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Categoría: Incestos

Hice que mi madre cumpliera todas mis fantasías

Hola, mi nombre es Adrián y esta historia que voy a contarles sucedió cuando tenía entre los 18 y 19 años de edad. Aunque, en realidad, sin que yo lo supiera, había comenzado mucho tiempo atrás. Eso lo descubrí más adelante, cuando ya habían pasado muchas cosas que después les contaré. Pero no deseo adelantarme. Todo a su tiempo.



Quisiera comentar que en ese tiempo, ya hacían más o menos dos años que mis padres se habían divorciado, por lo que yo vivía solo en casa con mi madre. A quien quiero describirles. Ella por esa época rondaba los 39 años. Nuestra familia tiene ascendencia norteña, por lo que mi madre es de piel blanca, adornada de hermosas pecas –no muchas- en la espalda y su rostro. Las suficientes para parecer extremadamente sensual. Sus ojos eran claros, de ese café que casi roza al color miel. Y su cabello era largo, a media espalda. Lo suficiente. Aunque mi madre era abogada y ama de casa, tenía tiempo, no sé cómo le hacía, para mantenerse en forma. No era exuberante, sino más bien de esas mujeres que por naturaleza están bien formadas, busto generoso, piernas firmes largas, gruesas sin llegar a ser gordas, que culminaban en un trasero respingado, de nalgas redondas y de un tamaño perfecto. Era la típica madre sexy aunque no fuera una súper modelo. Ya me entenderán. Se llama Monique. No sé por qué mis abuelos eligieron ese nombre pero a mí me encantaba. Era abogada. Ya se imaginaran como traía a sus jefes y a sus clientes.



Por lo mismo de su profesión, mi madre solía vestir de forma elegante, ya saben, saco de oficina, blusa blanca o azul con el botón del escote abierto, y falda ejecutiva arriba de la rodilla, ceñida a ese hermoso trasero que ostentaba. La verdad para ser honesto, no sé si por su profesión y los celos de mi padre, o por qué él mismo engañó a mi madre fue que comenzaron a tener problemas, con el tiempo la relación se hizo insostenible, agravada por los episodios alcohólicos de mi padre, pero el caso es que mis padres tuvieron que separarse. La verdad yo era un niño prácticamente cuando todo empezó así que no supe mucho. Además mis padres al menos en eso fueron cuidadosos conmigo. Pero esta introducción aunque necesaria, no creo que les interese mucho. Por eso pasaré a lo que nos importa a todos aquí.



Justamente a causa de esas ocasiones desagradables en las que mi madre discutía con mi padre y la cercanía del divorcio, fue que mi madre a veces terminaba durmiendo en mi habitación, tratando de huir de mi padre o de simplemente dormir tranquila. Les hablo como de unos dos años antes de la separación definitiva. Yo tendría como unos 16 o 17 años, y en ese tiempo como sabrán ya comenzaba con mis necesidades y mi despertar sexual. Entonces comprenderán que aquellas llegadas furtivas de mi madre a mi cama, no solo eran consoladoras para ella, sino inquietantes para mí, que era un adolescente que comenzaba a mirar a las mujeres y niñas de mi edad de una forma menos infantil. En la escuela ya todo mundo hablaba de relaciones, o de acercamientos con mujeres, pero yo era el único que seguía en la etapa de la mano amiga. Lo que más había logrado con una mujer era un faje de algunos minutos en una fiesta con una amiga de la escuela. Pero todo sobre la ropa. Nada revelador. Todo lo demás se quedaba en masturbaciones nocturnas y de baño, soñando con medio mundo... y en una ocasión, por primera vez, entre algunas de esas fantasías mi madre se coló entre ellas...



Era imposible que no sucediera, era más o menos frecuente encontrar a mi madre, sin blusa, mostrándome la turgente silueta de sus senos que cada que la veía se me asemejaba a esas hermosas caricaturas hentai, en las que las mujeres tienen unos pechos rebosantes cuyo sostén parece romperse ante la fuerza con la que se levantan y se tornan sensuales y provocadores. Siempre me pedía que le llevara algo a su habitación y la encontraba allí, haciendo algo mientras sus tetas portentosas me miraban, cubiertas de encaje o de satín... Brillando ante mi como dos hermosos frutos...



