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A los 18 conocí a mi actual esposo, con el que estuvimos 7 años de novios. Hasta ese momento yo continué teniendo relaciones con mi vecino y algunos otros amigos circunstanciales. Mi vecino vivía solo con su madre, una mujer muy piola, nuestra “cómplice”. Yo me metía en su casa en las siestas o en la noche cuando mi esposo se iba. Por supuesto que con mi novio teníamos relaciones sexuales casi todos los días pero yo necesitaba más y tenía que recurrir a mis “dosis de refuerzos”.
Cuando nos casamos nos fuimos a vivir con mi esposo dentro del mismo distrito y me era más difícil coordinar los encuentros con mi ex vecino. Finalmente nuestra relación llegó a su término 3 años después cuando él también se casó y se mudó lejos.
Mi primer año de matrimonio fue una fogosa luna de miel, mi esposo bajó como 5 kilos de peso. Si bien disfrutaba mucho el sexo con él, siempre me quedaba con gusto a poco, aunque él me brindaba su máxima energía y más. Los juguetes sexuales eran en parte un consuelo pero mi temperamento superaba todo el empeño que yo le ponía para vencerlo.
Allí es donde aparece en escena nuestro “sodero”, un joven de unos 24 años llamado Manuel, de contextura algo rellenito y estatura media, pero muy simpático y agradable en el trato. Dialogábamos bastante y me había confesado que su joven esposa tenía un problema hormonal y estaba en tratamiento médico desde hacía 4 o 5 meses, con prohibición de tener relaciones sexuales. Yo transitaba por mis 30 años con un cuerpo exquisito, digno de ser poseído por cualquier hombre. Hacía más de un año que había perdido de vista a mi ex vecino. Manuel nos visitaba 2 días en la semana, en un horario posterior al almuerzo. Este chico tenía una gran responsabilidad laboral pero su abstinencia sexual se había transformado en mi obsesión y me sentía con los pergaminos necesarios como para asistirlo en esa carencia, por lo cual lo transformé en mi principal objetivo. Cuando comencé a acosarlo, él no atinaba a engancharse en mis insinuaciones que primero eran verbales y luego acompañadas con mis prendas cada vez más atrevidas. Mi esposo a veces venía a almorzar y luego se acostaba a dormir un par de horas para continuar sus labores en la tarde y otras veces me avisaba que se quedaba de corrido en su trabajo, a donde se trasladaba en vehículo de su empresa dejando siempre el auto en la cochera. Esto me posibilitaba atender a nuestro sodero a solas y desplegar mi audacia sin mayor recato. Mis pantalones fueron cada vez más ajustados y luego reemplazados por minifaldas cada vez más mini. Siempre yo hacía entrar a Manuel a la cochera para que dejara los sifones de soda en el piso y yo los recogía dándole la espalda dejándole mi culo como al descuido, apenas cubierto con mis pequeñas tanguitas, para que se embelesara. Él se ponía nervioso y titubeante, pero siempre se iba por la tangente con alguna conversación relacionada con el trabajo. Finalmente al cabo de 3 o 4 semanas de acosos, llegó el día “D”. Me había puesto una falda amarilla, que apenas me cubría los cachetes, remera sin sostén y una diminuta tanguita. Cuando me agaché a recoger los sifones noté que él dio dos pasos y se paró detrás de mí. Yo vi sus zapatos casi tocando los míos y retrocedí un poquitín hasta apoyar mi culo en su paquete, que estaba duro como una piedra. Manuel se quedó estático yo me levanté manteniéndome pegada a su bulto y voltee mi cabeza con una sonrisa. Entonces él por fin me tomó de la cintura, dándome la señal tan esperada. De inmediato me soltó diciéndome –disculpe señora, no fue mi intención tocarla. Pero yo le tomé las manos y las deposité en mis senos, mientras comencé a balancear mi trasero apoyada en su bulto. Él comenzó a acariciarme las tetas, el romance había empezado. En un minuto me saqué la remera y le desabroché los pantalones para tomarle el miembro totalmente endurecido. Nos comenzamos a besar y mi calentura no tardó en invadir mi piel desde el cuero cabelludo hasta los dedos de mis pies. Abrí