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Fue sometido por su hermana, solo podía pensar en que ya no era libre. El nació para ser esclavo y así empieza a respetar a la mujer de su sangre
Pasados unos segundos desde que el joven salió, Nadia levantó en unos segundos la mirada para observar a su primo. A pesar de que le sacaba cuatro años le tenía un miedo tremendo; pues ya le había demostrado hasta donde llegaba su crueldad; pero se negaba a humillarse también ante ellas, todas se percataron de que los músculos de la cara de Nadia se estaban tensando, lo que significa que evidentemente su primo le estaba enojando. Pero recapacitó y pensó que no debía enfadarla demasiado, aunque posiblemente ya era tarde; finalmente cedió y se arrodilló.
Las jóvenes no tardaron en observar el control que Nadia tenía sobre su primo, y él sentía cada vez más vergüenza; no soportó la humillación.
– Por favor, esto es demasiado, déjeme estar en pie – suplicó susurrando.
– No, tienes que estar arrodillado – respondió ella.
– No puedo aguantar, me da mucha vergüenza y me duelen las rodillas.
– Te he dicho que no, como sigas así le diré a Adela que te estás poniendo impertinente, y da gracias a que no te oblifue a matentener la cabeza por debajo de mi cintura.
El sumiso abandonó toda esperanza de librarse de esa humillación tan abrumadora. Cuando las chicas de la sala terminaron de asimilar lo ocurrido dejaron de prestar atención y volvieron a centrarse en sus estudios.
De nuevo tuvo otra inquietud.
– ¿Señorita, puedo ir al aseo?
– No, tú te quedas aquí, y no me llores.
– Pero no me puedo aguantar.
– He dicho que no, ¿qué pasaría si a alguien se le vuelve a caer el abrigo, u otro bolígrafo, por ejemplo? ¿Le digo que espere a que vuelvas, o tendrá que agacharse ella misma?
– Pero por favor, necesito ir urgentemente.
– Oye, si no puedes aguantar usa pañales, pero a mí no me vengas con excusas.
– Una cosa – intervino una joven – ¿por qué le tienes que dar permiso para ir al aseo? ¿Cómo le humillas de esa forma?
– En el fondo es un juego – respondió Nadia, sonriendo mientras sacaba un folio de su carpeta –. Él hace de sumiso y su hermana de dominante, además tengo una autorización para tratarle como mi esclavo y humillarle a mi antojo.
– ¿Va en serio?
– “¡Como garantía de miamor y cariño incondicional hacia mi prima, autorizo a Nadia para que tome posesión de mi hermano, le trate como a un esclavo, le humille y le torture a su antojo, quien a partir de la firma de este documento deberá obedecer y respetar plenamente a ella y a quien se le indique, excepto en presencia del sexo masculino!”. Adela Mendoza.
– Pues no parece que esté disfrutando.
– Fresa, si no te gusta este juego, si estás deseperado y deseas con toda tu alma dejarlo, sal corriendo de aquí – sugirió sonriendo y con burla.
– No hace falta señorita, estoy bien con usted.
– ¿Deseais algo de él? – preguntó ofreciendo sus servicios.
– ¿De verdad te tiene que obedecer en todo? – preguntó una.
– Está bien, ve al supermercado y cómpranos algo para merendar – ordenó la amiga.
El sumiso acudió rapidamente; estaba desesperado por ir al aseo, pero tenía que seguir aguantando; sabía que tramarían algo y harían un plan entre todas. Cuando volvió se colocó de rodillas en su sitio original, al lado de su prima.
Pasados unos minutos, temía que cualquier cosa pudiera ocurrirle; alguien se levantó de la silla, se acercó a él y cuando estaban frente a frente le dijo que se levantara, pero manteniendo la cabeza a su misma altura.
Tenía unos zapatos con tacones de mas o menos un centímetro, era de color blanco y las puntas plateadas, unas medias grises, una falda negra bastante corta, y una camiseta a rayas blancas y negras. Su negro pelo era ondulado; por lo general no tenía nada especial, pero estaba claro que tenía el control; ella mostró una ligera sonrisa, rápidamente le clavó las uñas en el costado y le besó con calma; no le besó con la misma determinación que Laura, pero el besó duró bastante rato, mientras tanto colocó su mano en la cabellera del sumiso.
– Al suelo – ordenó ella; pero sin darle tiempo para reaccionar, le cogió del pelo y rápidamente le tiró al suelo.
