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Grabaciones del trastero

~Estimado X :

No sé de qué te quejas. Me escribes indignado porque crees que lo que se cuenta en las cintas es material de primer orden, material ¡erótico!, y que debería de despertar el interés de las masas onanistas sin la menor duda.

Parece ser que, por los resultados, te encuentras muy lejos de tu apreciación original. Debes de comprender que no todo el mundo le da al sexo las vueltas que tú le das. El resto de los mortales preferimos asuntos sencillos y alegres en materia de entendimientos carnales.

Ya te lo advertí en mi anterior envío. Y te lo sigo advirtiendo. Pero allá tú.

Te adjunto lo último que he rescatado de las grabaciones. Pero, si quieres un consejo de un amigo que te aprecia, olvídate de todo esto y dedícate al chico conoce chico, follan felices y se acabó.

Pero sé que no ma harás caso. Así que suerte.

 

 

CUARTA SESION

 

-Se llama Carrero. Es una especie de hombre para todo de las instalaciones deportivas a las que voy a ejercitarme. En su juventud tuvo maneras de buen luchador, pero no cuajó por algún problema del que pocos saben. Ha ido pasando por trabajos de poca monta y... ahora lo tienen ahí.

A veces me entiendo con él.

-¿Quieres decir que...?

-Tengo sexo con él.

-¿Qué años tiene?

-Cuarenta y tantos. No sé bien.

-¿Y qué clase de relación mantienes con él? Me refiero a algo que no sea puramente físico.

-Ninguna.

-¿Sólo es sexual?

-Sólo.

-¿Por qué con él?

-Llevaba tiempo observándole. No es que sea un hombre atractivo. Y tampoco es persona abierta o habladora. Pero algo en él me llamaba la atención.

-¿Y era?

-Me recordaba a Cosme.

Algo en su manera de caminar, o en la forma de sus nalgas, o sus ademanes...

¡No sé si quiero hablar de esto!

-Debes. Estamos tratando de alcanzar el núcleo del problema.

...

-Carrero me sorprendió mirándole unas cuantas veces. Yo aparté la mirada rápidamente. No deseaba problemas de la clase “por qué me miras tanto; ¿eres maricón o qué?”

-¿Cómo has llegado a mantener relaciones con él?

-Un día del pasado verano acudí a ejercitarme ya tarde. Dieron aviso de cierre y aún me encontraba practicando con aparatos. Mientras me duchaba se presentó a inspeccionar que no quedara nadie. Me pilló enjabonándome. Y algo... empalmado.

-¿Te excitas en la ducha?

-Habían pasado casi tres meses sin que tuviera ningún contacto. El sexo requiere su tiempo y yo no lo tenía.

El olor del gimnasio... el pestilente olor a sudor rancio que allí se concentra me remueve el deseo. A la gente le da asco pero a mí me inspira las fantasías más sucias.

-Llega Carrero, te descubre y...

-Se queda mirando mi sexo. Me doy cuenta. Y él sabe que me doy cuenta...

No me tapé, no disimulé.

Y no pude evitar que mi erección fuese a más.

-¿No pudiste?

-¡No!

Necesitaba follar. No sabe cómo lo necesitaba.

...

Carrero recuperó la compostura y me dijo con su voz tosca: “Tengo que cerrar”. Y se marchó.

Entonces me entraron todas las dudas: ¿y si me estaba equivocando?

Salí de la ducha y me sequé rápido. Quería largarme antes de que volviera.

-¿Te sentías avergonzado?

-¿Avergonzado yo? Lo que temía era una mala reacción.

-¿Te ha ocurrido alguna vez?

-Sí. Un hijo de puta se me insinuó. Le seguí la corriente y cuando le entré directo se hizo el indignado y me llamó maricón a voces delante de más gente.

-Un incidente lamentable y que merece que analicemos. Pero no nos desviemos.

Estabas en las duchas secándote.

-Ya ultimaba la tarea frente a mi taquilla con los slips en las manos, cuando escuché que la puerta del vestuario se abría.

“No queda nadie” oí la voz recia de Carrero.

No me volví. Mejor hacer como que no había pasado nada.

Sus pasos avanzaron sin prisa hacia donde me encontraba. Hasta que lo tuve a mis espaldas. Lo sentía detrás, quieto; escuchaba su respiración.

