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Lidia es una mujer de unos cincuenta años. Por cortesía nunca le pregunté la edad y ella por coquetería nunca me la dijo. Nos encontramos por casualidad, y aunque nos conocíamos de vista, del colegio de nuestros hijos, coincidiendo el menor de ella con el mayor mío.
Casi nos tropezamos en un negocio de regalería, donde yo y como siempre a último momento, compraba algunos obsequios de compromiso para las fiestas. Ella iba muy atareada, llena de bolsas de compras.
Nos quedamos charlando un buen rato, esperando que nos atendieran en el atestado comercio, y hasta realizamos nuestras compras juntos, consultamos, como si fuéramos antiguos amigos. Al terminar me ofrecí llevarla hasta su casa, lo cual acepto gustosa.
Realmente el centro de la ciudad estaba desquiciado, y tardamos mucho en poder salir con mi auto. Allí me contó que se había separado hace un año, que el que mas sufría el hecho era Ramiro, (el compañero de mi hijo, a quien conocía) y que recientemente se había ido a vivir con su padre, por su elección, dejándola sola.
Al fin, llegamos a destino, una hermosa casa de dos plantas, y mientras la ayudaba a bajar con los paquetes, me comentó lo grande y vacía que se sentía en ella. En el umbral, y tras haber descargado todo, me preparaba para seguir camino cuando me ofreció pasar a tomar algo fresco. Consulté el reloj, y como no tenía nada que hacer, acepté.
Sentados en el living, comenzó a contarme la historia de su separación, y según ella, su marido la había dejado por una mujer mucho mas joven, la cual mantenía desde hacía tiempo. Yo la dejaba hablar, mirándola y asintiendo, se notaba que necesitaba descargarse y a mi realmente no me molestaba.
Su voz se quebraba en determinados pasajes de su historia, y sinceramente me resultaba triste su momento actual. Tomé su mano afectuosamente y le dije que era una mujer aún joven y hermosa, y que tenía mucha vida por delante para intentar rehacerla. Solo trataba de levantar su ánimo, el cual estaba por el piso.
Lidia llevó mi mano a su rostro, y la depositó sobre su mejilla, mientras me miraba con los ojos húmedos a punto de estallar en llanto. En verdad me quedé mudo, no esperaba ni pretendía ese tipo de reacción. Al parecer ella tomó mi quietud como signo de asentimiento y comenzó a besar mi mano, dulcemente.
Yo seguía confuso pero cuando ella empezó a chupar uno a uno mis dedos, noté que mi pene de despertaba, dándome cuenta de lo erótico de la situación. Porqué no, pensé. Aunque nunca había estado con mujeres mayores que yo, la experiencia podía resultar muy buena. Ella lo necesitaba y yo lo deseaba.
Dejé mi mano a su disposición, y la veía besar, lamer y meter dentro de su boca cada uno de mis dedos. Estuvo largo tiempo jugando así, y a mí siempre me ha calentado eso. Cuando me propuso ir a un lugar más cómodo, me dejé llevar por ella.
Al entrar a su dormitorio la tomé por la cintura la besé con pasión. Fue un largo y cálido beso, al tiempo que mis manos bajaban hasta sus nalgas empujándola contra mi pene. Me separó un poco, para sentarse en la cama, y buscó y tanteó mi bulto con desesperación.
Me desnudó de la cintura para abajo a los tirones, estaba frenética, y cuando pudo acceder a mi miembro, lo tomó con una mano y empezó a moverlo con rapidez. Acaricié cabello y levanté su cara tomándola por el mentón diciéndole que lo tome con calma, me sonrió y mirándome fijo a los ojos le lo metió todo de un tirón. Comenzó a chuparme despacio, entrando y sacando todo mi pene de su boca, brindándome unas sensaciones exquisitas. Alternaba acariciándome con su lengua el glande, recorriendo las gruesas venas y sopesando con sus manos hábilmente mis huevos. Tiraba toda la piel hacia atrás, al tiempo de sorbía con rápidos movimientos, para luego recomenzar a meterlo y sacarlo con estudiada lentitud. Era todo un gozo. Desde arriba podía ver como mi miembro desaparecía entre sus labios, cadenciosamente, podía observar como su lengua reptaba por la superficie de mi pene, acompasándose con los estímulos que recibía.
Mis piernas comenzaros a flojear, inequívoco síntoma de que poco faltaba para mi orgasmo. Cuando se lo indiqué, apretó firmemente durante unos instantes la base de mi pene, apaciguando mi deseo de eyacular.
Me terminé de desnudar y me acosté sobre la cama, mientas Lidia aún vestida, inició nuevamente la mamada. Esta vez no me sacaba la vista de encima, y mientras sorbía, una sonrisa de satisfacción inundaba su cara. Lamía con deleite, gozando, cerrando los ojos unos momentos, para después mirarme lascivamente. Mientas yo aprovechaba para acariciar su cabeza y su espalda.
No pasó mucho tiempo hasta llegar al umbral del orgasmo, pero esta vez ella aceleró sus vaivenes y cuando no soporté mas, exprimido al máximo, acabé en su boca. No se si habrá sido la interrupción anterior, pero dudo que alguna vez haya eyaculado tanto semen. No dejó escapar nada, y siguió lamiendo mi pene hasta dejarlo libre de todo vestigio.