Otra chica se tumbó literalmente encima del sumiso y ésta sí que le besó con la misma seguridad que hizo la profesora; le metió la lengua hasta casi tocarle la campanilla, le hizo oler su perfume y saborear el carmín de sus labios y su chicle de… fresa; luego lamió varias veces un pómulo; no buscaba nada en particular, sencillamente buscaba humillarle. Luego le hizo cosquillas, pero como se reía mucho, la amiga de su prima aplastó un poco la garganta para asfixiarle y evitar que llamaran la atención; entre el resto de chicas le agarraron de las extremidades y finalmente la que estaba encima le dio varios rodillazos en los genitales; no usó mucha fuerza.
– Dale más fuerte, que está acostumbrado – sugirió Nadia sonriéndo.
Acto seguido, ella le golpeó varias veces con todas sus fuerzas. El sumiso veía las estrellas; en ese momento recibió tantos golpes en los genitales que sin darse cuenta perdió todas sus fuerzas para moverse, gritar e incluso llorar; pero ella seguía torturando al pobre sumiso, castigando sus genitales, aplastándolos durante unos cinco minutos que le divertían bastante. La joven cedió unos segundos, pero seguía encima de él mientras le daba besitos y le acariciaba, la amiga le dio un respiro y levantó la pierna. Esperaron unos segundos para que se recuperara un poco y pudiera hablar.
– ¿Quien es el sexo debil? – preguntó alegre su prima.
– Yo.
– ¿Quien manda aquí?
– Ustedes.
Alguien colocó sus piernas bajo su cabeza para que él las usara de almohadas; mientras tanto la chica que estaba sobre él se ensañaba dándole bofetones, otra le clavaba las uñas en el costado, otra sugirió que le dieran la vuelta para retorcerle el brazo, a lo que ellas accedieron.
– Vamos a cerrar – informó la bibliotecaria, quien al ver el espectáculo se quedó sorprendida – ¿Qué haceis?
Pero no lo preguntó porque sintiera ninguna lástima, sino porque el sumiso se dejaba agredir como ellas quisieran.
– Nada, sólo estamos jugando con él; ahora recogemos nuestras cosas – respondió Nadia – mejor dicho, ahora recoger él, nuestras cosas.
Volvieron a darle la vuelta, y Nadia, se colocó sobre él, con un pie junto a los de su primo, y el otro junto a su cabeza, ella permaneció permaneció encima con las piernas rectas.
– Besa mi pie y te dejaré levantarte – ordenó con una sonrisa.
El sumiso más humillado que nunca le besó el pie, y otra vez, y otra, y otra… finalmente se cansó y le ordenó que recogiera las cosas y volvieron a casa.
Nadia llegó, acompañada del esclavo, quien evidentemente cargaba con los libros y el material escolar. Cuando Adela le vio entrar le dio una nueva orden.
– Permíteme sentarme sobre tí para que me hagas un masaje – respondió ella.
Su hermano accedió a ello. Se sentó y ella se sentó sobre él. Deseaba estrangularla en ese momento, de hecho pudo hacerlo. Mientras le masajeaba notaba el calor de su espalda y el peso de su atractivo cuerpo, su perfume asfixiante le inducían mas y más, cada vez que le hacía olerlo le resultaba más facil dominarle. Luego le ordenó que se tumbara para tumbarse encima de él, ahora le hizo mirarla sonreír, quería estar segura de que oyera unicamente el sonido de su voz, el de su asquerosa y diavólica hermana, y que observara perfectamente su sonrisa, sus ojos y su rostro en general… perfectamente maquillado. Ella deslizaba tranquilamente su dedo índice sobre su cara. Le encantaba recordarle que era su propietaria, que debía obedecerla, que tenía una suerte increíble de ser su esclavo… y disfrutaba de su superioridad en un momento dado le cogió con fuerza con las dos manos y le lamió con toda su determinación un moflete, le ordenó que abriera la boca y escupió en ella para obligarle a tragar su saliva, la de la única persona que le causaba náuseas solo por verla y que ahora la tenía encima. Su hermano conteplaba irremediablemente su rostro, escuchaba su voz, sentía sus caricias…
– Ahora besa mi cara, te lo ordeno.
Él obedeció de inmediato, le dio un beso.
– Otra vez, y otra y otra, y otra, quiero que me beses hasta que me canse de tu cariño.
Él besaba sin elección el hermoso rostro maquillado de la persona que tenía encima, se había puesto un vestido de gala y se había maquillado para esta ocasión; su hermana era la persona más coqueta del mundo y la más femenina, pero esto era exagerado; también era la más… hermosa que había conocido hasta el momento y el resto de su patética vida. A cada beso que le daba se resignaba mas y mas. Se estaba entregando a sus deseos, estaba aceptando su supremacía sobre él, el de la persona responsable de que le hubieran hecho la vida imposible en el colegio, la que le hizo sombra para que todos la miraran solo a ella, la persona que más odiaba con todas sus fuerzas.
