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Categoría: Incestos

Hermano sol. hermana luna

TAMARA
Ese ha sido un día particularmente activo. Activo y desordenado, ya que a sus padres se les ha ocurrido contratar a unos decoradores que han dado vuelta la casa. Después de reamueblar y pintar la cocina y el comedor diario, la han emprendido con el living comedor y un dormitorio que está junto a él y ella, con sus padres y hermano gemelo, han sido confinados a dos de los cuartos en medio de un hacinamiento espectacular de muebles y accesorios de las otras habitaciones.
Acostumbrada a dormir sola, le cuesta compartir la cama con alguien, aunque sea su hermano. Además, la noche calurosa no ayuda a que se relaje y ya ha tenido que levantarse dos o tres veces a tomar algo fresco y a orinar. Por suerte y como los padres no están porque han salido a comer un asado con amigos del club, ha podido colocarse una de esas largas camisetas con las que se siente totalmente cómoda pero que su madre le tiene prohibido usar como camisón porque dice que es como si estuviera desnuda.
Un poco de razón tiene, porque, como debajo no usa absolutamente nada y los senos marcan su pujanza por la forma en que los gruesos pezones empujan la levedad de la tela, olvida que su cuerpo está generosamente dotado para los quince años por cumplir, desatendiendo en hecho que su padre y hermano son hombres.
A veces envidia la facilidad que tiene Damián para dormirse casi en cualquier lado y esta noche, seguramente fruto del partido de fútbol que sostuviera con sus amigos después de la cena, yace despatarrado a su lado, robándole aun más lugar en la reducida cama de plaza y media. Tratando de captar un poco de frescura, se estira sobre el borde del colchón y, dejando caer una pierna hasta el suelo, alza la otra encogida y eso le procura un soplo de aire a la entrepierna transpirada.
La alternada bocanada del ventilador giratorio va oreando el sudor de los muslos y tratando de acelerar el proceso, trata de secar la abundante transpiración que moja la recortada pero espesa alfombra de vello púbico y la mano se desliza cosquilleante por las canaletas de las ingles para confluir hacia la entrepierna.
Alzando la remera casi hasta el pecho, toma una punta de la sábana y con ella restriega la zona, aventurándose hasta la hendidura entre las nalgas. No es lo que vulgarmente se llama “una pajera” y se masturba solamente en esas noches en que ciertos ardores y picazones especiales invaden su vulva, pero ahora, no sabe si a causa de ese calor que altera su carga hormonal o ese roce áspero de la tela humedecida pero, súbitamente, la invaden unas ansias locas por hacerlo.
Como siempre que se auto satisface, pone en su mente imágenes de aquellos chicos con los que gustaría concretar algo más en alguna vez esas escaramuzas en las que la abrazan, besan y manosean, pero en las cuales solo puede percibir la carnadura del miembro que a través de los pantalones rozando sus muslos y entrepierna.
Enfebrecida por el deseo, no logra distinguir las facciones de su imaginario amante pero se da cuenta de que este ha excedido las débiles barreras de la ropa y sus manos, deslizándose audazmente por debajo del corpiño inexistente, soban reciamente sus senos.
En correspondencia, una de sus manos se escurre hacía la bragueta del jean y bajando el cierre, busca exploratoria en el interior para tomar contacto con la húmeda consistencia de una verga. Como si estuviera desdoblada, tiene conciencia de que eso no le ha sucedido nunca pero, aun desconociendo verdaderamente cualquier miembro masculino, lo amasa entre los dedos para hacerle cobrar rigidez y ya en el paroxismo de la pasión, siente como la mano que se encontraba estrujando los senos, se ha colado por la cintura de la pollera y excediendo la débil resistencia de los elásticos de la bombacha, deja a dos dedos estregar rudamente su clítoris hasta que , con un ahogado gemido de satisfacción plena, siente escurrir los jugos del alivio.
Como en un relámpago, el rostro de quien le ha dado tanto placer cobra fugaz evidencia y la cara de Damián la deslumbra. La conmoción de esa fantasía la saca del embeleso y comprueba que han sido sus manos las que le proporcionaran tanto goce y los espasmódicos flujos y reflujos de la vagina, dejan escapar todavía melosas gotas que esparce con los dedos sobre los labios y el erecto clítoris, a los que aun siente palpitar y cuyo contacto la estremece.

