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No hubo muchos prolegómenos. Primero, ‘vestir a Daphne’ con la venda y atarle las manos a la espalda, que sintió como sus brazos quedaban uno junto al otro. No sabía qué le había puesto Jennifer, pero era muy incómodo. Los codos parecían unidos con cemento. Gimió.
—Tendrás que acostumbrarte. Quiero ofrecerte así a los hombres. No he apretado del todo, con el tiempo lo llevarás más fuerte. Ahora voy a maquillarte.
Daphne no acierta a apreciar que le pone, quizás algo de un rojo brillante. Jennifer le pone una segunda venda, algo que Daphne considera totalmente innecesario. El juego empieza de inmediato, escuchando los jadeos de sus compañeros de cama que ni siquiera la tocan. Pero durante la noche van despertándola y usan su cuerpo para excitarse, sobre todo los pechos y el culo. En ocasiones las manos recorren sus piernas suaves, depiladas el lunes como es habitual. Daphne aprecia el deseo en las yemas que la inspeccionaban. Sigue oyendo jadeos y respiraciones entrecortadas. Distingue los orgasmos post—chip de Jennifer, los que tanto envidiaba. Le excita oírlos, aunque nadie se preocupa por ella. De repente un pezón arde. El pellizco había sido muy fuerte. Luego Renoir lo besa como si se disculpara para, al momento, pellizcar el otro. Pero deja la lengua en el primero. Está bastante rato repitiendo el acto. Jennifer le acaricia la planta de los pies y también pone su mano allí. Los dos amantes se duermen así con sus manos entre el tanga húmedo de H4.
Por la mañana hacen el amor de nuevo con ella en medio. Por fin Jennifer le quita la venda, aunque no el maldito sujeta brazos. La besa con cariño y le acaricia los pechos bien ofrecidos ante la situación de los brazos a la espalda.
—Gracias, H4. Gracias— dijo Jennifer mientras excitaba a Daphne. —¿Podrías limpiarme?
Daphne asiente. Volvería a producir leche. Cuando empieza, siente el sabor del esperma de Renoir mezclado con el líquido vaginal de A1. Está a punto de vomitar. Jennifer, al darse cuenta, se lo explica.
—Es tu lengua, que ya está adquiriendo sus nuevas habilidades. Siempre sentirás el esperma amargo, como el café. Por eso, te surge en la boca a veces el sabor a esperma. Lo confundes con el amargor mientras que mi líquido vaginal te sabe a dulce. No te preocupes, te acostumbrarás en seguida.
Daphne sigue con la exhaustiva limpieza de la cavidad repleta de líquido. Hay algo más: sus orejas. Recuerda el tema de los lóbulos. Siente como la parte interior de los muslos le acarician la zona. Una oleada de excitación la lleva a suspirar y detener su acción de sorber a su ama. Inmediatamente continúa, a Jennifer no le gustaba que interrumpiese el movimiento. Cuando siente que ya la ha secado lo suficiente, Jennifer no puede evitar preguntar.
—Han sido los lóbulos, ¿verdad? Ya era hora. Ahora podré excitarte acariciando tus orejas y las plantas de tus pies. Así tus pechos y tu clítoris serán para tus amantes. Hay que mejorar lo de los hombros, quiero esos pechos bien expuestos, ahora les falta pasión. Has estado demasiado quieta. No nos has acompañado en nuestro placer y con todo para ser la primera vez que hacemos un trío, estoy satisfecha.
No deja de acariciarle los lóbulos. Daphne apenas escucha, oleadas de placer recorren todo su cuerpo. Quiere que Jennifer le acaricie los pechos y tire de su clítoris, ansiando un ‘lento’, no un ‘rápido.’ Jennifer lo impide
—No puede ser, Daphne querida. Romperíamos el encanto de la velada. El tanga se queda puesto en la cama, te sienta divinamente. Puedo estar unos minutos con tus pezones.