– Muy bien, vas aprendiendo; ya iba siendo hora de que empezaras a obedecer; te has pasado la vida haciendo lo que has querido, y ni siquiera has ayudado ni una décima parte de lo que debías. ¿Lo entiendes, verdad?
Pero Nadia no dudó en informar a su prima de que protestó un poco en la biblioteca.
– Eso no me gusta tanto – añadió volviéndose más seria.
Entre las dos volvieron a atarle obligándole a estar abierto de piernas, y retorciendo los brazos, estaba igual que cuando le había visto Nadia.
– Voy a acabar con esto de una vez – avisó Adela echando todo el perfume sobre su hermano, estaba vaciando su frasco por completo.
– ¿Esto es tuyo, verdad? – preguntó enseñando un cepillo de dientes.
– Sí, es mío – respondió asintiendo -. ¿Me vas a cepillar los dientes?
– No precisamente; te voy a cepillar la garganta; abre la boca.
Pero él no obedeció.
– Vamos, esto es para que sepas lo que te voy a hacer a partir de ahora – avisó ella, sonriendo.
Adela introdujo el cepillo de su esclavo en la garganta de éste y empezó a cepillarle por dentro; le cepillaba sin contepmlaciones para causarle un dolor atroz. El sumiso se esforzaba por escapar, pero atado de esa forma fue totalmente imposible.
Finalmente, despues de una tortura infernal, las dos le dejaron solo para que recapacitara en su soledad.
Después de unas horas cuando se acercaba el momento de cenar ellas entraron y le desataron otra vez; le hicieron tumbarse en el sofá y Adela se tumbó encima de él.
– ¿Te das cuenta de has hecho lo que has querido toda tu vida, que tenías que obedecernos, que podemos maltratarte como nos de la real gana y que tienes que pasarte toda la vida pagando por tu comportamiento egoísta? – preguntó Adela.
– Tiene razón mi señorita, no he estado muy atento a… perdón, quería decir que no he estado para nada atento a las necesidades de la familia, simpre he estado obligado a obedeceros a mamá y a ti, no tenía derecho a salir con mis amigos cuando quisiera porque mi única función ha sido y es obedeceros; creo que debería compensarlo de algún modo.
Adela le explicaba que su actitud era inaceptable hasta el momento, que debía cambiar y mostrar mas respeto; no, más que respeto, le estaba convenciendo de que tenía la obligación de obedecer como el esclavo más sumiso del mundo, que debía obedecer únicamente a todas las mujeres del mundo, especialmente a las de su familia, además le convenció de que ellas tendrían todo el derecho del mundo a tratarle del modo que quisieran, que podrían humillarle o torturarle con toda su crueldad y prepotencia, en público o en privado y que no tendría ningún derecho a oponerse; el sumiso ya no veía a Adela con los mismos ojos que antes, ahora la veía con dulzura, ternura y veneración; empezaba a tener remordimientos de conciencia; Adela le estaba abriendo los ojos, o mejor dicho, estaba manipulado su voluntad y sentimientos; por lo que él asintió para darle a entender que empezaba a darle la razón.
– Sí mi señorita – respondió entregado a sus deseos.
– Repite lo que yo diga – ordenó su hermana, controlando la situación delante de su prima, quien se divertía como nunca de ver como su primo cambiaba de actitud -. Yo Fresa, en posesión de todas mis facultades mentales…
– Yo Fresa, en posesión de todas mis facultades mentales…
– Como garantía de mi veneración, admiración – mientras ella hablaba no paraba de acariciar el rostro de su hermano – y amor incondicional a hacia las mujeres y especialmente las de mi familia…
– Como garantía de mi veneración, admiración y amor incondicional a hacia las mujeres y especialmente las de mi familia…
– Me entrego voluntariamente a su autoridad y deseos…
– Me entrego voluntariamente a su autoridad y deseos…
– Para ser de su propiedad y obedecerlas plenamente toda la vida…
– Para ser de su propiedad y obedecerlas plenamente toda la vida…
– Y dejar que me torturen y me humillen como les plazca.
– Y dejar que me torturen y me humillen como les plazca.
Ella sonrió, sabía muy bien que ya estaba condenado, que no había vuelta atrás, y que siempre obedecería voluntamente sus órdenes. De hecho ya estaba condenado a su autoridad desde que le impregnó con su perfume, y que la obedecería de corazón, pero ese ritual reforzaba su voluntad de obedecer; ese ritual hizo que quedara absolutamente ciego de amor y sumisión a las mujeres, especialmente su familia, quienes se pasaron la vida mostrándole cualquier sentimiento, excepto de amor, como si no fuera un hijo o un hermano.
