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Marta y Pili eran dos maduras hermanas. La primera era la mayor de las dos, seis años mayor, sin embargo era más bajita, con unas tetas no muy grandes pero bien puestas. Estaba casada y tenía dos hijos, por lo que su cuerpo acusaba aquellos dos embarazos. Tenía el pelo rizado y de color castaño, sus ojos verdes encandilaban a cualquier hombre.
Pili era soltera y cuidaba su físico incluso con alguna operación estética. Al no haber tenido ningún hijo, su cuerpo se conservaba mejor que el de la hermana, además era más joven. Siendo la menor había salido mucho más alta que la otra, estando cerca del metro setenta y cinco. Sus tetas fueron una de las cosas que se operó y se había aumentado varias tallas, mostrando unos buenos volúmenes que excitaban a todos los hombres. Las dos tenían una cosa en común, sus hermosos culos. Eran de anchas caderas y generosos traseros, sin duda un placer empujarlas por detrás.
Una tarde estaban las dos a solas en casa de Marta, era una tarde tranquila y hablaban de sus vidas. Tenían buena amistad y bastante confianza entre ellas, por lo que trataban de cualquier tema. Desde los más banales como el tiempo, los más profundos como el sentido de la vida y hasta los más íntimos como las relaciones sexuales de cada una o los genitales del marido de Marta. Aquella tarde, después de hablar un poco de todo hasta llegar al tema sexual, en el que Pili estaba últimamente bastante interesada, llegaron al tema de los genitales de los hombres.
-Como te cuento Marta, la otra noche me acosté con un chaval diez años menor que yo. Era monísimo, encantador, pero cuando nos fuimos a la cama y me enseño su polla, no te veas que chasco…
-Te salió rana… - dijo la otra mientras fregaba.
-Si la hubiese tenido como una rana por lo menos… - bromeó Pili – se la chupé por más de una hora pero no se le levantó. Al final me chupó un poco a mí y después de correrme nos separamos.
-¡Pili, cada día estás más puta!
-Si tú estuvieras soltera ¿no harías los mismo?
-No creo… ahora mismo me conformo con lo que tiene mi marido, que no es que sea como la de un caballo, pero me satisface.
-¿Has probado alguna vez la de otro hombre que no sea la de Enrique?
-Solamente he tenido dos experiencias sexuales sin mi marido, una antes de casarme y la otra hace un mes.
-¡Así que le has puesto los cuernos a tu marido! – Dijo Pili interesándose. - ¡Cuéntame, cuéntame!
-¡Déjame, no quiero recordarlo! – Marta se empezó a poner colorada. - ¡Me da vergüenza!
-Vamos, yo te he contado lo de la otra noche… ¡Anímate!
-Veras, - empezó a hablar después de que la hermana le insistiera un poco – hace un mes una compañera me pidió que la sustituyera todo el mes en el hospital. Llegué allí el primer día y me asignaron a la planta cuarta, donde se recuperan los que han pasado por quirófano. La primera semana estaba de mañana y entre todos los enfermos me fijé en un chaval de veinte años, Jorge se llamaba.
-¡No me digas más! – Le interrumpió Pili. – ¡No me digas que te enrollaste con un chaval de veinte!
-Me da vergüenza confesar esto, así que no me interrumpas más que no sigo… - y la hermana cayó y prestó toda su atención.
-Él estaba allí por una caída de moto. Se había dañado los dos brazos y tras la operación no podía utilizarlos. Por supuesto que allí estaban su madre y su padre que lo ayudaban en todo.
Pili la miraba y se impacientaba por que llegara al momento en que le hizo lo que fuera. Ella siempre fue muy caliente y se masturbaba con asiduidad, aquella historia que le contaba la hermana le estaba poniendo cardiaca y se tendría que masturbar en breve.
-Era un chico encantador y siempre me gastaba bromas. Su madre o su padre le regañaban pues poco a poco se fueron convirtiendo en piropos a mi persona. La verdad es que aquello me gustaba y buscaba cualquier escusa para entrar en su habitación cuidando de su tratamiento o del paciente de la cama de al lado. Me gustaba escucharlo decirme aquellas cosas.
-¿Y cómo te lo tiraste con el padre o la madre por allí? – Preguntó Pili.