una puerta trasera del auto, un Peugeot grande y lo empujé haciéndolo caer en el asiento de espaldas. Allí se la chupé con devoción. El humilde muchachito se cargaba una matraca de como 18 cm y buen grosor. Mientras se masturbaba y mamaba intentando tragármela toda, con desesperación me manoseaba el clítoris descargando un par de orgasmos previos. Luego lo hice levantar del asiento y me subí yo en perrito dejando mi cola al borde de la puerta, a su disposición. Que maravilloso fue sentir esa magna penetración en mi vagina sedienta y empapada en flujo. Aún en la actualidad me masturbo con el vivo recuerdo de ese momento. Luego de otros 2 orgasmos febriles, le pedí que me la sacara y me la diera por el culo a lo que Manuel obedeció sin demora. Que placer sentir entrar esa grandiosa cabeza y luego el resto de esa pija espectacular que me la hizo sentir en toda su extensión hasta golpear con sus huevos en mi orto. Con la agitada fricción que le prodigaba a mi clítoris con mi mano continué descargando 2 o 3 orgasmos más hasta que sentí su leche tibia golpeando en el fondo de mi recto. Que placer… que delicia… Que satisfacción haber logrado mi objetivo y saber que ese día se iniciaba una nueva etapa en mi vida… para alimentar mi adicción a la infidelidad. Ni bien Manuel se fue me recosté en mi cama a disfrutar la salida del semen de mi ano y recogiéndolo en mis dedos me lo fui bebiendo hasta la última gota, con la felicidad del que gana un trofeo.
Esta relación con Manuel duró 18 años, tiempo en el que casi sistemáticamente, dos veces a la semana librábamos nuestro combate sexual en la cochera, apoyados en el auto o dentro de él, algunas veces incluso mientras mi esposo dormía su siesta. Otras veces cuando estaba sola nos íbamos a la cama pero siempre tipo express, no más de 15 o 20 minutos para no llamar la atención en el vecindario. Manuel tenía su ayudante que atendía varias casas vecinas mientras nosotros cogíamos a mil. A mis 48 o sea sus 42 años, él se fue del país con su familia en busca de una mejora laboral. Desde hace 4 años me falta su dosis, cosa que extraño cada vez más. El nuevo sodero, el tercero después de Manuel, es un joven de unos 35 que no está nada mal pero me trata como señora grande. Sin embargo he notado que me mira mucho el culo y ya estoy empezando a hacer el trabajito que le hice a Manuel, espero que pronto de sus frutos.
En la actualidad estoy algo recluida con mi adicción y solo la alimento una vez al mes cuando vamos a bailar con mi esposo a un boliche del estilo años 60-70. Si han leído mis relatos anteriores que titulé “Fui infiel bailando en un boliche bailando” y “De nuevo fui infiel en un boliche”, les comento que en ese boliche me encuentro con Carlos, el dueño y Ricardo, el mozo, que ya son amigos también de mi esposo. Cuando estamos allí le digo a mi marido que me voy a charlar un rato con la chica del guardarropa con la que nos hemos hecho amigas. En realidad ella me cubre para que me meta a la habitación de los mozos, con Ricardo mientras Carlos lo entretiene a mi esposo en la barra invitándolo a tomar un trago, o viceversa cuando estoy con Carlos lo entretiene Ricardo. A veces buscamos la forma de estar los 3, Carlos, Ricardo y yo, mientras alguna de las chicas que sirven en el salón, mandada por Carlos, se va a charlar con mi esposo. Esto no me gusta mucho porque tengo desconfianza especialmente de una que tiene cerca de 40, y que es demasiado simpática con él. No vaya a ser que mi amorcito se quiera hacer el loquito con ella, porque una sabe lo que son las mujeres.
No sé si mi comportamiento es fuera de lo común pero creo que no porque tengo amigas con las que hablamos de estas cosas y aunque no son tan pasionales (o multiorgásmicas como yo), son tanto o más infieles que yo.
Me gustaría que me escriban dándome sus opiniones, hombres y mujeres que lean mis relatos. La próxima les contaré mi infidelidad estando de vacaciones en las playas de Santa Clara del Mar… estén atentos!!!!
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