—¿Encontraste el cepillo?



—Sí mamá.



Respondía sin dejar de mirar sus senos hermosos. A ella parecía no importarle porque se mostraba tranquila, como si aquello fuese natural. O quizá porque la edad que tenía no le parecía que fuese un peligro a su intimidad. Yo sufría con mis primeras erecciones causadas por mi hermosa madre que además de todo tenía una sonrisa que doblaba. Trataba de buscar toda ocasión para encontrarla en ropa interior, incluso intenté sin lograrlo, encontrarla desnuda fingiendo que entraba sin saber que estaba allí. En eso siempre fue precavida. Una ocasión pareció reparar en mi mirada, porque después de varias ocasiones yo ya comenzaba a ser más cínico y morboso. Se estaba peinando y en cada cepillada sus tetas rebotaban en el balanceo, como yo permanecí más tiempo del debido, ella se giró y me sonrió.



—¿Qué pasa Adrián? —dijo con aquella diabólica sonrisa sensual.



—Nada ma... Es que me gusta ver cómo te arreglas... —traté de mentir y no sé si me creyó.



—Dime una cosa —dijo, dejando de cepillarse—. ¿Tu madre te parece sensual?



Esa fue una pregunta a traición para la que nunca me preparé. Literal me agarró por los huevos.



—Mmmm, sí ma, eres muy guapa.



Me faltó valor para decirle que era una diosa que yo soñaba muchas veces. Y que sus tetas era lo que más me gustaba de ella.



—Anda apúrate, que nos vamos.



—Sí mamá.



Con esa frase salía del cuarto, suspirando y con el pene hinchado de deseo. Al que tenía que aliviar con una chaqueta inspirada en ella, de esas que hasta te doblan las piernas del placer.



A veces la encontraba en shorts cortitos, lavando o en bata en la cocina, y yo con mi dolor entre las piernas lo único que atinaba a hacer era abrazarla por la espalda, tratando de restregarle todo mi amor filial por sus deliciosas nalgas. Me quedaba como un minuto fingiendo un tierno cariño, cuando en realidad saciaba mis ansias de acercármele y saciar mi deseo en un arrimón furtivo. Pero eso no remediaba nada, solo lo empeoraba. Y cuando comenzaron a llegar las noches en las que ella venía a mi habitación a dormir por culpa de las peleas con mi padre yo era el más feliz, pero a la vez me inquietaba que descubriera mi juego y aun peor, que notara que había traspasado la línea del hijo tierno y dócil que veía a su madre como un ángel intocable, y no como una diosa sensual que despertaba los más depravados deseos en su único y pequeño hijo.



La verdadera historia erótica comienza aquí. Después de soportar todas aquellas provocaciones de escotes sugerentes se asomaban mientras lavaba un trapeador, de piernas sudorosas por el ejercicio se aparecían en la sala, de encontrarla semidesnuda por los pasillos o en su habitación, o de los arrimones que planeaba para encenderme más; fue entonces cuando mi madre comenzó a ir a dormir conmigo algunas noches. Eso fue lo que terminó por detonar en mí el deseo de ir más allá y comencé un camino del que no hubo vuelta.



La primera noche que fue a mi habitación me sorprendió, en realidad había llorado mucho y lo único que atiné a hacer fue consolarla y sinceramente, entre la sorpresa y verla así, no se me ocurrió nada más.



Las próximas noches fueron distintas, porque ella ya llegaba resignada y tranquila a dormir conmigo y no con el patán de mi padre. En las primeras veces apenas si me atrevía a acercármele porque por mucho que la deseara, siempre hay un poco de miedo. Pero poco a poco fui venciéndolo y como a la 4ta o 5ta noche decidí que iba a beneficiarme de las batallas de mis padres.



