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Han pasado tres semanas desde la última vez que tuve a Paco entre las piernas.
Desde entonces, nada de nada en cuanto a sexo se refiere.
Bueno, a decir verdad, durante este tiempo me he dado algunas alegrías con aquel consolador que me regalaron por mi cumpleaños hace… ¡Uf!, ya ni me acuerdo.
Pero el caso es que no puede compararse con el instrumento de Paco. ¡Vaya si lo echo de menos! La de alegrías que me dio el condenado durante dos meses, hasta que se encendieron las alarmas porque, contra todo pronóstico, quería “una relación más estable, más duradera”: estas fueron sus palabras.
Yo me acojoné, no lo voy a negar, porque, aunque me gusta mucho, no estoy preparada para un compromiso así, a largo plazo; tampoco lo quiero, no me hace falta en este momento de mi vida, ahora que aún soy joven y ‘juguetona’ y puedo picar aquí y allí libremente, sin ataduras.
No obstante, mi cuerpo pide acción, y tampoco me apetece entregarme al primero que me guste. Más que nada porque he terminado bien con Paco y no quiero que se sienta traicionado, molesto si piensa que simplemente le he sustituido.
La solución me vino el otro día como caída del cielo.
No sé cómo, ni por qué, pero sucedió: ocurrió que caí por accidente en una web deconsoladores online. Me animé a echar un vistazo ya que estaba allí. Entonces, como una revelación, ante mis ojos apareció la imagen de algo que conmocionó mis sentidos. «King Cock 7” Pene Realístico 17,8cm» se llamaba el culpable. Coloqué el cursor sobre la imagen y lo que leí en el globito que apareció no podía ser más prometedor:
«Quieres el primer dildo realístico con testículos que parece real en tacto y forma con el que siempre soñaste?...».
¡Madre del Amor Hermoso! Tenía que saber más; lo necesitaba.
Hice clic con el ratón y se abrió la página del producto. En la descripción, además de lo citado anteriormente, se añadía lo siguiente:
«… Para de soñar y hazlo realidad con King Cock! Cada detalle ha sido revisado con el máximo cuidado, hechos a mano cada uno para obtener la experiencia más realista jamás vista».
«¿Para de soñar…?». ¡Joder, para soñar estaba yo! Ya había soñado con algo parecido durante tres semanas; ¿qué chica no ha soñado alguna vez con un instrumento de 17,8 x 4,6 cm? Ahora que lo tenía a mi alcance tan solo era cuestión de comprarlo; 29,99 € se me antojaba un precio increíble, aún mejor sin gastos de envío; y lo mejor de todo es que podría tenerlo en un abrir y cerrar de ojos.
Sí, en este caso el “abrir y cerrar de ojos” fue un día.
Llegó en un paquete elegante y discreto: no creo que nadie a simple vista hubiera imaginado lo que contenía. Esto fue otro punto a favor. Con él en mi poder, me despedí del repartidor y corrí a mi dormitorio; no podía demorar lo inevitable; ansiaba tenerlo en las manos y valorar sus posibilidades, que no eran pocas ya que, tras verlo en la web junto a una lata de refresco a modo de comparación, no quedé en modo alguno defraudada.
Esa misma mañana lo probé, tras encerrarme en mi cuarto para que nadie me molestara, durante al menos media hora, tiempo más que suficiente para alcanzar tres gloriosos orgasmos. Y lo mismo ocurrió los días sucesivos, en la intimidad de mi dormitorio, hasta que un día, por descuido, confianza o dejadez, ocurrió lo que jamás hubiera imaginado. A saber:
Había colocado unos cuantos cojines encima de la almohada, conformando una especie de respaldo inclinado. Luego me recosté, apoyando la testa en el cabecero, abrí las piernas, flexionadas, y junté las plantas de los pies a la altura de las rodillas.
¿Por qué tanta parafernalia para masturbarme?
Bueno, la idea era ver lo que ocurría en mi entrepierna cuando Goliat —así llamé a mi nuevo compañero de juegos; sus grandes dimensiones justificaban el nombre— deleitara mi zona genital guiado por mi mano.
Empecé paseando la cabeza por los labios mayores y luego por los menores, antes de terminar estimulando el clítoris.
¡Coño!, me lo estaba pasando en grande cuando, sin avisar, ni ser anunciada o esperada, se abre la puerta y aparece mi prima Nuria tras ella, como si de una Aparición Mariana se tratara.
Me vi a mí misma convertida en estatua de mármol, en un museo, con una placa de bronce en el pie donde podía leerse la siguiente leyenda: «La Masturbadora. Autor anónimo».
