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Gemidos por frotación

– Paco, ¿dónde está Cris?

– Fue a los lavabos, hace unos 15 minutos.

Aunque el público está aplaudiendo para pedir más canciones, unas jovencitas les ayudan a guardar los instrumentos. ¡Hasta los chicos del Jazz tienen groupies que les recojan las cosas!

Las luces se encienden mientras me coloco el tanga con toda la discreción del mundo. Paco había sido igual de torpe al sacar la mano que al masturbarme. Mucha gafa, mucha bufanda y tanto conocimiento teórico no le habían servido para darme el placer que esperaba. Aunque, por suerte, tengo un poder de concentración fuera de lo normal…

Además, estoy imponente: las tetas bien alzadas y la falda ceñida acaparan todas las miradas. Lo noto, lo sé y escudriño la sala con aire despistado –captando los flashes oculares durante mi giro estático– en busca de Cris. Mientras, suena un vinilo de Oscar Peterson Trio…

– Vi, ¿quieres que te presente a los músicos? –dice en tono complaciente, a sabiendas de que no había hecho un gran… “pizzicato”.

– Sí, pero espérame aquí. Voy a buscar a Cristina…

– ¿Volverás? –me pregunta como si se hubiera enamorado.

– No pongas cara de cordero degollado. Enseguida vuelvo.

Tengo que ir al servicio… Noto esa ligera incomodidad placentera que otorga la humedad post-orgásmica. Salgo de entre las mesas y me cruzo con Cris de camino al baño…

– ¿Qué hacías, golfa? –me espeta con mezcla de sermón puritano y mirada traviesa.

– Ya ves, haciendo de mi cuerpo un instrumento con el que tocar. El tuyo se va a quedar hecho una pasa como sigas así de estrecha…

– Lo que tú digas. Espero que hayas disfrutado, ¡ninfómana! –son muchos años de amistad y le permito estas cosas.

– Ya te contaré, ahora tengo que ir al servicio. El susodicho gafipasta y su inseparable bufanda nos esperan allí para presentarnos a los músicos.

– ¿Cómo se llamaba?

– Pacoooo –le canturreo nerviosamente con ganas de abrir la puerta del servicio.

Un día tengo que echar un polvo en estos baños. No sé por qué no lo hice hoy… Bueno, todo limpia, un poquito de carmín y lista para dar más guerra.

¿Dónde se han metido? –digo para mis adentros. ¡Ajá, la muy pelandusca se está contoneando como una gata en celo! Al tiempo que me dirijo hacia la esquina de la barra, me percato de que su víctima es el contrabajista. Primer diagnóstico: feo, aunque las dimensiones de su cuerpo son bárbaras.

– Disculpa, Giovanni. Ella es Virginia –nos presenta Paco, como si nos conociera a ambos de toda la vida.

– Piacere.

Casi no termina de decirlo y ya me ha plantado un beso succionador en la mejilla. Sin duda, un buen espécimen este Giovanni. Claro que las miradas de Cris son bastante explícitas: “¡ni te acerques a él, golfón!”

– Bueno, ¿de qué hablabais tan apasionados? –rompo un breve silencio incómodo…

– Le habíamos pedido a Giovanni que nos contara por qué se había dedicado al contrabajo y no a otros instrumentos –sentencia Cristina para darle toda la palabra al italiano.

– Yo quería tocar el piano y, aunque ahora tengo uno en casa para estudiar armonía, quedé fascinado por la forma en la que me enseñaron el arte del contrabajo. Lo primero que me dijo mi profesor fue: “Aquí tienes a la mujer más bella y complicada del mundo. Si le haces bien el amor, te devolverá los sonidos más profundos e intensos que un alma pueda escuchar.”

Sus gestos son especialmente interesantes. Cris entrega sus oídos a todas las palabras que trascienden del italiano, como si cada una de ellas fuera un dogma de fe que debe acatar, para que se le conceda el placer eterno. Esa sumisión espiritual me pone cachonda…

– […] Era un ritual: mientras repasaba las cerdas del arco con resina (es necesario para que agarren y hagan vibrar las cuerdas), mi maestro preguntaba: “Hoy, ¿cómo te gustan? ¿Rubias o morenas?” –a diferencia de mi pelo elegantemente teñido de rubio, el de Cris sigue siendo negro azabache. ¡Venga, di! ¿Rubias o morenas?…

– Cada día me imaginaba que elegía una distinta… Os va a parecer un poco enfermizo, pero sentía que les acariciaba los pezones cuando ensayaba el pizzicato y las dominaba a base de azotes cuando aprendía los golpes de arco… Así fue cómo hice sonar el contrabajo, y así me enamoré de este instrumento.