– ¿Reconoces que te has entregado voluntariamente a nuestros deseos, dominio y autoridad, que una vez sellado este acuerdo nos perteneces, y que te conviertes en nuestro esclavo? ¿Te das cuenta de que estás sometido de forma absoluta a la supremacía de tu madre, tu hermana y de todas las mujeres de cualquier edad o condición social, que estás expuesto además, a toda nuestra crueldad para toda la vida y que podemos humillarte o torturarte en presencia de quienes nos de la real gana? ¿Realmente te das cuenta de que al entregarte voluntariamente tendrás que hacer to… do… lo que te digamos, que renuncias para siempre a tu libertad, que nos entregas tu corazón y que siempre nos amarás, respetarás y adorarás incondicionalmente?
– Sí señorita, lo comprendo – respondió entregado en cuerpo y alma a su voluntad.
Estaba reconociendo que tanto su hermana como las mujeres tenían todo el derecho del mundo a tratarle como su esclavo o como quisieran, al igual que él debía mostrar pleno respeto y obediencia a todas las féminas del mundo si así lo querían sus propietarias, y tenía la impresión de que ese era el capricho de Adela, al igual que él estaba realmente obligado a obedecer y pasarse toda la vida pagando por su comportamiento supuestamente inaceptable, durante toda su vida. Pero a partir de ese día haría cualquier cosa que ellas le ordenaran, y lo haría con mucho gusto, porque se sentía muy mal y quería pagar por ello.
– Otra cosa, a partir de ahora me llamarás “Ama” – advirtió su nueva propietaria -. Ahora que los dos estamos de acuerdo tenemos que hacerlo formal; cuando vuelva mamá que decida ella como le llamas.
– Sí Ama.
Finalmente le ordenó que besara de nuevo su hermoso rostro, cada beso que le daba su lealtad y deseos de obedecer crecían. Los dos estuvieron así bastante rato; hasta que se cansó de él y le ordenó que pusiera la mesa para servirles la cena a su ama y familia. Su familia acudió a la mesa y el esclavo les sirvió la cena, mientras pensaba en lo agradecido que estaba, porque le habrió los ojos. Él pensaba en su hermana, pensaba, pensaba, pensaba… Luego recogió los platos y por orden de Adela se tumbó en el sofá para que ella se tumbara encima.
– Te quiero muchísimo – afirmó el sumiso besando sus manos con pasión.
– ¿De quien eres ahora?
– Soy tuyo respondió él sintiendo las caricias de Sofía, quien tampoco quería perderse el espectáculo.
– ¿Quién manda en casa?
– Tú.
– ¿Y en tu vida?
– Tú también.
– ¿Qué soy yo para ti?
– La mujer más bella, la más buena del mundo y la más venerable; tú eres mi razón de ser, lo eres todo para mí, eres mi propietaria porque me has abierto los ojos, por eso quiero que seas tú la que me domine como a una marioneta y me enseñe a comportarme.
– Buen chico – contestó agradecida su hermana con absoluto control sobre él, el control que se había ganado le cedió con mucho gusto, es cierto que al principio se oponía, pero estaba decidido a servirla con todo su amor, todo su corazón y todo su empeño. Sin darse cuenta estaba siendo inducido con su perfume, y ahora se lo agradecía porque gracias a ella comprendió cual era su sitio, y su sitio era estar a los pies de una mujer, especialmente… de su familia.
– Escúchame desgraciado, ahora quiero que me hables de usted, ¿te enteras? ¿cómo quiero que hables?
– Tengo que hablarle de usted, señorita.
– Perfecto, abre la boca – ordenó mostrándo su cepillo, de nuevo.
Pero él no obedeció, aunque se había comprometido a obedecerla, no quería volver a pasar por esta tortura.
– ¡Eh, eh! – exclamó enojada -. ¡Te recuerdo que eres mi esclavo, tienes que hacer lo que te diga; puede que te haya tomado por la fuerza, pero se supone que lo has comprendido, que deseas obedecerme y que estás de acuerdo en que puedo torturarte como me plazca, ya no puedes decir que no, así que abre la boca de una vez, desgraciado – ordenó imperativa.
Tenía razón; él deseaba obedecerla, pero someterse a esa tortura sin sentido…
– ¡Vamos! – insistió su tía, al tiempo que Adela le daba un fuerte rodillazo en los genitales – Además, deberías darme las gracias, te voy a hacer el favor de limpiarte la garganta. ¿Cuanto hace que no te cepillas esa zona?
Tenía la impresión de que aunque tuviera mucho interés en obedecerla seguiría golpeándole de vez en cuando, de todas formas, ya no tenía derecho a oponerse a sus torturas, porque se comprometió a dejar que le trataran como quisieran.
