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Historia del chip (038): Una nueva Kim (Kim 014)

En la playa, Kim se relajó. Entre el sol y las olas su desnudez le parecía mucho más natural, y gran parte de las mujeres mostraban sus pechos, incluso alguna estaba completamente desnuda. Ese lugar resultaba adecuado para su atuendo, si es que podía llamarse así, aunque al mojarse se pegaba a su pubis y tardaba bastante en secarse. Roger le untaba de crema todas las mañanas antes de salir del hotel y así no tenía que preocuparse de mantenerse alejada del sol.



Un día a Roger se le ocurrió que podían jugar al voleibol, en su variante moderna. Cada equipo constaba de dos chicas y un chico. El chico ganador recibía un masaje de las chicas del equipo perdedor. La vestimenta de Kim no era la más apropiada para el juego. La mayoría de las chicas se ponían un bañador, o un dos piezas consistente, mientras que Kim jugaba con su taparrabos. Los tacones y los pendientes se mantenían a la sombra de la bolsa de playa.



Casi siempre se juntaba una pequeña multitud a observar la partida y Kim perdía hiciera lo que hiciera, además de mostrarle al mundo continuamente su pubis afeitado y los labios húmedos. Daba un masaje al ganador o Roger lo recibía de las perdedoras. Sin contar con las fotografías captando todo su cuerpo extendido y sin ocultar absolutamente nada. Por detrás, por delante o de lado. Mientras actuaba como si llevara un bikini o algo más. Las instantáneas hacían honor a su belleza, las piernas alargadas, los pechos moviéndose en completa libertad, los brazos llevados hacia arriba tratando de alcanzar la pelota, el culo duro al prepararse para el salto. Sin olvidar, las poses con las piernas bien abiertas, expectante a la hora de recibir, y con suerte el minúsculo trozo de tela elevado debido al viento o al giro de las caderas, si Kim había corregido la posición. Estas fotos quedaban expuestas en la web, con la única limitación de llevar incorporado el software anti-id. Cualquiera que conociese a Kim, la distinguiría a la primera, aunque el software no permitía poner nombre o asociar referencias internas o externas. El cuerpo desnudo quedaba inmortalizado para siempre.



A pesar de perder los primeros días, siguieron jugando y pronto empezaron a ganar. La recompensa y el esfuerzo eran asimétricos. Para una Kim agotada en sudor, el baño frío en el mar después del ejercicio era básicamente su premio. Para un Roger eufórico, dos hembras bellas, dispuestas a darle un masaje y puede que algo más. Sin contar que Kim se exhibía al completo y sus pechos le dolían después de cada partida. Y como regalo. El roce en sus pies descalzos, el resto de jugadores solía llevar algún tipo de zapatillas. Los tacones de Kim, su único y exclusivo calzado, no le hubieran aportado nada bueno. Por ello, Kim solía mantener los talones bien altos para evitar el calor de la arena, lo que se añadía al cansancio. Roger lamentaba no poder explayarse contemplando las piernas elevadas de Kim, así que terminó por ir al expendedor de Córcega-vb y elegir algunas de las fotos y tomas de las partidas, bastando un gesto para enviarlas a su buzón, la máquina identificaba a la persona gracias a la yema de los dedos. Kim, que estaba junto a él si habían ganado, observaba que tipos de fotos elegía, sin dejar de mirarse a sí misma, desnuda y ofrecida al mundo. Y sentía cada vez más la necesidad de agradar a un Roger, cautivado por las fotos de ella. O mejor, como pronto comprendió, por su cuerpo.



*—*—*



—Llegaremos tarde— le gritó Kim.



Y vio como Roger le decía desde el agua que preparase la bolsa. Metió corriendo la toalla de ambos, sacó las gorras y esperó a que él se pusiera sus zapatillas de plástico.



