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Historia del chip 025 - Los nuevos pendientes - Irma 007

Esa noche, -en el hotel-, Irma notó como la excitación de Galatea duró mucho más rato de lo habitual. Terminó con la lengua cansada. Durmió con su cordel de protección. Le resultaba curioso llevarlo en la cama y no durante el día. Cuando reflexionó sobre ello a la mañana siguiente, le resultó obvio. En horizontal el riesgo era evidente, pero debía ser menor rodeada de gente o exigida por su amante fuera de un ámbito íntimo.



La playa no estaba demasiado cerca caminando. Les habían dicho que a unos quince minutos. Irma no acertaba a comprender por qué Galatea había escogido un hotel tan distante del mar. Tuvieron una nueva sesión entre los labios sonrosados y siempre húmedos de Galatea, que tuvo la delicadeza de acariciar los dañados y dolientes lóbulos de su amante mientras a su vez era agasajada por los labios, la lengua y los pendientes en los muslos.



Una vez acabado el trabajo se dieron uno de esos lotes de besos que sólo los amantes profundamente enamorados se permiten. Además de que era su segundo día de vacaciones. Pronto acabaron los brazos de Irma en su casi eterna posición detrás de la nuca. Agradecida de que por fin sus pechos se convirtieran en protagonistas, dio un suspiro.



—A mí también me gusta. Son perfectos. Vas a ver lo mucho que va a disfrutar la gente contemplándolos— dijo Galatea sin dejar de corroborar con los dedos lo que su vista apreciaba y su mente tenía como objeto de deleite.



Irma no sabía a qué se refería. ¿Iba a ir en topless? ¿Hasta la playa? Ya sabía que allí estaría con los pechos al aire ¿pero todo el camino? Pensó que Galatea estaba bromeando. Cuando acabó la sesión pectoral, desayunaron. Las dos desnudas salvo el cordel salvador de Irma y los pendientes colgando de los nuevos agujeros recién hechos. Algo que había ocurrido tantas veces durante ese último año que Irma ya no llevaba la cuenta. Pero no había conseguido acostumbrarse.



—Bueno, ya está bien de jugar con tus pezones por un rato. Vamos a tomar el sol— propuso. Sacó los trajes de baño y le dio el sucinto tanga a Irma mientras se ponía su bikini rojo. Cubría perfectamente los centros de poder femeninos.



El tanga, -también rojo brillante-, de Irma se resumía en un triángulo como en el de Galatea, pero mucho más liviano. Las únicas sujeciones eran a las caderas y por detrás el cordel era casi inexistente. Irma ya lo conocía de cuando fueron a comprarlo. Los labios se perfilaban. En realidad, era como una membrana que se adaptaba a la forma de la piel. La carne no se vería, si bien la forma exacta de los órganos sexuales de Irma no quedaría oculta. Estaban muy de moda. Además de extremadamente caros, algo así como un mes de sueldo de Irma y resultaban difíciles de conseguir. Galatea quiso que fuera de lados iguales, por lo que el pubis sin pelo de Irma se contemplaba vibrante. El vendedor había garantizado que si detectaba fluido vaginal el bañador pasaba a ser de color verde. Los hombres se volvían locos por tener algo así para sus chicas. Una gota de excitación segregada quedaba tan anunciada como sus erecciones.



Antes de salir, Galatea le quitó los pendientes a Irma. Y, a modo de trueque sacó un pareo y unas zapatillas. Se las calzó y se ajustó el pareo. Ahora únicamente su espalda y sus piernas quedaban al descubierto. Se vislumbraba que llevaba un bikini por debajo.



Irma comprendió que iba a ir con lo puesto. Prácticamente desnuda y descalza. Y una sola gota de su seca vagina sería suficiente para delatarla. Galatea cerró la puerta con la tarjeta y la codificó con su voz. La tarjeta se quedó en recepción, con los ojos de la preciosa mujer asiática que atendía incapaz de retirar la mirada de los pechos desnudos que, -por encima del mostrador-, se exhibían sin pudor aparente. Y, al darse la vuelta, las nalgas de igual manera. Estuvo a punto de informarlas de que la playa estaba bastante lejos. Sólo que cuando quiso hacerlo las dos mujeres ya estaban fuera.



Esta fase podía ser la más difícil del proyecto. Y Lena debía confiar en el instinto de Galatea. Si el tanga cambiaba a verde demasiado pronto o si Irma se amilanaba deberían cambiar de planes.