Yo sólo pensaba que de un momento a otro comenzaría a montarme una bronca e insultarme...

Pero sentí un suave contacto sobre mi espalda: era uno de sus dedos, que se iba deslizando sobre mi piel hasta el comienzo de mi trasero...

Mi sexo se levantó al momento.

Me di la vuelta y nos encontramos cara a cara.

Con una mano me tomó de la erección y yo metí las mías por su camisa. Acaricié su pecho velludo y le atrapé los pezones duros y gruesos. Mi gesto le arrancó un profundo suspiro.

Nos acercamos más y comenzamos a besarnos con ansia descontrolada.

Los dos estábamos sedientos de lo mismo.

Fue un buen polvo. Nos entretuvimos casi una hora. Y hubo buenos morreos. Tiene una boca ancha y labios carnosos.

Acabamos en el suelo, sobre mi toalla. Yo me lo follaba desde atrás alzándole una pierna por la rodilla; entraba y salía de él con facilidad. Era muy placentero y él disfrutaba con mi manera de clavarle.

Sí, un buen polvo. Como hacía tiempo. Uno nunca sabe con quién va a terminar por entenderse.

Cuando me iba a correr, le masturbé con ganas hasta que eyaculó conmigo. Como Tino hacía con mi tío. Entonces...

-Un momento: ¿piensas en tu tío y su amigo cuando estás con este nuevo amante?

...

-Puede.

-¿Cuantas veces has tenido sexo con él?

-Quince... veinte veces.

-¿Siempre es así de placentero?

-Más o menos.

Aunque...

-Di lo que piensas. Vamos, sin cortapisas.

-Me gustaría que ocurriera en otra parte.

Me gustaría pasar con él una noche en una cama. Siempre sucede en el recinto, cuando ya no hay nadie. He pensado en invitarle a mi apartamento.

-¿Se lo has propuesto?

-No.

-¿Por qué?

...

-En cuanto terminamos, salimos del recinto en silencio y cada uno se va por su lado.

-Pero ¿se lo has propuesto?

-Me da pánico.

-¿Temes que te rechace?

...

-Temo que acepte.

¡Yo no sabría qué hacer con ese hombre después de follar!

-Y sin embargo quieres que sea de otra manera.

-Creo que ya no sé ni lo que quiero.

¿Por qué no nos olvidamos de Carrero?

-Porque a través de él, has vuelto a tener sexo con tu tío.

-Eso es exagerado.

-¿Seguro?

 

-El puto pasado que no cesa ¡Estoy harto!

¿Nunca acabará?

-Está en ti. Tienes que aprender a controlarlo y aceptarlo. No se puede hacer nada más.

-¿Y una lobotomía?

Sólo estaba bromeando.

-En la anterior sesión, el amigo de tu tío no apareció en sí, pero todo cuanto narraste tuvo que ver con su influencia.

Háblame de él.

-Tino...

Tino era un hombre con un físico similar al de mi tío Cosme pero más duro y fuerte, moreno y muy velludo.

-¿Tanto como tu amante actual, este tal Carrero?

-No lo había pensado.

O sí.

¡Joder, no lo sé, no lo sé!

-Entonces no sólo te recuerda a tu tío. También al amigo de tu tío ¿Es así?

¿No quieres contestar?

-¡Sólo es un tipo con el que follo!

-Veinte veces ¿Con cuántos hombres has follado veinte veces?

...

Quiero que pienses en ello.

Sigamos con el amigo de tu tío... ¿Cómo era su carácter?

-Su carácter no despertaba simpatía. Te miraba sin mirarte. Estaba con los ojos en otra dirección pero te vigilaba. Fumaba además un tabaco de picadura, un tabaco antiguo que ya apenas se encontraba. Decía que el día que ya no lo fabricasen, dejaría de fumar.

-Parece un hombre de otra época.

¿Sabía que habías descubierto sus contactos sexuales con tu tío?

-Sabía que mi tío no había contado con él para castrar a los guarros. Y aquello le tenía en guardia.

-En mis notas tengo esta frase: así supe que lo deseaba.

¿Te excitaba?

...

-Deseaba lo que Cosme podía sentir en los brazos de aquel hombre.

Y... lo busqué.

