….Y así, van por la calle, abrazándose, sin importarles el mundo, la gente, sólo están ellos, solo ellos existen….

El la espera como siempre, en aquel umbral donde alguna vez se cruzaron, donde el destino los unió, y los hizo uno solo. Ella, tan bella en esa falda y esos zapatos de tacón que estilizan su hermosa figura, sus bellas piernas, sus turgentes senos, tan ceñidos en aquella blusa que los resalta, y deja a la vista gran parte de esa belleza.

El no tiene nada que envidiarle a ningún hombre: alto, fuerte, robusto, dulce, tierno. Es lo que cualquier mujer hubiera soñado, y era ella quien lo tenia a su lado, para protegerla y amarla como jamás lo habían hecho.

Y, mientras caminan, van diciéndose miles de cosas bellas, deseándose, amándose con las palabras, abrazados, llenándose de caricias sutiles, casi imperceptibles, que sólo ellos sienten, mientras van camino de su amor. Ella lo abraza, y siente su firmeza, que la hace desearlo, amarlo, apoderarse de él; y él la rodea con sus fuertes brazos, haciéndola suya, aun sin entrar en ella.

Llegan a su departamento. El pone la música que ambos se dedicaron, aquellas canciones llenas de recuerdos, y ella lo provoca, con aquella provocación sutil, casi como una señal, que sólo ellos entienden. Ella se dirige hacia el balcón de la habitación, y cae sobre su piel la brisa fresca de la noche, sólo la luz de la luna alumbra ese lecho lleno de las noches de placer que ambos se regalaron, y que aun se regalan, y él se dirige hacia ella, y la rodea con sus brazos, tan fuertes, tan hermosos, mientras besa su cuello y lo acaricia con sus labios, toma sus senos, y los llena de caricias, aun sobre la ropa logra erotizarla, llenarla de morbo, de pasión, de deseo, sólo el sabe hacerlo.

Ella lo deja hacer, llenarla de placer, mientras siente sus labios en su cuello y sus manos deslizándose por la falda. De espaldas a él, puede sentir su sexo apretado a sus glúteos, tan firme, que no quiere ya resistirse, y él la aleja de sus temores ¡Es tan suave! Casi de seda, sus caricias así las siente, como la seda recorriendo cada tramo de su piel que despierta al más mínimo toque de su dulce tacto. Y va despojándola de la blusa con una de sus manos, y, con la otra, se va deshaciendo de su falda. Pero quiere mirarla un momento antes de desnudarla por completo, y llevarla al lecho. Mira toda esa belleza ante sus ojos, y sabe que la que allí se encuentra es su mujer, porque él la hizo mujer con sus caricias, y toda su pasión.

La contempla, y no puede evitar una erección. Esa mujer le provoca sensaciones casi desconocidas, hasta hace poco, cuando ella finalmente le permitió explorarla, amarla, llenarla de él. Nuevamente ella de espaldas a él, siente como sus manos desatan su brassiere, y acarician su vientre y sus senos, hasta llegar a aquel lugar que sólo él conoce. Con sus manos la explora, dejando a un lado la panty que la cubre, llega hasta su sexo, y siente sus flujos, mientras con sus manos la explora, no deja de besarla, de decirle mil cosas, de cuanto la ama y la desea, y ella no cesa de gemir de placer, la hace sentir mujer con cada una de sus caricias, y en ese ir y venir, le regala su primer orgasmo, que sólo logró con sus manos.

Pero ella sabe que él también necesita sentir ese amor que el le da. Así, ella también lo llena de caricias, mientras lo desnuda poco a poco; igual que él, besa su cuello, su hermoso pecho, su vientre, hasta llegar a aquel lugar que sólo a ella le pertenece. Y puede ver ese bello instrumento de su placer, de su lujuria, aquello con lo que sueña en su soledad y sus recuerdos, esperando por ella.

Allí, en el balcón, mirando al mar, la luz de la luna, testigo de ese amor, él la pone de espaldas, y da la primera estocada. La penetra lentamente, y van sus primeros gemidos, así, se va apoderando de ella, con el vaivén de sus movimientos, entrando y saliendo de ella, cada vez más rápido, más fuerte, hasta estallar de amor y lujuria.

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