Mientras yo me reponía, Lidia se incorporó y diciéndome que ya volvía me metió rápidamente en el baño. Ese poco rato solo, me sirvió para pensar. Estaba tumbado en la cama de una mujer mayor, que sin ninguna previsión, me había despachado la mejor mamada de mi vida. Eso estaba claro, me había encantado. Pero conociéndome, sabía que, aunque me excitaba fácilmente, no lograría nada si lo que viera no me agradaba, máxime después de la acabada anterior.
Ella retorno del baño envuelta en una gran talla. Sin decir palabra, se metió debajo de las sábanas mientras me invitaba a hacer lo mismo. La abracé y nos dimos unos cuantos largos besos, jugando con nuestras lenguas, cada vez más profundamente. Mis manos buscaron sus senos, algo flácidos, si pero con unos pezones tremendamente duros. Los destapé, y mientas Lidia se los sostenía con la mano, para hacer que no cayeran tanto, pero eso no me cortó. Me zambullí sobre esos grandes y blancos senos, sin estrías, de grandes aureolas rosadas, para besarlos y apretarlos. Chupaba uno y luego el otro, aprovechando el que quedaba libre para apretarlo con mis dedos. Lo hacía con fuerza, mientras ella gemía, con placer y dolor, lo que me envalentonó para morderlos también con fuerza. Sus jadeos se mezclaban con pequeños grititos de dolor. Su rostro estaba rígido con la boca muy abierta, y sus ojos muy cerrados.
Lentamente fui bajando mi mano hasta llegar a un espeso bosque de pelos húmedos. Tanteé la entrada de su vagina y estaba toda mojada. Con el índice recorrí los bordes, mientras el dedo medio penetraba en su interior. Lo sacaba y me tía con rapidez, notando como su cuerpo te tensaba y su espalda se arqueaba hacia arriba, jadeando y diciendo palabras incoherentes. El solo contacto con su clítoris la llevo a un salvaje orgasmo. Gritó mi nombre y que me amaba, y me pedía que por favor no parara. Seguí moviendo mi dedo dentro de ella, formando lentos círculos hasta que se fue tranquilizando. Saqué mi dedo de su agujero, a ante su vista, chupé son deleite sus jugos.
Recosté mi cabeza sobre la almohada, mientras ella lo hacía en mi pecho. Me pidió perdón por lo que había dicho durante el sexo, que solo había sido eso, y que la excitación la había hecho decir todo tipo de cosas. Aunque no habían entendido casi nada, le dije que no tenía ningún problema, y que así lo había tomado también yo.
Cuando su respiración volvió a la normalidad, su mano bajo para encontrar mi miembro completamente erecto. Amagó a bajar, pero la detuve al instante. Le susurré al oído que quería penetrarla ya, sin demora. Ella abrió un poco las sábanas, reivindicando su temor a que la viera desnuda, dejándome posicionarme entre sus piernas. Se las alce sin forzarla demasiado, para pedirle que fuera ella misma la que acomodara mi pene en su sitio y la penetré solo un poco. Refregaba mi glande contra su clítoris, muy despacio, dejándome deslizar solo un poco dentro de ella. Le hablaba dulce, susurrando, diciéndole cosas que a toda mujer le gusta oír. Ella se mantenía con los ojos cerrados, concentrada en sus sensaciones, mientras con sus manos tomaban mis nalgas, pugnando por una penetración mayor. Yo sabía de sus esfuerzos, pero me gustaba tenerla deseosa por mas tiempo. Con palabras poco dignas de una señora, me pidió que la penetre profundamente. A medias fui cumpliendo, ya que de a poco me fui adentrando más en ella. Su vagina, chorreante, dejaba paso con facilidad a mi miembro. Y cada embiste, un poco mas de penetración, hasta llegar a tope. Ella estaba a punto de tener otro orgasmo. Seguro de que unos rápidos movimientos dentro de ella, se lo hubieran provocado. Pero quería prolongar aún más su exquisita agonía. Hacía leves círculos con mi pelvis, ladeando despacio mi cadera hacia los lados, promoviendo en ella espasmos de placer. Cuando dejé de jugar, salí casi por completo, enterrándome violentamente hasta el fondo de su ser.
Su orgasmo fue muy violento. Todo su cuerpo temblaba, sus manos apretaban con toda su fuerza mi espalda, y su boca se movía, incapaz de articular palabra. Me detuve para dejarla prolongar su éxtasis. A medida que sus convulsiones cesaban, retomé mis movimientos, ahora buscando mi placer. Cadencias de largo recorrido, variando la velocidad, sintiendo las contracciones de su vagina palpitante me llevaron a mí también a un rico orgasmo. Sin pedírselo y con aparente esfuerzo se agachó a limpiarme el pene por debajo de las sábanas. Cuando acabó, descasó su cabeza en mi pecho, y así permanecimos hasta que me empecé a cambiar para irme. Ella solo me despidió desde la cama.
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