– Una buena enfermedad –sentenció Cris con voz melosa.

Definitivamente, se nos están cayendo las bragas con este tipo. Ya han pasado más de dos horas y seguimos preguntándole sobre su vida. Hay que hacer algo…

– ¿Te lo quieres tirar? –le susurro a Cris pegadita a su oído.

Cris me mira nerviosa y le encarga a Paco que nos pida un par de copas. Giovanni nos observa como si se estuviera percatando de todo.

– Ragazze, ¿tutto bene? –nos pregunta intrigado.

– Sí, sólo debatíamos quién de las dos te va a llevar a la cama…

– ¡Virginia! –me regaña una cándida Cristina.

Giovanni se queda paralizado durante 5 segundos (una hora en el corazón de Cris), sonríe y con la voz más dulce que jamás había escuchado hasta entonces, nos dice que va a hacer que nuestros cuerpos produzcan la armonía más intensamente imposible… No sé lo que significa, pero suena de maravilla.

Cris me echa una mirada híper juguetona, le cojo la mano, miro a Giovanni y les digo dónde podemos conseguir un taxi. Paco nos observa desde la barra donde están sirviendo los que iban a ser los siguientes Gin-tonic. En un sonriente ejercicio de escarceo, nos despedimos elegantemente, desde la lejanía que nos otorga el hecho de ser dos mujeres cogidas de la mano –acompañadas por un artista de casi dos metros de altura.

En el taxi, Giovanni continúa con sus explicaciones sobre la música para no perder el hilo conductor de nuestro punto de excitante sumisión, a su sensual y bohemia vida. Las sonrisas de apreciación, y los fingidos e ingenuos suspiros se extienden hasta que nos desnuda sobre las sábanas de la cama…

Pensaba que esto iba a terminar en una tremenda guarrería orgiástica, pero lo cierto es que nos ha penetrado como si fuéramos las mujeres de su vida. Lenta y sensualmente, nos ha hecho suyas por tandas. Besarle y acariciarle los pezones al tiempo que Cris vociferaba encima de él, hizo que me dejase a pocos minutos del orgasmo cuando me tocó el turno.

Es fuerte. Se ha levantado y nos ha llevado desnudas al salón. Al principio, pensé que iba a tocar el piano de cola como colofón a una gran noche. Pero me percaté de que había una fina manta oscura extendida sobre la tapa, en la que se adivinaban un juguete y un bote de color negro.

– Giovanni, ¿eso es un conejito vibrador? –pregunta Cris con cierto nerviosismo.

– No, belleza. Ese es el arco con el que voy a hacerte sonar.

La forma en la que lo dice no da opción a resistencia alguna. Es más, nos está poniendo muy cachondas.

– ¿Y yo? ¿No hay nada para mí?

Sin decir una palabra, me alza como a una figurilla de porcelana y tumba mi cuerpo suavemente sobre el piano. Inmediatamente, hace lo mismo con Cris y le ordena que unte lubricante en el vibrador. Abre mis piernas y desliza su lengua en círculos irregulares sobre mis labios. La sutileza y la paciencia que dedica a su arte oral hacen que mis muslos se abran por completo, y las caderas se deslicen en convulsos movimientos hacia su boca. Mi cuerpo le pertenece.

Cris le da el conejito vibrador embadurnado. Agarrándome con una mano mientras su lengua me come, lo enciende con prodigiosa coordinación y lo desliza al bies sobre el clítoris de Cris, haciendo que su depilada vulva se abra con tal belleza que no puedo dejar de mirarla.

Ella gime, gime mucho. Demasiado. Es mucha carga sensual: oigo el vibrador, sus gemidos, los míos, noto su lengua húmeda jugando con mi sexo y veo cómo nuestros pezones permanecen fuertemente erizados. De repente, ya no gemimos… ¡gritamos! Intermitentes o al mismo tiempo, a veces parecen llantos. Nuestras voces vibran y nuestros torsos treman incesantemente, en una interminable sensación orgásmica…

Hoy he conocido a un contrabajista italiano. Hoy he aprendido que los cuerpos suenan con frotación y vibración. Hoy sé que la vida nos ofrece las más bellas posibilidades de placer cuando musicalizamos el tiempo, y volcamos nuestra pasión en recrearnos sobre el gozo ajeno. Al menos, esto era lo que Giovanni había escrito sobre los pentagramas de su partitura. Al seguirla al pie de la nota, he visto en Cris el instrumento que más me excita. Sólo quiero escucharla y que me haga sonar, como suena ella…

– No sabía que escribías todas nuestras historias en un diario –me dice Cris con mirada enamorada.

– Sí, nena. A esta le tengo especial cariño, por ser la primera en que te vi gozar a mi lado.

Datos del Relato
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