a posar mis labios sobre su vagina, que ya despedía los más maravillosos aromas de excitación.
Mi lengua jugueteó a detalle con cada uno de los pliegues que entre sus labios vaginales pudiera yo encontrar. Saboreó cada uno y dejó escurrir un poco de sus propios néctares una vez que mi boca ya los había recogido y saboreado. Mi boca bebía sedienta de ella, probando con ansiedad sus embriagantes sabores y encendiéndome más a cada segundo. Capturé su clítoris con mis labios, succionándolo solo para lengüetearlo rápidamente alrededor y volver a mamarlo largamente. Eugenia casi se revolcaba en el sillón, presa del placer. Sus calientes gemidos debían de escucharse hasta el sitio donde Natalia se encontraba, y mientras lamía a su madre, me la imaginaba procurando esconderse en un sitio donde pudiera masturbarse a gusto oyéndonos.
Me separé de Eugenia, y tomando la botella de Cava llené mi boca con un largo trago, pegando después mi lengua empapada a su coño nuevamente. La acción de las miles de burbujas que aún tronaban en mi lengua hizo estallar a esa hermosa mujer en un orgasmo fabuloso que debió escucharse hasta el otro lado de la calle. No aún había acabado de venirse, mis manos comenzaron a buscar sus senos, para degustarlos, pero ella me detuvo sonriendo morbosamente.
Eugenia se levantó entonces del sillón y tomando mi mano me encaminó a su habitación, al fondo del pasillo. Cerró la puerta ruidosamente y nuestros labios se unieron en un apasionado beso, mientras que nuestras manos recorrían el cuerpo uno del otro. Apreté sus nalgas, como pegándola mas a mí. Ella también manoseaba mi trasero y abría mi camisa para besar y lamer mi pecho e ir bajando poco a poco, abrir mi pantalón, bajarlo de un solo golpe y emular en mí el trato que mis dientes y labios hicieron en sus piernas.
Apreté los dientes al sentir el rudo placer de su boca mordisqueando la carne de mis muslos, y jadee de gusto cuando su lengua recorría desde mis rodillas hasta mi ingle. Eugenia lamía vorazmente, sacando mi falo por un lado de mi ropa interior. Sin dejar de lamer mi carne, restregó el dorso de su mano alrededor de mis testículos, impregnándolos con mi sudor, para después llevar la mano a su nariz y oler el aroma de mi entrepierna. Mi verga adquiría mayor y mayor tamaño por la excitación de verla saboreándome de esa forma tan intensa, y oliéndome con tanta avidez. Me olvidé incluso de aguzar el oído esperando oír entrar a Natalia al departamento.
Cerré mis ojos y comencé a acariciar el cabello de Eugenia cuando sentí su lengua recorriendo el frenillo de mi falo. Ella quería también dejar su boca impregnada con los sabores de mi sexo y luchaba a fondo para no dejar nada sobre mi piel, ni dentro de ella. Mi pene entró y salió de su boca sin descanso, llevándome por caminos maravillosos donde solo el placer importa. La humedad corría fuera de su boca, de tanto que salivaba con la felación que me regalaba generosa. Un hilillo de baba escurrió a lo largo de mi pierna al escapar del sitio donde ella fagocitaba mi verga con deleite.
Levantándose de pronto, incapaz de esperar más tiempo, me fue jalando con ambas manos hacia la cama.
- ¿Me dejo la ropa o te quieres coger a Eugenia desnuda?
- Me voy a coger a Eugenia desnuda. Me voy a follar a Eugenia completamente encuerada. Pero quiero que ella sea la que se desvista para mí- le repuse sin poder contenerme, haciéndola jadear y abrir más los ojos al escucharme.
Ella solo abrió un par de botones, y su vestido entero cayó al suelo. Su cuerpo maravillaba por su estética y por la capacidad prometedora que conllevaba. A los pocos segundos, nada cubría su piel, dejándose ver únicamente ataviada por el mechón que embellecía el monte de su pubis. Eugenia se dejó caer de espaldas sobre la cama, abriendo las piernas y estirando los brazos por encima de su cabeza.