Irma no entendió por qué habían girado a la izquierda estando el mar a la derecha, pero se dejó llevar por Galatea, las dos cogidas de la mano. Creyó que no aguantaría. estaba muy excitada, más después de la sesión mañanera y el día anterior. Decir algo no sería más que añadir munición a usar en su contra.



Entraron en una oficina de correos. No sabía dónde meterse con el supuesto atuendo playero. Las chicas del mostrador sonrieron al verla ataviada tan frívolamente. Galatea les dio un código y pronto por una bandeja salió un paquete y agradeció el servicio antes de coger de nuevo por la mano a Irma, que no había dejado de sonreír. Quizás la gente se fijaría así más en su cara que en el resto de su cuerpo expuesto, siendo la desesperación la que controlaba sus pensamientos.



Ahora sí que fueron en dirección a la playa. Irma creyó que la suerte, por una vez, estaba de su parte. Las pocas personas que encontraron no dejaron de hacer un buen repaso al cuerpo tan bellamente presentado, pero no se entretuvieron. El tanga seguía rojo e Irma se detuvo.



—No podré seguir mucho más, Galatea— confesó Irma. Era mejor decir la verdad.



—Lo imaginaba. Has aguantado muchísimo. Abramos el paquete para que veas lo que hay dentro.



Se trataba de unos pendientes con unas hebras metálicas cortas. Al menos dos lo eran, la tercera caía hasta cerca de los hombros. Irma las tocó. Acababan en unas esferas de distintos tamaños. La más pequeña era dorada, la siguiente era negra y la última y más grande, roja. Pero lo más preocupante era que no se ajustaban como un pendiente normal a través de un orificio. Llevaban pinzas.



A Irma los lóbulos todavía le dolían del reciente piercing y quedaba por lo menos un día como mínimo para que el dolor desapareciese. ¿Y ahora le regalaba unos pendientes de pinzas? Sin contar con el peso. O el movimiento caótico de cada bola. Miró a Galatea indicando que quería saber cuánto apretaría la pinza. Esta señaló el problema.



—Tiene que apretar bastante o se soltarían con el movimiento. Pero quizás te ayuden a mantener la excitación a raya— le explicó Galatea, admirada. Lena se iba a quedar con una verdadera joya. No podía ni imaginarse cómo Irma no la había violado todavía durante ese trayecto.



No hizo falta decir nada más. Miraron a cada lado y sólo muy a lo lejos había alguien. Irma se colocó en la postura adecuada con los pechos bien al frente y los codos en la nuca, más para evitar un castigo que por ganas. Galatea sólo acarició levemente los pezones y los lóbulos de las orejas, sabedora de como excitaría esto a Irma antes de soltar la primera pinza. Irma reaccionó bajando algo los brazos y llevando la mano a su lóbulo doblemente dañado. Estaba tan cerca en la nuca que podía parecer algo inevitable. Sin inmutarse, Galatea colocó el segundo artilugio en su lugar. Los pechos volvieron a recibir atenciones antes de que Irma oyese el chasquido. Alguien se acercaba así que las dos comenzaron a andar de nuevo.



—Estás perfecta, Irma. No te preocupes por el pequeño fallo. Es comprensible— afirmó Galatea, comprensiva. Irma trató de mantener la sonrisa mientras las bolas tiraban de los lóbulos hacia abajo. Las bolas rojas rozaban los hombros y bamboleaban a un lado y a otro. Al menos quedaban a juego con su tanga rojo, si es que seguía de ese color. Las otras dos bolas parecían tener vida propia y los tirones de cada una de ellas era un martirio por sí mismo. Se despreocupó de sus tetas al aire, su culo expuesto o sus interminables piernas. Bastante tenía con seguir el andar grácil y suelto de Galatea. Recibió un merecido y completo repaso cuando se cruzaron con el hombre que habían vislumbrado a lo lejos y que seguro que había comprendido que las manos de Irma habían estado en la nuca, pero no parecía probable que se fuera a quejar de su suerte pudiendo contemplar el cuerpo a todos los efectos desnudo de una hembra fértil y atractiva.