Es la primera vez que sus ensueños eróticos la han llevado a fantasear con su hermano y aunque un recato natural le recrimina por el hecho de haber obtenido tal satisfacción con una imaginaria relación sexual fraterna, siente que muy dentro de ella se agita un oscuro demonio que le hace preguntarse con atrevida insistencia… ¿por qué no?
Un algo irracional la lleva a preguntarse sobre tamaña osadía y su enfebrecida conciencia no tarda en encontrar respuestas. ¿Acaso no son gemelos idénticos, que es lo mismo que un solo ser?. ¿No se han cansado de comprobar en todos esos años que actúan como los célebres hermanos Corso y coinciden en gustos, colores, comidas y hasta sienten nauseas cuando uno está enfermo, dolor cuando el otro se hiere o en su caso específico, no experimenta él sus dolores menstruales cada veintiocho días? Juntos han sentido su desarrollo sexual y aunque físicamente no han tenido esas experiencias, se han revelado mutuamente lo que se siente en una masturbación o una eyaculación, verificando ese aserto de que su satisfacción ha sido total cuando, aun a la distancia, se han masturbado simultáneamente.
El diablo de la tentación la hace darse vuelta en la cama y observa con complacida sorpresa que, aun bajo los efectos del sueño, Damián debe haber compartido su ensoñación y su resultado, ya que una de sus manos descansa junto al miembro que ha extraído del pantalón pijama y que ahora cuelga fláccidamente tumefacto sobre el muslo.
Definitivamente, esta fascinada por semejante espectáculo, ya que jamás he tenido la oportunidad de ver su pene desde que se han desarrollado. Aunque dormido, es más grande de lo que supusiera y se pregunta si será así generalmente o es una particularidad de su hermano.
Huele profundamente y el olor de la entrepierna la llena de una emoción que no sabe a que atribuirla pero que la lleva a acercar la cara a la verga. Estira un dedo para rozar apenas esa piel arrugada y su contacto le produce un escalofrío. Sabe totalmente lo inmoral de lo que va a hacer y esa misma conciencia del pecado la estremece de expectación. Siente por dentro que su vientre se revuelve con pequeños espasmos que semejan pájaros enloquecidos y epidérmicamente, un temblor eléctrico recorre todo su cuerpo y, sin embargo, esos parecen ser lo motores de su excitación.
Al dedo se ha sumado otro y las yemas recorren como mariposas enteramente al miembro en tanto que, inconscientemente, va acercando la cara. Las narinas se le dilatan como los hollares de una bestia en la embriaguez de esa fragancia desconocida y sin proponérselo, envía la lengua a lamer la piel oscura. Los dedos aun conservan el aroma de sus jugos íntimos y esa conjunción la obnubila; alzando con los dedos e infinito cuidado al fláccido miembro, va introduciéndolo despaciosamente entre sus labios carnosos, que efectúan un suave chupeteo como para facilitar la entrada de la verga, hasta que todo el pellejo se aloja en la boca.
Sabe con certeza que Damián ha cobrado conciencia de lo que le hace y está segura que espera mucho más de de ella. ¿Para qué guardar prudencia si se encuentran solos y lo que tenga que suceder, sucederá y sus conciencias serán los únicos testigos de ese delicioso pecado?
Aparte de saberlo porque él le ha enseñado como se hace, una sabiduría natural parece crecer en ella y en tanto macera con lengua y labios la verga que va cobrando mayor largo y grosor, los dedos ejecutan una danza masturbatoria que definitivamente le va otorgando mayor rigidez.
Damián ya no puede disimular más y en tanto la alienta cariñosamente para que no cese de chuparlo y masturbarlo, va despojándose del pantalón para luego y en tanto ella se afana en la felación de esa verga maravillosa, le quita delicadamente la remera.
Desnudos como nunca se vieran, idénticos de facciones hasta el punto de no saberse si las facciones de Tamara son masculinizadas o las de él afeminadas, se ven uno en el otro y entonces, se abalanzan para estrecharse en un prieto abrazo.
