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Preámbulo
Los sucesos acontecidos en los dos días anteriores habían alterado mi percepción de lo que importaba y lo que no. Ahora era más pragmática, había perdido la inocencia y me daba cuenta de que yo era un objeto valioso y deseado. Había que sacarme provecho.
El domingo
A pesar de todo, no me desperté tarde. No sentía mucho malestar y el ardor de mis partes íntimas, había mejorado con solo una cremita. Eran como las diez de la mañana cuando bajé, quería comer, tenía un hambre feroz. Me tropecé a mi esposo en la escalera, me tomó por el brazo con aire de regañó y nos encerramos en la habitación.
Dijo que anoche había deambulado desnuda y llena de arena por esa casa donde había otros hombres, que, si me hubieran visto, que, si donde estaba mi recato, que, aprendiera a respetarlo, etc. Tenía tanta hambre y sed que no quise perder el tiempo con contestaciones largas, le dije que me disculpara pues unas ostras que había comido me habían causado diarrea, mareos y sudores fríos, había tratado de despertarlo para que me ayudara, pero su borrachera me lo impidió y tuve que arrastrarme por mis propios medios hasta el baño varias veces, pues el mareo me impedía caminar. Su alteza me perdonó sin preguntarme: ¿Cómo sigues?
Bajé a la cocina, en el salón principal estaban los tres socios, no hubo saludos, no me sostuvieron la mirada: pero se notaba que no era por arrepentimiento, más bien como para que no descubriera sus intenciones.
Me serví comida como para un batallón y salí a la terraza interior a disfrutar del buen tiempo mientras le daba fin a mi condumio, inclusive, me tome dos cervezas, yo que soy abstemia. No sé explicar qué era lo que sentía en mi alma, me sentía potente, poderosa, dueña de mi vida, y con un nuevo punto de vista acerca de lo que yo consideraba mis valores y mi valor, era una mujer nueva, mejorada. Quizás era la resaca de la droga.
Estando en la terraza, me sorprendió la aparición de mi marido vestido para salir. Pensé que quería decirme con esto que me despidiera porque nos íbamos. Me levanté con la intención de ir a preparar el equipaje. –Está bien, quédate tranquila, no nos vamos aun. Tengo que salir a arreglar cierto negocio, me comunicó. -¿Hoy? ¡Pero si es domingo!, le reclame airadamente.- Después te explico- contestó a modo de excusa y salió.
Esperé a que el sonido de su carro se alejara. Entonces me levanté y me dirigí a la sala donde estaban los tres socios con aire de “yo no fui”. –Estas son vainas inventadas por ustedes para alejar a mi marido. Déjenlo en paz, ¿me quieren a mí? Lo acepto, pero ¿Cuál es el pago? dije un poco alterada.
-A tu marido le dimos ya todo lo que quiere, acciones de la empresa, ganancias e influencias, me respondió Juancho.- Si tú quieres que le demos más, de ti depende, intervino Raúl.
-Y tú, ¿Qué dices?- le pregunte a Tobi, que era el socio que no había participado en mi violación porque la borrachera no le dejo levantarse a tiempo. –Según las referencias, vales la pena y además me gusta la idea de tener a mi disposición algo tan especial, respondió con desparpajo mirándome de abajo a arriba.
Les di la espalda sin contestarles, me dirigí a la cocina a buscar otra cerveza (me estaba aficionando) para darme tiempo para analizar. Sentí sus miradas impúdicas fijas en mis nalgas.
-Que se calienten mientras decido, pensé. Quería cavilar. Ya estaba ganada a la idea de servir de rehén, hasta que se cansaran de mí y buscaran otra. De mi dependía sacarle todo el rendimiento posible a un negocio que podría no durar mucho y traer buenos beneficios. Yo sería la puta y mi esposo cobraría mi precio sin saberlo. Ahora estaba dispuesta, estaba clara, habría que actuar sin recato y sin escrúpulos. Las cartas sobre la mesa.