Irma se hubiera arrancado las orejas para terminar con el dolor. A medida que se tranquilizaba sentía como detrás de la nuca, en la parte superior de los pechos y hasta en los pezones, de forma mimética, el dolor aparecía y desaparecía casi con la misma cadencia con que las bolas se dispersaban hacia uno u otro lad. La excitación, que había decrecido, volvía a surgir como el ciclo del dolor alimentando un nuevo bucle de placer inexorablemente. Galatea pareció notar su titubeo. Se dieron un beso de película. Ahí mismo. La playa estaba delante de ellas. El lóbulo izquierdo recibió un pequeño tirón para señalar que no debía de llevar los brazos a la nuca. Mientras Irma agarraba la cintura de Galatea, ésta jugaba con la parte superior de la espalda y el hueco de las orejas de su valiente compañera. Irma, agradecida por las caricias, subyugantes y tranquilizadoras, besó con más aplomo. Su lengua no dejó de estar en el lado de Galatea, dando a entender que no se iba a amilanar. El placer de los labios húmedos se mezclaba con el dolor de los tirones en los lóbulos, a cada movimiento de cualquiera de las dos, las bolas respondiendo en una danza caótica y azarosa. Cuando Galatea se cansó, otorgó un pellizco a las nalgas de Irma, como señalando la magnificencia de su posesión o para recordarle a Irma su desnudez.



Algo que quedó todavía más de manifiesto al tocar la arena. El trayecto con los pies descalzos por la acera sólo había servido para sensibilizar la planta de los pies. La arena caliente no ayudó a amortiguar el efecto. Decidió ir corriendo al agua. El tanga se volvió azul, -tal y como estaba diseñado-, cuando tocó el agua. El verde no había aparecido en ningún momento.



*—*—*



Cuando llegó Lena, vio a su futura playmate en un escueto top, una minúscula falda ligera como un pañuelo, tacones sublimes y unos pendientes sujetos a los lóbulos con unas pinzas. Sabía que debajo de la falda no había nada. Galatea la había dejado así antes de salir. Irma, presa de la histeria, llamo a Miss Iron que le prometió estar allí en cuánto pudiese. Al cabo de una hora la llamó para decirle que la empresa había mandado a su jefa a buscarla.



Irma no tenía otra vestimenta. Había decidido no quitarse los malditos pendientes, medio creyendo que Galatea volvería. Por suerte, el agujero se había cerrado, pero el dolor nunca se iba. Cuando vio a Lena, supo que había entendido mal. Era la jefa suprema la que había venido, no su jefa directa. Estaba abrumada. Sabía de su fundación y la preocupación por sus trabadores. Se sintió excesivamente impúdica con su exigüa vestimenta. Empezó a hablar cuando Lena puso un dedo entre los labios entreabiertos.



—No es necesario, Irma. Yo me encargo de todo— le dijo mientras le daba un abrazo.



Irma, agradecida, se envolvió en el pequeño cuerpo de Lena. Estaba tan necesitada de caricias, de contacto que amortiguase su dolor físico y emocional, que exhaló con fuerza al sentir las manos de Lena acariciando sus hombros desnudos, su piel sedosa e impecable, la espalda seductora.



Lena cuidó que pareciese un acto fraternal más que sensual, plenamente consciente de que para Irma no habría diferencias. Los estímulos nerviosos mandarían señales contrapuestas: alivio por un lado y dolor por otro. Era una suerte que no se hubiera quitado las pinzas. Sólo cuando estuvo segura de que Irma recordaría el estímulo por largo tiempo, retiró el abrazo y miró a su futura amante.



—Escucha, ahora tienes que descansar. Yo me quedaré junto a ti. Vamos a quitarte la ropa, buscaremos un tranquilizante y dormiremos.



Irma no se planteó nada cuando se lo dijo. Tenía lógica. Sólo cuando Lena estuvo a punto de quitarle los pendientes, Irma protestó.



—A Galatea le gustaría que los llevase puestos...



—Ya no está contigo, Irma. Y, aunque sea un regalo de ella, tus lóbulos deben descansar. Veo que son de pinza. No, harás lo que yo te diga. Mañana hablaremos.



El tranquilizante también era un afrodisíaco. Lena se acostó en su pijama y abrazó a su playmate desnuda. Al despertarse, Irma la estaba mirando.



—Gracias— dijo con cariño.



—De nada. ¿Por qué? — indagó Lena.



—Por ser tan bondadosa y tan gentil. ¿Puedo ponerme la ropa? — preguntó, a su vez, Irma.



—En realidad, debería estar legislado como un crimen pero ¡qué remedio! — bromeó, sonriendo mientras se lo decía.



—No me importa nada estar desnuda contigo, pero ¿resultaría correcto? — inquirió Irma.



—No lo sé. Necesitabas dormir. Y a mí me ha encantado tener a mi lado a una mujer tan espectacular. No creo que haya nada de malo. Dejemos que se pase el dolor de tu separación. ¡Llámame en unos meses si deseas que te pegue un repaso! ¿Quieres desayunar?