Ambos quieren hablar y tropiezan con las palabras que no saben si son de amor, vergüenza, pasión o disculpas. El está tan desorientado como ella pero a la vez, los dos sienten que eso, inevitablemente, en algún momento de sus vidas, tendría que suceder.
Como todo en ellos, su maduración psíquica y física es idéntica; los dos sienten las mismas ansias, la misma pasión reprimida, las mismas sensaciones de placer y satisfacción y también saben que en lo sexual, no habrá nadie que los pueda hacer sentir lo que pueden proporcionarse recíprocamente, ya que la excitación del uno provoca la del otro en un círculo vicioso interminable.
Un acuerdo tácito los llama a silencio; no hace falta que expliquen nada; serán tan felices como puedan por el tiempo que sea necesario y prudente, pero no dejaran que su amor sea obstaculizado por sus padres con la prostitución social de un matrimonio que les pretendan imponer con extraños.
De común acuerdo se han acostado de lado para enfrentarse cara a cara. Cuando Damián acerca su rostro al de Tamara para besarla, sus rasgos son tan parecidos que ella siente un cosquilleo extraño como si se estuviera besando a sí misma y eso, inexplicablemente, pone una chispa de excitación en lo más profundo de su sexo.
Aunque no lo haya hecho con frecuencia, ella considera que para su edad ya es una experta en el beso y su lengua se proyecta para cosquillear sobre los labios de su hermano y entonces sí, el beso se concreta. Táctiles, maleables, los labios jóvenes se tantean, se acomodan y para satisfacción de la muchacha, se unen como un mecanismo bien aceitado para iniciar succiones que, de inmensamente tiernas, la pasión va convirtiendo en intensos chupones, como si ambos compitieran por devorar la boca del otro.
Aferrados mutuamente por los cabellos, la fragorosa batalla de labios y lenguas termina por agotarlos y sintiéndose falta de aliento, Tamara separa la boca en la búsqueda de aire, Jadeando como ella, Damián expresa en su mirada lo que ella pensaba minutos antes y la decisión no verbalizada de llevar aquello hasta sus últimas consecuencias. La palma de la mano de su hermano, roza la excrecencia del pezón de uno de sus senos y esa fricción, entre timorata y exigente, provoca en ella un estremecimiento, como si la mama estuviera conectada por un hilo invisible a sus centros nerviosos más sensibles.
El pezón se yergue como para enfrentar a un enemigo y entonces, las yemas de los dedos recorren la aureola, palpando el desparejo sembradío de los gránulos sebáceos. La embriaguez del placer la hace conducir una mano para aplastar la de Damián contra el seno y entonces este va empujándola muy suavemente para que descanse boca arriba.
En esa posición y a pesar de su abundancia, por la firmeza de esas carnes aun vírgenes al trajinar de las manos masculinas, los pechos de la muchacha se mantienen erguidos y pulposos, como a la espera de la caricia. Alucinado él mismo por la belleza de los senos de su hermana, el muchacho arrecia con los besos y en tanto ella farfulla ininteligibles palabras de emocionada pasión, son las manos las que toman posesión de los pechos para luego de amasarlos cariñosamente, ir redoblando la presión hasta convertirla en verdaderos estrujamientos.
Ella no imaginaba que semejante trabajo de las manos en sus senos la condujera a un grado de excitación como el que se manifiesta en su bajo vientre y en medio de hondos suspiros con los que recupera el aliento que le hace perder la profundidad de los besos, le suplica a su hermano que se los chupe.
Este desoye su pedido para dejar que las manos arremetan aun más reciamente contra las carnes, haciendo que sus dedos pellizquen dolorosa y placenteramente las puntas romas de los pezones y cuado ella arquea su cuerpo como fruto de ese delicioso sufrimiento, Damián deja que la boca y la lengua, en un trabajo combinado de lamidas y succiones, se escurran a lo largo del cuello para arribar a la parte superior del pecho en el que las hormonas han colocado el rubicundo sarpullido de la excitación y ascendiendo la colina de los senos, la lengua va dejando un rastro de saliva cual la huella argentada de un caracol vicioso para luego ir restañándola con la suavidad de los labios.