-¿De qué manera?

-A la mañana siguiente del derrumbe emocional de mi tío.

Cuando se levantó, yo permanecí en la cama. Me hice el dormido.

Y cuando me quedé solo, evoqué la imagen de Tino trincándoselo.

En mi mente, el coito no acababa nunca. Aquel sexo oscuro se deslizaba hacia atrás, casi a punto de escapar del trasero de Cosme, asomando incluso el frenillo, y otra vez lo traspasaba en un metesaca sin final.

También estaban los detalles: las manos de Tino, de nudillos peludos, sujetando el muslo desnudo de su presa; el goteo incesante de semen desde el miembro de mi tío; el sudor en su frente; el choque de la carne de macho contra la carne de otro macho...

Y los suspiros, sus maneras de gemir, el susurro de unas palabras que no pude entender y que por eso mismo yo podía interpretar a mi antojo en la imaginación...

-¿Qué papel jugabas tú en esa recreación?

-Podía ser Tino, podía ser Cosme... ¡Podía estar en medio de los dos!

-Tu favorito, por favor.

-Esa mañana, el de presa.

-¿Te masturbaste con esa recreación?

-No, no.

Yo no quería sólo un imaginario. Yo quería el hecho, el acto, lo tangible, la piel...

Y me levanté de la cama dispuesto a alcanzar a Cosme y pedirle perdón otra vez por mi comportamiento cobarde cuando intentó hacerme suyo.

Y el ruego de que lo volviéramos a intentar

-¿Pese a que él ya te había hecho una sentida declaración de que no era un ser despiadado y agresivo?

-¿Cree que yo tenía en cuenta nada de eso?

La necesidad te convierte en egoísta. Y yo tenía una necesidad inaplazable.

-¿No es demasiado calificarla de inaplazable?

-¡Usted no lo comprende!

-¿Le alcanzaste? ¿Le planteaste lo que has dicho?

...

-Frené la bicicleta en la parte más alejada de la calle sin tomar una decisión.

-El deseo, entonces, no era tan inaplazable ¿Puede que se debiera a que consideraste los sentimientos torturados de tu tío?

-No, nada de eso...

...

He mentido.

Salí de casa con la bicicleta y subí hasta lo más alejado de la calle de donde parte el camino hacia las eras.

Entonces...

¿Puedo fumar?

-No ¿Qué ocurrió?

-Se abrió la puerta de una casa y de ella salió Tino. Era su casa.

Frené la bicicleta y esperé. Esperé hasta que él me dirigió una mirada.

Se la mantuve.

Un niño pequeño salió tras él y le entregó su tabaco. Se le había olvidado.

Llevaba una alforja al hombro. Dio unos pasos y lio un cigarrillo de la infame picadura que consumía.

Como quien no quiere la cosa, avanzó en mi dirección ensimismado en la tarea hasta que lo tuve a un par de metros.

Vestía una camisa azulona arremangada hasta los biceps y enseñaba el piloso pecho por los botones que no abrochaba.

Me pregunté si no sería descendiente directo de un puto gorila.

“¿A quién esperas?” me preguntó sin mirarme, como era su costumbre.

“A nadie” respondí.

Lo examiné de arriba abajo. Si él no me miraba, yo a él sí.

Me detuve en su entrepierna, abultada pero sin que uno pudiera pensar que ahí se escondía lo que yo había visto en acción. Se rascó la zona. El gesto me disparó por dentro.

“¿Ya ha capao tu tío a los cerdos?”

Aproveché para darme importancia contando que yo le había ayudado.

Me miró de frente.

“Este año vas mucho con tu tío ¿Qué te da pa que le sigas tanto?”

“Me enseña cosas del campo”

“¿Te interesan las cosas del campo? Vaya, no lo sabía -dijo medio burlón- ¿Se te ha despertao el interés este año o qué?”

No le contesté. Hasta un imbécil intuiría el doble lenguaje que utilizaba.

“Tiene suerte Cosme de que le echen una mano. Otros no tenemos tanta suerte” siguió hablando.

Le dio una calada al cigarrillo que casi lo consume del todo y añadió exhalando el humo:

“Si te aburres, estoy en las huertas, poniendo un cercao de alambre. Una ayuda no me vendría mal. Yo también te puedo enseñar... cosas del campo”.