- Hazme lo que quieras…tómame como mas se te antoje- me dijo casi apretando los dientes de excitación.
Cayendo a su lado, comencé a besarla, mientras manoseaba por entero su cuerpo, acariciando sus piernas, sus nalgas, besando y chupando sus senos. Yo me encontré en la situación de estar apretando una carne que me era tan sublime.
Ella queda de espaldas a la cama. Yo me trepo encima de ella para cogérmela. Al acercarme, ella rueda y me da la espalda. "¡Oh, no! ¡No así!" solo pensé lujuriosamente, y me froté con toda mi lascivia en su trasero, restregándole mi verga en las nalgas. ¿Tiene alguien la noción de lo caliente que es eso? Mis dedos abrieron la abertura se su vagina y me acerqué para penetrarla lentamente. Ella solo abrió sus piernas, poniendo una de ellas en alto, para dejarse penetrar con mayor facilidad y sin reparos. La penetré disfrutando cada centímetro que le fui clavando, sintiéndola estremecerse de placer.
Jalándola gentilmente, quedó ella a gatas y yo de rodillas detrás de ella, sintiendo cómo el canal de su vulva acogía gustoso mi falo erecto que comenzaba a entrar y salir de ella. Eugenia se agarraba de las sábanas con un gusto inmenso, movía el trasero embarrándomelo en el vientre con un furor incontenible, y jadeaba ruidosamente cada vez que mi cadera impactaba sus nalgas con embates hambrientos de recibir placer.
Agarrado a su cadera la embestía con denuedo absoluto, disfrutando aquella nueva conquista a la que me estaba cogiendo. MI atención además estaba presa por la seguridad de que, detrás de la puerta ya estaba aquella chica que me calentaba, escuchándonos, quizá espiando por la cerradura de aquella puerta que cerraba el paso al ruedo donde Eugenia y yo nos apareábamos animalmente, bufando como verdaderas bestias en celo.
Jalándola con mis manos, la fui llevando poco a poco, movimiento tras movimiento al borde de la cama, pudiendo yo quedar de pié en la alfombra de la habitación, asegurándome así mayor soporte para embatir con mi cuerpo hacia los interiores de aquella señora caliente que me estaba dando las nalgas sin condición alguna. Escuché un leve crujir en la puerta de la habitación. Natalia debería estar con la oreja pegada muy cerca del dintel, o agachada viendo a través de la cerradura. Con el morbo que esa idea me provocaba comencé a jalar fuertemente la cadera de Eugenia, y a horadar sin freno la oscura rendija de su coño. Ella apenas pudo bajar uno de sus pies de la cama, dejando su cara pegada al colchón, dejando su vagina en la mejor posición posible para seguir siendo follada.
Eugenia soltaba alaridos de placer de manera enloquecida. Solo de oírla mi palo se paraba más a cada segundo que pasaba. Yo la jalaba con ímpetu desmedido, con unas ganas inmensas. Sentir a esa mujer dándome las nalgas era sencillamente prodigioso. Es de esas cosas que uno no espera vivir nunca, pero que las disfruta hasta el límite cuando llegan a presentarse.
- Me gusta sentirme dominada…. Sigue… -clamaba a gritos Eugenia- Eso me gustó de ti. Móntame como a una puta.
Sus solas palabras me enloquecían. En mi mente tuve la conciencia de cual relato era el que ella había leído y solo de pensarlo me incitaba a cogérmela sin darle descanso.
- Dime lo que les decías a las chicas de tus relatos. Quiero oír como suena en tus labios- me decía Eugenia haciéndome correr el riesgo de correrme nada mas de escucharla. Decidí complacerla. Pasé de las frases que le dije a mi amada Tanya a las que solté a bocajarro a Sol, y de ahí brinqué a las de Alejandra y sus piernas suaves a las de aquella Sonia que hasta hace poco ocupó mi corazón por completo. Cada palabra mía era como un detonante para la cachondez de esa hembra que me estaba tirando. Eugenia bramaba enloquecida al escucharme, al sentirme enloquecido clavándole mi verga; y eso, como a toda hembra, la llevaba al éxtasis mas absoluto.