Lo inédito de la inefable sensación, unido a lo insoslayablemente inmoral del acto y el tremendo sentimiento de felicidad que la invade por entero, inundan sus ojos de lágrimas mientras siente como labios y lengua llegan a la aureola amarronada para explorar la dispareja granulosidad; tremolante, la punta de la lengua hurga y rebusca sobre esos conductores de su sensibilidad, haciendo que, verdaderamente, hallen respuesta en lo más hondo de la columna vertebral, incrementando su envarada crispación.
Los labios acuden en su auxilio para alternarse en la intensa succión, dejando diminutos círculos enrojecidos que devendrán más tarde en hematomas, mientras los dedos índice y pulgar de la mano se han ensañado con el otro pezón, encerrándolo entre ellos para ir efectuando una lerda rotación. Todo es para Tamara un continuo descubrimiento de distintas felicidades a las que, cuando las alcanza, la sorprende el advenimiento de una nueva, distinta y todavía más honda.
La boca de Damián se ha concentrado ahora en el pezón que, largo y grueso, muestra una extraña piel corrugada y sobre él despliega una batería de acciones que, aunque ella sabe que su hermano ya ha tenido relaciones sexuales con algunas prostitutas, no imaginaba que fuera un alumno tan aplicado; la lengua fustiga al elástico pezón casi con saña y cuando este se abate lábil a los azotes, los labios lo atrapan para encerrarlo entre ellos y prodigarse en intensas chupadas que la estremecen por su violencia.
En tanto de su boca gimiente surgen palabras alentadoras para el muchacho, incitándolo a que obtenga y le proporcione la felicidad total en un acto tan profundo que no les permita olvidarlo para no tener oportunidad de dar marcha atrás en el futuro, siente como ahora son los dientes los que se suman a ese delicioso martirio, en asociación con las uñas que hacen presa en la otra mama.
En tanto los dientes se alternan con los labios, los unos para mordisquear y los otros para refrescar el ardor de la mordida, las uñas hacen lo mismo, ya que luego de hundirse sañudamente en la carne, van rotando para dejar lugar a índice y pulgar que la retuercen cada vez con suave presión y morosidad.
El sufrimiento coloca una soberbia sensación de disfrute en la muchacha, quien ahora menea aleatoriamente sus caderas, estirando y encogiendo las piernas, sintiendo que líquidas explosiones se suceden en su vientre y ya en el paroxismo del goce, proclama a gritos su satisfacción mientras una dulce marea fluye por su sexo.
Aun ríe y solloza de felicidad, bendiciendo a su hermano por haberle hecho alcanzar su primer orgasmo con un hombre, cuando Damián deja que su boca vaya deslizándose morosamente a lo largo del vientre para llegar finalmente al nacimiento del velo que supone la recortada alfombrita de negro vello púbico.
Sin apuro alguno, el muchacho se arrodilla frente a su entrepierna y separándole las piernas, las encoge para que toda la zona quede despejada. A pesar de su virginidad masculina y en virtud a las múltiples masturbaciones que Tamara practica desde hace más de dos años, la vulva de la muchacha no posee el aspecto aniñado que debería, sino que la excitación ha inflamado al sexo para que este ofrezca una rojiza comba carnosa en la se destaca la entreabierta rendija de los labios mayores para que afloren los rosados frunces de los menores, en tanto que el clítoris preside la hendidura como un minúsculo pene, ya semi erecto.
Las gotitas de la fragante eyaculación que aun rezuma entre los labios y el aspecto barnizado que proporcionan el sudor y las secreciones hormonales, pone vehementes ansiedades en Damián y sosteniéndola por las nalgas, alza su pelvis para que el sexo quede frente a su cara. Extendiendo la lengua, tal y como le enseñara la prostituta con la que práctica el sexo desde hace menos de un año, la hace tremolar en lo más bajo del sexo, allí donde se vislumbra la apertura prieta de la vagina.