Se alejó dejándome ver sus espaldas y la fuerza de su trasero.

Y la picha se me empinó.

...

¡Me oigo hablar de todo esto y...!

-¿Te censuras?

-Me daría un par de bofetadas.

-Pero estás siendo sincero. Vamos por el buen camino.

-¿Por qué no me aguanté las putas ganas? ¿Me faltaba un tornillo o qué?

-¿Eso quiere decir... que fuiste a echarle una mano?

-Esa mañana... pedalee hasta un promontorio que hay cerca de donde tenía su terreno. Lo vi en él faenando con el torso desnudo. Cavaba agujeros donde metía troncos que harían de mojones y entre ellos tendería el alambre. Sudaba y el sol brillaba en la piel libre que no cubría el vello. Lo encontré asquerosamente morboso.

-¿Te vio?

-Tal vez.

Levantó la cabeza un par de veces hacia el promontorio. Yo me había sentado tras una maleza en la pendiente.

-¿Te hizo alguna señal?

-No... Pero cuando tuvo ganas de orinar, lo hizo mirando en mi dirección. Y a la hora de sacudirse la última gota se entretuvo más de lo necesario. Me mostraba su sexo. Me enseñaba el cebo. Como en su momento hizo con mi tío.

-¿Atendiste a la incitación?

-Un vecino del pueblo, que también tenía un terreno por la zona, le llamó y se pusieron a hablar y a fumar un cigarrillo. Eso me salvó.

Me volví a casa.

-Evitaste el encuentro.

-El azar lo evitó por mí. Pero..

...

-¿Pero...?

-Durante la comida, no dejaba de pensar en él orinando y sobándose el sexo. Mi hermana me estaba contando no sé qué de una jeringonza que se habían inventado ella y sus amigas para comunicarse. Me repetía palabras ininteligibles y me retaba a que adivinase qué querían decir. La mandé a la mierda y mi abuela me arreó un coscorrón.

Me levanté de la mesa sin permiso y salí de casa con la bicicleta. Mi abuela me exigía que volviera a gritos.

No le obedecí.

-¿Adónde fuiste?

-Al promontorio otra vez.

Por el camino vi nubes amenazadoras en el horizonte y escuché algún trueno. Pero las ignoré: y en esa zona pueden desatarse tormentas muy peligrosas.

Volví a agazaparme detrás de las mismas matas que por la mañana. Hacía calor, demasiado calor.

En el terreno de Tino nadie trabajaba. Aunque se veían herramientas sin recoger.

De la chimenea de la caseta salía humo. Supuse que Tino se estaría calentando la comida. O puede que ya hubiese terminado y permaneciese tumbado sobre el camastro en el que se lo montaba con mi tío.

¿Y en qué estaría pensando? ¿En su mujer, en sus hijos, en su cosecha, en sexo...?¿Y sexo con quién?¿Con su mujer, con Cosme... conmigo?¿Pensaba en mí como yo en él?¿Pensaría en mí como su siguiente presa?¿Se la estaría machacando con la imagen de mi culo completamente abierto para él?

-¡Detente! Sal de eso. Estás aquí, en mi estudio.

-Sí, lo siento.

-No se trata de que te excites sino de que mires de nuevo lo que pasó. Como un espectador.

-Eso no lo lograré en la vida.

-Probemos lo siguiente: Cuéntalo como si le hubiera sucedido a otro. Le llamaremos... Félix ¿Te parece?

-Como quiera.

-Ahora mira a Félix, sentado en el promontorio.

-¿Puedo cerrar los ojos?

-Como quieras.

...

-Félix no se da cuenta de una cosa: de que las nubes han avanzado deprisa y están sobre su cabeza. Son oscuras y no presagian nada bueno.

-¿Qué hace Félix?

-Se ha metido la mano bajo el pantalón. Se toca. Se toca el sexo. Y el ano.

Pero un estruendo le paraliza. Un rayo ha descargado muy cerca de donde se encuentra. Y la lluvia y el granizo se precipitan repentinos en una cantidad que impone mucho más que respeto.

Félix intenta montar en la bicicleta, pero desiste porque el granizo le daña. La abandona y corre con todas sus fuerzas en dirección del único refugio al alcance: la caseta de Tino.

