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Categoría: Incestos

Gavilán y paloma. El hombre estrenó a la hija del socio pero ella fue

Gavilán y paloma. El hombre estrenó a la hija del socio pero ella fue el gavilán.

La venganza está inmersa en la condición humana. Desde los orígenes del mundo se han sucedido incontables hechos de mayor o menor entidad, de todo y tamaño tipo que podamos imaginar. El presente relato es una confidencia, detallada y minucioso, de primera mano solo alterando, nombres y lugares.

Teníamos con mi socio, Roberto, un negocio gastronómico.  Mi socio tenía dos hijas, Rosario de dieciocho, nuevecitos y Nené de veinticinco, casada; la primera, solterita y virgen, colaboraba en el negocio por las tardes, al regreso del liceo de señoritas.

Roberto, un mal nacido, lo descubro por una confidencia de un empleado y un proveedor, que me estaba currando (estafa) de lo lindo, desde por lo menos un año atrás, por esa razón las cuentas daban poco de ganancias. Comprobados los dichos, lo encaré, y me reconoció el hecho, pero se declaró insolvente para reparar el daño económico inferido, que había sido un socio infiel por un problema de faldas, obviamente extra matrimonial y rogó que le permitiera seguir trabajando. Como el negocio marchaba medianamente bien, decidí echar un manto de tierra y continuar de ahí en más, tomando yo el control.

Se suele decir que la venganza es un plato que se come frío, y qué razón tienen estos dichos llenos de la sabiduría popular, bueno el tema fue que cuando descubrí ese desaguisado de Roberto, elucubré como joderlo. A poco de pensar el objetivo se me presentó por sí solo: La hija, la pendeja.

Desde siempre hubo una muy buena onda entre ambos, claro está que las distancias de edad y mi condición de casado establecía los condicionantes necesarios para que solo hubiera trato como de tío a sobrina. Pero, ahora y dadas las circunstancias, otro sería el cantar, rumiaba mi bronca en solitario.

Apunté toda mi astucia y poder de seducción para “levantarme” a la menor de las hermanas, la colegiala. Al cabo de un mes de iniciada la estrategia de conquista salí a visitar proveedores, ella fue la compañía. Era de tarde, va al colegio de mañana, estaba más bonita que de costumbre, una mini muy mini y yo un deseo muy deseado.  

Hicimos un alto, para tomar una coca cola, riendo y haciéndonos de las bromas que nos hacíamos todo el tiempo. La charla se distanció de lo habitual, un poco por azar y un poco de intención, en diálogo más adulto, la estaba tratando como a una mujer. Se sentía gratificada por el trato más directo y adulto.

–Lito… me estás haciendo sentir… como decirlo, como… como más mujer, bueno... algo así, tampoco lo sé bien… pero me gusta, es… como sentirse mayor…

Fui directo al tema, necesitaba adentrarme en su intimidad de pensamiento, esa parte siempre vulnerable, pregunté por sus gustos y preferencias respecto de los hombres. Lo directo de la cuestión la descolocó un poco, queriendo aparentar mayor experiencia dijo que sabía lo que hay que saber de la relación con un hombre, que no era una novata en el amor y todo eso que se dice, las bravatas de quien aparenta soltura y seguridad, pero se le nota que no está hablando con propiedad, que es tan solo una pose.

En ese momento estábamos en la intimidad del auto, y para “moverle el piso”, intenté “avanzarla”, dije que me resultaba muy atractiva y deseaba más que nada en el mundo darle un beso, pero al mismo tiempo súbitamente me invadió ese arrepentimiento de haber saltado el límite de lo prohibido, algo notado por ambos. Desconcertada, dudo y perdió. 

-¿Puedo? –la pregunta tan de pendejo, la impresionó gratamente y vulneró sus defensas.

-Sí, pero… uno solito -gesto aniñado, levantando el dedo índice, casi parecía un ruego.

-Tomé la cara en mis manos y besé esos tiernos labios y… fui atrapado por ella…

Daniela me toma por sorpresa, ella tomó el control haciendo del proyecto de un casi inocente beso en un profundo e intenso beso de lengua, el que me propinó la muchacha. Yo era el sorprendido, absorto y con ganas de más, volví por otro beso, más largo, más intenso. Era una mujer, con todo lo que hay que tener.

La calentura que nos superaba, yo sorprendido, ella esperando más. De aquí en más, es otra historia. 