Daphne acepta con una súplica. Cuando A1 termina con ellos, le duelen de tanto ser estimulados. Los ha tironeado como tanto le gusta, los ha pellizcado, rozando con los pulgares. Para terminar, una caricia perfilando cada oreja y le suelta los brazos, que hacía horas estaban completamente dormidos. Jennifer pellizca los dos pezones a la vez, con tanta fuerza que H4 pega un grito.
—Recuerda que tus pezones son para excitar a los demás. Irás aprendiendo poco a poco. En cuanto recuperes la sensación en los brazos, te quitas el tanga y te pegas un chapuzón bien largo, hasta que sientas el cuerpo helado. Luego nadas diez minutos. Cuando subas, ya estará el desayuno. Y quiero que busques el momento adecuado para darle las gracias a Renoir por la noche que hemos pasado con él. Debes besarle con pasión, dejar que te sobe. Si no lo hace, lleva sus manos a tus pechos y a tu culo. Pero no a tu vagina, eso sólo lo debe decidir él. Quiero que estés por lo menos cinco minutos pegada a su cuerpo, a sus manos y a sus labios. Más o menos como si llevaras el perfume y tuvieras la necesidad de ser violada. Convéncele de que le deseas, de que la sesión nocturna no fue suficiente.
En cuanto recupera sus brazos, H4 se lanza al agua. Al volver al barco, espera a secarse al aire antes de entrar. Renoir y A1 la pueden ver a través de los cristales. Parecen enfrascados en alguna conversación. Daphne se siente cohibida. Ni siquiera reparan en su desnudez. Le hubiera gustado que se hubieran quedado con la vista pegada a su cuerpo exhibido, al menos él.
No le gusta Renoir, ni le deja de gustar. Era extraño el tener que ofrecerse sin contrapartidas. Los devaneos de Jennifer la estaban volviendo loca. Pasaba de momentos de placer a la euforia o de la humillación más escabrosa al más sutil de los erotismos. Pero esa manera de ofrecerse a un hombre además de vulgar tampoco parecía gustarle demasiado a Renoir. Seguro que hubiera preferido a estar a solas con Jennifer.
Disfruta del panorama un rato. Pronto se pondrían en marcha y habría trabajo con las velas, los cabos y un montón de cosas que no entendía. En un mundo de robots, autómatas y pócimas sexuales parecía sorprendente navegar en un barco a vela. Daphne sabe que ese era el erotismo al que debe aferrarse. Recordaba infinidad de escenas de películas con mujeres desnudas o en bikini junto al mar, en un yate o algo similar. Jennifer le parecía estar diciendo algo más. Aprovecha para realizar unos estiramientos y meditar sobre el tema. Sólo se le ocurre una cosa. En esas películas, las chicas aparecían a disposición del mafioso de turno o el político corrupto. Casi nadie sabía sus nombres. Eran simples cuerpos esbeltos y exhibidos. Ya estaba todo bien puesto en la mesa cuando entró. Y era un banquete más que un desayuno. Jennifer le señala un plato.
—Puedes comer lo que quieras, siempre que sea razonable.
Daphne agradece el detalle. ¿Por fin iba a confiar en ella? Hacia tanto tiempo que no escogía lo que comía... Con un gesto, da a entender que había escuchado a su ama. Se sienta junto a Renoir, teniendo que acercar la silla. No había prestado demasiada atención al cuerpo de Daphne a través del cristal, ahora no tendría más remedio.
—Gracias, Jennifer. Es un alivio. ¿Sabes, Renoir que sólo he podido adelgazar gracias al estricto régimen que me ha impuesto A1? ¿Crees que ya estoy lo suficientemente delgada?
Daphne se incorpora, pone las manos en la nuca y se gira. Renoir se queda mirando fijamente la cintura de H4, que ningún observador en sus cabales consideraría ancha.
—Bueno, no soy un experto, pero en mi opinión es una cintura adecuada, estrecha y esbelta— dice Renoir sin apartar la mirada salvo un breve instante en el Jennifer abre los brazos diciendo algo así como a mí no me mires. Daphne sigue con el tema.
