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Categoría: Orgías

Habla la maestra

Durante los primeros meses de nuestra relación, Ariadna y yo teníamos algunos problemas para encontrar donde follar, aunque siempre lo resolvíamos, pero pronto empezamos a hacerlo en la galería-café propiedad de una amiga-maestra de Ariadna. Cuando supe que la guapa señora a que llamaremos Laila, era “la Coneja” de un relato inolvidable, le insistí a Ariadna para que ella le pidiera que me lo contara y un día, por fin, luego de hacer el amor con Ariadna en el cuartito de servicio del café, tomándonos una cerveza con Layla, ella accedió. El preámbulo es un poco largo, pero la historia es de las mejores, se los juro:

Te contaré la historia –dijo-, porque Ari te ama y se que tu la quires y respetas como se debe. Te la contaré porque le debo un favor enorme que le autorizo a contarte (y me lo contó, tíos: ya lo veréis, si tenéis paciencia para seguir leyendo y yo para escribir).
Tengo que ponerte un poco en contexto –dijo, luego de un trago-. Cuando pasaron los hechos yo tenía 38 años y llevaba 18 de casada. Han pasado menos de dos años y puedes juzgarme

. Me casé virgen a los 20 años, aunque ya conocía el sabor del miembro, porque tuve sexo oral con un novio con el que terminé justo por eso, pues me sentí sucia y pecadora a la vez que traicionada.
Mi marido era ocho años mayor que yo, justo lo que aquí llamamos de buena familia y antiguo dirigente de las juventudes priistas. Cuando nos casamos era regidor y abogado litigante. Luego fue diputado local presidente del PRI municipal y, finalmente, cuando pasó lo que voy a contarte, diputado federal. Yo había aprendido a odiarlo, porque me ponía el cuerno y me tenía en casa.: yo era su trapo y la madre de sus hijos (una nena de 16 y un chico de 14) y ya. Pero cuando el chico entró a la secundaria yo logré, por fin, que me dejara trabajar, y entré a dar clases de dibujo, de 8 a 12 de la mañana, en una secundaria federal.
Justo entré cuando mi marido empezó su labor de diputado, y pasaba mucho tiempo en México. Las cosas terminaron en que tras debatirme con mis culpas y mis miedos, me hice amante de Ramiro, un compañero de trabajo, que me trataba como a una diosa. Él tenía 32 y yo 37 y llevábamos un año de amantes, buscando siempre espacio y tiempo para nosotros, siempre con pavor de mi marido. Uno de nuestros lugares más socorridos era mi oficinita en el taller de dibujo: sólo teníamos llave la maestra de la tarde, una vieja y buena señora, y yo, y como el taller de dibujo estaba retirado, Ramiro podía llegar e irse sin ser visto.
La noche de aquella tardeada, los profesores, como era obligado, teníamos que “cuidar” a los alumnos, pero tan pronto pudimos, Ramiro y yo nos escapamos. Nos desnudamos amorosamente y dejamos nuestras ropas dobladas sobre la silla. nos cachondeamos rico y me penetró, sentada en la orilla del escritorio.
Lo hacíamos a oscuras y estaba plenamente entregada a él, como siempre, cuando pasó algo inaudito: nos alumbró la luz de una linterna sorda y vi, detrás de la luz, tres siluetas: en medio un chico flaco de cosa de 1.65 de estatura, rodeado por otro, más robusto, de cerca de 1.70, y por uno más, eso pensé al principio, de 1.50 o así. Sin duda, tres alumnos. Me dio pavor, miedo pánico, y Ramiro se salió de mi volteando hacia ellos...
Ahí estaba yo alumbrada por la linterna, desnuda, sin acertar siquiera a cerrar las piernas, paralizada de terror, cuando de la silueta de la izquierda, la más pequeña, salió una voz de niña que decía que no tuviéramos miedo, que guardarían el secreto, “pero ahora invítennos”, según recuerdo. Y no acababa de decirlo cuando avanzó hacia Ramiro, le tomó el miembro y se agachó para hacerle sexo oral.
Yo estaba pasmada: era una chiquilla encapuchada: sólo la boca y la barbilla salían bajo un pasamontañas negro, una chiquilla delgadita, una Lolita seguramente alumna mía, y le estaba haciendo una fellatio mejor, mucho mejor que las tres o cuatro que yo, venciendo mi repugnancia cultural, le había hecho a Ramiro de poco tiempo atrás.
Yo estaba pasmada todavía pero el terror cedía y una nueva excitación, inesperada, se abría paso desde mi vientre. Entonces avanzó la figura de en medio, un chico flaco y correoso, embozado y cubierto con una gorra, el que empuñaba la linterna. Se acercó hasta mi, apagó la lámpara y, en la oscuridad, se agachó y sentí su cabeza entre mis muslos.
Y contra todo lo que me había contenido hasta entonces, decidí dejarme llevar, lo que no deja de ser bastante curioso, si consideramos que a mis 38 años sólo había tenido un amante y un marido y que seguía teniendo, más inconsciente que concientemente, toda la carga de mi formación. Antes de cerrar los ojos y perder la noción de la realidad alcancé a ver que la chica embozada y Ramiro salían de la oficinita.
Lo que sigue no puedo contártelo en estricto orden, aunque se que eso es lo que te gusta: Ariadna me lo ha dicho. Se que estaba abandonada, recibiendo sexo oral, bien hecho, tan bien hecho que me sorprendía que fuera un alumno, cuando sentí unas manos fuertes en mis pechos y otra boca en la mía. Esa segunda boca empezó a besarme y, como la de abajo, sabía hacerlo.