La dejé cerca de la casa, no quería tenerla cerca, en un destello de realidad me asustaban las consecuencias. Cuando llegué a mi domicilio, venía con una erección como en mis mejores tiempos, hasta se repiten esas condiciones de pendejo calentón, de tan dura y tan caliente, me había “venido en seco” y tanto que esa eyaculación involuntaria se manifiesta con que la humedad había atravesado el bóxer y el pantalón que tuve que echarle un poco de agua del grifo para evitar alguna torpe excusa al aparecerme con el pantalón mojado. Al momento de escribirlo aún me invade ese recuerdo lleno de graciosa ternura.

Con el correr de los días los acontecimientos se precipitan, cuando pasaba por detrás de ella le dejaba una caricia en la cola, si venía por la oficina, al fondo del local, se colocaba a mi lado y este calentón, metía la mano entre las piernas, subiendo hasta llegarle justo al límite, dejándola cada vez más caliente. La muy “guacha” (atrevida), se ponía de cola, apoyándola contra mi sexo, dejándome al palo, este histérico juego de seducción llegaba a niveles increíbles, la dejaba “hacerse los ratones”, esperando el dulce momento del ataque y yo me iba a casa con tal calentura que dolían los testículos, y mi esposa contenta por disfrutar las mieles de tamaña excitación.

Dos semanas duró este infierno de calenturas, consideré que era hora de cerrar el lazo y atrapar a la gacela. Una tarde que la calentura se subió a la “azotea” (cabeza), la arrinconé en la despensa, la besé y metí mano por debajo de las ropas, todo el cuerpo, y en la rajita tan húmeda, tan cerradita. Caliente era poco decir, se hubiera dejado ahí mismo, pero el peligro era demasiado. En medio de la calentura acordamos que pasé por ella la tarde siguiente, a la salida del liceo. 

En el trayecto me hice toda la película, detalles y las respuestas posibles a su eventual negativa en el momento decisivo. Claro está que una cosa es planearlo y cuando se llega al momento de los hechos, sobre todo en condiciones como estas, se nos suelen “quemar los papeles”, cerré los ojos a todas las disquisiciones y previsiones… La pasé a buscar, sin darle tiempo a que se “eché para atrás” entramos a un hotel, el más cercano.  

La experiencia no cuenta, premura, improvisación y nerviosismo, describen por sí solos el momento.  Atenúo la iluminación de la habitación, desprenderle el soutién, libertad para esos hermosos pechos, todo dureza, perfección y equilibrio de formas, rematados en pezones rosados y erizados por el roce con mis manos, vientre plano y abajo la tanga ocultaba el abultado vello enrulado y tan renegrido que hace más blanca la suave piel que vibra al contacto con mi mano, sudorosa y ansiosa de abarcar más y más piel.

Excitada, la cara tomaba color rosado intenso y subiendo. Abría la boca buscando aire para los pulmones, agitación manifiesta y en progreso, haciendo subir y bajar en cada inspiración los apetitosos senos.  Ojos brillantes, destellan deseo fijados en el bulto de la verga, a punto de explotar debajo del slip.

Rodamos, abrazados y desnudos en la cama, nos besamos enrollados en tórrida excitación, mi boca se ahogaba con sus senos, goloso.  Lamí los pezones, robándole profundos gemidos plenos de calentura, saltando de uno al otro, sin descanso, una mano se escabulle y encuentra el camino de la chocha, por debajo de elástico del tanga, escaso de tela y rico en humedad.  

Se instaló en la vulva inundada de jugos, la abertura se sentía estrecha y ansiosa, los labios aleteando deseo, boqueando ser desflorada su intimidad virgen.  Pero… avanzar por la vagina era otra cosa…, me detuvo la mano, con susto.

- Pará, pará, ¡soy virgen!

- ¿Cómo? Yo creía… por cómo hablabas… creía…

- Mentía, todo era mentira ¡Soy   virgen!, tengo miedo… -temerosa de haberme intimidado y quedarse con las ganas.  –Tengo miedo, pero… tengo… ganas de probar… con vos… -la última frase, escondiendo la cara y en tono bajo, muy quedito.

Dejé en suspenso el avance. Se explicó, avergonzada y con lloriqueo auténtico, que mintió, que nunca tuvo una relación sexual, nunca llegó más allá de algún toqueteo en el boliche bailable o a la salida, alguna que otra paja al primo cuando chica como esos juegos aprendiendo a ser grande.    Como le gusté mintió para hacerse más adulta, para no asustarme, sobre todo por amigo y socio de su papá.

