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EL VIERNES
El socio mayoritario de la empresa donde trabaja mi esposo, nos invitó a pasar el fin de semana en su casa playera. Mi marido estaba muy emocionado, pues eso significaba que la promesa de agregarlo a la sociedad por fin se concretaría.
Apenas llegamos, mi esposo y el accionista principal (Raúl) comenzaron a conversar animadamente mientras brindaban por el feliz encuentro. Yo me quedé aparte, aburrida pero satisfecha por el ascenso de mi marido y quería respaldarlo, había luchado tanto por eso…el fin de semana comenzaba…era viernes.
Llegaron los otros dos socios y la conversación se animó más y los tragos arreciaron. Como no me hacían mucho caso, más allá de alguna que otra amabilidad y ya habían empezado a quererme utilizar de mandadera, decidí hacer mutis por el foro y sigilosamente me retire a mi habitación para ponerme el traje de baño y proceder a disfrutar de la playita y el sol.
Cuando pasé junto a ellos rumbo a la playa, los cuatro -incluyendo a mi marido que desde hacía tiempo me observaba solo superficialmente- voltearon a mirarme sin ocultar su admiración por lo que veían en mí. Llevaba puesto un pareo sobre el traje de baño pero éste, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía ocultar la prodigalidad de mis lujosas formas de mujer madura bien conservada. Llamaba la atención estando vestida, mucho más medio desnuda. Me turbé un poco por sus miradas poco recatadas y para salir del paso, pregunté por la hora de llegada de sus esposas, -Ellas no vienen, hoy tu eres la única reina- dijo Raúl, mientras le daba palmaditas amistosas a mi marido en su espalda. Este, sonrió desvaídamente. Seguí mi camino, mientras oía a mis espaldas las bromas que le hacían a mi marido acerca de la posesión de “ese mujerón” y me exasperó cuando una de sus respuestas fue: “no es para tanto”. Creo que fue en ese momento cuando decidieron mi suerte.
Oscurecía ya cuando regresé de la playa a la casa. Está prácticamente quedaba a la orilla del mar y solo me tenía que alejar unos metros para disfrutarlo. Dentro del lugar, todo estaba en silencio; encendí algunas luces y subí a mi habitación, mi marido roncaba la mona que había cogido con tanto whisky trasegado, - Está bien, pensé, está celebrando su triunfo, así deben estar los demás-. Lo arrope, sabía que no despertaría hasta el siguiente día. Me puse un short y una franela y baje a buscar algo de cenar. Total, creí que todos dormían sus peas.
Apenas encendí la luz de la cocina, una voz aguardentosa me saludo-Hola, reina, te estamos esperando-. Reconocí a Raúl y a su socio Juancho, me miraban con ojos, cara y boca de borrachos juerguistas. Contesté a medias el saludo y di la vuelta para retirarme.- No te vayas, queremos hablarte-ordenaron casi al unísono, mientras me rodeaban. Los segundos que perdí titubeando, fueron aprovechados por Juancho, rápidamente me cortó la retirada con su cuerpo tambaleante y con sonrisa de triunfo se interpuso en mi camino mientras cerraba la puerta.
-No quiero bromitas, grité para ver si con un grito los sometía ¿Qué quieren?- por toda respuesta Juancho me empujo con fuerza hacia Raúl quien me rodeo con sus brazos inmovilizándome mientras me decía al oído-Lo que queremos, puede hacerse discreta o estrepitosamente, ¿Qué prefieres?-
Su aliento alcohólico me sofocaba, mientras sentía que mi cuerpo se rebelaba ante la terrible posibilidad de ser violentada y el terror de ser golpeada o algo peor, si me resistía. Por mi imaginación desfilaron las terribles escenas que me habían sido referidas -cuando conversaba en la playa con algunos vecinos- de una mujer golpeada y violada que habían encontrado en un terreno cercano.
-¿Qué quieres de mí?- inquirí para ganar tiempo, pues la respuesta la imaginaba. Necesitaba crear una oportunidad para escapar. Al soltarme un poco para mirarme a la cara, liberó mis brazos atrapados por su abrazo, ese momento lo aproveche y empujándole con exasperación, corrí hacia la puerta. En mi intento de huida, aparté violentamente a Juancho que se interpuso en mi camino, todo fue en vano: Había cerrado la puerta con llave.