—¿Te importaría llevar tus manos aquí?
Casi sin darle posibilidad a que reaccione, se acerca un poco, retira sus manos de la nuca y conduce las manos de Renoir al talle recién inspeccionado.
—Por favor, siéntete libre para comprobar su tamaño. No te dejes engañar por los ojos. Dime si consideras proporcionado el conjunto. Sube y baja para apreciar si resulta lo suficientemente atractivo.
Renoir, como todo hombre aprende rápidamente en la pubertad, queda sumido en la duda de adónde encaminar sus manos. Deja la vista en el cuerpo de Daphne y palpa torpemente arriba y abajo. Daphne le reprende.
—No es esa la forma en que se aprecian las formas de una mujer. ¿Sabes cuánto tiempo llevo a dieta? ¿O La cantidad de ejercicio que hago? Pregúntale a Jennifer. Y después de las confianzas nocturnas no debería haber inhibiciones entre nosotros. Hazlo así.
Daphne empuja las manos de Renoir a los pechos turgentes, obligándole a calcular su peso, a contornearlos y auscultarlos. Luego conduce por los laterales y le sugiere perfilar con lentitud hasta las caderas. De ahí, manda las manos a las nalgas donde un movimiento semejante al que se había producido en los pechos solo puede llevar a un final que consiste en que Renoir recorra con los dedos los labios expuestos de H4.
—Suavemente— dice H4. —Hace mucho que no he estado con un hombre y mi timidez me ha coartado demasiado. Pero tú también has resultado un caballero, salvo en la cama. ¿Puedo besarte?
Nuevamente, Daphne no espera a recibir contestación. Abre las piernas y eleva una hasta que puede sentarse en el regazo de Renoir. Lo besa con toda la pasión de la que es capaz. Junta su cuerpo al de él y no deja de restregarse como una hembra en celo y muerta de hambre. Sólo se detiene cuando Renoir tiene una erección de caballo.
—Bien, creo que he pasado el examen. Para una vez que puedo comer lo que quiera... ¿Te importaría esperar para tu postre o a la mejor prefieres que te lo dé Jennifer?
Levantado la pierna y realizando el gesto contrario se incorpora con agilidad. Coge un croissant y le da un bocado. Sus acompañantes no han visto nunca a nadie saborear tanto una pasta. Daphne busca el café y se sirve una pequeña taza. Jennifer le acerca unas nueces y le unta una tostada con mantequilla y mermelada.
—Daphne, cuando hayas terminado de desayunar, quiero preguntarte una cosa.
Jennifer le informa sin dejar de observarla. Daphne nunca le ha visto una mirada tan amorosa.
—Puedo acabar ya... si es tan importante— le dice Daphne, esperanzada de que no se lo pida. Las dos se echan a reír. Renoir nota su complicidad y H4 nota un cambio en su semblante. Su dureza extrema pasa a una cordialidad que no ha visto hasta este momento.
—Ni se te ocurra, Jennifer. Me encanta apreciar sus encantos. No siempre una mujer desayuna desnuda en mi barco. No rompas la magia.
Daphne, dando a entender que un piropo así merece respuesta, se pone de pie, da una vuelta completa y hace una salutación. Se vuelve a sentar y recorre la mesa con la mirada escaneando los platos. Quiere sabores que ya no recuerde. Jennifer le acerca un bizcocho, antes de dárselo le dice: “Con moderación”. A Daphne se le alegra la cara y se corta un trozo fino. Mientras se lo toma, el deleite que siente le provoca una especie de delirio, casi mejor, de sensación de estar en el paraíso. Termina chupándose los dedos.
—Si te tomas igual de en serio el asunto que dejaste pendiente...
Daphne no se da por aludida. Se decide por el café y lo saborea. Es la primera vez que lo disfruta, casi sin importarle el sabor a esperma que rezuma. La química mágica de Jennifer. Mira a Jennifer.