No hay alero bajo el que protegerse. Sólo cabe entrar.

Empuja la puerta y accede al interior.

Permanece por un momento con la cabeza contra la puerta mientras recupera la respiración de la frenética carrera.

Chorrea agua de sus ropas. Y sangre de su cabeza: el granizo le ha herido en alguna parte del cuero cabelludo.

“Te has decidido a echarme una mano?” escucho....

-No; tú, no: Félix.

-Félix. Sí.

-Eso es. Continúa.

-Félix, cuyos ojos se acostumbran rápido a la penumbra, ve al amigo de su tío plácidamente tumbado en el burdo camastro. Fuma, como es habitual en él. El torso sigue desnudo y se ha quitado los pantalones de faena. Cubren sus vergüenzas unos calzoncillos de corte antiguo.

Tino bebe un sorbo de una taza de metal abollada que humea.

“Quítate la ropa o te quedarás frío”

Félix, tan decidido cuando piensa en ese hombre en plena acción sobre el culo de su pariente, siente el vértigo de lo que puede ocurrir y le poseen las dudas.

“Toma, bebe” -le invita el campesino ofreciéndole la taza.

Da un trago. Es café con licor.

Le quema en el estómago.

“Bebe más. Entrarás en calor. Vamos, chico, que no se diga que no aguantas un poco de anís”

Y Félix apura la taza.

El campesino toma una botella que tiene a sus pies y rellena el recipiente.

“Venga, de un trago” -anima al muchacho.

El chico se lanza al vacío que le proponen y se traga hasta la última gota.

Resuena el agua y el granizo sobre el techo de la caseta. Y la cabeza de Félix comienza a sentirse ligera.

“Quítate la ropa” -insiste Tino.

Y el chico se desviste. Hay sangre en el cuello de la camisa. Pero al igual que hizo con las nubes, tampoco le presta la atención necesaria.

También descubre moratones en sus piernas cuando deja caer los pantalones hasta los tobillos.

“Te ha pegao bien el granizo” comenta el campesino sobre los cardenales que se han formado en la piel clara del chaval.

“Anda, ven, siéntate conmigo”

El chico obedece. Su cuerpo desnudo está a escasos centímetros del amigo de su tío. El alcohol le ha llegado al cerebro. Se siente extraño... mareado...

Y la lluvia no cesa de abrumar con su estruendo en el tejado simple de la caseta.

“Te pareces a tu tío. Tienes buenas piernas, como él”

Una mano del campesino cae a peso sobre un muslo de... Félix. Se lo oprime. Las venas de esa mano opresora están hinchadas de sangre caliente y vigorosa.

“¿Te han hecho muchas zorrerías los zagales del pueblo? Aquí es costumbre. Puede perseguirte una cuadrilla y dejarte en pelotas en cualquier parte o untarte tus partes con mierda de vaca. Por aquí somos así de cafres.

La mano del hombre baja y sube por el muslo del chico.

“¿O ya te has pasao al otro bando y ahora eres tú quién se mete con los pequeños?”

Tino le da una calada a la pava que sostiene en la otra mano.

“Porque a ti hace tiempo que te sale leche de la pija -y golpea con un dedo el sexo de Félix- ¿Qué, te la cascas mucho? ¿Ya se la has metido a alguna putilla de tu edad?”

Se sonríe cómplice mientras interroga.

Félix niega.

“¿Qué haces pues? ¿Te la tocas con algún amigo?”

Tino le ha pasado el brazo por los hombros y estruja el cuerpo del chico contra el suyo, sólido y sudoroso.

“¿Te cuento un secreto? Yo, a tu edad, también me la tocaba con otro chaval. Y nos daba mucho gusto a los dos. Mira -se señala entre las piernas- sólo hablar de la cosa y se me ha puesto tiesa. Anda, toca pa que veas lo tiesa que se me ha puesto”

Félix lo desea. Pero cuanto más cerca está de su deseo, más inseguro parece.

“No tengas miedo, que no muerde. Sólo es una polla, como la tuya. Anda, sácamela”

Y Félix...

-¿Qué ocurre?

-Y yo...

-Habíamos quedado...

-¡Lo que viví es mío! No es de un personaje de conveniencia ni de una abstracción ¡Es mío!

