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~~Una
fiesta cualquiera, una ocasión cualquiera. A primera vista
sólo era una reunión mas entre amigos. Pero jamás
hubiese podido predecir lo que estaba por ocurrir. Mafer,
se daba los últimos toques para salir. Se dirigía a
casa de un amigo que iba a dar una fiesta que, en realidad, solía
ser más aburrida y no pasaba de una simple reunión.
La excusa en esta ocasión era el fin del semestre. Una vez
terminado el largo y complejo ritual del maquillaje, tomó y
bolso y se dispuso a salir. Se acomodó su falda, abrochó
los botones al límite de la decencia dando suficiente para
insinuar por si se presenta alguna oportunidad de divertirse.
Rápidamente cruzó la ciudad, dirigiéndose a su
destino; esquivando gente y soportando las calamidades del transporte
público. Una vez llegado al lugar de encuentro, tocó
el timbre y fue rápidamente atendida por el dueño de
la casa: Mario. Pasaron luego de los respectivos saludos y besos en
las mejillas, y dejando su bolso en un lugar cercano en la entrada
se integró rápidamente al grupo, el cual, era conformado
por los amigos de siempre. Claro, que siempre había un rostro
nuevo, una persona mas que siempre se integraba al grupo, una novia
nueva de alguno de los muchachos, etc.; y éste era el caso.
Se
llamaba Andrea, era alta, esbelta, de piel blanquísima, cabello
negro y unos ojos espectaculares de un color indescriptible que oscilaba
entre el verde y el castaño. Verla era un espectáculo,
pero sentir su mano en el primer saludo podía electrizar a
cualquiera. Al menos eso era lo que sentía Mafer. Por las continuas
miradas que se cruzaron entre ellas, parecía que el sentimiento
era recíproco. Ambas lo sabían, o tal vez lo presentían.
Mafer
no era una belleza deslumbrante, pero si se lo proponía podía
llegar a ser tan sexy como ninguna. Su actitud desafiante y segura,
su femineidad y agudo sentido del humor la convertían en alguien
realmente interesante y sensual. Su contextura era normal, sus cabellos,
castaños y largos; sus ojos negros marcados por unas cejas
oscuras e intensas y delineados por unas largas pestañas que
le proporcionaban esa mirada penetrante que podía hacer sentir
vulnerable a cualquiera. Sin miedo a experimentar y en búsqueda
de sensaciones nuevas, terminó en la cama con una compañera
de clases hacía ya algún tiempo; brindándole
el don de disfrutar tanto de hombres como de mujeres. Y ese día
le provocó estar con una mujer, una en especial. Presta
se puso a examinar la situación: la mayoría de las personas
presentes ignoraban su bisexualidad, y tampoco le convenía
hacer ese tipo de revelaciones en donde todo el mundo cuchicheara
sobre su intimidad; Andrea, su presa, es la novia mas reciente de
uno de sus mejores amigos: el siempre querido Tito. Este era el mayor
obstáculo, y de hecho parecía insalvable; Mafer nunca
haría algo que lastimase a Tito aunque las ganas de lamer el
cuerpo de semejante belleza la estuviese devorando desde dentro. Dentro
de su cabeza y su cuerpo se disputaba una guerra a muerte entre su
ética y su libido. Aunque sintiese que Andrea la llamaba a
gritos y sin palabras, le era imposible no considerar el atreverse
a seducirla como una traición. Sabía que no podía
dejar que sus ganas de follar se salieran de control. Sin
saber qué hacer, y resignándose poco a poco a perder
esa oportunidad, se fue convenciendo de que era mejor así y
que hacía lo correcto. Pasaron las horas entre cigarrillos,
tragos y conversaciones banales, con la esperanza de olvidarse del
tema. Cuando Mafer se dispuso a irse, notó que Tito se veia
agitado y molesto. Este balbuceaba entre insultos lo que parecía
ser su día de suerte: aparentemente discutieron y se separaron.