—No tengo nada de hambre.



Buscó los pendientes. Estaban guardados en la mesita de noche. No recordaba haberlos puesto allí.



—Te los guardé. Observé cuánto te apretaban. Imagino que tenías una relación muy especial con Galatea. Espero que algún día me cuentes algo sobre ello. Mira, olvida que soy tu jefa. He venido yo porque estaba cerca de aquí. Miss Iron llamó a la empresa y, casualmente, yo estaba en una reunión a menos de 300 km— le explicó sin poder dejar de mirarla.



Irma asintió. Tenía sentimientos contrapuestos. Le gustaba estar desnuda... pero su amante, su única amante, su vida... se había ido. Incluso si volvía nada sería igual. No se imaginaba buscando una relación similar.



—Me gustaría llamar a Miss Iron... si te parece bien. Estoy algo confusa— le dijo Irma.



Se levantó y se puso su conjunto impúdico sin olvidarse de los pendientes. Cogió el móvil. Mientras tanto, Lena encargó el desayuno.



—Tienes que comer algo. Al menos, fruta.



Miss Iron le dio unas pautas a seguir, como hacer las cosas como las hacía antes. Le preguntó por su atuendo. Sólo faltaban los tacones. Irma se los puso sin dejar de hablar con su terapeuta. Tenía lógica seguir los hábitos, salvo que nadie iba a acariciarla.



—Confía en tu jefa. Sincérate con ella. Y pídele que decida— le dijo Miss Iron. Irma no estaba convencida.



—Es mi... ¿Qué va a pensar? — preguntó indecisa.



—Cariño, eso no importa. Piensa como una sumisa, cédele el control. Hablaremos cuando llegues. Repítelo— insistió con voz de hierro Miss Iron.



—Soy una sumisa y le cedo el control a Lena— susurró Irma, avergonzada.



—Pásale el móvil— ordenó Miss Iron. Sin ganas, Irma lo hizo.



Para no escuchar la conversación, se fue al aseo. Se le ocurrió darse un baño. Llevaba un rato adormecida en el agua cuando entró Lena. Irma hubiera deseado taparse, aunque parecía ridículo.



—Bien, Irma. No pasa nada porque te vea desnuda. He hablado largo y tendido con tu terapeuta sobre tu situación. Y me plantea un dilema. Me resultas tan bella y me he quedado tan prendada que voy a buscarme a alguien que pueda acompañarte a la vuelta. No quiero incomodarte. Quiero ser sincera. Me enamoré de ti en cuanto llegaste a la empresa, pero nunca he usado mi cargo para seducir a nadie y pronto averigüe que estabas emparejada. Y, naturalmente, no voy a aprovecharme de tu situación para intimar contigo.



Lena no dejó de mirarla a los ojos. Conocía el cuerpo de Irma a la perfección y aun así le costó mantener la mirada tan arriba. Por su parte, Irma notaba la atracción que ejercía en Lena. Y en parte, la estaba confundiendo por su propia excitación general.



—Espera. Miss Iron me ha pedido... me ha ordenado que siga tus órdenes. Era reticente, pero creo que tiene razón. Yo... necesito un tiempo para adaptarme a la nueva situación. Y ya que has sido tan sincera... me gustaría que me ayudaras. Yo soy una sumisa. No sé ser otra cosa. Y necesito alguien. Necesito... ayuda—. le dijo Irma. Su sonrisa surgió espontáneamente. El hábito estaba arraigado.



Lena le cogió la mano.



—Está bien. No seamos crías. Pero olvidémonos de mis sentimientos. ¿Cumplirás mis mandatos sin titubeos? ¿Sin cuestionar lo que te diga? Miss Iron sabe más que nosotras.



Irma asintió. Carraspeó. Sabía que se esperaba de ello.



—Cumpliré tus órdenes sin cuestionarlas, con presteza… y trataré de no decepcionarte.



Volvió a sonreír.



—Bien— dijo Lena. —Lo primero, si quieres llorar me parece bien. Tienes permiso, si lo deseas. Cuánto antes pase tu pena, mejor. Pero eso no es algo controlable. Quiero que comas algo, aunque sea ligero. Supongo que no quieres cambiar tu atuendo, por ser lo último que eligió Galatea para ti, pero es preferible que recuerdes los buenos momentos con ella. Te traeré algo más decoroso.



Lena se quedó hasta que llegó el desayuno. Le ordenó a Irma que comiese. Salió a buscar ropa.