Juancho, riendo, señaló que había escondido la llave, y, que no valía la pena gritar pues nadie escucharía. Examinando mi situación concluí que si luchaba llevaría las de perder - Estos dos borrachos podrían herirme, aquí hay muchos cuchillos y creo que sería peor aún que yo trate de herirlos a ellos, pensé con desesperación, vamos a ver hasta donde son capaces de llegar. Quizá pueda parlamentar… hacerlos recapacitar…
Raúl nuevamente avanzaba decidido hacia mí, lo detuve con mi actitud sumisa- ¡está bien, está bien, ganaron, me rindo!-
-Óyeme, me dijo Raúl, quien a pesar de la embriaguez conservaba cierto aplomo, solo queremos jugar un rato contigo, dijo con una voz que pretendía ser tranquilizadora mientras se me acercaba a paso de lobo, solo queremos acariciarte un poco, tu presencia nos ha encendido. Nos gustaría que comprendieras que de ti depende la vicepresidencia que le hemos ofrecido a tu marido, piénsalo, por las buenas solo tendrás ganancias, por las malas perderías, y además, solo será un rato haciendo algo que ya has hecho antes. Nadie tiene que enterarse-.
Mis ojos estaban abiertos al máximo, como me pasaba cada vez que me paralizaba de miedo o rabia. Había calibrado mis posibilidades durante el discurso de Raúl: si aceptaba por lo menos no perdía nada que ya no hubiera perdido y si de todas maneras no cumplían su palabra con mi esposo, no me quedaría el remordimiento de que mi exceso de pudibundez (a mi edad, cuando ya creía haberlo visto casi todo) hubiera sido la causa de su fracaso; además, de que oponiendo resistencia me exponía a sus violencias de borrachos inconscientes. Total solo era una cogida más en mi vida, el problema es que eran dos, estaban borrachos y yo tenía mucho miedo y rabia. Decidí oponer una resistencia pasiva, no colaborar, para que el acto fuera poco placentero para ellos, convertirme en una muñeca de plástico, sin vida.
Afirme con la cabeza en señal de aceptación, pues no me salieron las palabras. Se me acercaron más y comenzaron a tocarme cautelosamente. Yo permanecí rígida, sin colaborar, con los ojos cerrados. Sus caricias no me emocionaban. Ellos estaban muy excitados. Cuando trataron de meter la mano entre el pantaloncito y mi raja, reaccioné impulsivamente rechazándoles y apartándome. Me dejaron calmarme, sabían que tenían tiempo y la presa entre sus manos ya no se les escaparía.
No trataron de desvestirme, quizás por miedo a mi reacción, sino que ellos se bajaron sus pantalones dejando al aire sus miembros más o menos enhiestos. Los mire con aire pudoroso y aterrado, para ver si se compadecían, pero ¡qué va!, todo lo contrario, les causo hilaridad-¡No me digas que nunca has visto uno de estos!, dijo Juancho.
Raúl me mostró su pene y con señas me indico que le diera placer. Agarré con fingida torpeza su palo caliente ya totalmente duro y listo y empecé a masturbarlo bruscamente. –Eres una maldita remilgada y no tenemos más tiempo, me dijo. Un rodillazo me saco el aire con un golpe en el estómago, me tomó por mi cabellera con furia: -Quítale la ropa, le ordeno a Juancho.
Este me tomo por la cintura y me tiro sobre la mesa, yo pataleaba sin aire. Me sostuvieron con fuerza y me sacaron el pantaloncito y la franela, unos dedos alevosos se ocupaban ya de las interioridades de mi vagina, una boca se ocupaba de mis pezones que a pesar de todo se endurecieron, otras manos apartaban mis piernas y mis brazos fueron torcidos e inmovilizados, no sé cómo. Apenas comencé a gritarles insultos, me zamparon una buena parte de la franela, que me habían quitado, en mi boca. Callé: casi no podía respirar.