Después de solidarizarse, tomó prisa por irse de una
vez; se despidió fugazmente de todos, tomó su bolso
y, aprovechando que otros bajaban con ella, tomó el aventón
en el ascensor hasta la calle. Salió rápidamente del
edificio, y cuando se dispuso a llamar un taxi, un vehículo
compacto se acercó justo enfrente de ella. A los pocos instantes
en que su vista pudo adaptarse a la luz intensa de los faros, logra
notar que al volante estaba Andrea. Mafer se dirige rápidamente
a la ventana del piloto, y Andrea toma la iniciativa.
¿te llevo? A estas horas es peligroso por aquí.
Sí, porfa.
Sube.
Gracias. Un millón.
Mafer
no podía esconder la sonrisa, sentía que sus plegarias
hubiesen sido oídas. Tampoco Andrea podía disimular
muy bien sus intenciones, su actitud no es la de alguien triste o
contrariado por haber cortado recientemente una relación. Ambas
intentaban mantener el control de sus palabras y gestos, procurando
no delatarse hasta estar seguras de que la otra concediera ser parte
los deseos que las devoraban. La conversación comenzó
girando en torno a la reunión, luego en Tito (que no duró
mucho el interés en mantenerlo por parte de ambas), y después
en un sin fin de banalidades.
La temperatura subía, los ánimos comenzaban a florecer
a medida que el hielo se iba rompiendo. Mientras manejaba sin rumbo
fijo, sin la mas mínima intención de darle final al
encuentro, Mafer no pudo resistir la tentación de poner una
de sus manos sobre la pierna de Andrea, intentando disimularlo como
un aparente descuido. Andrea casi se sofoca de su excitación,
su rostro enrojeció y su respiración se hacía
cada vez mas difícil; los nervios estaban a flor de piel. Andrea
colocó su mano sobre la de Mafer y con un movimiento casi sutil
(de no ser por la forma tan descuidada de conducir en los últimos
minutos) la llevaba lentamente hasta su entrepierna. Casi como un
funeral, hubo un minuto de silencio, tal vez por la muerte de las
apariencias y el inútil disimulo. Sus rostros cambiaron, y
Andrea manejando de forma casi acrobática se estaciona por
una callejuela solitaria en una operación que no tomó
mas de 5 segundos.
Sólo a Mafer le dio tiempo de desabrocharse el cinturón
del auto, y sentándose encima de Andrea, quién seguía
frente al volante; la besó con un hambre inusitada, dejando
sus pechos a la altura de sus labios. Sin mediar palabra, ésta,
con gran habilidad desabrochó su camisa y sus sostenes dejando
al descubierto unos pechos medianos y redondos con unas grandes aureolas
rosadas, las cuales lamió casi intentando amamantarse de su
compañera. Sus manos no estaban tampoco serenas, exploraban
sus pechos, sus rostros, sus pubis; de una manera ruda pero deliciosa
sus dedos pasaban por cada resquicio que encontrasen: sus cuellos,
sus espaldas, sus vulvas. Aún vestidas podían sentir
la anatomía de sus cuerpos.
La
tentación era demasiada, ya no podían retroceder a estas
alturas del juego, el control se había perdido. Andrea deslizó
su mano a un lado y halando la palanca hizo que el asiento se inclinase
hacia atrás al punto de estar prácticamente acostadas
una sobre la otra. Sin soltar sus labios la una de la otra, las manos
de Mafer prácticamente rasgaban las ropas de Andrea, arrancando
uno que otro botón. Con suerte que no traía sujetador
o hubiese terminado hecho jirones. El cuerpo de Mafer se balanceaba
encima de su compañera de alante hacia atrás, y asumiendo
un papel activo y casi masculino, deslizó una de sus manos
por entre su pantalón, penetrándola con uno de sus dedos
que no tardó en salir tibio y muy húmedo. Andrea gemía,
cerraba sus ojos para que ninguna otra sensación la apartase
del éxtasis que sentía; su respiración era cada
vez mas acelerada y entrecortada, hasta que un sutil escalofrío
recorrió, desde todos los rincones de su cuerpo; toda su piel,
todo su ser y terminó en una gran catarata de jugos de su vulva
acompañada de un gemido prolongado y fuerte.
