13 de abril Apreciable señora: Hoy me atrevo a escribirle y por ello es un día especial. No diré que el más bello de mi existencia, pues mi intención no es impresionarla con palabrería vana e insulsa y tal vez, prematuramente empalagosa. No sabe usted qué dificultades he tenido para conseguir su dirección particular, osadía que sabrá usted disculpar. Su nombre, si me permite decirlo, de todos es bien conocido, pues casi nadie ignora que sea usted una autoridad en medicina, y que tanto sus destacados estudios e investigaciones la hayan situado en la cumbre de su carrera y que además, exista un reconocimiento tácito de su figura a nivel internacional. Me permito, una vez más, si no es motivo de su contrariedad, alabar su extraordinaria belleza física. Hermosura y talento reunidos en una sola persona, es don divino. Ayer por la tarde, y como se ha convertido en placentera costumbre, me planté en las cercanías del hospital que tiene usted a bien dirigir. Aguardé pacientemente su entrada y salida. Primero llegó usted abordo de un elegante automóvil y un acomedido chofer se apresuró a abrirle la portezuela. Una hora después volví a verla y ¡qué garbo! advertí en usted. Debe saber que mis observaciones no son más que simples miradas inofensivas, de alguien perdidamente enamorado y quien podría estar a sus irrefutables órdenes. Estoy consciente de sus ocupaciones y por ello temo que la presente quedara sin respuesta, por ello, le suplico escribir unas cuantas líneas, pero no incremente mi inquietud con su indiferencia. Su humilde servidor, (La siguiente carta, escrita a máquina y en papel oficial) México, D.F., 21 de abril de 19... Sr. J.E.M.C. Calle Labradores # 14 Ciudad Estimado señor: Por instrucciones de la C. Dra. M.A.L., nos permitimos informarle que su asunto será tratado personalmente por ella y le ruega aguardar ya que se encuentra fuera del país por razones de trabajo. Sin otro motivo por el momento, nos es grato quedar de usted, Atentamente, A.S.C. Secretario Particular 3 de mayo Jovencito: Tengo la certeza de que se trata de un joven el remitente de esta misiva. Lo creo así por los rasgos de su escritura y la exposición de ideas. A lo sumo tendrá 25 años, ¿me equivoco? Es verdad, soy una mujer que desde el amanecer hasta el anochecer vive una vida de trabajo incansable. Atiendo consultas, intervengo quirúrgicamente, imparto dos cátedras universitarias y en ocasiones presento conferencias en el país o en el extranjero. Ahora, precisamente, son las tres de la madrugada y todavía estoy despierta para dar contestación a su carta tan simpática. Le agradezco muy cumplidamente los elogios que hace de mi persona. Cualquier mujer se sentiría halagada por ello, pero debe usted saber que estoy felizmente casada y que profeso un afecto sincero a mi marido. El está enterado de su carta, y también le causó simpatía, y me urgió para que le contestara hoy mismo a fin de no pasar como una mujer descortés. Estoy segura que muy pronto encontrará a la mujer de sus sueños y que mi recuerdo se desvanecerá de su mente para siempre. Me repito de usted, “Una ilusión pasajera” 8 de mayo Mi señora: Acaba usted de otorgarme momentos de dicha y amargura indescriptibles. Primero de inmensa alegría al haberme contestado, y luego de tristeza infinita por su desaire. Si no hubiera querido ilusionarme vanamente, jamás debió haber contestado mi carta, habría sido mejor arrojarla al cesto de basura. Así no me habría llevado a albergar falsas esperanzas, ahora ya más arraigadas. ¿Por qué lo hizo? Aniquila usted pues de esa manera mis sentimientos, cuando ni siquiera me brinda la oportunidad de que nos entrevistemos a fin de que conozca usted misma cómo es y quién la pretende. ¿Acaso no merezco esa oportunidad? Decidí desde hace tiempo que “la mujer de mis sueños”, en las palabras de usted, se trata de la doctora M.A.L., y si no es así, a nadie quiero a mi lado, mi corazón cierra sus puertas. Además, ¿cómo puede usted llamar a una carta cargada de pasión “simpática”? Me pide comprensión y se la devuelvo, para que haga favor de proceder, pues “las damas son primero”. Le cedo pues, como caballero, la iniciativa para comprenderme. Hágalo por favor. Suyo, 3 de junio Mi señora: Sé que recibió mi carta, pero se empeña infructuosamente en ignorarme. Suyo por siempre, 21 de junio Mi señora: No se obligue más. Haga lo que tiene que hacer, ¡pero ya! Desesperado 25 de junio Jovencito: No hace falta recordarle que soy la doctora M.A.L. y que mi respuesta se limita única y exclusivamente para advertirle que de continuar con galanteos para una mujer decente y comprometida, no tendré otro remedio que recurrir a ciertos métodos no muy ortodoxos a fin de que desista de sus insensatos deseos y entre en razón. Dra. M.A.L. 4 de julio Señora mía: Cuán desesperado estuve por saber de usted y hasta hoy, ¡por fin!, experimenté el alivio de leer su carta. Sabe bien que sus amenazas no me asustan. Por otra parte, me hacen advertir en una mujer como usted, gran carácter y además, con su consabida autorización para afirmarlo, una mujer apasionada que ahoga su sentir en el trabajo excesivo. No reprima esa voluptuosidad que he visto repetidamente en usted. Mi atrevimiento me inclina a solicitarle una cita, a su entera conveniencia y en el lugar que señale, incluso, fuera de la ciudad, usted y yo solos. No me canso de admirarla, 14 de julio Mi señora: Aún aguardo esa respuesta que ya debe tener pero que vacila en depositar. Hágalo ya, pues vivo en el tormentoso abismo de la incertidumbre. Su fiel servidor, 29 de julio Señor: Jamás pensé que pudieran ensañarse con usted de la manera tan brutal como lo hicieron. Estoy profundamente avergonzada de mi acción y estoy dispuesta a darle una explicación satisfactoria en persona, pues nunca pedí que lo trataran en forma tan despiadada, como si hubiera sido un criminal. Ya he dado instrucciones para que quienes extralimitaron mis órdenes, reciban un justo castigo. De manera que le suplico sea lo suficientemente discreto y puntual para encontrarse conmigo el próximo 5 de agosto a las nueve de la noche, en conocido café de las calles de A. y R. de C. M.A.L. 7 de agosto Jovencito: Fue mejor que los acontecimientos ocurrieran de esa manera. Pensé que trataba con un caballero, pero ya veo que no es así, y además, es usted un perfecto cobarde. ¡Cómo es posible que me haya dejado plantada? Lamento aún el tato del que fue objeto, pero ya he cumplido con mi deber y al fin, me deja en paz. Dra. M.A.L. 15 de agosto Señora: Los golpes han tardado en sanar y aún no me encuentro completamente restablecido. Por este motivo me fue imposible asistir a la cita, ¡hubiera deseado tanto cumplir! Ese día, el pasado 5, estuve incapacitado para moverme sin la ayuda de compañía. Usted, por otra parte, pidió discreción y por ese motivo juzgué inconveniente presentarme acompañado. Ahora puede indicarme fecha, lugar y hora para reunirnos y estaré presente y puntual. Además, me permito sugerirle como fecha tentativa el 21 de agosto. De no recibir comunicación anterior a esa fecha, sabré que estará de acuerdo en que nos veamos ese día, a las nueve de la noche, en el mismo café que señaló anteriormente. A la espera de ese momento, 21 de agosto Señor: Hoy apenas, demasiado tarde, recibí su carta y deseo enterarlo a manera de justificación, que me será muy difícil asegurar mi presencia. Más que nada, quiero que no juzgue erróneamente mi aparente descortesía. Dra. M.A.L. (Dos cartas fechadas el mismo día 22 de agosto) Lo que sucedió ayer fue un acto involuntario, irrepetible. Sé que no debí beber como lo hice y muchos menos, entregarme a usted. No intente comunicarse nuevamente pues aunque no lo perjudicaré, ni siquiera abriré sus cartas. No volveremos a vernos nunca más. P.D. Siempre podré negar el haber escrito la presente y anteriores. Amada mía: Sabía bien que vendrías a la cita. Desde que te vi acercarte y por el hecho de reconocerme después de obsequiarte mi mejor sonrisa, el corazón no cesó de palpitar apresuradamente. Sentí tu interés de inmediato. Primero fueron ligeros toqueteos, para luego dar paso a caricias cada vez más ardientes, como si quisiéramos devorarnos. Finalmente, el encuentro de nuestros cuerpos fue el paroxismo del placer. Debemos pues, vernos cada semana en el lugar que acordamos de antemano. 31 de agosto Amor mío: Qué dicha volver a estar entre tus brazos. Te exonero de las contestaciones, ya no son necesarias. Tengo lo más importante: tus caricias sin límite, tus besos y la forma de entregarte. Te pertenezco, (Las cartas anteriores fueron encontradas en un viejo baúl en la casa de una anciana de profesión enfermera, recientemente sepultada. A pesar de la caligrafía diferente y que parecía identificar a dos personas distintas, los sobres de correspondencia señalaban el mismo domicilio invariablemente).