Hoy se estaban bañando en el extremo sur y la partida de voleibol era mucho más arriba, casi a medio kilómetro de allí. Roger tuvo tiempo ponerse una camiseta y salieron corriendo: una extraña pareja a todas luces, el chico con zapatillas, bañador, camiseta y gorra. Ella únicamente con un estrecho taparrabos y una visera amplia, cuidando de mantener los talones bien altos para no hacer sufrir sus pies. En la carrera, los pechos bamboleaban de lado a lado sin que ella pareciera estar pensando de ello. El pequeño trozo de tela entre sus piernas no ofrecía protección, moviéndose de un extremo a otro o elevándose gracias al movimiento de las caderas. Corría con soltura y elegancia.



Un observador sutil hubiera percibido los cambios en Kim: mantenía el estómago más apretado, las nalgas más elevadas, los talones en altura, los pechos más firmes, los pezones más rígidos y todo el cuerpo, más felino. Sin un ápice de inhibición.



Cuando jugaba al voleibol, saltaba al máximo en cada jugada, rozándose si era necesario con la red o con su compañera en su rutilante y cómodo bañador. Si por necesidad del juego, debía tirarse al suelo, no se preocupaba del roce de su pecho o el pezón con la arena. El culo firme y elevado, tonificado al máximo, mostrado con ventaja para el espectador cuando se inclinaba a la hora de esperar el saque del contrario. Uno de los pocos momentos en los que bajaba los talones y soportaba el calor de la arena en la planta de los pies. Después de cada punto ganador, se juntaban los tres en un abrazo, y empujaba sus pechos alzados con los brazos bien abiertos hacia los cuerpos cubiertos de sus compañeros, dónde quedaban claramente comprimidos unos segundos. Antes de abandonar la meleé, Roger y Debra, la otra jugadora habitual, le daban un golpe en la nalga que les quedaba más cercana, al unísono. Un fuerte golpe, sonoro, antes de prepararse para el siguiente punto.



La metamorfosis de Kim se debía al apremio y el deseo de agradar a Roger con todas sus fuerzas, quien le otorgaba un orgasmo justo antes de dormir. Él se pasaba horas mirando las fotos de ella, a tamaño natural, expuestas en la pared del dormitorio del hotel. Podía estar diez minutos comentando una foto, sobre una pierna estilizada o como el pecho se erguía o se inclinaba. Kim no conseguía identificarse con la chica que contemplaba en la pared. Trataba de verse con los ojos de Roger, llenarse de sus fantasías de mujeres perfectas, inalcanzables. Si los días eran para la exhibición, las noches se volvieron intimistas. Kim aprendió a sugerir fetichismos, mostrar un erotismo menos felino y más orientado al disfrute sosegado de su amante.



El corsé, largo y estrecho iba desde las caderas hasta la base de los pechos, elevándolos sin compasión desde un tubo estrecho a unas semicopas abiertas, ofreciendo sus tetas y obligando a Kim a tratar de alzarlas un poco y evitar los bordes, rellenos de pequeños salientes. Podía conseguirlo si respiraba con lentitud y desviando el aire a la zona de los hombros. La cintura, inmovilizada no podía ayudarla en eso. El atuendo al menos conseguía que los pechos y las caderas pareciesen mucho mayores. Tres pequeñas borlas, colgadas desde un aro rodeando el cuello. Terminaban en su escote y si se movían lo suficiente, sonaban al agitarse y rozaban los pezones, ofreciéndoles una mezcla de sensaciones: una era un amasijo de cuerda burda, suficiente para irritar. La segunda era metálica y provocaba en el pezón una sensación de frialdad, que lo endurecía más. Y la tercera era la más insidiosa, consistiendo en un agregado de rejillas de una fibra como la del hilo dental. En ocasiones un pezón terminaba penetrando en el interior de los huecos de la bola, rozando la fibra y obligando a agitar los pechos para soltarla. La propia Kim había ideado la tortura, adaptándose a las fantasías de Roger, después de haber leído sus escritos eróticos.



Las borlas se movían después de cada nueva foto o si Kim deseaba una caricia en sus pezones. Un pequeño juego de voluntades se escondía tras ese desafío. Las gozosas puntas, esperando ansiosamente los dedos de su amo, y los impacientes dedos, queriendo volver a sus lugares preferidos. Kim debía usar sus pechos para impulsar las borlas y en el billar subsiguiente, excitar lo suficiente a Roger y obligarle a sucumbir a sus encantos. El precio, claro está, era alto: los pezones recibían el contacto eléctrico del metal, la caricia agobiante de la cuerda o el roce endiablado de la fibra, mientras la parte inferior de los pechos rozaban los salientes de las copas, tan cuidadosamente evitados durante unos minutos. Kim creía que el coste a pagar era bajo, pues Roger, a pesar de haber eyaculado después de la ducha de ella, no podía evitar su excitación.