Durante el día la espiaba, antes y después de ir a la escuela. Encontraba cualquier excusa para observarla en sostén. Cuando se bañaba aprovechaba para tomar sus tangas o calzones sexys de satín o de encaje y me iba al baño a soñar que le besaba, que apretaba sus tetas redondas con mis manos. La imaginaba chupándomela o encima de mi cabalgando, como lo había visto en muchas películas porno. Pero como era tan joven e inexperto, no imaginaba mas, porque nunca lo había hecho con nadie. Luego de jalármela oliendo sus aromas de mujer en su ropa interior, terminaba dejando toda mi lechita en sus calzones y lo echaba a su cesta de la ropa sucia.



Entonces al llegar la noche ya saben como estaba. Con la verga dura, ardiente, deseando a la sabrosa de mi madre, deseando que llegara a dormir conmigo, y un día llegó de nuevo.



Venía vestida con un conjunto de dormir satinado color hueso… delgado, justo para las noches calurosas como aquella. Últimamente me había dado por llamarle Moni... a lo que ella nunca se quejó. Lo tomó con calma o naturalidad, no sé. El caso que aquella noche la saludé como si hubiera tenido la certeza de que vendría.



—Hola, Moni... ¿Problemas de nuevo?



—Sí, hijo, ya sabes. Tu padre llegó borracho y parece un idiota. ¿No te molesta que me venga otra vez a dormir contigo?



—Para nada, ma. Así no me siento solito en la noche.



Yo me relamía los labios y los dientes. Y mi pene también.



—Te prometo que pronto acabaran estos problemas y te dejaré en paz.



—No te preocupes ma, ven las veces que quieras.



Pues claro. Yo encantado con aquella deliciosa figura en mi cama. Ella se acomodó de ladito y yo me quede boca arriba... Esa noche quizá estaba agotada, porque mi madre se durmió pronto. Tenía una forma profunda de respirar al dormir, sin llegar a roncar. Me lo pensé un poco antes de decidir actuar. Es ahora o nunca me dije, después de unos minutos.



—Ma. ¿Puedo abrazarte? Tengo frío. —eso lo dije para tantear el terreno, a lo que respondió mi madre con un murmullo de algo que no entendí porque seguro lo dijo entre sueños.



Me giré hacia mi izquierda y me acomode tras de ella, como de cucharita. Mi corazón latía con fuerza, y por mi sangre fluía algo indescriptible que jamás voy a olvidar pero que me daba placer a la vez que se combinaba con preocupación y deseo...



Me acerqué mas. Mi pecho apretó su espalda y mi pene flotando libremente en mi pijama, duro y erecto se acercó mas, con la precisión de un barco que arriba al muelle... No quería despertarla y que se moviera. Esa noche quería gozar impunemente de su cuerpo y culminar con una eyaculación inolvidable.



Mas cerca, mas cerca, mi corazón latiendo como loco, la adrenalina corriendo por mi cuerpo, el placer, el miedo todo mezclado, cuando por fin, como una pieza del rompecabezas, mi verga encajo entre sus nalgas, sintiendo la gloria. Bum-bum, bum-bum. Placer, nervios, adrenalina, eso era lo mejor que había sentido con mi madre hasta ese momento. Dejé que las cosas se calmaran un poco, decidí esperar para ver si mi madre no se despertaba con ese miembro amenazándola por las nalgas. Pero nada. Parecía todo tranquilo, ella respiraba serenamente, y yo no... a mi se me salía todo por todos lados y el corazón por la boca. Pero no retrocedí ni un centímetro, al contrario, apreté más. Para sentir mejor aquel trasero maravilloso, esponjado y duro al mismo tiempo, que me atrapaba bajo la tela de satín de su ropa de dormir. Abrí lentamente mi cobertor y observé entre la oscuridad, y ahí estaban, mi verga y su culo juntos, unidos sin que nadie se opusiera. Estaba a mil. Pero ahí no terminaría la cosa...



Mi objeto principal de deseo se encontraba al norte... Reposando bajo su brazo derecho a modo de escudo, aquel portentoso tetamen de mi madre esperaba mi mano exploradora. Como un objeto preciado espera ser descubierto por alguien que tanto lo desea. Los redondos pechos de mi madre se abultaban bajo su cuello.