«La situación no puede ser más violenta», me dije a mí misma, sin mover un solo músculo, sin parpadear, con los ojos clavados en los suyos, esperando a que dijera algo o se marchara por donde había venido; con Goliat en mis entrañas, inerte, manteniendo una dilatación que dejaba pocas dudas sobre mis intenciones.
—Mira que eres cochina —soltó mi prima con todas las de la Ley—. ¿Te parece que son horas…?
—¿Y tú?... ¿Nadie te ha enseñado que hay que llamar antes de entrar cuando una puerta está cerrada? —le reproché con el ceño fruncido.
Enseguida me di cuenta de que mi pregunta estaba fuera de lugar. Claro, confiada en que estando en el piso de arriba mis abuelos, ya mayores, no iban a subir, olvidé cerrar la puerta como de costumbre, por si las moscas.
—Por la cara de idiota que tienes, imagino que has olvidado que habíamos quedado… —Nuria hizo una pausa y miró su reloj— justo a esta hora.
No pude precisar si mi cara era “de idiota”. Posiblemente ella tuviera razón. Lo que sí recuerdo es que, efectivamente, nos habíamos citado a las siete para ir de compras.
—¿Y?... ¿Piensas quedarte así toda la tarde?
—¡Joder, Nuria, no me metas prisa que… ya ves como estoy! —protesté haciendo pucheros, con los labios fruncidos—. Y no te atrevas a juzgarme, ¡guarrona!, que bien te estás recreando con las vistas.
Jamás me había planteado que a mi prima le gustaran las mujeres, no había tenido razones para ello; no obstante, teniendo en cuenta su forma de mirarme el coño bien abierto, al tiempo que su respiración se tornaba entrecortada, sospeché que había un halo de esperanza.
No, no soy lesbiana, debo aclarar, pero tengo asumida una bisexualidad que en alguna que otra ocasión me ha proporcionado muy buenos ratos. Y ahora tenía a Nuria ahí delante, a una mujer que, aunque sea de la familia, no tiene desperdicio alguno y con ella podría sumar una muesca más.
—No me digas que no te gustaría jugar con Goliat —le dije para romper el hielo, al tiempo que lo sacaba de mí y se lo mostraba.
Ella rio, con ganas, con los ojos vidriosos; no podía creer lo que escuchaba de mis labios.
—¿En serio le has puesto nombre a ese pedazo de… lo que sea?
Mi prima se carcajeaba ahora.
—Yo tampoco sé de que está hecho, Nuria, ni siquiera he leído el prospecto; pero no lo menosprecies porque, aquí donde lo ves, mi amiguito es de lo más suave, servicial y placentero; material de última generación. No recuerdo ahora mismo una verga de carne que me haya servido tan bien. —En ese preciso instante volví a introducirlo en mi coño y me penetré con él varias veces—. ¡Uf, no veas que gustito! ¡No seas mojigata y anímate!, porque te seguro que no te arrepentirás.
No podía creer que estuviese vendiendo el juguete a mi propia prima como si fuera la Octava Maravilla del Mundo, pero algunas veces lo había tenido como tal, sobre todo en el momento álgido del orgasmo.
—¡Ay, prima querida! —exclamó Nuria. Luego suspiró profundamente—, no me lo digas dos veces porque no soy de piedra…
—Ya sé que no lo eres. Este es el efecto que provoca ver a Goliat. Y no te digo nada cuando lo tienes entrando y saliendo del chocho. No puedes imaginar una sensación mejor.
—¡Ya…! Pero… Mira que lo que propones tiene miga…
Aun con todo, Nuria seguía sin aflojar sus reticencias, y no precisamente por entregarse al placer que Goliat le podría regalar, sino por mí, por miedo a dejarse ir y llegar más lejos. Así lo presentía yo.
—No creo que sea peor que las veces que nos hemos depilado mutuamente. Recuerda las veces que he tenido tu coño a mi alcance y tú el mío, y no ha pasado nada de nada.
¡Mano de santo!: mis palabras obraron el milagro y Nuria terminó cediendo ante mi perseverancia. No puedo negar que me sentí muy satisfecha de ello, y me recreé observando cómo se desnudaba ante mi atenta mirada, justo después de cerrar la puerta con llave, primero despojándose de la blusa y el sujetador, y después de la mini y el tanga.