Regresé a donde estaban. Me había desnudado. Al pasar frente a un espejo me miré, era atractiva y tenía un porte de objeto deseable pero distante y costoso. Mientras mantuviera ese aire inescrutable, los tendría en mis manos y podría manejarlos para que pagaran con creces la satisfacción de mi posesión; de mi impudicia y mi capacidad para manejar su lujuria dependía el tiempo que durara la relación, y la cuantía de las ganancias.
–La respuesta, la están viendo, dije sonriendo y di una lenta vueltecita para que se regodearan con la visión de mi carne de primera.
Comenzaron a quitarse sus ropas atolondradamente mientras discutían quien iba primero. Yo asumiendo el control, me les adelante y les dije en voz alta y con autoridad: -Tobi primero (además de que era el que tenía la mayor fortuna de los tres, no me había poseído todavía). Me dirigí a la terraza caminando lentamente moviendo mis lujosas nalgas delante de ellos, mi pequeña tropa me seguía obedientemente.
-¡Ay dios! ¿Cómo será esto?, pensé con desasosiego.
Me senté en una de las poltronas de la terraza y llamé a Tobi con una señal de mis dedos
-Aspiro a que me hagan gozar mucho, la fiesta es para mí, ¿no?, les dije a todos antes de abrir mis piernas y mostrarles atrevidamente mi raja afeitada. Estirándome con complacencia felina, pasé mis manos por mis piernas y las fui subiendo lentamente hasta que mis dedos bordearon mi raja y la abrieron dejando ver sus labios sonrosados y carnosos, su clítoris borrascoso y sus jugos fluyendo aun con sabor a ostras, ostrales y ostreros.
El tal Tobi, además del más rico en fortuna, era el más rico en características físicas. Se gastaba una vara que estremeció mi determinación, pero me dije: -Bueno mi amiga, pa´lante, después se verá. Le sonreí con aire impúdico mientras me habría para él. Sumisamente se arrodilló ante mí y hundió su cara entre mis piernas mientras lamia con pericia y gusto mi raja empapada aun con jugos de ostrales viciosos. Rodeé su cuello con mis piernas, estaba empezando a hacerme sentir la espuma brotar de mis entrañas.
A una seña, Raúl y Juancho se me acercaron cada uno por un flanco y tome sus miembros duros y carnosos de hombres maduros, con mis manos y mi boca, poniendo empeño en ordeñárselos alternativamente con mis manos y mi lengua. Llegó el momento en el que sentí que Tobi me estaba sacando al diablo de las entrañas, detuve su accionar bucal con una mueca traviesa: -Penétrame, le pedí con voz intranquila pero impúdica.
Me abrí lo más posible para que cupiera su pedazo de carne en mi caliente cueva. Me clavó en el sitio. Ya no pude controlar mis caderas que se enloquecieron, era algo nuevo para mí esa catarata de placer surgiendo de mis tripas, nunca me había sentido así, nunca, nunca… su cabeza llegó hasta el fondo en el último espasmo de mi orgasmo, allí dejó su aroma.
Quedé extenuada. El puesto abandonado por Tobi fue inmediatamente ocupado por Raúl con su velocidad característica. Raúl fue una revelación ahora que no estaba borracho, expresó con su pitón introducido en mi cavidad, un sabor especial para hacer sus cosas, era como la batuta que dirigía mis instrumentos orquestales que se habían adormecido después de la lucha cuerpo a cuerpo con el paquetote de Tobi. Raúl supo sacarle el último suspiro a una cuca desfalleciente, que revivía gracias a su técnica, sus trampas y sus habilidades. Logró rendirme, y con el último suspiro me hizo brotar un orgasmo desde el centro de la tierra.
Miré a Juancho, pidiendo piedad, a mi edad ya no estaba para estos trotes. Pero me sentía animosa hasta más no poder, resabios de la droga que me habían administrado los ostreros. El hambre viene al comer, dicen, yo le agregaría: ostras.
Me dijo sorpresivamente: -Mi reina, permítame rendirle este homenaje a su parte, para mí, más deseable y escandalosa. Sus nalgas me tienen desesperado de deseo y quiero hundirme entre ellas. ¿Me dejas? Le respondí con un beso manso en su boca y me volteé boca abajo.