Finalmente abrió la boca y permitió que le introdujera el cepillo hasta que ya no pudiera verlo y mas aún si quería; de hecho sí que lo introdujo todavía mas. Ella castigaba esa zona moviendo constantemente el cepillo hacia fuera y hacia dentro, pero sin sacarlo del todo de la garganta. Le produjo un dolor muy intenso, tan intenso que quiso escapar de esa tortura, y como ya no estaba atado, con mucho pesar trató de apartarla y quitársela de encima, pero no pudo hacerlo, porque en el momento que la tocó sintió un tremendo escalofrío que le obligó a apartar su mano de su hermoso cuerpo y dejar que siguiera. Después de divertirse un rato con él, dejó que su tía le torturara como quisiera, luego Nadia; quien tenía curiosidad por saber si había aprendido a miccionar cuando debía y a controlarse.
– Ve al aseo y micciona un poco – ordenó su prima.
– Sí Ama.
El esclavo acudió de inmediató, expulsó un chorro y salió de nuevo. De momento su prima estaba satisfecha, pero sólo era el principio, tiró de la cadena y le hizo miccionar hasta que ella le dijera; quería asegurarse de que tenía el control sobre la vejiga de su primo y esclavo, y decidir cuando podía miccionar y en qué cantidad. En efecto, si ella decía que orinara él orinaba, si ella decía que parara él paraba.
Finalmente le dijeron que fuera a dormir. Y así pasó la semana.
Un día, amaneció temprano, la luz solar entraba resplandeciente por la ventana, como lo hacen los días primaverales, era sábado, por lo que el sumiso no tenía clase, había pasado la noche a los pies de la cama de su hermana, como si fuera su perro, pero le interrumpió el despertador, él lo apagó de inmediato para no perturbar el descanso de su amada hermana.
La observaba sin poder apoyarse en ningún sitio del cuarto, tampoco debía mantener su cabeza a una altura superior al cuerpo se su hermana, de hecho no debía ni estar a la misma altura, pero quería verla bien; aún dormida estaba hermosa, radiante, cautivadora, imponente… él ya no la miraba de otra forma, estaba encantado de verla durmiendo plácidamente. Sus ojos negros estaban cerrados.
Un leve movimiento de ella le incitó a disfrutar de ese momento de ternura, por lo que se decidió a acariciar con suavidad su espalda y le daba besitos en el cuello y los hombros. Era su institutriz, profesora y dueña, y él era de su posesión, era lo que querría su hermana, esto le alegró.
– Oye, si quieres darle cariño a alguien ve a ver a Nadia, pero a mí no me molestes.
El sumiso acudió de inmediato a la habitación de su prima; se quedó encantado al ver el cuarto cuidadosamente decorado, la pared era de color violeta, los muebles y las cortinas eran moradas. Reconoció que tenía muy buen gusto si fue ella la que decoró su cuarto. Tenía una estantería llena de peluches.
Volvió a centrar su atención en su prima y comenzó a besarla; empezó por besar su cuello y ombros, igual que a su hermana; pero poco a poco se fue deslizando más abajo. Su olor corporal era embriagador, además ella le parecía tan guapa, le hizo pasar la mayor vergüenza de su vida en la biblioteca y le trató con mucha crueldad, pero era su prima.
Siguió bajando por su espalda, ella dormida o no, fue echando su cadera hacia atrás, esto hacia lucir su hermoso, armonioso y estético cuerpo, ella se dejaba acariciar en la cintura, y en un atrevimiento, con cada desliz, un beso le daba para calentar su piel, con cada beso y caricia, su amor y obediencia hacia Nadia también creían.
La luz que entraba por la ventana le dejaba ver, su rostro, precioso, él lo rodeó y lo besó, primero su frente, luego su pómulo; esto le hacía disfrutar entregando su cariño.
Se sentía feliz, enormemente feliz, había pasado de tener una vida llena de discusiones sin sentido con su familia, a una llena de sumisión y amor; gracias a que Adela le había hecho entender sus obligaciones, la forma en que debe hacer las cosas y a obedecerla, él se esforzaba en agradar con todo su cariño a ella, y si no a cualquier otra mujer, en este caso Nadia o Sofía.
Su prima despertó, llevó su brazo hacia atrás, le cogió del pelo y tiró fuerte diciéndole con voz firme, pero tierna y medio dormida.
– ¿Qué haces aquí, qué te has creído?
Él aprovechó para acelerar sus besos en su cuerpo y abrazarla, era como una ventosa, ella poco a poco fue soltando su cabello.
Deseaba venerarar a su prima con sus besos.
Sin pensarlo comenzó a acariciar su dorso, sin soltar sus manos alrededor de su piel, se giró un poco y comenzó a decirle que la adoraba. Ella gritó.