Gotitas fragantes que se suman al líquido vaginal que ha fluido hacia la hendidura anal, son sorbidas golosamente por el muchacho y el dulce sabor, apenas acre, le satisface tanto que, empalando la lengua, la desliza de abajo arriba desde el mismo ano hasta tomar contacto con el capuchón de clítoris.
Sorbiendo el aire por las narinas dilatándose y cerrándose, exhibiendo una radiante sonrisa, Tamara alza la cabeza para observar como su hermano la chupa y al encontrarse sus miradas, hay tanta lujuria reprimida en ambos, que ella no puede menos que decirle cuanto lo ama y que desea ser su mujer ahora y por siempre.
Eso parece insuflar en el muchacho nuevos deseos y multiplicando el redoblar de la lengua, abre con dos dedos los labios mayores para que a su vista se ofrezca ese espectáculo maravilloso, siempre igual y siempre distinto, que es el interior de un sexo femenino; enmarcada por los bordes ennegrecidos de los labios mayores, una espectacular filigrana carnea formada por los frunces arrepollados de los menores circunda el perlado fondo del óvalo en cuya parte baja, casi pegado a la vagina, se abre el agujero de la uretra y en la parte superior campea, bajo la capucha formada por los tejidos superiores de los labios, la punta blanquecina del glande femenino contenida por una delgada membrana.
Febrilmente, la lengua vibrante explora cada rincón del liso fondo, acicatea el agujerito de la uretra y finalmente, se adentra bajo el capuchón para castigar la puntita ovalada. Sin poder dar crédito a cuanta dicha experimenta, Tamara lo espolea con insistentes asentimientos, conminándolo a hacerla gozar aun más.
Enfurecido porque sus esfuerzos parecen no contentar a su hermana aunque él sienta en sí mismo el disfrute que ella obtiene, Damián alterna la estimulación al clítoris con fuertes chupones que ejecuta encerrándolo entre sus labios y tirando de él; ante la entusiasta respuesta de la chica sobre que eso sí la gusta, deja la fricción al pene femenino a cargo del dedo pulgar y él se encarga de engullir los enrojecidos frunces de los labios menores para chuparlos con tal intensidad que arranca sorprendidos respingos en su hermana que, a pesar de eso, continua incitándolo para que vuelva a hacerla acabar.
El considera que ese es el momento justo y sabiendo que a pesar de sus masturbaciones superficiales, su hermana no ha traspasado ese himen reverencial para algunas mujeres, multiplicando el trabajo de dedos, boca y dientes, endurece el dedo mayor de la otra mano y apoyándolo en el agujero vaginal, va introduciéndolo sin hesitar.
Su hermana ha resguardado bien la fortaleza de su virginidad y a poco, la marcha del dedo es obstaculizada por algo que, similar a un delgado y elástico polietileno, se niega a ceder tan fácilmente; entonces, cuando él empuja con decidido ímpetu, arrancando en Tamara un sofocado gritito de dolor, se rasga como una película y el dedo tiene libertad para penetrar el canal vaginal hasta que los nudillos le impiden ir más allá.
En rigor de verdad y aunque practicara el sexo oral a la mujer, esta nunca había dejado que la penetrara con los dedos y ahora Damián está viviendo esa experiencia única; en instintiva auto defensa, los músculos prietos de su hermana se cierran sobre el dedo y aquel contacto casi agresivo de esas carnes húmedas y calientes que rezuman espesas mucosas, le encanta y sacando el dedo una vez conseguido su propósito primario, lo une con el índice para que ambos se introduzcan a la vagina.
La que verdaderamente está gozándolo es Tamara porque; aunque el dedo largo y delgado que su hermano introdujera primero no representa ni una décima parte del pene que ella tuviera entre sus labios, es la primera vez que algo penetra su vagina y su roce la marea de placer, pero cuando Damián la vuelve a penetrar con los dos unidos, encorvándolos para rascar deliciosamente las carnes vírgenes, cree tocar el cielo con las manos.
Es que el muchacho, dando rienda suelta a su imaginación, no sólo rasca todo el interior de ese tibio tubo anillado, sino que al mismo tiempo le imprime un vaivén cadencioso que complementa con un girar de la mano de ciento ochenta grados, por lo que no queda región alguna sin hurgar.