Fui yo quien pasó la mano sobre su anticuado calzoncillo y palpó el grosor de su miembro, quien metió la mano para atraparlo y notó la suavidad de su piel, quien lo sacó a la luz para acariciarlo con el mimo que su presencia impetuosa requería.

Cosme me había enseñado que la prisa no debe existir cuando el sexo de un hombre está entre tus manos. Y yo fui un buen alumno.

Pausado, tranquilo, dando tiempo a que el placer se manifestase plenamente, masturbé a Tino. No permití que el placer no tuviese retorno. Lo supe llevar hasta el estado anterior una y otra vez. Su esperma ya se vertía y aun así conseguí que el orgasmo se demorase.

Y él no cesaba de hablarme, de tocarme el sexo, de buscar la carnosidad de mis nalgas, de estrujarlas, arañarlas, azotarlas...

¡Yo lo hice, yo lo conseguí...!

-Tranquilo, es sólo un recuerdo. Estamos en mi gabinete. Respira profundo.

-Sí. Lo siento.

Me desespera saber que no volveré a vivir algo así. Que es agua pasada. No lo puedo admitir. Y ello me provoca rabia y repulsa hacia todo y todos.

Porque ese puto gorila acabó rendido.

¿Conoce lo que se siente cuando un macho como ese se rinde al placer que le das? ¿Y cuando te toma con sus callosas manos y te despoja de todo lo que le molesta porque en su mente sólo existe el deseo de follarte? No importa que te niegues, ya no te escucha. Es lo único que interesa. Tu culo es lo único que interesa. Y ese macho herido de excitación te tumba, te arranca tu jodido calzoncillo infantil, te pliega las piernas contra el pecho, te sujeta como a su presa más preciada, pone su rabo terso, caliente, chorreante contra tu ojete y... te atraviesa, sí, te atraviesa sin permiso, sin respeto. Es... indescriptible.

Indescriptible.

...

-Tuvo que ser doloroso como una tortura.

-Lo fue. Y mientras me desgarraba me miraba a los ojos, me violaba también con ellos.

“Mírame, mírame” repetía. El hijo de puta me devolvía con sufrimiento la prolongada tortura de placer a la que lo tuve sometido... ¡Y me corrí! ¡Me corrí como se corría Cosme cuando ese cabrón le follaba!

Placer, dolor, ansia, suciedad... Y su boca contra la mía, su lengua dentro de mí, sus embestidas sin freno alguno... Y sus palabras prometiéndome toda la lefa del mundo en mis entrañas... Pero sobre todo sus ojos clavados en los míos. Su “mírame, mírame” que no olvido y que jodidamente, pese a todos los años que han pasado, me sigue poniendo cachondo.

...

- ¿Un poco de agua?

-Sí, por favor.

...

Mi eyaculación le excitó tanto o más que todo lo anterior. Y me penetró tan adentro y por tanto tiempo que creí que ya no habría mañana para mí.

Comprendí lo que Cosme sentía cada vez que su amigo lo hacía suyo clavándole hasta el último milímetro de verga, con esos pesados huevos golpeando contra la piel de sus nalgas. Era una bestialidad. Era algo tan brutal y salvaje que nada lo superaba. Porque logra que te olvides de quién eres y sólo sientes... fogonazos en tu cuerpo y en tu mente. Parece que vas a morir ¿me comprende? Mueres pero al poco abres los ojos y sigues vivo. Como un rito de iniciación antiguo.

-¿Cuándo te dejó marchar?

-Ya atardecía. La tormenta se había alejado...

-¿Te dejó marchar sin más? ¿No le preocupaba que le denunciases?

-Yo nunca le hubiese denunciado. Y él lo sabía. Le había rondado. Me lo había buscado.

Volví donde había abandonado la bicicleta. La encontré cubierta de barro. Tuve que regresar caminando. De todos modos, aunque la hubiera encontrado sin barro, no la habría podido montar.

-Comprendo.

-De vuelta a casa, recibí una severa bronca. También de mi madre que llamó por teléfono para amonestarme.

Me caían reproches por todos los lados.

Pero yo sólo era capaz de pensar en una cosa: en los ojos de Tino mientras me follaba y me exigía “mírame, mírame”.

Volví a tener una erección.

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