-Ese fue el problema. A la semana siguiente yo estaba en el turno de noche. El miércoles la madre me habló de que al día siguiente no podían estar ninguno de los dos por la noche y Jorge se quedaría solo. Me pidió que si yo podía prestarle un poco más de atención por si necesitaba algo. Como era lógico le dije que no habría ningún problema.
Entré aquella noche a las diez de la noche y después de ver las tareas que tenía en mi turno pude ver que en su habitación solamente estaba él. Sobre las diez y media me dirigí a su habitación esperando encontrarlo solo. Al entrar aún estaba su madre.
-Hola buenas noches, cómo esta el enfermo esta noche. – Pregunté y esperé que lanzara alguna de sus gracias.
-Hoy dice que le duelen los brazos un poco más. – Contestó su madre. - ¿Estará un poco más pendiente de él esta noche?
-¡Claro, sin problema! – Le respondí. – Voy a ver ahora mismo a los demás enfermos y vuelvo en una hora para ver cómo sigue.
-¡Muchas gracias! – Me decía la preocupada madre.
Pasé por las habitaciones que tenía asignadas y pude ver cómo su madre salió de la habitación camino al ascensor. Seguí viendo al resto de pacientes y sobre las doce volví a darle una vuelta a Jorge.
-¡Si muero aquí espero que los ángeles del cielo sean como tú! – Ya se había animado un poco y volvía con sus piropos.
-¿Te duele un poco menos los brazos?
-Desde que te he visto entrar lo único que me duele es el corazón.
Sus piropos y bromas me gustaban y la verdad es que era guapo, joven pero bastante guapo. Para serte sincera me excitó el hecho de que estando los dos solos en la habitación me dijera aquello y sentí un cosquilleo por mi sexo, empecé a mojar mis bragas.
-Eres un pícaro que lo único que quieres es que te den cariñitos. – Le dije.
Él me sonreía con una hermosa sonrisa y empezamos a hablar de nuestras vidas. El me contó cómo le ocurrió el accidente y algo de su vida. Yo, al sentirme algo atraída, de las primeras cosas que le dejé claro es que era veinte años mayor que él y que estaba felizmente casada y con hijos. Creo que se notó demasiado que me estaba justificando. Cuando me di cuenta había pasado más de una hora de charla.
-¡Bueno, duerme ya que es tarde y tienes que descansar!
-¡Me gustaría que fueras mi madre!
-Y para qué…
-Para que me dieras tu cariño.
Sonreí y salí de la habitación tras apagarle la luz. Aquella última frase "para que me dieras tu cariño" me había calentado aún más y sentía que mi coño se volvía a humedecer. Volví a mis tareas y después de dar los medicamentos a los pacientes de turno, me fui a la sala de descanso que teníamos en la planta para tomar un café. Entre y allí estaba preparando café mi compañera Maite.
-¿Quieres un café? – Me preguntó.
-Sí, gracias.
-Has estado muy ocupada en la habitación 405 ¿no?
-¿Cómo…? – Pregunté pues no sabía bien de que me hablaba.
-Te has llevado más de una hora en la habitación… Si tienes alguna necesidad yo te cubro.
-¡Por Dios Maite! – Le dije cuando vi lo que quería insinuar. – Es un chiquillo de veinte años. Podría ser mi hijo.
-Vale, no te enfades, pero hay gente a la que le gusta el incesto…
Seguimos tomando el café y no volvimos a hablar de aquello más, pero la duda me la había creado y mi mente rumiaba la idea mientras escuchaba a Maite hablar de muchas cosas. Había estado más de una hora hablando con él en la habitación, estando allí siempre esperaba a que me dijera algo y las veces que lo había hecho esa noche acabé mojando mis bragas. Creo que algo de razón si tenía Maite, pero no lo iba a reconocer.
-Marta, está sonando el aviso de la habitación 405, ¿quieres que vaya yo a ver que quiere?
-No te preocupes, ya voy yo que es de mis habitaciones…
-Vale, si necesitas "algo" toca el avisador de la habitación y no tendrás molestias…
Salí de la sala de descanso y me dirigí a la habitación. Tenía la televisión aún encendida y no tuve que encender ninguna luz.
-¿Qué necesitas cariño?
-Me estoy orinando y no puedo más…
-Vale, ¿te pongo la cuña para que orines?
-No, preferiría ir al servicio y así me muevo un poco que me estoy quedando agarrotado de estar en la misma postura.