– ¡Estate quieto, quieto!
Pero era imposible, ni escuchaba ni razonaba, ella repetía que se estuviera quieto; el sumiso se convirtió en una persona nueva, aprendió que debe darles amor a las mujeres, a dedicarse únicamente a ellas, pero ahora tenía que aprender a controlar sus impulsos, o le castigarían también por ello.
Su tono fue bajando…
– Te vas a enterar.
El sumiso seguía besando a Nadia, quería demostrarle de verdad cuanto la amaba.
Cuando se percataron del tiempo transcurrido, su prima empezó a despegarse de él. Nadia se tumbó boca arriba, cogió la cabellera del sumiso y undió su rostro en la sábana que cubría su cuerpo. Puede que fuera porque se negaba a ofrecer resistencia, o porque tenía más fuerza de la que aparentaba, pero lo cierto es que ella se impuso sin ninguna dificultad. Ella le apretó para asfixiarle sin reparo, le asfixió con toda su rabia hasta que pensó que ya era suficiente.
Un sentimiento de culpa le invadió en ese momento. – “¿Se habrá enfadado? ¿No era una muestra de cariño incondicional lo que debía mostrar?” – pensó asustado. La vio salir con un pijama corto, de verano y rosa.
Le ordenó que le preparara el desayuno, y que de camino a la cocina debía caminar a cuatro patas. Cuando llegó saludó a su tía.
– ¿Qué le has hecho a mi hija? – preguntó pisándole la mano – La he oído gritar.
– Creo que me he excedido al venerarla, señora.
– Pues a ver que haces con ella, microbio – advirtió intensificando la fuerza del pisotón y tirándole del pelo.
El sumiso terminó de praparar el desayuno y se lo llevó a Nadia; ella se lo tomó sentada, tomaba un café, unas galletas y un zumo de naranja.
– Venga, baila un poco, diviérteme – ordenó su ella.
Él no sabía qué hacer, quizás debería disculparse, quizás apostrarse a sus pies y esperar que le indicara las tareas del día; en lugar de eso se puso sus bailarinas y comenzó a baliar; pero su prima se cansó rápidamente de él y le dijo que hablara con su tía, por lo que él se dirigió hacia ella; caminó con la cabeza baja. También estaba desayunando.
– ¿Puedo hacer algo por usted?
No decía nada, terminó su desayuno, se levantó, caminó hacia él y muy seria le dijo.
– Friégalo todo, recógelo todo y ve al salón – ordenó partiéndole la cara.
Inmediatamente, se puso el delantal, uno en color fresa que ella le regaló el día anterior; fregó, pasó un paño por la mesa, observó que todo estaba correcto y fue al salón. Una vez más con la mirada al suelo.
– Aquí estoy, señora.
Parecía bastante enfadada, su rostro no dejaba lugar a dudas, un castigo estaba por venir, le indicó que le trajera un vaso de agua.
Al instante se lo dio en una pequeña bandeja, ella le ordenó que se arrodillara ante ella.
– Acabo de hablar con mi hija, está muy disgustada; que sea la última vez que te atreves a hacer algo así, ni te lo hemos permitido, sabes que no puedes hacer nada que no te ordenemos o digamos. ¿Está claro? – levantó su pierna cruzada muy rápido y le golpeó en los testículos.
Él aguantó como pudo el dolor.
– Si señora – respondió humillado.
– Te mereces un castigo ¿verdad?
Él no sabía que decir; a juzgar por su expresión, cualquier cosa que dijera estaría mal.
– Si señora, pero era por…
Zasss, otra patada, esta sí que dolió y le hizo encorvarse.
– ¡Que me mires! – ordenó de un grito.
Él volvió a erguirse y la miró.
Ella acariciaba el vaso de agua con su dedo índice, por el borde haciendo círculos, la oía murmurar.
– No sé ¿Cómo podría explicarte que sólo puedes hacer lo que te ordenemos y cuando te ordenemos?, – tomó un sorbo de agua.
Nadia, que acababa de entrar, le dio otro vaso y le ordenó que se lo bebiera. Poco a poco bebió de él.
– Ahora limpia el vaso, luego búscame – ordenó su prima –. Por cierto, como eres mi esclavo, quiero que te muevas por la casa a cuatro patas, exactamente igual que hacen los perros.
– Sí Ama – respondió al tiempo que se agachaba.
Hizo lo que le ordenó, lavó el vaso y volvió al salón. Su prima estaba totalmente hermosa, se daba cuenta de su total dominio sobre él y evidentemente estaba orgullosa; él la miraba desde la puerta, y veía sus labios.
Ella abrió los ojos, y dejó de sonreír.