Se colocaba con las piernas debajo de las nalgas, cómoda, pues el colchón evitaba molestias a las rodillas. En los tobillos, unos amplios aros con unas borlas iguales a las que se escondían entre sus pechos. Las pelotitas se posaban en la planta de los pies, estimulándolos y torturándolos a partes iguales. Roger elegía una borla y la posaba suavemente excitando la suela maltratada por la arena. Antes o después terminaba moviéndose, provocándose a sí misma, las borlas de los pezones aleteando.



*—*—*



Ya llevaban dos meses en la isla y Kim empezaba a pensar que nunca había estado en otro lugar. Roger desaparecía durante horas en ocasiones. Ese tiempo era aprovechado por Kim haciendo ejercicio, tonificando músculos y broceándose.



Los días eran para exhibirla, para llegado el anochecer empezar la tortura sensual y metódica. Pero por alguna razón, Roger varió la rutina. Ese atardecer la llevó a una tienda dónde Kim se probó una falda elegida por él. Corta y abierta, con mucho vuelo. Kim pensó que no iba a cubrirla lo suficiente. Viéndose en el espejo confirmó sus temores. La tela ni siquiera se acercaba a la piel, su solidez y la forma de campana lo impedían. Roger le pidió que diese unos pasos. Kim obedeció y supo que la cosa sería todavía peor. La falda se levantó como si la gravedad no existiese. Cada cadera empujaba hacia arriba la minúscula tela.



El segundo presente era una redecilla metálica del mismo color negro. Roger se lo colocó sobre los pechos allí mismo. Era como un sujetador apretado. Los pezones se escaparon y los senos se veían como si no llevara nada.



El conjunto exudaba sexo vulgar. Kim no pensaba que a Roger le gustase verla con ese atuendo. Hablaban muchas veces de ese tema, disfrutaban contemplado a las chicas, comentando lo bien que una falda, unos tacones o un top exiguo le sentaba a una mujer.



Después, Kim tuvo que cambiar de calzado, a tacones negros y con plataforma. Curiosamente la altura de los tacones era menor. Le extrañó que Roger se hubiera planteado bajarle la altura, conocedora de que adoraba tenerla siempre elevada. Pero ciertamente las plataformas terminaban por llevarla más arriba. Le dolieron las pantorrillas así que se mantuvo sin tocar el suelo con los tacones de los zapatos.



Por último, le cambió los pendientes por unos aros de plástico y le ofreció unas pulseras doradas y una tobillera, que colocó en el tobillo izquierdo. Salvo la boca roja, todo lo llevaba de negro y dorado. El conjunto desentonaba un poco y Kim no se sintió atractiva.



Roger le compró una barra de labios negra y Kim fue a maquillarse con su nuevo color. También tuvo que pintarse los pezones. Después de pagar al contado, Roger la llevó a cenar.



Kim se sintió como una prostituta. Y posiblemente esa era la idea en conjunto. Terminada la cena, fueron a una pensión cercana. El lugar le resulto tan poco acogedor que Kim se paró en seco a la entrada.



—¿Algún problema? — preguntó Roger.



—¿He hecho algo mal? — preguntó Kim



Roger le dio un beso para tranquilizarla.



—Amor, eso no es posible. Es una nueva fase. Te prometo que te adaptaras pronto.



—¿A qué?



Roger jugó con los pezones puntiagudos y sobresalidos entre la redecilla.



—No nos vamos a quedar aquí. Sólo he venido a buscar una cosa.



Kim suspiró aliviada. Roger recogió algo de la mísera recepción, pero Kim se quedó con las ganas de saber que contenía la caja que le entregaron. Dio las gracias a la chica que miró con cierto aire de diversión envuelto en desdén a Kim.