Esa penetración pone frenética a la jovencita quien, asiendo sus piernas por los muslos, contribuye a encogerlas casi hasta sus pechos al tiempo que suplica a su hermano que no cese en tan maravillosa tarea hasta hacerla acabar. Obedientemente, Damián continúa penetrándola pero la boca vuelve a succionar al clítoris con saña feroz y, ante las manifestaciones de su hermana sobre el advenimiento del orgasmo, lleva al pulgar de la mano desocupada a estimular el ano humedecido por la saliva que excede al sexo y, lentamente, resbalando en esa lubricación, va penetrando al recto.
Alienada por el disfrute y las siempre confusas sensaciones con que el orgasmo la abruma, tarda en darse cuenta de esa sodomía y el sufrimiento del dedo separando los esfínteres la crispa, pero ese mismo dolor conlleva tal cuota de goce que, comenzando a disfrutarlo tanto como el sometimiento a la vagina, se envara, tensionada por la emoción y así, en ese juego infernal de boca y dedos invadiendo su sexo y ano, deja fluir el caudal de la eyaculación hasta que el ahogo que cierra su garganta cede paso a la relajación más profunda y su cuerpo se desploma exánime sobre las sábanas humedecidas con sus sudores.

Fatigado él mismo por la vehemencia que ha puesto en el acto, Damián se deja caer a su lado pero, recuperando rápidamente el aliento y estando aun en la cresta de la excitación, la acomoda de lado para luego estrecharse a ella imitando su posición. Ella siente el cuerpo ardiente de su hermano copiando su figura y restregándose mimosa contra él, siente la fuerte carnadura de su miembro rozando las nalgas.
El muchacho pasa un brazo por debajo de su cuerpo y en esa postura, soba tiernamente al seno mientras que con la otra mano aferra su pierna por detrás de la rodilla para encogerla contra el vientre y luego, desciende por el muslo hasta tomar contacto con el sexo. Ese suave roce vuelve a encender a la muchacha y retorciendo su cuello hacia el costado, busca con la boca la de su hermano.
Esa respuesta, ratifica que esa simbiosis mimética, esas sensaciones mutuas y recíprocas propias de su particular gestación los hace sentir las mismas urgencias sexuales y esa ansia casi animal por satisfacerlas. Engullendo las labios ávidos de Tamara, Damián la besa hasta su obnubilación y entonces, asiendo con la mano la verga ya endurecida, la apoya en el aun mojado agujero vaginal.
Un timbre de alarma suena silenciosamente en su mente pero su racionalidad le dice que aquello es el fin mismo por lo que iniciaran esa relación y con un sentimiento de gula insatisfecha carcomiéndole las entrañas, espera anhelante la arremetida de su hermano. Estrechándola aun más contra su pecho y ahondando los besos como si quisiera aturdirla, él va penetrándola muy suave y lentamente.
Si la presencia del dedo le ha resultado una presencia extraña en su cuerpo, el tamaño decuplicado de la verga se le hace asombrosamente desgarrador. Esa rígida barra de carne va separando sus músculos y el roce le produce laceraciones ardorosas pero simultáneamente, una exasperante sensación de infinito placer va invadiéndola; el sufrimiento la hace gemir pero aun no sabe si es de dolor o por el nuevo goce que la inunda y cuando su hermano inicia un pequeño vaivén copulatorio, se aferra a su cuello para, entre besos y lambetazos, ir manifestándole la felicidad que le proporciona penetrándola de esa manera.
En medio de los húmedos besos con los que ambos se devoran las bocas, Tamara no puede reprimir la mezcla de jadeos y grititos que provoca el paso de la verga con su fricción y que los denunciarían ante sus padres, especialmente cuando eso se multiplica porque su hermano utiliza ambas manos no ya para sobar sus senos sino para retorcer malévolamente los pezones en tanto su pelvis se estrella ruidosamente contra las nalgas conmovidas.