– Puesto que te gusta besarme, porque te gusta ¿no es así?
– Sí señorita.
– Muy bien, pues como te gusta besarme, empieza, hoy me vas a limpiar como hacen los gatitos con sus crías, empieza por mis dedos y ve subiendo, hazlo beso a beso, tu prima te reclama.
– Sí señorita.
– Y tú eres feliz obedeciendo ¿no es así?
– Sí, señorita.
Delante de ella tomó sus pies, y empezó a besar sus dedos, pasaba sus labios entre ellos, los besaba uno a uno, luego empezó por por sus tobillos, subió a sus piernas.
Él se sentía satisfecho de pasar la mañana a los pies de su prima, cuando llegó al pantalón del pijama pasó a la barriga, ella se divertía acariciando su cabeza como quien inspecciona su propiedad y él disfrutaba, después de darle unos pocos besos en el estómago pasó a besar su cuello, le encantaba, estaba besando a su prima, la prima de quien le estaba enseñando a vivir a los pies de una mujer. Ahora era feliz sirviéndo a sus deseos, los deseos de su familia.
Mientras más la besaba y rodeaba su hermosa cadera con sus manos, mas pensaba en lo feliz que era y más decidido estaba a obedecer a las mujeres, servir, complacer… Adela realmente le había hecho comprender que el hombre, está para cumplir los deseos de una mujer, sus caprichos, y vivir para adorarla, especialmente si era un familiar.
No quería que el tiempo pasara, seguía a lo mismo, cuando de repente, sin motivo, le empujó hacia atrás.
– ¿Disfrutas más que yo, estás encantado?
Él callaba, claro que sí, pero no se atrevía a decirlo.
– O sea que encima te lo pasas bien.
Se levantó del sofá, cogió una de sus zapatillas y se señaló con el dedo.
– Ponte en el sofá a cuatro patas y levanta bien el trasero, vas a saber lo que es portarse bien, y hacer sólo lo que te digan.
– Por favor señorita, sé que tiene derecho a agredirme, pero… no volveré a hacerlo.
– Por supuesto que no. Que te pongas a cuatro patas; ¡no te lo digo mas!
Se puso como le ordenó, con la cabeza apoyada en el antebrazo del sofá y abrazándolo, se puso a cuatro patas y levantó el pompis todo lo que pudo.
Ella le mostró su zapatilla, color teja, con un bordado en su punta, de poco tacón, se lo acercó a la cara, olía a ella. Él se asustadba, y mucho.
– Besa la zapatilla, así comprenderás que debes ser castigado.
Y después de obedecerla, ella caminó hacia atrás y zzasss, zassss, zasss, a cada cual más fuerte, el sumiso no decía nada, sólo se agarraba más fuerte al antebrazo del sillón y miraba hacia abajo, aus lágrimas salían, no podía mas y seguía suplicando que parara, mientras decía que no lo haría mas.
– Pues claro que no, aquí lo que se hace lo decimos nosotras; ¿está claro? – Zass zass, varias veces mas.
– Si señorita.
– Recuerda esto bien y grábatelo, aquí no se trata de lo que tú quieras, ¡Se trata de lo que queramos nosotras!
– Para por favor, primita para – él le suplicaba que le dejara.
– Jajaja – rió con crueldad su prima- ¿Ahora me llamas primita? ¡Sabes que tienes que llamarme señorita?
Si, sí señorita, lo siento mucho.
Ya hacía rato que el dolor había pasado a tratamiento, sus palabras le habían encendido otra vez, estar en posición de perrito, oír que aquí se cumplían sus normas y se trataba de lo que ellas quisieran. De reojo veía a su hermana y tía, quienes estaban delante, las observaba moviéndose de un lado a otro, su barriga, sus muslos, sus piernas…
Esa tortura despetó en él además el deseo de ser agredido por Adela, su cruel y adorable hermana como a su familia, ella tenía razón, y ellas no pasaron por alto, que sus agresiones alimentaron su sumisión; veía su posición de perrito.
– Sólo te falta levantar la pata y mear, ¿no? – comentó Sofía riéndose de forma ordinaria, alta, escandalosa, como es ella.
– Bueno ya está bien por hoy, creo que has aprendido la lección – añadió Nadia, mientras se sentaba y comenzó a acariciar su cabeza.
El sumiso permanecía inmovil, por miedo a enojarlas de nuevo; empezaba a gustarle que le agredieran, pero tenía miedo de repetir la experiencia y que se les fuera la mano.
Sus caricias calmaron sus lágrimas, él se abrazaba mas al sillón y le temblaba el cuerpo de sentir sus suaves caricias.
– Hay varias cosas que te quiero decir, Fresa – añadió su hermana.
– Usted dirá, Ama.