—Renoir sólo tiene que pedirlo. Si hasta alturas tiene dudas, sería el hombre más tonto que he conocido. Por cierto, lo que sobra aquí es tu bañador. Seguro que aprecia más a dos mujeres desnudas que a una sola. Aunque, claro, tu cuerpo remendado no llama tanto la atención.
Jennifer se lanza a por Daphne. Renoir también se levanta. Daphne consigue besar a Jennifer y le cuchichea: “Vamos a por él”. Jennifer se quita el bañador y agarra por el cuello a Renoir, que por fin comprende el juego. Están dos horas revolcándose. Para Daphne estar de igual a igual con los amantes la llena de confianza. Cuando terminan, saciados y satisfechos, tiene una lágrima. Jennifer la recoge con la lengua y la engulle.
Daphne sabe que algo está pasando. Confía plenamente en Jennifer, sin dejar de comprender que todo es una pantomima. Quiere decir algo, antes los dedos de A1 van a su boca e indican silencio. Como si estuviera todo preparado, sus compañeros se levantan y dicen: “Vamos a nadar.”
Renoir antes de saltar cuida de bajar las dos escalerillas del barco. En cuanto se juntan los tres en el agua, comienzan a bracear y alejarse. Sólo cuando el barco está bastante lejos, paran. Daphne ya está helada y cansada. Hace muchos largos en la piscina y de alguna manera es distinto. El mar siempre parece diferente. El cerebro está inquieto ante lo desconocido.
El cuerpo modificado de Jennifer puede estar sin respirar minutos y el frío no le va a hacer el mismo efecto. Y, al parecer, Renoir tiene capacidades similares. El miedo ha comenzado a apoderarse del cerebro de Daphne y puede que de su cuerpo. Jennifer la besa para calmarla.
—Quédate tranquila. Puede darte aire de mis pulmones. Todo el que haga falta. Hay un islote a unos minutos. Nadaremos hasta allí. Al sol no tendrás frío.
Cuando llegan, tienen que ayudarla a salir. Está congelada. No lo entiende. Es el caribe. El agua no está tan fría. Debe estar enferma.
Renoir y Jennifer la ponen entre ellos y esperan a que reaccione. Daphne se duerme. Cuando se despierta, hacen el amor durante casi dos horas. Daphne se dice a sí misma que se podría acostumbrar a ello: aire libre, un mar entero para ellos solitos, una chica con un cuerpo perfecto y un chico que mejoraría en unos días y cuya capacidad para otorgar placer era infinita.
La orgía es intensiva. Daphne tiene que indicarle a Renoir que sería imposible mantener la apariencia de que estuviera más por ella que por Jennifer, con su cuerpo perfecto. A Jennifer le sorprende la insistencia de Daphne en sentirse inferior. Decide seguirle el juego y terminan como en el barco. Una pareja entregada una al otro con una sumisa de complemento. La diferencia es que a Daphne se le otorga la posibilidad de sentir placer extremo salvo por la imposibilidad de los orgasmos.
Daphne casi ha decidido volverse religiosa. Renoir le acaricia los lóbulos de las orejas mientras que Jennifer le toca los pies, exactamente en los lugares que requieren atención. Se lleva el pene de Renoir a su boca, su lengua saborea también el olor de Jennifer. Hasta su culo había sido modificado, estaba claro. Olía bien. Esperaron a que terminara. Daphne hacía que el teatro tuviese emoción.
—Podría acostumbrarme a esto — explica Daphne antes de volver a dormitar un poco.
—¿Es el momento? — dice Jennifer, al aparecer a Renoir, ya que Daphne no la entiende
—Nunca es el momento— parece replicar Renoir. Daphne se incorpora con cuidado. Ya no parece tener síntomas de ninguna enfermedad.
—¿El momento para darme un achuchón? — les dice con sorna. Se vuelven sorprendidos. Jennifer reacciona antes.
—El momento de dejarte abandonada en este islote, por decir que mi cuerpo...— Jennifer hace una pausa, el resuello no le permite continuar.