Mi mano derecha que era la que tenía libre, se aventuró. En un intento por parecer dormido y natural, alargué mi brazo para ponerlo encima del suyo, como abrazándola. Ella no se movió. Seguía dormida en un sueño profundo en el que aparecían seguramente cosas de su empleo porque de pronto le escuché <>, o algo así. Esperé otro minuto y cuando sentí que todo estaba propicio, continué. Moví mis dedos, como si fuesen hormiguitas, abriéndome paso por su brazo, y lentamente lo removí hacia abajo. Allí estaban sus turgentes tetas descansando, moviéndose al ritmo de su respiración. Mi tesoro. La adrenalina aceleró su paso nuevamente, mi pene revivió del estado de reposo endurecido en el que estaba y comenzó a moverse, brincando entre sus ricas nalgas calientitas. Mi mano se posó lentamente sobre su teta derecha. Apenas si cabía en mi mano de adolescente. La cubría en más de la mitad pero no llegaba a abarcarla toda. Era algo maravilloso, aquella redondez suave sobre la tela de satín de su pequeña bata. Mi mano poseyéndola. La apreté un poco y me dio un mejor sentido del volumen y de su dureza, eran dos gelatinas firmes y jugosas. Ahí me quedé. Con mi mano sobre sus tetas y mi pito temblando bajo sus nalgas, deseando explotar, mojado de líquido lubricante. Por unos minutos amasé sus pechos, buscando la zona de sus pezones, gozando sus pelotas hermosas. Moviendo mi cintura para restregarle la verga lo más adentro de sus nalgas que podía. Rozando mi cabecita con el satín que deslizaba mi pene por toda aquella circunferencia de sus carnes redondas.



Estaba como un simio que no pensaba, solo sentía, que se entregaba a sus deseos carnales más primitivos cuando recordé una zona que hasta ahora no me había llamado tanto la atención, pero que sabía, era el centro del placer que toda mujer posee para los hombres. Su vagina. Había visto muchas, y en muchas ocasiones, mientras me masturbaba, imaginaba como era la de mi madre, blanquita, rosadita en su interior, húmeda, condescendiente, placentera. Así fue como mi mano dejó por un momento el pecho de mi madre y bajo por su cintura, pasó por sus nalgas y las apretó con cuidado y con firmeza al mismo tiempo, como diciendo, todo esto es mío, mira nomas... y luego siguió su camino hacia el vientre de Moni, mi Moni aquella noche...



Las curvas se hicieron más profusas, y mi mano se hundió en un abismo mas profundo... Su vientre era plano, perfecto, y su pubis por encima de su ropa de dormir, era liso y caliente. Mi sangre bullía como un volcán, mi corazón se había acostumbrado al violento ritmo al que lo había sometido esa noche... Palpe su vulva por encima de su ropa, pero mi imaginación aquella noche no dio para mas, porque la mayoría de mi sangre se encontraba abajo en mi verga, y no en mi cabeza. Así que esa zona no me interesó mas por esa noche. Lo que me daba placer eran las nalgas de mi madre. Y el morbo me lo daban sus tetas. Así que seguí sirviéndome de ellas, apretándolas, sobándolas, buscando su redondez en mis yemas, y trazando su circunferencia con la palma impune de mi mano. No sabía cuánto duraría aquello, por eso quería apresurarme a explorar más el terreno, y fue cuando concebí la idea de buscar bajo su ropa el objeto de mis interminables masturbaciones.