Sensaciones encontradas se producen en la muchacha en el transcurso de la cópula; por un lado la carcome el estigma que significará para su íntima autoestima ese proceder infamante, manteniendo relaciones animalmente primitivas con ese hombre que no sólo es su hermano sino su alter-ego, ya que ambos proceden del mismo cigoto, pero por otra parte, no puede desconocer que esa cópula en la que está dispuesta a llegar a todo, la hace vivir momentos únicos en los que el placer es tan inefable que la hace sollozar de felicidad.
Ella misma se arquea y menea para sentir aun mejor el transito del falo en su interior y esa reacción provoca que Damián vaya acomodándola para que quede boca arriba. Apoyando los muslos de la muchacha sobre sus hombros, vuelve a penetrarla y así, arrodillado, se inclina hasta que su boca toma contacto con los senos; en tanto inicia una exquisita succión a los pezones, su pelvis embiste contra ella de tal forma que la punta de la verga golpea el fondo de la vagina y las carnes chasquean por el violento entrechocar.
La mezcla de dolor-goce, hace que la chica muerda sus labios para después refrescarlos con la lengua humedecida y con los ojos cerrados, se aferra a los antebrazos de su hermano para darse impulso e ir al encuentro de esa verga que la hace disfrutar tanto. Si fuera dable que alguien los observara, la imagen resultaría inquietante; los magníficos cuerpos impúberes del efebo y la doncella, se encastran en una mágica cópula en la que parece reproducirse el mito de Narciso, tal es la similitud de los rostros encendidos de los dos jóvenes que semejan reflejarse como en un espejo, lo que otorga al acto una turbadora confusión de rasgos femeninos en el hombre y masculinos en la mujer, poseyéndose sin distinción de género.
Tal parece que el muchacho está deseoso por llegar a la eyaculación pero al mismo tiempo no quiere acelerar los tiempos del coito para disfrutar del soberbio cuerpo de su hermana tanto como pueda; sacando la verga del sexo de Tamara, se acuesta boca arriba mientras mantiene la rigidez del miembro masturbándose y le indica a la sorprendida muchacha que se coloque ahorcajada encima suyo.
A ella le cuesta un poco acomodarse pero, finalmente, con las rodillas junto a la cintura de Damián, flexiona las piernas y siguiendo sus indicaciones, va haciendo descender el cuerpo, sintiendo como el falo que sostiene erguido la mano de su hermano, va penetrando la vagina hasta que sus nalgas tocan el enrulado vello púbico del muchacho. Una sapiencia innata y secreta, parece indicarle qué y cómo hacerlo y así, apoyándose en el pecho de Damián, va haciendo ondular el cuerpo al tiempo que la flexión de las rodillas lo hace subir y bajar.
Rápidamente consigue darle una cadencia a sus movimientos, combinando de tal forma el subir y bajar con el adelante y atrás que la verga rasca aleatoria y satisfactoriamente su carnes, sintiendo que a su propio impulso, la ovalada cabeza parece golpear hasta el estómago. Ebria de dicha comprueba que, enderezando el torso, la tracción es aun más intensa haciendo que la mata peluda de su hermano restriegue gozosamente las carnes dilatadas de la vulva y, llevando sus manos a aquietar el golpeteo danzarín de los pechos, no sólo los contiene sino que, involuntariamente, sus manos van sobándolos hasta que en el frenesí del coito, pellizca y retuerce entre los dedos los endurecidos pezones.
Aunque no debería por conocer la reciprocidad mimética de sus emociones y sensaciones, Damián está sorprendido no sólo de la facilidad con que su hermana acepta cuanto le proponga sino también de la predisposición casi prostibularia que tiene para soportarlo, poniendo tal entusiasta frenesí que sería la envidia de muchas mujeres adultas. Luego de unos momentos en esa posición en la que han encontrado un ritmo acompasado, combinando las movimientos de Tamara con un subir y bajar de la pelvis de él haciendo que la penetración sea aun más honda, Damián sale de ella y haciéndola mantenerse arrodillada pero ahora apoyada en sus codos sobre la cama, se acuclilla detrás para volver a penetrarla.
Si fuera posible después de tanto goce, esa intrusión se le hace a Tamara indeciblemente deliciosa, estremeciéndose de placer cuando siente estrellarse contra las nalgas el cuerpo de su hermano y elevando un poco el torso, comienza a hamacarlo para sentir aun mejor como el soberbio falo hurga en los rincones más profundos de la vagina.