...remendado— termina Renoir la frase. Los tres se ríen. Daphne mira a Jennifer. Incluso en esas circunstancias se siente excitada al contemplarla. Y Renoir ya le parece más atractivo que antes. Seguro que le han puesto algo en la comida.
—Bueno, hicieron un buen trabajo, por qué negarlo— dijo Daphne. Los dos se acercan a ella.
—¿Ya estás bien? — pregunta Jennifer, algo preocupada.
—Perfectamente. Debió ser un bajón o algo así. Quizás si durmiese de vez cuando en vez de acercarme a inmundos seres solo pendientes de sexo.
—Entonces es el momento de explicarte qué haces aquí.
Renoir las mira fijamente, Daphne comprende que él toma las decisiones, no Jennifer.
—Hace años fui reclutada, Daphne.
—¿Reclutada? ¿Por quién?
—Por nuestro gobierno. Por una de sus agencias. Mi nuevo cuerpo y la entrada en la escuela de modelos me fue impuesta.
Daphne por fin entiende que Jennifer tuviese tantas modificaciones ajenas a las que una modelo necesitaba para desarrollar su trabajo.
—¿No tomaste tú la decisión, entonces?
Jennifer mira a Renoir, indecisa
—Es algo complicado de explicar. Renoir tampoco es completamente libre de tomar sus decisiones.
—¿Y qué tiene que ver esto conmigo?
—Me pidieron que te reclutase
—¿A mí? ¿Qué utilidad puedo tener yo?
—Mucha —interviene Renoir. —Es mejor una pareja.
Daphne no pensó que estuvieran hablando en serio.
—No entiendo la propuesta. ¿Qué se supone que deberé hacer?
Renoir se lo explica
—Sólo tendrás que apoyar a Jennifer. Y siendo amantes, no debería ser tan difícil.
Daphne sigue con algo de frío, a pesar de haberse secado al sol.
—¿Y si no acepto? ¿Me habéis hecho algo? ¿Por qué sigo con frío?
Jennifer se asusta y miró a Renoir, tratando de sonsacarle.
—Tengo órdenes —dijo Renoir, encogiendo los hombros.
Jennifer y Daphne se miran con asombro. Jennifer reacciona antes.
—¿Qué pasa si no acepta? ¿Pretendes dejarla aquí?
—Sería un accidente, Jennifer. La debilidad que siente ahora sería debida a un corte de digestión.
—Yo puedo nadar hasta el barco y traerlo —replicó Jennifer, molesta, y sobre todo, asustada.
—Eso te traería problemas, Jennifer. Esperemos a ver que decide Daphne, antes que nada.
Daphne no tiene dudas.
—No pienso ser el muñeco de nadie. No deseo esa vida.
Jennifer se queda sorprendida, no reconociendo esa faceta suya, con tanto coraje.
Renoir se queda estupefacto.
—¿Ni siquiera vas a intentarlo?
Daphne se niega.
—No, el mero hecho que alguien puede pensar en asesinarme me indica que no sois los buenos. Prefiero morir.
Renoir se queda en blanco. La cara pálida y sombría. Jennifer y Daphne se cogen de la mano. Jennifer no tiene el aplomo de Daphne, pero prefiere compartir su suerte a ni siquiera pensar en dejar a Daphne abandonada allí.
—Nunca hubiera cumplido la amenaza, Daphne. Iba de farol —explicó Renoir.
Las dos mujeres respiraron aliviadas.
—Entonces… ¿qué pasa ahora? —pregunta Jennifer.
—Poca cosa. Las dos estáis fuera de la agencia. Y yo cambiaré de fisonomía. Iba a ocurrir de todas maneras. Aunque deis mi descripción, no servirá para rastrearme.
—Entonces… ¿yo también estoy fuera? —preguntó Jennifer, necesitando la confirmación.
—Sí. Eres libre. Daphne, duerme un rato más. Prefiero volver cuando te sientas más fuerte.
Daphne asiente.
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