Ordené como pude las ideas, “los ratones” alucinaban, el deseo andaba a los saltos, se derrumbaron todas las compuertas de la prudencia, la lujuriosa excitación tapo todo y cualquier otra prevención fue derrotada en el campo del lecho que aguarda el combate cuerpo a cuerpo, deseo contra deseo, todo ¡a suerte y verdad! 

La tranquilicé, la archisabida prevención del hombre cuando quiere “eso”… que no pasaría lo que no quisiera que pase, que si accedía, cuando ella quiera todo termina y toda esa “sanata” (bla, bla) que frasea mucho pero que nada se cumple.  La besé toda, por todo el cuerpito agitado, dibujando arabescos con mi lengua, cubriendo cada poro, subiendo caca cima y bajando a cada hueco.  Le saqué el tanga y metí la boca, nariz y lengua en su boca, ahogarme en el cofre inundado de jugos, arrancándole en pocas lamidas un orgasmo tan intenso, quedó indefensa, inerte, expuesta a lo que fuera, descubriéndose que sentía cosas nuevas, latidos, vibraciones, estremecerse de pies a cabeza.  La electricidad que mi boca transmitía, la reacciones en cadena que desató esa sensación que la sigue estremeciendo.  La boca me quedó inundada de flujos calientes, califiqué con un “aprobado” en el examen oral.

Tardó en volver a estar dispuesta, era el primero sin su mano.  Vuelve el acoso a su sexo con la lengua en el clítoris y dos dedos explorando solo hasta ahí, cuidando de abrir el velo al paraíso. Sin desatender la concha, fuimos girando, que agarrarme la verga, pajearla suave y hasta darle algún beso, de chuparla ni hablar, si hacemos el trabajo con paciencia habrá tiempo para eso. Costó “tiempo y saliva” convencerla, vencer sus miedos, hasta acomodarle la pija en los labios de la vulva.

Estaba tan mojada, que se metió sola entre los labios, una almohada debajo de la cola favorecía la penetración. Afirmé todo mi cuerpo para empujarla, con cuidado, se resistió al primer intento, reptando hacía arriba en la cama. La sujeté con fuerza y calentura, acomodé y para evitar una segunda huida, entrar un poco en ella, al segundo intento, entró toda la cabeza, no sin gemidos de dolor, la sentía estrecha, mucho más que aquellas otras dos veces que fui el afortunado de estrenarlas. Esos recuerdos siempre los tenemos frescos, en la comparación esta muchacha alta y bien desarrollada, tetona y buenas caderas era realmente algo distinto, que en las sucesivas ocasiones seguiría con ese maravilloso “defecto” ser estrecha.

Un poco de distracción y de un soberano pijazo entré en su virginidad, desflorada, quejidos de dolor saludaron a la poronga que se adueñó de la vagina. La pija abría los estrechos caminos del sexo, la conchita era una boa constrictor por la fuerza ejercida sobre ella, dificultaba la cogida, pero ¡qué delicia!

Como todo un caballero, le di el tiempo necesario para reaccionar, luego se la entraba con todo, su expresión era un mix de disfrutar mi place y el dolor lógico del desvirgué y convulsionada por las entradas en todo lo profundo de su sexo. Trababa de no pensar, en demorar más tiempo el goce de este cerradito estuche de carne joven, nada fácil, la calentura exige, ya próximo a la eyaculación, con la verga incrustada en ella, pregunté dónde quería que le dejara la leche. Evaluaba los riesgos, pero la calentura por hacerlo dentro era algo que superaba, sin condón y con tantísimas ganas ni sabía qué hacer…

- ¡En la concha!, dentro de la concha.  – calentura, pero serenidad adulta, conciencia y dominio de sus actos. -Ha cuatro días que terminé la regla, soy muy regular en mis ciclos por otros siete no hay problemas, dentro de la urgencia y la calentura, hasta tuvo tiempo para serenar el ánimo y ofrecerse para más.

Terminar adentro, otro motivo más para ponerme feliz. Apuré con la movida, tocando el clítoris, tanto, que llegó al orgasmo antes que yo. Delirante orgasmo de ella, sacudiéndose, estalló el mío, un fuerte y caliente chorro de semen llenando la vagina, dos más o menos igual firmaron la diplomatura de hacerse mujer, ¡bienvenida al sexo!

Abrazados, desganado retiro de su conchita, no quería salirme, quería quedar toda la vida.

Nos repusimos, estaba dichosa, pero dolorida, con la concha latiendo aún a consecuencias de la brutal cogida soportada. Solo unas gotitas de sangre coronaban el glande cuando salió de la desfloración.