Urgido él mismo por el deseo de acabar, Damián comienza a sacar la verga de la vagina y espera hasta ver como los esfínteres vuelven a encogerse para después si, hundirse en ella con toda su potencia. Para ella, cada uno de esos remezones es como el primero y de su pecho brotan sordos bramidos que manifiestan tanto su sufrimiento como el inmenso placer que experimenta pero, cuando su hermano dejar caer una gran cantidad de saliva en la hendidura entre las nalgas para luego ir introduciendo el dedo pulgar en el ano, los intensos cosquilleos que escuecen en el fondo de sus entrañas, la llevan a expresar su satisfacción en insistentes asentimientos que entremezcla con desesperados pedidos de que la rompa toda pero que finalmente la lleve a alcanzar un nuevo orgasmo.
A pesar de la brutalidad de ese acto antinatural, los gemelos sienten que esa es la primera vez en que vuelven a estar tan unidos como dentro del útero de su madre y que lo que siente cada uno se manifiesta en la sensibilidad del otro. Sabiendo que su deseo primitivamente animal es el mismo que habita la mente y las entrañas de Tamara, Damián saca la verga de la vagina y cuando ella espera tensa por una nueva penetración, él la apoya contra los esfínteres que el dedo se ha encargado de relajar y, empujando suave pero vigorosamente, hace que la punta vaya desapareciendo en el recto.
La molestia por la dilatación del dedo se ha convertido en algo tan agradable que ella desea la continuidad de la combinación entre verga y pulgar, pero la penetración del miembro, especialmente por su grosor, es tan imprevista como dolorosa y sin poder contenerse, sofoca un estentóreo grito mordiendo la almohada.
Ya Damián está totalmente descontrolado y metiéndolo sin pausa hasta que su velluda pelvis se estrella contra las nalgas temblorosas de la chica, observa fascinado como el ano se ciñe al tronco e, inversamente a cuando sodomiza a la prostituta, cuyos esfínteres dilatados por años de trajín son tan lábiles como su baqueteada vagina, forman una especie de tubo elástico que cuando él inicia un acompasado vaivén, se hunde o sale adherido a la verga conforme ese ritmo.
Lentamente y merced a la continuidad de la sodomía, Tamara amaina con los gemidos y empezando a disfrutarlo, lo incita a culearla con todo su vigor; a pesar de ese estilete ardiente que aun se clava en su nuca, menea la grupa para acomodarse a la cópula y a poco, ronroneando contenta por el goce masoquista que la penetración le provoca, va hamacando el torso y obedeciendo al pedido de su hermano de que lleve una mano al sexo para masturbarse, ladea el cuerpo para quedar apoyada en un hombro y la cabeza, dejando que sus dedos restrieguen vigorosamente al clítoris
Todo parece conjugarse maravillosamente y en tanto disfruta con el grosor de la verga socavando la tripa al rítmico galope que su hermano obtiene aferrándola por las caderas, ella ondula su cuerpo para sentir el entrechocar de las carnes y experimentando nuevamente los sordos estallidos y contracciones que gesta en su vientre una próxima eyaculación, lleva sus dedos a penetrar la vagina al tiempo que proclama el advenimiento de su alivio.
Sintiendo que a su vez está próximo a acabar, Damián se inclina sobre ella y aferrándola por los senos, hace que los dos se fundan en un solo movimiento copulatorio que se extiende por un tiempo sin tiempo hasta que, en medio de los bramidos de él y los ayes mezclados con alabanzas y repetidos asentimientos de ella, Tamara siente que en el recto se derraman tibios chorros de esperma en tanto que entre sus dedos fluyen los líquidos fragantes de su eyaculación.

Cuando el amanecer clarea en el cielo, su madre contempla arrobada la similar hermosura de los adolescentes que yacen envueltos pudorosamente en las sábanas, una en la cabecera y el otro a los pies de la cama y agradece a Dios por la bendición de tener dos hijos tan bellos como inocentemente puros.
Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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