Me acerqué a la cama y lo ayudé a bajar. Caminamos por la habitación y le abrí la puerta del baño. Entró y yo fui a cerrar la puerta.
-¡Espera! – Me dijo. – No puedo yo solo.
Era verdad, sus manos no las podía utilizar y allí no tenía a nadie más para que lo ayudara. Entonces me dije "eres una profesional" y entré en el baño para ayudarlo. Se colocó delante del inodoro y yo me coloqué detrás de él. Le bajé los pantalones hasta las rodillas y me fijé en su joven culo. Tenía un aspecto de dureza. Aquella imagen me empezaba a calentar y sentí que de nuevo mis flujos empezaban a aflorar mojando mis bragas.
Entonces llegó lo peor. Con mi mano derecha y desde atrás agarré su pene y lo apunté a la taza del inodoro. Del desnudo glande comenzó a brotar la orina y aquella imagen me dio una nueva carga de excitación. Mi cuerpo estaba pegado al suyo y sentía la calidez de su joven cuerpo. Por momentos me sentía más excitada y mi mente se esforzaba por que no cayera en la tentación. Si me pillaban haciendo algo con un paciente podía suponer mi despido, pero me producía tanta excitación.
-¿Ya has acabado? – Le pregunté.
-Sacúdemela un poco para que no manche el pijama.
-Sólo un poco… - le dije pero sabía bien lo que él quería que empezaba a coincidir con lo que yo deseaba.
La meneé un poco y algunas gotas de su orina salieron, pero empecé a sentir que su pene se iba poniendo más grande y duro. Sabía que no debía, pero alargué la mano y toque el avisador de la habitación para que Maite entendiera lo que allí iba a ocurrir.
-Jorge, ¿te gusta que te ayude a orinar? – Ya iba directa a por él y mis bragas estaban más mojadas de lo que nunca lo estuvieron con ningún otro hombre.
-¡Marta, estaba deseando que me ayudaras! ¡Tú si que sabes ayudar a los pacientes!
Ya no le sacudía el pene, no, ya le estaba haciendo una paja en toda regla. En pocos segundos tenía la joven y vigorosa polla a máximo tamaño y dureza. Sin duda le excitaba sobre manera el tema de que una enfermera le hiciera una paja.
-¡Oh Marta! ¡Me voy a correr de gusto!
-No, espera, yo quiero más…
Paré y lo giré para que su polla apuntara en mi dirección. Me puse de cuclillas delante de él y su cara cambió cuando empecé a chupar su polla. La sentía palpitar dentro de mi boca. Empezó a moverse como si follarse mi boca. De vez en cuando me la metía a fondo y sentía su gordo glande que tocaba mi garganta produciéndome arcadas.
Me saqué la polla de la boca y le masturbé un poco con la mano. Su cara empezó a mostrarme que estaba a punto de tener un orgasmo y entonces pensé en donde depositar el semen que saliera, pero no me daba tiempo a apuntarlo a ningún lado y era evidente que iba a comenzar a descargar en pocos segundos. No se me ocurrió otra cosa. Abrí mi boca y me metí su glande dentro, rodeando la polla con mis labios para que no se escapara nada fuera. Seguí moviendo la mano y sentí el primer chorro de semen que me llegó hasta el fondo de mi garganta.
Casi me ahoga la enorme cantidad de semen que brotaba de mi joven paciente. Cómo pude tragué sin dejar de acariciar el endurecido tubo de aquel manantial. Nunca había probado el semen de ningún hombre, ni siquiera el de mi marido y esa noche para que no quedara ningún rastro que me pudiera delatar, me tragué el de un joven extraño. La verdad es que desde aquel día me gustó su sabor y he mamado más de una vez a mi marido Enrique hasta que su semen me ha llenado la boca y lo he tragado.
Después quiso penetrarme, pero lo paré. Aquello era exponerse demasiado. Cuando llegué por la mañana a casa y antes de que se despertaran mi marido y mis hijos, le eché un buen polvo a Enrique pues traía una calentura tremenda y las bragas totalmente mojadas.
-Yo me hubiera aprovechado y le hubiera echado un polvo al chaval. – Dijo Pili que también tenía las bragas mojadas después de escuchar a su hermana.
-Era demasiado riesgo Pili y veo que tú estás demasiado caliente.
-La verdad es que cada vez estoy peor.
CONTINUARÁ.
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