«Es una mujer de bandera», pensé mientras se arrodillaba delante de mí, sobre la cama. El caso es que, hasta ese momento, nunca la había visto como a una hembra, pero, ahora que la tenía como mi bendita tía la trajo al mundo y dispuesta a gozar en mi presencia, me reafirmé respecto a que tiene un cuerpo de escándalo, algo rellenita, eso sí, pero sin pasarse, muy del estilo Scarlett Johansson, con unas curvas que quitan el sentido, un culo que ya quisieran muchas y los pechos agraciados en cuanto a forma y tamaño se refiere.
—¡La madre que te parió, hija de…! ¡Mira que estás rica, cabrona! —solté lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Tranqui, Luz, no te alteres, que te conozco —respondió mi prima con toda la tranquilidad del mundo.
Sorprendentemente, ella parecía haber perdido la timidez y yo el bochorno que me atenazaba. Era tiempo de acelerar lo que fuere que tuviera que acelerarse; no lo tenía muy claro.
Así, dejé mi puesto y le pedí que lo ocupara, insistiendo en que adoptase la misma postura.
No tuve que esforzarme mucho, las cosas como son, ya que accedió antes de recurrir a la súplica.
Impaciente, limpié la verga realista con una toallita húmeda, se la di y Nuria no tardó en acechar con ella el portal de su sexo.
¡Dios!... Yo estaba al borde del colapso, inmóvil, expectante, sin perder un solo detalle; ella, por el contrario, sin levantar la vista de lo que estaba haciendo, alternaba el roce con tanteos espaciados, valorando los pros y los contras de introducirse aquello.
—¡Vamos, niña!, ¿te decides o no? —No soportaba que se lo pensara tanto—. ¿Estás esperando a que nos den Las Uvas?
—Dame tiempo, prima; sabes de sobra que mi chico no la tiene tan grande; mi coño no es como el tuyo, que te cabe casi de todo… Tampoco soy de las que juegan con estas cosas…
—Vamos, ¡que estás acojonada! —solté.
—¡Que hija de puta eres! —exclamó ella con una tímida sonrisa en el rostro—. Ya no me acordaba de tu viejo truco.
Con “viejo truco”, Nuria se refería a un recurso que yo empleaba con ella cuando éramos niñas, y que consistía en retarla, en picarla para que hiciera lo que no se atrevía. Entonces, si no recuerdo mal, creo que saqué la idea de la película “Regreso al futuro”, cuando los gamberros provocaban a Marty McFly llamándole “gallina”.
Mi artimaña, que en teoría parecía haber resultado, en realidad fue un rotundo fracaso. Sí, mi prima se metió a Goliat hasta la cintura, por decirlo de algún modo, pero lo hizo, como suele decirse vulgarmente, “porque le salió del chocho”.
En todo caso, lo importante era la consecución del objetivo fijado, y no la intención o el método utilizado.
Así disfruté, más contenta que un enano con zancos, con el espectáculo que ella me brindó. Y es que, una vez logró que la polla realista entrara del todo, se fue animando hasta que las penetraciones fueron una constante; cada vez más rápido, girándolo en un sentido cuando entraba y en el otro al salir. Sin embrago, y aunque yo estaba más que satisfecha, algo en mi interior me impulsaba a no desaprovechar la ocasión que me había caído del cielo.
Di el primer paso acompañando su mano con la mía. Luego, una vez tuve la certeza de que a Nuria no le importaba, me arrodillé a su lado y, sin dejar de hacer lo que hacía, me incliné sobre ella y le lamí, besé y mordí el pezón izquierdo, el más accesible para mí, empleándome con calma, ternura y dedicación, como solo las mujeres sabemos hacer entre nosotras.
Sobra decir que ella lo agradeció con leves movimientos, con gemidos que acariciaban mis oídos, con… ¡Uf! No recordaba haberme puesto nunca tan cachonda con una fémina. Ni siquiera en aquella ocasión con Chloé, una francesita que me ligué en un viaje a Paris y que sabía latín además de francés.
—¿Me dejas que te lo haga yo? —pregunté tímidamente, con voz aterciopelada.
—¡Vale! —Ella entendió.
Separé sus pies, ella abrió más los muslos, luego me tumbé entre sus piernas con la cara a escasa distancia de mi objeto de deseo, y tomé el relevo de su mano, aparentemente ya cansada.
No hay forma de explicar el torrente de sensaciones que recorrió mi cuerpo a medida que penetraba lo que, hasta entonces, no había sido más que una fantasía casi todas las veces que nos rasuramos mutuamente ahí abajo. Sobre todo cuando acerqué la lengua y la hice vibrar en su clítoris, al tiempo que la follaba, literalmente, el coño.