Me arrodillé sobre unos cojines que Tobi y Raúl rivalizaron por colocarme debajo de las rodillas. Tomando las manos de Tobi y Raúl entre las mías las puse entre mis senos. Buscaba apoyo, sostén y comprensión. Con un suspiro le dije a Juancho, -Deseo concedido, cuando gustes. ¡Es todo tuyo!
Lo tenía normalmente voluminoso, pero esa entrada casi nunca la usaba para ese fin. El ejercicio ampliatorio al que me sometieron los ostreros contra mi voluntad (si mal no recuerdo) apenas hacia unas horas, lo había hecho más dócil y maleable a este tipo de homenaje.
Recibí el empuje de Juancho como una campeona, su cabeza traspasó el límite de mi ano, el cual, conspiradoramente, lo aceptó sin reclamos excesivos, como si invitara al intruso a ocupar todo su espacio interior:- ¡Pase, pase con confianza y tome posesión, señor Juancho, que allá adentro hay más comodidades!
Sentí su cabeza ganando terreno en mis entrañas. Mientras tanto, para que me ampararan con más ahínco (¿seria?), cambie las manos de mis guardianes por sus miembros viriles, y los comencé a masturbar lo más acompasadamente que podía.
Era un prodigio de malabarismo mantenerme atenta al puntal que me tenía clavada por detrás y separaba mis nalgas con su volumen y la coordinación de la masturbación bien hecha a mis dos atentos escoltas de los cuales, ahora más que nunca, necesitaba su ¡comprensióóóón!.... la barrena de Juancho con esmero y dedicación, al parecer, había conseguido penetrar hasta mi pozo más erotizante.
Ese punto, lo descubrimos en mis profundidades más inexploradas y cobró vida gracias al accionar lento pero sin pausa de las penetraciones y salidas acompasadas del miembro de Juancho. Mis caderas se movían automáticamente al compás de la suya buscando más penetración y sensación.
Creo que soy una mala puta, pues no puedo mantenerme auto controlada.
Cuando pensaba que todas mis posibilidades de placer habían fenecido, heme aquí resucitando. Una ola de lujuria, una excitación indescriptible, me avasalló. En medio de la desesperación escandalosa que agobiaba mis entrañas, me dio por volver a lamer con fruición los troncos babeantes que tenía en mis manos, ellos respondieron obedientemente enjuagando mi boca con sus descargas. Sentí algo tan divinamente indescriptible fluyendo del fondo de mis entrañas cuando Juancho terminó su faena y escupió su carga en mi ardiente conducto, que casi pierdo la consciencia.
Cuando me recuperé estaba otra vez sentada en mi mullido sillón. Mi pubis y mis nalgas estaban anegados de cálidos fluidos. Mis conquistadores me rodeaban solícitos, me ofrecían bebidas y competían entre sí para mimarme. Me sentía como una abeja reina. Hice un buen trabajo, fue mi pensamiento, y, había gozado como nunca.
Los escudriñé con ternura. –Los quiero, les dije, son maravillosos. ¿Puede esto repetirse aunque sea una vez al mes?- Con risas y algarabía aprobaron mi propuesta. Me besaban, me acariciaban y desnudos nos tendimos al sol. No había celos, era de los tres. Bueno….de los cuatro. Pasamos el resto de la tarde en medio de caricias, alguno que otro orgasmo, bebida, comida y planes.
Epilogo.
Voy de regreso a Caracas en el carro con mi esposo. Vamos felices. – ¿Estás contento? le pregunto, tocando su cabello cariñosamente. Su sonrisa amplia y clara me da la respuesta, mientras su mano golpeaba cariñosamente mi pierna. –Tú les caíste muy bien, me comunicó, me dijeron que como gustas tanto de la playa, me van a financiar un carro para ti, de manera que puedas venir a la playa cuando gustes. ¡Incluso, me dieron una llave de la casa para ti! Abrazándome con alegría, repitió: ¡SOY SOCIO! Reímos con ganas.
Fin del week end.
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