– Ve a mi cuarto y tráeme la ropa que está en la silla y los zapatos azules de la cajonera.
– Sí Ama.
– Vamos a ir a ver a Elvira, nos ha invitado a almorzar – anunció mientras reía al ver la cara de absoluto desconcierto que tenía el sumiso.
Elvira era vecina de Mélani, su compañera de clase; una excelente compañera, muy tímida, pero muy agradable. Si le veía en esta situación y se enteraba de lo ocurrido perdería todo su respeto y aprecio, y posiblemente el de toda la clase.
– Y no pongas esa cara, quiere confraterninzar contigo; y puede que me presentes a su vecina Mélani; ¿no soy compañeros?
Él se moría de vergüenza, ahora estaría en un sitio desconocido. Indefenso en la casa de Elvira, ante ella y su hermana, quien se había autoproclamado propietaria de su propio hermano. Y lo peor de todo es que se arriesgaba mucho a ser visto por su compañera.
– Y por último, yo te daré lo que considere que necesitas. ¿Has entendido?
– Si Ama, pero la vecina de su amiga… por favor, no…
– ¿Perdona no te oigo? – su hermana le interrumpió partiéndole la cara – ¿Qué dices?
– Si Ama, como usted ordene.
Adela, extendió su mano, con cara altiva y totalmente dominadora, la movió un poco, él corrió hacia ella, besó sus cálidas manos, y sus pie; luego corrió a vestirse, la situación le había arruinado, pero ya era tarde para dar marcha atrás. Aunque en realidad ya estaba encantado de tener que vivir a los pies de su hermosa, dominante y cruel hermana.
Adela se maquillaba, con bastante gusto, un carmín muy rojo potenciaba su atractivo rostro, ojos con sombras moradas que le quedaba muy sensuales, pero al sumiso le pareció normal, para tratarse de su hermana, que era atractiva de naturaleza, con esto hay que decir que Adela nunca ha necesitado esforzarse con el maquillaje para estar reluciente, y su hermano siempre había pensado en ello, pero era mujer, y como buena mejer le encantar recurrir al maquillaje.
Su hermano se puso un conjunto fuy femenino, Adela le exigía que llevara ropa de mujer incluso para salir a la calle; se puso un pantalón rosa muy ajustado y una camiseta blanca con encajes.
acavaba de vestirse, cuando Adela entró en su cuarto y le tiró un tanga nuevo.
– Ponte esto – exclamó imponente.
Él se quitó momentáneamente el pantalón para cambiarse la ropa interior, era de color rosa.
– ¿Ya estás? – le inquiría para que se diera prisa.
– Si, Ama.
– Pues mientras termino de arreglarme hazle un masaje a Sofía.
– Sí Ama.
Después de unos minutos complaciendo a su tía, Adela le informó de que era hora de salir y él abrió la puerta, todo estaba normal, el cambio era radical, él caminaba a su ama, por detrás de ella y con la cabeza por debajo de la de ella; fueron hasta la parada del bus. Notó como alguna chica joven les miraba y se reía, quizás le veía algo por el pantalón, o quizás… sin darse cuenta sujetaba el bolso de Adela colgado de su brazo, hizo como que pesaba.
– No hace falta que finjas que te pesa el bolso – delató Adela con desprecio.
El sumiso no sabía cómo reaccionar, ahora que su hermana le había puesto en evivencia no tenía excusa.
Esperaron unos minutos y subieron al autobús.
Estaba lleno, él se agarró a la barra superior, mientras ella le cogió por la cintura y el ombro, pasando la mano por dentro de su rebeca, se puso a pellizcarle todo el trayecto, no le miraba, pero cada vez lo hacía más fuerte, como esperando una queja suya, pero él aguantó.
Llegaron a la parada, bajaron y él aceleró el paso, pero Adela le recordó que permaneciera por detrás de ella, rezaba porque no apareciera mucha gente que les viera. Tan pronto como entraron llamó al ascensor y se puso a cuatro patas.
– Quinto piso – indicó su hermana.
Él sudaba y sólo pensaba que nadie mas entrara con ellos. Para su desgracia entraron dos personas al edificio, y en el ascensor ya habían dos mas que habían entrado por el garaje. Entre todas habían vecinas de todas las edades, una madre con su hija de unos cuatro años, adolescentes… y nadie daba crédito a lo que veían; mientras esperaban al ascensor Adela le estaba mimando como si fuera un perro; él sentía mucha vergüenza, pero no se resistió.
Eso hacía que la esperale pareciera eterna; una vez dentro del ascensor seguía humillándole, hasta que llegaron al rellano del quinto piso, Adela tocó al timbre, oía pasos acercarse; sin duda iba en tacones.