Ya en la calle, Roger buscó un banco y se sentaron. Kim estaba acostumbrada a la frialdad del metal y la falda sólo estorbaba y no tenía utilidad aparentemente. Prefería ir con su cordel taparrabos y sus pendientes rojos que rozaban su piel.



Roger abrió la caja. Dentro había un consolador... Negro. No era demasiado grande, lo que tranquilizó a Kim después de la primera impresión, sabiendo para quién era. Le costaba reconocer en Roger, la extrema vulgaridad, la falta de tacto. Kim reconocía que la estaba poniendo a prueba sin lograr adivinar qué pretendía.



—Póntelo. Detrás— ordenó Roger.



Kim se incorporó y llevó el culo hacia atrás para colocárselo. Habían probado consoladores antes pero nunca en plena calle. A Roger no le gustaba que usase lubricante. El dolor no era excesivo pero la humillación sí.



Cuando ya lo tenía dentro, Roger la atrajo y la besó. Kim reaccionó automáticamente, mojándose y endureciendo los pechos. Roger acarició los pezones antes de pellizcarlos con fuerza. Kim ya había cerrado los ojos y se había despreocupado de que alguien pudiera observarlos, tal y como tenían establecido.



Por primera vez en mucho tiempo, Kim se sintió abrumada. Cualquiera que pasase la vería como una prostituta, ofreciéndose a un cliente. No parecería una relación de pareja o unos novios pasionales sino una simple transacción.



Roger no dejó que Kim descansase hasta pasado un buen rato. Ésta sabía que después de tanto tiempo en ese banco bastantes personas habrían visto el sobeo. Esperó el último pellizco de despedida con cierta ansia. Roger no la decepcionó y tuvo que soportar cinco en cada pezón.



Abrió los ojos. Los pezones estaban acostumbrados a ese trato, estando Kim tan incómoda que había vuelto a su vida anterior por un rato. Los dos se habían dado cuenta y, aun así, Kim prefirió decírselo.



—Esa era la idea, amor—. Le dijo Roger.



—Tengo una propuesta para ti. Puedes pensártela esta noche.



—¿Desde cuándo puedo escoger? — preguntó Kim y con ganas de acariciarse un pezón mientras el culo empezaba a protestar un poco.



—Tengo curiosidad por saber qué prefieres... O ser prostituta o aceptar intercambios con mis amigos.



—¿Qué tipo de intercambio? — preguntó Kim. Roger volvió a coger los pezones. Kim se colocó de manera que le resultase más cómodo. El pellizco fue brusco.



—Es una especie de club. Yo te presto a otros y obtengo a cambio derecho a sus parejas.



—La prostitución no me atrae. Ya lo has visto— resumió Kim.



—Sabía que escogerías la segunda alternativa.



—Eres un idiota, Roger. ¿Tanto te costaba decírmelo? ¿Te avergonzabas?



Roger volvió a pellizcarla. Kim tuvo que contenerse para no pegar un respingo. Ya había aceptado el dolor cotidianamente, ahora había crueldad en los gestos de Roger.



—No me avergüenzo. Al contrario, estoy orgulloso de ti. Quería que supieras como era la antigua Kim, que pudieses recordarla. Ahora prefieres estar desnuda a llevar ropa.



—¡Depende de la ropa! Menudo tramposo. ¿Puedo quitarme ya todo esto? — preguntó.



—Claro que no. Yo tengo que viajar unos días. Te dejaré en casa de un amigo dentro de un rato. Él decidirá que tienes que llevar puesto.



—¿Cuándo volverás? — preguntó Kim.



—Pronto. Pero no importa. Quiero que estés orgullosa de ser prestada. Te usarán como deseen y mis preferencias son que elijas el dolor por encima del placer, no tengas orgasmos y te penetren primordialmente por detrás— explicó Roger.



—¿Y si me obligan a otra cosa?



—Usa tu criterio. No eres una esclava. Eres mi pareja. Y si no quieres estar con mis amigos, no tienes por qué ofrecerte.



—Pero tú quieres que lo haga— especificó Kim.



—Sí. Por cierto, me llevo a una preciosa brasileña conmigo.



—¿La pareja de mi anfitrión?