Se la extraje de un solo movimiento y la hice girar con mis manos. Quise tirarme a Eugenia de frente y mirar sus ojos al momento de venirme. Ella subió sus pies a mi pecho, dándome un espacio realmente profundo en su coño en donde pudiera clavársela a mi más completo antojo. Pocas veces me he tirado a una hembra mas dispuesta a ser penetrada tal como a uno le venga en gana.
La posición era excelente. Mi palo entraba y salía hasta lo más profundo de ella, mientras que con sus dedos se acariciaba el ano de una manera por demás invitante. ¿Por qué no me la cogí por el culo? No se, no me pregunten. Simplemente no lo hice, y listo. Llevaba ya cerca de media hora enterrando mi falo dentro de su cuerpo, y a mi edad eso cobra cuentas. Comencé a cansarme. Afortunadamente, sus palabras fueron el salvavidas de mi honor.
- ¿Por qué volteas a la puerta? Estamos solos. ¿Qué es lo que tanto te excita?
Se dio cuenta de mis miradas subrepticias a la puerta de la habitación. ¿Se habría dado cuenta de que yo procuraba notar si Natalia nos espiaba? En un primer momento, la erección que me causó la idea fue más que suficiente para seguírmela cogiendo, pero… en un arranque de lujuria movió sus caderas demencialmente, mientras jadeaba enloquecida diciéndome
- ¡Dame más, cabrón! Que rico va a sentir mi hija cuando te la cojas así- y comenzó a retorcerse con los primeros estertores del orgasmo.
¿Aguantar? ¡Aguanten eso ustedes! Yo no pude.
No era necesario que Eugenia fuera una experta interpretando actitudes. De inmediato se dio cuenta que yo estaba ya por venirme. El placer me envolvía, se me desparramaba por todo el cuerpo como una catarata torrencial cuyo cauce era imposible detener. Ella me sacó de su cuerpo y tomó mi pene con sus pies, haciéndome darme el placer final en medio de ellos. Su mano dirigió mi verga hacia su vientre, lugar en el cual estallé al tiempo de salvajes gruñidos surgían de mi garganta nombrándola… - ¡¡¡¡Eugenia… Eugenia… preciosa!!!!
Tras haber eyaculado en su vientre, Eugenia esparció mi semen por su cuerpo con sus manos. Verla casi me provoca otro orgasmo. Era hermoso ver a esa mujer maravillosa embarrándose mi leche por toda su piel. Las fuerzas me abandonaron y caí, cuan pesado soy, sobre su cuerpo mojado y caliente, jadeando cansado y enloquecido de placer. Nos besamos como novios quinceañeros; su boca intentaba robar cada milímetro de mis labios y adherir a ella cuanta piel pudiera.
El agua de la regadera me devolvió a la vida. Que rico… agua tibia, noche fría, ganas aún insatisfechas del todo. Tuve la conciencia de que Natalia se habría ido a su habitación, o habría salido ya del departamento, ricamente masturbada o tan caliente que estuviera en la puerta esperando que yo saliera, o que cualquier macho la incitara para desfogarse enteramente encima de su cuerpo. Eugenia frotó mi cuerpo bajo el agua antes de empezar a masturbarme. Y lo hizo de manera tan prodigiosa- como la zapatera- que a los pocos minutos yo eyaculé de nuevo, gritando mientras mi semen caía sobre sus piernas bajo la lluvia tibia de la regadera.
Caí sobre mis talones y disfruté la lluvia que el baño me daba. Eugenia me sonreía y besaba el rostro.
- Es increíble, Andariego, me vine seis veces, papito- me dijo sin que yo pudiera creerle. Yo solo noté dos veces.
Al estarme secando, ella se recostó sobre la cama y encendió pronta un nuevo cigarrillo. Su sonrisa me llenaba, me decía que yo había cumplido, que la había satisfecho cabalmente. No solo mi cuerpo estaba lleno a plenitud sino también mi voraz ego.