Cuando Lena llegó, Irma se incorporó. Casi sin mirarla, sacó ropa de una bolsa. Le dio unas bragas blancas y un sujetador a juego. Eran normales y de su talla, pero debido a su falta de costumbre, Irma los sintió como una penitencia. El resto era un conjunto atractivo de pantalón y un top coqueto. Era claramente de marca, le hubiera decepcionado que Lena comprase algo basto o barato, después de todo tenía fábricas de confección. El problema era que Irma se sintió sofocada. Sus piernas siempre desnudas necesitaban transpirar y respirar. Lo único que quedaba al descubierto eran los pies y los hombros junto a una pequeña parte de la espalda, ya que el top era lo suficientemente sexy para no llegar hasta arriba del todo. Los brazos sujetaban los extremos del top y le impedían un movimiento armónico. Sintió calor y agobio al momento. Su permanente sonrisa disimuló su incomodidad.



—Sólo tengo unos tacones altos. No creo que peguen demasiado— dijo a modo de disculpa. Se los puso para mostrárselo. Pero a Lena no pareció importarle.



—Te sientan bien. Todo te sienta bien. Esa es la verdad. Pensé en contratarte como modelo en la empresa, pero al observar que no dabas ningún paso pensé que no estabas demasiado a gusto con tu cuerpo. ¿Te gusta llevar tacones altos? — le preguntó Lena, divertida pensando en la respuesta.



—A Galatea le gustaba que los llevase— resumió Irma con su sempiterna sonrisa. No conseguía quitársela de la boca a pesar de su contrición interior. ¿Qué iba a hacer sin Galatea? Su gesto cambió y Lena se acercó.



—Perdona, no quería llevar tus pensamientos hacia tu amiga. ¿Tienes algo más? — preguntó Lena. Irma negó con vehemencia y puso sobre la cama su atuendo veraniego y los pendientes, y su imposible tanga obsceno.



—Esto es todo—. resumió sin dejar de mirar hacia la cama, sumida en pensamientos sombríos.



—Ponte los pendientes—. ordenó Lena.



—¿Puedes ponérmelos tú? — solicitó con la sonrisa en los labios. Cuando Lena los recogió, Irma ya estaba en la postura de manos en la nuca y ojos cerrados esperando. Lena se dispuso a realizar por primera vez una de sus fantasías. Quería con toda su alma acariciar los lóbulos, pero se contuvo. Tuvo que ordenarle que bajase los brazos, una vez que los pendientes colgaban otorgando dolor.



—Deben doler bastante. ¿Cuánto tiempo puedes llevarlos? — preguntó mirando a los ojos a Irma.



—El tiempo que haga falta. El día entero. O la noche entera. Pero nunca durante días. No sé lo que pasaría— dijo Irma. Su voz se quebró pensando en el mundo que se acababa.



—Supongo que no elegías cuándo los llevabas puesto. Hasta que te conozca o encontremos alguien que se ocupe de ti, los llevarás siempre, salvo cuando vayas al baño. Si no estoy yo, te los quitarás tú misma y te los pondrás al salir. Nada de acariciarte o tratar de aliviar el dolor. Considéralo un homenaje a tu ama, un símbolo de tu especie de ... luto. ¿Es excesivo?



Irma negó con la cabeza. Los pendientes siguieron el vaivén y mandaron una ración de dolor cuando las bolas se agitaron. Trató de devolver una sonrisa a su cara.



—Me gusta como se mueven las bolas. Siempre que sea posible negarás o afirmarás con un gesto de la cabeza, requirió Lena también sonriendo a su presa. Irma cabeceó levemente.



—Sé que parezco un monstruo insensible, pero he hablado un rato más con tu terapeuta para comprender tu situación. Y le preocupa. No me puede indicar detalles por la relación profesional contigo. Creo que quiere que seas tú la que te abras a mí, yo puedo esperar. Mientras tanto seré estricta contigo. ¿Estás de acuerdo? — preguntó Lena. Sabía la respuesta perfectamente.



Irma estuvo a punto de hablar pero se mordió la lengua y asintió, ahora con vehemencia. El continuo dolor reapareció de nuevas formas. Le costó sonreír.



—Coge tus cosas. Nos vamos. Ten cuidado, me he dado cuenta de que a punto has estado de afirmar con los labios. No te castigaré, sólo presta más atención. Creo que, si te centras en ese tipo de detalles, olvidarás tu pena antes— le indicó con tono cortante por primera vez. Irma asintió agitando los pendientes.


Datos del Relato
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