—Exactamente.



—¿Por qué el consolador? Presiento que algo va mal.



Roger se encogió de hombros.



—Quizás esté enfermo, por tratarte de esta manera.



—No digas tonterías, Roger. ¿Por qué no estás contento? Ni siquiera has disfrutado de jugar con mis pezones.



—Ella es muy atractiva.



—¿Crees que tendré un ataque de celos y te dejaré? — preguntó Kim casi sin creérselo.



—Eso siempre puede ocurrir.



Kim se acordó de que no tenían mucho tiempo.



—Dejemos de hablar. Ya que tengo que competir con una beldad, deja que haga el trabajo. Busca un sitio donde puedas follarme.



Se escondieron detrás de un bar cerrado en la playa. Kim no se quitó nada, no era necesario y Roger se quedó desnudo. Era extraño que Roger se dejase tocar y Kim supo que algo iba realmente mal. ¿Pensaba que no iba a volver a verla? El primer polvo fue en el coño húmedo y el segundo en la boca, con el consolador en el ano.



Roger la dejó en casa de su amigo y no llegó a presentárselo. La brasileña salió de la casa y le dio un beso de tornillo a los dos. Iba vestida exactamente igual que Kim lo que hizo que ella entendiese un poco más el vestido de esa noche. Se sintió agradecida a su idea. ¡Le estaba diciendo que pensaría en ella!



La chica era despampanante. Kim, más que celos, sintió que era maravilloso que Roger pudiera disfrutar de ella y más que fuera porque ella se ofrecía a cambio. Antes de despedirse, Roger le dijo que podía vestir como quisiese y que podía tirar lo que llevaba puesto. Agradeció la propuesta.



El lugar resultó una especie de hermandad. Todos los chicos se llaman Mike, siendo Mike 2 el que abrió la puerta. Todas las chicas se llaman India y a Kim le sorprendió lo increíblemente sensuales que eran.



Mike 2 tuvo el sentido común de sacarla del salón a los pocos minutos. La condujo a una habitación con una cama doble. Después de indicarles dónde estaba el baño, trajo una toalla y le dijo dónde estaba su habitación por si necesitaba algo.



—Gracias, Mike. Creo que Roger quiere que me entregue a sus amigos, pero no sé qué debo hacer.



Mike se rio.



—La mujer que se fue con Roger es mi pareja. Puedes llamarla India 2. Así que en principio dormiré solo salvo que desees dormir conmigo. Pero acabas de llegar. Dudo que quieras estar con un desconocido.



Pero Kim no le dejó irse.



—Sería una desconsideración. Y tengo órdenes de Roger. ¿Cómo hacéis las cosas aquí? ¿Voy yo a tu habitación o vienes tú aquí?



—Ven a la mía, esta habitación es pequeña y no tiene baño propio. Y no vamos a usar la de Roger, claro.



Kim se quedó estupefacta al descubrir que Roger tenía una habitación aquí. Habían estado en un hotel todo el tiempo. Mike se explicó.



—Aquí no siempre hay intimidad, Kim. Creo que Roger pretendía tenerte toda para él. Algo que es fácil de comprender.



Kim le sonrió agradeciendo el piropo.



—Tu mujer es espectacular. No puedo compararme. Aunque sea algo infantil... ¿no tienes celos?



Ya estaban yendo hacia su habitación así que Mike se giró para contestar.



—Bueno, es un intercambio. La variedad es muy satisfactoria. No podría exigirle que estuviese sólo conmigo, no creo que quisiese. ¿Tu sólo has estado con Roger?



—Prácticamente. No sé si te decepcionaré.



—Eso, Kim, es completamente imposible.



—En todo caso, quiero evitar tener orgasmos y en la medida de lo posible prefiero ser penetrada por detrás.



—Tus deseos son órdenes. ¿No es injusto para ti?



Kim ya se había quitado todo menos los zapatos.



—En absoluto, yo cumplo los deseos de Roger, pero si quieres hacer otra cosa conmigo, hazla.



—No soy un obseso sexual, por difícil que pueda parecer. Por ahora, prefiero conocerte. ¿Te apetece un baño?



—¡Sería fantástico!


Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
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