Estábamos regresando, en el auto, cuando me hizo detener, me pide urgente un pañuelo para colocárselo en la conchita, para no mancharse con la sangre que recién ahora le salía por la rotura del virgo. Dimos gracias por ser ahora y conmigo, la rápida acción le evitó problemas en casa. La dejé un par de cuadras antes, la seguí a distancia por cualquier imprevisto. Caminaba despacio, dolorida, recuerdo de su primer hombre, condecoración par el ego.

A los dos días repetimos, resultó menos doloroso, y más placentero para. La relación fue creciendo, relaciones sexuales se hicieron algo regular y programado, nos habíamos convertido en amantes ocultos. Le enseñé cuanto pude, a chuparla ni hablar y a tragarse mi semen.

En nuestro primer aniversario de amantes, como siempre en un hotel, pero ese día estaba indispuesta, pero no faltó a la cita. No fuera que me quedara con ganas de garchar y le llevara la calentura a mi esposa. Me hizo desnudar mientras fue al baño, al salir se presentó con un gran moño en la cola.

Dándose vuelta, dijo:

- Desata el moño, ¡mi culito es para vos!

Estaba indispuesta, como opción ofrecía la colita, que siempre defendió con mucho énfasis, a capa y espada, ahora no tenía espada y en lugar de capa, un moño. Temía un desgarro por estrecha y el grosor de la verga. Al desatar el moño, solo una brevísima tanga, por detrás tan sólo un delgado hilo. De bruces en la cama, sobre una almohada eleva hacia mí su culito tantas veces pedido, como negado. Todo para mí. Es tiempo de gozarlo.

Pensó en todo, trajo un pote de crema. Aparté la fina tirita de encaje, unté el ano, friccioné el esfínter, un poquito en la cabeza. Apoyo en el aro humectado, con mucho cuidado, fuerza el músculo anal, otro poco y apenas entra, vuelta a presionar en él, cede otro poco entrando la cabeza, le duele, pero colabora, empujando hacia mí. 

Sostengo firme la presión para evitar que se salga, tomo de los hombros y pido que aspire fuertemente, por la boca. Es el momento, la penetro con todo, entré y detuve el movimiento.

Acostumbrada a la presencia de la verga, duele la metida. Me disculpo por no poder ser todo lo delicado que merece, no me puedo aguantar sin moverme con velocidad en su culito.

Comprende, se deja, para que lo disfrute, que haga lo que tenga ganas, “es tu regalo, usalo cuanto quieras, te aguanto”

Me la garché con todas las ganas, hasta con la furia febril de tan caliente, entrando toda la leche en el recto virgen. Rosario no acabó, pero gozó con mi goce. Hubo dos polvos esa primera vez anal, en el segundo, la ayudé con la mano en la conchita, sobre el tanga, y llegó también ella al clímax.

Como siempre lo hicimos sin condón, gracias a ser un relojito para poder saber cuándo estará con la regla, cuando no podíamos acabarle dentro, la sacaba en la última instancia y me venía en su boca y tragaba “su” lechita.

Recuerdo la primera vez que me hice mamar, estábamos en el auto, era un día de regla, cuando las hormonas de la mujer están a full, y esa excitación hace todo más simple y fácil. Le hice que me agarre la pija, que la bese, que abra la boca y se la metí un poco forzada. Para lograr que abriera la boca, coloqué la verga contra los labios, tapé su nariz, para no ahogarse abrió los labios y se la mandé adentro, empujé, se la dejé adentro hasta acostumbrarse.

Pronto mamó y así para lo sucesivo, a la tercera mamada, completa, final feliz con tragada de leche y todo. Los próximos polvos se culminaban dentro de la argolla, si la fecha permitía, sino en la boca. Decía que “no debía tirarse tan rica lechita, la hiciste conmigo, es mía”.

Esta relación de amantes duró por varios años, de entrega total. Hoy no estamos juntos, nos separamos, también lo estoy de mi esposa. La que más me sorbe el seso es Rosario, pasaron diez años sin ella, mi corazón sangrando de amor por ella la recuerda cada día. 

Todo esto se inició como victimario, y terminé siendo víctima. Esta relación se puede definir con una frase de una canción que siempre repetía “... pobre tonto, fui paloma, por querer ser gavilán”.

Una historia de amor y sexo, mucho más de lo primero.

Qué bueno sería conocer cómo te llegó a ti, mujer que has transitado estos mismos senderos del amor con sexo ¿o sexo con amor?  

Lobo Feroz

 

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 0
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