Así debimos estar unos diez minutos, tiempo suficiente para que ella alcanzara el clímax, un soberano orgasmo que no pasó desapercibido y que, a la postre, sirvió para revelar lo que tanto tiempo había callado…
—¡Joder, prima! —me dijo, sofocada, todavía conmovida con los coletazos del orgasmo—. No te haces una idea del tiempo que andaba yo buscando algo así.
—¿Correrte? No me digas que con él no llegas… —bromeé.
—¡Calla, tonta! —gruñó ella—. No seas payasa, porque sabes de sobra que con él casi siempre llego.
—¿Entonces?... ¿El problema es el “casi siempre”?
Nuria rio.
—Mira que eres gansa, prima. Sabes de sobra lo que quiero decir. Como te gusta hacerme rabiar.
—¿Rabiar?... ¿YOOO? ¡De eso nada, monada! Tan solo quiero que te sueltes, que te liberes; que seas capaz de expresarte libremente, sin miedo, sin vergüenza…, con total confianza.
En verdad, aunque pareciera que bromeaba, realmente no sabía, ni por asomo, lo que Nuria había insinuado. Y lo cierto es que cuando se decidió a soltar la lengua, la revelación que me confió supuso para mí una sorpresa mayúscula.
—Quería decir que siempre he deseado que me coman el coño mientras me penetran. Obviamente, con mi chico no es posible, so pena de que me haya ocultado que es contorsionista y puede hacer ambas cosas al mismo tiempo…
—Chica, algo así es más propio, en todo caso, de un ilusionista… o de un súper-mega-mago…, o de un elefante salido…
Las tonterías que se nos ocurrieron a raíz de esto, no son dignas de mención —no si quiero mantener la dignidad ante tan estimada audiencia—. No obstante, sirvieron para crear un ambiente distendido que yo aproveché para volver a la carga.
—Entonces, si no entiendo mal, lo que te gustaría es que él te follé mientras otro te come lo que queda libre o viceversa.
—¡Quita, quita! —dijo Nuria haciendo aspavientos con las manos—. ¿Un trío con otro?... Eso no lo verán nunca tus ojitos.
—Bueno, entonces puede ser con otra… Yo misma, sin ir más lejos.
Nuria me miró con espanto, atónita con la propuesta.
—No das una, hija —respondió muy seria—. Me da que hoy estás un poquito espesa.
No sé si estaba espesa o no, lo que si puedo asegurar es que me hallaba más perdida que Juan Gabriel en una casa de putas.
—Ni más ni menos —añadió—, mi fantasía es del tipo a lo que hemos hecho tú y yo.
¡Acabáramos! ¡Cómo había sido tan tonta que ni lo vi venir!
—¿Esto quiere decir, que te gustaría repetir? —pregunté mientras le acomodaba el cabello por detrás de la oreja.
—Sí —respondió ella en un susurro.
Me sentí colmada de dicha con aquel dulce “Sí”. Tanto que, acariciando con la mano su mejilla, uní mis labios a los suyos, sin oprimirlos demasiado, lo justo para sentir su tacto, para saborearlos antes de entregarle la lengua y jugar con la suya, muy juntas, pecho contra pecho, piel con piel.
Ella insistió minutos más tarde en masturbarme del modo en que lo había hecho yo con ella. Me negué, aunque pueda parecer una contradicción, aunque deseaba de corazón que lo hiciera, pero la sensación de sentirme plena dando sin recibir, era para mí un regalo llovido del cielo.
Nos fuimos de compras aquella tarde, aunque esto era lo de menos, porque lo realmente importante era pasar tiempo juntas, aprovechar la magia que nos había unido de un modo imposible de imaginar.
Desde entonces, varias veces hemos repetido, en mi casa o en la suya, siempre con nuestro amigo Goliat, aquel gigante que compré por accidente y que nunca te deja insatisfecha. Por descontado que esto no significa que haya renunciado al placer de una buena verga que respire; al contrario, Goliat ha venido bien en determinados momentos en que he buscado la complicidad masculina para jugar, para experimentar nuevas sensaciones.
Y es que un “dildo realístico con testículos que parece real en tacto y forma” —o un instrumento de placer similar—, no solo es un buen amigo cuando prefieres soledad, sino que también es un complemento en las relaciones sexuales con un ligue, con un folla-amigo o con tu pareja. Igual que Nuria, su chico y el complemento que ella compró días después de conocer a Goliat.
Todo sea por gozar mientras el cuerpo aguante.
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