Feliz cumpleaños, mi amor
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Cuando Lucía bajó, la casa estaba vacía. ¡Uf! tendría que caminar sola hasta donde se encontraban todos. Suspiró hondamente y se dijo que no valía la pena preocuparse ahora, ya estaba hecho. Buscó los cigarrillos, enderezó la espalda, y como quien no quiere la cosa, se dispuso a transitar los metros que la separaban de la gente y de… Franco.
Formando pequeños grupos alrededor de las mesas, los invitados se servían a su antojo, comiendo y bebiendo charlaban animadamente, el grupo más numeroso lanzaba sonoras risotadas mientras Lucía, cada vez más cerca, buscaba con ojos curiosos la silueta de su marido, logró divisarlo al final, a un costado de la piscina, estaba de espaldas conversando con alguien a quien no se molestó en mirar, sólo tenia ojos para él, estaba ahí, parado con las manos en los bolsillos del Jean y la cabeza levemente inclinada para escuchar mejor a su interlocutor.
De pronto y como movido por una fuerza superior, Franco giró lentamente para encontrarse con la figura de su mujer que ya estaba al final del sendero, con las manos aún en los bolsillos descansó sobre su pierna derecha acomodándose como quien elige la mejor ubicación para ver un espectáculo… “¡eh! ahí está Lu, vamos…” dijo su amigo palmeando en su hombro y partiendo presuroso. No le hizo caso, siguió inmóvil con los labios entreabiertos, la mirada alerta, contemplando la larga sesión de saludos, algunas mujeres con fingidas sonrisas, otras con genuina alegría, y los hombres… los hombres desparramaban atenciones, halagos y miradas, Lucía apoyaba la mano sobre los pechos marcando la distancia, retirándolos suavemente… Franco comprendía a aquellos hombres, cómo no iba a comprenderlos si él mismo, después de tantos años no había podido develar totalmente ese halo de misterio que envolvía a su mujer, como un libro del que le hubiesen permitido leer sólo el prólogo, o una novela sin principio ni final, sin ataduras de gramática ni sintaxis, sin lógicas, sin teorías, inconclusa… -Ah, Lucía, lula, lulú, lu… -se dijo suspirando- si yo superman vos kriptonita, si vos Bonnie yo Clyde… Así la necesitaba, así la deseaba…
Mientras Lucía se abría paso entre tanto beso, tanto abrazo descuidado, tanta mirada, Franco la veía acercarse, la esperaba, iba hacia él que asistía a la invasión de sí mismo por la cercanía de su presencia para luego vaciar el espíritu de todo lo que no fuese aquella espera. Extendió los brazos para recibirla, le tomó las manos, los ojos en sus ojos abiertos más de lo normal, como preguntando, como indagando, como sintiéndose vulnerable por lo que había pasado más temprano y que ella misma había propiciado, animado, y por primera vez en años la sintió indefensa, vacilante, desamparada… su corazón se estremeció, quiso decirle que no se sintiera así, que él estaba ahí, que la amaba y deseaba tanto o más que el primer día… pero no logró emitir palabra, así de fuerte era la visión que estaba teniendo, como si nunca la hubiera conocido, como si la estuviese descubriendo recién ahora… en cambió, le tomó la cara con las dos manos y le demostró todo lo que las palabras no pudieron decir, la besó largamente, con un beso suave al principio y que fue haciéndose desesperación a medida que las lenguas se buscaban explorado ese universo compartido que era agonía y grito…
Las risas y aplausos los hicieron volver en sí, - “vaya, ¡qué beso! No quiero pensar cómo será el regalo que le darás, Lu” - dijo alguien por ahí y todos rieron. Sin embargo, el cuerpo de Lucía se estremeció entre los brazos de Franco que mirándola le preguntó, -¿estás bien, amor?, - si, es sólo la brisa- contestó para luego alejarse no sin antes decir, - hay que atender a los invitados-.