Esa era sólo una de las tantas veces que acabaría esa
noche.
Ahora
era el turno de Andrea. Con fuerza explosiva, se sentaba al tiempo
que levantaba a Mafer sujetándolas por las nalgas, y muy diestramente
hizo girar sus cuerpos hasta que Mafer fue la que quedó abajo.
Nuevamente sus lenguas se entrelazaron, devorándose respectivamente
sus bocas, al borde de despedazar sus labios; sin esconder ningún
ápice de pasión y deseo; sus manos nuevamente eran las
protagonistas. Las de Andrea apretaba y manoseaba sin el más
mínimo decoro esos senos redondos de su compañera, turnándose
en cada lola sin dejar ninguna parte de su cuerpo sin sentir.
Luego se deslizaron a través de su vientre, su ombligo y finalmente
entre sus piernas, se detuvieron en su clítoris, masajeándolo
suavemente al principio y cada vez mas rápido hasta plasmar
un rostro casi de dolor en su compañera.
Ahora vas a ver
Decía
Andrea, mientras encorvaba su cuerpo hacia atrás, tomaba la
cintura de Mafer empujándola casi hasta el asiento de atrás
y a continuación se inclinaba pasando su lengua por todo su
vientre, su ombligo y, finalmente, apartando a un lado la ropa interior
que resultaba su último obstáculo hasta llegar a su
meta: su raja. Posó su cara sin chistar, con movimientos expertos
de su lengua recorría cada centímetro, cada milímetro
de su vagina. Se servía de sus dedos para hacer a un lado los
labios y, como si de un premio se tratase, lamer con ansia su interior.
Su lengua se sentía mas grande de lo que en realidad era, se
sentía penetrada con todas las de la ley, no tenía nada
que envidiarle al pene de ningún hombre. Los gemidos de Mafer
tenían un tono de sorprendida, jamás pensó que
llegara a ser tan bueno, era una sensación insuperable; estaba
a punto de ver estrellas. De vez en cuando, Andrea abría los
ojos sólo para ver el rostro de satisfacción de Mafer,
se excitaba mas y mas al saber que podía complacer como nadie.
Mafer tomaba sus propios senos y los apretaba con fuerza mientras
con una mano sujetaba el cabello de Andrea, sus pezones estaban erectos
y los pellizcaba, añadiendo mas y mas sensaciones a la tormenta
de placer que azotaba su cuerpo. Así permanecieron por unos
cuantos minutos, que no fueron muchos hasta que Mafer llegaba apenas
a decir:
Voy voy. a acabar..
Andrea
la oyó, y con mas fuerza aplicada desde su lengua, lamía
con mas velocidad el clítoris de su compañera.
An voy a . ahhhh ahhhhhhh.
Y
con su boca abierta, se dispuso a saborear el néctar de Mafer,
esos restos de placer que quedan cuando una mujer se sume en el éxtasis
de la carne. Un largo gemido, casi de desesperación de que
su cuerpo no pudiera resistir semejante placer, se sentía morir
y se alegraba de ello. Cuando lentamente se disipó el orgasmo,
quizás el mejor que ha tenido en su vida, se aproximó
nuevamente a su devoradora, acercándose sus cuerpos y dándose
nuevamente el placer de degustar sus senos, pequeños y de pezones
puntiagudos y rosados, casi como fresas.
Y
así siguieron por un buen rato, hasta que exhaustas decidieron
que no podían mas y que volverían a sus casas. Su semblante
de agotamiento, sus ropas raídas y sus maquillajes corridos
daban la apariencia de haber recién salido de una gran golpiza,
de las cuales salían con una gran sonrisa de victoria. Ya con
teléfonos en mano, sus encuentros eran cada vez mas frecuentes,
con el tiempo aprendían mas y mas a darse placer una a la otra.
Llegan a un punto donde no extrañaban en lo mas mínimo
el estar con un hombre que suele intentar mantener el control
cuando ellas no necesitan de esas cosas.
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