Cuando empecé a gemir, cuando mi sexo escurría otra vez, el que estaba abajo, digámosle Uno, pasó a la posición que ocupaba antes de que todo iniciara. Para entonces yo me había recostado sobre los codos para ofrecerle bien mi boca y mis senos a Dos, y fue en esa posición como recibí a Uno, como empecé a sentir, a mis 38 años, el tercer pene de mi vida, que bombeaba en mi interior, vivía en mi interior.
Dos no estaba quieto y seguía besándome y fajándome. No se en qué momento, mientras Uno me seguía dando, Dos me recostó por completo y puso su miembro a la altura de mi boca, pues mi cabeza volaba fuera del escritorio. Yo no era muy sabia en eso del sexo oral, pero lo acepté e hice lo que pude. Sentí un cálido orgasmo, el primero en que no participaba activamente, que me llegó sin buscarlo mientras yo me concentraba en lo que hacían mis labios y mi lengua, dejándole a mi yo interno las sensaciones de la parte baja del cuerpo.
Supe que Uno terminó porque lo sentí salir, justo cuando el miembro de Dos empezaba a palpitar, duro, duro en mi boca. Ninguno de los tres había dicho palabra y yo, por fin, hablé, o no fui yo, no se, salió una voz rara y aguda de mi boca, diciendo “tu también ve allá abajo”.
Dos, obediente, me penetró y yo, antes de que Uno ocupara la posición que Dos había servido, me incorporé, abracé a Dos sin besarlo, ya sintiéndolo en mi, y envolví su torso con mis piernas, apretándolo contra mi sexo: “no te muevas”, le pedí en voz baja, muy baja, y él obedeció. Quería sentirlo así, dentro de mi, junto a mi. Quería bajarle un poco la excitación para que no descargara en segundos, quería tenerlo para mí, quería prolongar ese instante.
Uno se quedó aparte, quizá adivinó, hasta que fui yo, con el impulso de mi cadera, quien indicó a Dos que había llegado el momento. Me cogió con suavidad y ternura, como si no hubiera nadie, como si no llegara hasta nosotros el apagado ruido de la tardeada que a unos pasos de nosotros se celebraba, como si la otra guarrilla no hubiese gritado quien sabe qué cosa, como si no fuéramos concientes de que Uno observaba nuestras siluetas en la oscuridad. Cuando derramó sus ardientes líquidos dentro de mi volví a apretarlo y, ahora sí, lo besé.
No pude moverme antes de que Uno regresara a ocupar el lugar de honor. Les juro que me dolían las nalgas de estar sentada en el filo del escritorio, me dolía la vagina con el peno de Uno, quería parar ya. Le pedí “termina rápido, por favor”. Terminó y les pedí “paz, un poco de paz”.
se retiraron y me vieron desde lejos, aún en la oscuridad. Sentí cerca de mi otra presencia: Ramiro... ¿qué se habría hecho de la chica?, pensé. Y quise hacer algo que extrañara a Ramiro. Dije: “enmascárense otra vez, por favor”, y mientras lo hacían, saqué de un cajón las toallitas húmedas que guardaba para mis encuentros con Ramiro. Con ellas en la mano me acerqué a los dos chicos y a cada quien con una mano les limpié cuidadosamente sus miembros, tan cuidadosamente que no tardaron en tener sendas erecciones. Pregunté: “¿tienen a mano la lamparita?”, y cuando me la dieron me llegué hasta Ramiro: “¿dónde está la chica?”, le pregunté. “Se fue”, dijo.
En voz muy baja le dije: “mira bien: hoy termino de aprender. Mira bien y en el momento en que quieras cumple ese viejo deseo tuyo: sodomízame”.
No es que fuera yo virgen del ano, debo aclararles: mi marido me lo había hecho, al principio, antes de que yo me embarazara, cuando me lo hacía diario todos los días. Cuando estaba en mi periodo me penetraba por detrás y nunca, nunca me gustó. Tenía años, muchos años de no hacerlo por ahí y se lo había negado a Ramiro, pero el tiempo había llegado.
Me acerqué a los chicos y les pedí que se hincaran, uno junto al otro. Durante los siguientes minutos me dediqué a sus dos penes, comparé sus tamaños y sus texturas, los probé con la lengua, los labios y el paladar, los acaricié en todos sentidos, mientras mi amante me veía a la luz de la linterna sorda. Y tanto fue el cántaro al agua que se rompió: Dos se derramó, no abundantemente, pero lo hizo, y le siguió Uno poco después. Yo estaba extrañada de que Ramiro no hubiese hecho nada, pero cuando Uno terminó, se oyó su voz.
“Chicos: sigan el ejemplo de su amiga. Váyanse por donde vinieron y aunque ustedes saben quienes somos, nosotros no lo sabremos. Váyanse y no lo cuenten, por amor de Dios. Les doy las gracias y dénselas de mi parte a su chica”.
Se fueron, solo cuando se fueron Ramiro me puso otra vez a cuatro y me sodomizó. Yo sentía cada parte de mi y había olvidado todo, me gustó y me siguió gustando. Nunca quise saber quienes eran los dos chicos, aunque de uno sospecho. Dos meses después supe que la chica era Ariadna, aunque eso te lo contará ella.
Pero lo más importante es que fa a partir de ese día, no de haberme echado un amante, que decidí divorciarme.

sandokan973@yahoo.com.mx
Datos del Relato
  • Autor: sandokan
  • Código: 3861
  • Fecha: 08-08-2003
  • Categoría: Orgías
  • Media: 5.29
  • Votos: 55
  • Envios: 7
  • Lecturas: 4056
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 10-08-2003 00:00:00

Mira tú las cosas que pasan por ocuparse tanto de la política. Claro, y no es para menos...tú en esa soledad te fuiste de festín. Jajajaja, muy bueno.

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