Bajé mi mano hasta el borde de su blusa, toque su vientre suave, tibio, y comencé a recorrer el camino que me trazaban su cuerpo. Subí mi mano en una vertical que me pareció eterna, hasta que encontré otra vez aquella circunferencia que me mataba. Su pecho desnudo me recibió con calidez, como si esperara mi mano, su protección, tantee su envergadura, y mi mano de abajo hacia arriba lentamente rodeo su volumen, era perfecta, suave, tal como yo las imaginaba. Luego cambie al costado izquierdo y ahí estaba la otra, apretada pero también suave y delicada bajo el satín. Comencé a rozar sus pezones con suavidad y con calma, sabía que aquello debía ser delicado para no despertarla, los presione, y volví a amasarlas una y otra vez. Hubo un momento en la que mi madre hizo un pequeño movimiento y me espantó demasiado, hasta el pito se me hizo chico del susto, porque sentí que me cachaba, ya valí madres, pensé, pero no se despertó. Solo volvió a murmurar algo inaudible y volvió a quedarse dormida, pero al parecer se acomodó mejor, levantando sus nalgas maravillosas hacia a mi, como para que yo quedara en mejor posición. Me pasó por la mente que quizá mi madre estuviera soñando con mi padre de algún modo inconsciente.



Yo aproveché de nuevo y volví a la carga, me arrime a su trasero levantado, y creo que se sentía tres veces mejor. Rodee sus pechos con mi mano izquierda que quedo bajo su cuello como si la abrazara. Con la derecha podía tocarla a mi voluntad, la tenía entregada a mi. Lo único que me faltaba era desnudarla y hacerla mía, pero no llegue a tanto, era joven e inexperto, y nunca había cogido con una mujer, así que no daba para mas. Así bajita la mano pasaban de las 3 de la mañana y yo seguía despierto en un sueño hecho realidad. Pero sabía que pronto amanecería y no sabía si aquella noche se repetiría. Tenía que aliviar aquel dolor entre mis piernas. Entonces hice mi último movimiento de la noche. Mi pene no podía mas... Quería eyacular pero no quería apartarlo de sus nalgas, así que me lo saque y comencé a frotarlo encima de sus nalgas sobre su ropa satinada.



Así lo hice. Comencé a frotarlo en medio de sus nalgas, mi pene bullía de placer y de deseo insatisfecho. Mi madre tenía su culo calientito. Sin dejar de sobarle las tetas con la izquierda, con la mano derecha frotaba y masajeaba mi verga. Mi líquido lubricante salía de mi cabecita y mojaba su short de satín. Pensaba que eso no era lo único que iba a mojarla esa noche... pero no podía eyacular encima de ella así que me resigné a no terminar encima de sus nalgas, que era lo que mas deseaba.



Poco a poco, frote a frote, jalada a jalada, el roce de sus dos nalgotas deliciosas, sus tetas en mi mano y el olor sensual de mi madre, hicieron que tuviera uno de los orgasmos mas intensos, placenteros y potentes de mi vida... Aquella eyaculación fue maravillosa. Cuando sentía venir mi semen, metí mi pene dentro de la pijama, y me apreté contra el culo de mi madre... Como si se la estuviese metiendo toda... Entonces me vine, llego como una explosión de luces y la vi otra vez contra la claridad de la ventana peinándose en brassier, la vi sudando agachada mostrándome sus pechos, la vi inclinada con sus vestidos delgados moldeando su hermosa figura, me vi abrazándola en la cocina, y la vi desnuda en mi imaginación diciéndome ven, ven... Aquel orgasmo me hizo temblar y retorcerme de placer y de pasión.



A la mañana siguiente todo parecía normal. Mi madre siguió durmiendo como una estatua esculpida por Miguel Ángel, hermosa, delicada y sexy bajo el cobertor. Yo sonreía con esa sonrisa de placer inexplicable... De tonto creo...



—¿Qué te pasa? —me preguntó sonriendo también.



—Nada... es solo...



—¿Soñaste algo lindo anoche? —más que eso, pensé.



—Fue casi real mamá. Uno de los mejores de mi vida.



—¿Había alguna chica en tu sueño?



—Mmmm, sí... —suspiré— la más hermosa y sexy que conozco.



Mi madre sonrió de nuevo socarronamente, como si leyera mis pensamientos.



—Ya me imagino lo que soñaste, pillo. Anda vete a la escuela.



Pues no sé si imaginó todo lo que le hice aquella noche. Y tampoco creo que ella se imaginara lo que vendría más adelante, porque aún no había cumplido mi fantasía. Lo de la noche anterior solo era el preludio de lo que estaba por venir.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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