Eugenia aspiró el humo del cigarrillo, lo retuvo en sus pulmones y tras exhalarlo me miró con cara de que algo más quería.
- Llévame por una copa, papito. Se me antoja un tequila y aquí no tengo.
Yo solo me reí y me estiré ante ella, mientras pensaba que en la Colonia Condesa sobran bares. La verdad solo quería ya acostarme y dormir. Obvio, no se podía en su casa.
- Espera- le dije- voy a dejar el regalito de navidad en el cuarto de Natalia- le dije moviendo la caja del dildo muy cerca del rostro de Eugenia. Ella abrió los ojos, sorprendentemente alarmada.
- ¡No, espera! Yo se lo doy cuando ella llegue- me dijo balbuceando. Yo eché a reír.
- ¿Por qué? La idea era esa. Sirve que veo el estilo de ella para mi siguiente visita- agregué guiñándole un ojo perversamente.
Eugenia continuó negándose, extrañamente azorada por mi pretensión. La risa desapareció entonces por completo de mi rostro, y ahí, frente a mí, la venda que obstruía mi comprensión cayó de mis ojos.
- Ya decía yo que Natalia era demasiado madura para su edad- le dije mientras ella giraba el rostro para evitar mi mirada. – No hay Natalia, ¿verdad?- agregué y ella quedó en silencio, con la mirada al piso.
- ¿Estás molesto, amor?
- ¿Tú que crees?- le dije con intenciones de salir de ahí cuanto antes. Era todo eso tan estúpido que de verdad me provocó risa. - ¡Igual que a un pinche principiante, chingada madre!- dije entre salobres risas a la vez que comenzaba a recoger mi ropa del suelo para vestirme.
- Si la hay, Víctor… Hola, soy Natalia. Fui yo desde el principio.
- ¿Por qué todo este cuento, Eugenia, Natalia, o co’ chingaos te llames? ¿Tanto te apena ser tú misma?
- No me avergüenzo de mí, escúchame. Sí tengo una hija, muy parecida a como te la describí. Yo soy Natalia y ella es Eugenia, pero es ajena a todo esto y no tengo una buena relación con ella; casi ni nos hablamos. No sé si incluso siga siendo virgen a sus 25 años.
- ¿Entonces? ¿Por qué tantas mentiras, Natalia? ¿Cuál es tu juego?
- ¡El calentarte y calentarme haciéndome pasar por la niña que te pide te tires a su madre! ¡El verte enloquecido por creer que mi hija nos espía mientras me coges! ¡El sentirte cogiéndome y al mismo tiempo oír que repetías el nombre de mi hija! ¡El poder tener sexo con alguien que me pareciera lo suficientemente pervertido y de confianza a la vez! ¡Ese es el juego, Víctor! De habértelo dicho desde el principio no hubiera sido igual.
No pude contestarle así nomás. Todo se me revolvía interiormente.
- Así es, no hubiera sido igual. Pero de todas formas no me gusta.
- Me gustó que no hayas accedido al cybersexo, me gustó que cuando llegaste no te hubieras lanzado sobre mí y más bien procuraras ser agradable. Me gustó mucho más lo que acaba de pasar. No me arrepiento de haberte traído así aquí.
Hubo silencio y mutis durante algunos segundos. Aquella situación me molestaba y encantaba a la vez; aquella mujer me desagradaba por haberme engañado, y al mismo tiempo la admiraba y fascinaba por eso mismo, y por el tamaño de sus apetitos. Finalmente suspiré y le sonreí.
- No es tan tarde, Natalia ¿Vamos por una copa?
Su expresión se fue suavizando de a poco, hasta que sonrió también.
- ¿Amigos?
- Ok, Amigos.
- ¿Vamos en mi carro? Me dan miedo las motos.
- Ok, vale. En tu carro.
- ¿Escribirás un relato sobre esto, Andariego?
- ¿Cómo crees? Estás loca.
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