Comenzó una pelea muda entre ellos con empujones, pero sin soltarme, para disputarse el derecho a la primera penetración. Creo que ganó Juancho. Mi raja, con la que yo contaba para una resistencia pasiva y silenciosa y a la que yo creía apenada, cohibida y reseca, me traiciono: Recibió de buena gana el tolete que le entró hasta el fondo. Mis ojos se abrieron enormes al sentirme empalada por un miembro extraño.
En las paredes de la cocina resonaban los jadeos, susurros y balbuceos propios de las actividades sexuales y también los sonidos acuosos que producían mis flujos traidores al ritmo del mete y saca frenético que acosaba mi hondonada por todas sus paredes y recovecos. Al fin, después de mucho rato, al sentir resbalar su semen en mí y el frenesí de sus movimientos y aspavientos con los que remataba su faena, supe que era el final de la primera corrida.
Apenas, unos segundos después, el que me tenía atravesada, fue apartado con un fuerte empellón, e inmediatamente me sentí hostigada por una nueva vara, que por el impulso que la animaba me caló bien adentro y sentí su cabeza llegando hasta mis trompas.
Sentía mis jugos fluyendo y el resbalar suave del instrumento en mi hoguera lubricada profusamente. Por momentos, me sentía inspirada por el placer que a mi pesar sentía recorriendo mis entrañas, trataba por todos los medios de impedirme llegar al máximo, no quería tener un orgasmo. Me dejé hacer y al buen rato, pues la intoxicación etílica le impedía llegar con facilidad al clímax, Raúl, culminó su faena y lo dejo metido un rato más mientras se calmaba.
Creí despertar de un sueño cuando ceso la actividad y retorno la calma y el silencio. Fue entonces cuando me percaté de que había mantenido mis piernas enroscadas alrededor de la cintura de mi atacante y mi cadera se había mantenido en actividad, febrilmente colaboradora. Asombrada, reconocí que inconscientemente había puesto de mi parte en mi propia violación.
¡Estos hijos de puta borrachos, me han hecho acabar varias veces! ¡Ay, coño!, ojalá que no se hayan percatado-me dije aturdida.
Aparté a Raúl con una patada, me levanté temblorosa y desorientada, nadie me lo impidió. Comencé a buscar la llave de la puerta para salir, la conseguí en uno de sus bolsillos, apagué la luz y salí. Ellos, quedaron allí, moviéndose penosamente, buscando donde acostarse a descansar.
Corrí a un baño cercano, me limpie de toda la carga de semen, babas y sudor. Solo logré enfundarme el pantaloncito, pues la franela no me la pude poner porque la habían destrozado para amarrarme y tapar mi boca. – ¡Una franela tan cara! Que la peste cargue con estos idiotas, me dije con furia.
Cuando salí del baño, casi me desmayo con la impresión: Mi marido, en ropa interior, estaba parado ante la puerta de la cocina. Había encendido la luz y observaba atentamente la escena que allí dentro se desarrollaba. Al oír el leve grito que emití por la sorpresa de encontrarlo allí, volteó hacia mí y se me quedo mirando atontadamente. Apagó la luz y se llevó un dedo a los labios indicándome que hiciera silencio.
Para que yo no viera lo que él había visto dentro de la cocina, me rodeo los hombros protectoramente con su brazo, mientras yo le ayudaba a subir por la escalera rumbo a nuestra habitación. Íbamos en silencio; de repente se detuvo, como si regresara de un sueño. Me dijo:- Quien iba a pensar que Raúl y Juancho son maricas. Están durmiendo en la cocina, desnudos sobre la mesa. Hace rato desperté y a través de la puerta los oí haciendo sus cosas allí adentro con la puerta cerrada, inclusive, al parecer uno de ellos imitaba los gritos de una mujer, ¡Que bolas! Tan machos que parecen. Guardemos el secreto. Lo mire inexpresiva por toda respuesta, pero un escalofrió recorrió mi espalda desnuda.
Reanudamos la ascensión por la escalera hasta nuestra habitación.
Era tanta su borrachera, que ni siquiera se había dado cuenta de que yo iba a su lado ayudándole a subir, con las tetas al aire y con señales inequívocas en mi rostro y en mi cuerpo, de ser una mujer a la que acababan de hacer el amor.
No es que sean idiotas, es que a veces se esmeran.
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