La reunión siguió como todas las reuniones de cumpleaños, gente comiendo, tomando, bailando, charlando… En un extremo había un grupo de hombres que conversaban animadamente, Franco no los escuchaba, desde hacía rato que seguía los movimientos de su mujer, le gustaba mirarla. No podía decirse que Lucía fuera una mujer hermosa, no del tipo que se considera bella hoy en día, rubia, ojos claros, nariz respingada, pequeña, grandes pechos…, en fin, era mas bien lo contrario, tez trigueña, largo cabello castaño, ojos color avellana, nariz recta, alta, esbelta, sus senos no eran ni tan tan, ni muy muy, eran proporcionados para su cuerpo al igual que su cola, no le sobraba nada pero no le faltaba nada. Sin embargo, era terriblemente atractiva. Cuando salían juntos, Franco se divertía viendo cómo la miraban algunos tipos, podía adivinar el deseo en sus ojos, imaginándose a su mujer en sus camas, al igual que él que se imaginaba lo mismo ante su sola presencia, y a veces, muchas veces aunque no estuviera cerca, en la oficina, en una junta aburrida, y especialmente cuando manejaba de vuelta a casa, -qué extraño- pensó, -todos los días de mi vida reposo en ese cuerpo… y sin embargo…- De pronto una alarma sonó en su cabeza, él no era lo que podría decirse un hombre celoso, pero ahora… ¿sería la edad?… dos tipos conversaban y miraban a Lucía que estaba de espaldas a ellos, se los veía muy interesados, volvió la vista hacia su mujer y comprendió, Lu tenía la costumbre de balancearse sobre sus piernas, hacia los lados y en redondo, lo que hacía que su cola, su pelvis, casi imitaran los movimientos del coito… había reparado que ella llevaba puesto unos pantaloncitos blancos de algodón que sólo tapaban lo esencial, llegaban hasta el borde mismo de sus glúteos estimulando la imaginación, por la parte superior llevaba una remera musculosa también de algodón y blanca, sin corpiño –casi nunca los usaba- y en los pies… ¡estaba descalza!, Franco reprimió una carcajada, los que estaban a su lado pensarían que estaba loco, divertido, recordó porqué le había gustado tanto aún antes de conocerla personalmente, Lulú, siempre Lulú poniendo la nota, tan irreverente, tan impredecible, tan ella, siempre provocando el comentario…
Lucía se dio la vuelta como presintiendo esos cuatro ojos que la miraban a su espalda, se acercó a ellos charlando y riendo animadamente, acercaba la cara a uno de los hombres que le susurraba algo al oído, los dos reían, -¿estaría coqueteando con ellos?-, pensó Franco entrecerrando los ojos, volvió a observar la escena en su conjunto y… - sí, eso parece, les está coqueteando - y ese balanceo… Sintió como su corazón se dilataba de deseo llenando de latidos todo su interior, el calor descendía por su pecho hasta instalarse en su sexo, una especie de furia lo embargó, y sin disculparse de los otros caminó hacia donde se encontraba su mujer, se paró a unos metros y sin dejar de mirarla fijamente, levantó un poco su brazo y moviendo el dedo índice en ganchito le indicó que se acercara. Cuando Lucía llegó a él, la tomó de la mano y sin decir palabra se la llevó a la casa.
Al llegar, la levantó en sus brazos y subió las escaleras a grandes trancos. Lucía estaba tan sorprendida que no había podido emitir sonido alguno, -¿qué sería que lo había puesto de esa manera?- hacía tiempo que no lo veía así, no era fácil sacarlo de las casillas… y eso que ella se esmeraba mucho… Al llegar a la parte superior, Franco la tiró –literalmente- sobre el sillón que había en la pequeña sala de estar, encaramado sobre ella se quitó la remera y sin dejar de mirarla a los ojos puso sus dos manos en el escote de la musculosa tirando bruscamente hasta que se rompió a lo largo dejando sus pechos expuestos a sus ojos, a su furiosa boca que hasta ese momento había estado apretando los dientes, no la besó, sus labios fueron a parar directamente a sus pezones los que, muy a su pesar, se habían endurecido como rogándole a esa lengua que hiciera de una vez su trabajo, Franco los mordió, los chupó, los lamió, al tiempo que apretaba esos pechos que tan bien cabían en sus manos, sus caderas se incrustaban en el pubis de Lucía hundiéndola en el sillón, haciendo que sintiera el sexo endurecido masajeando el clítoris a través del jean. Era extraño lo que estaba pasando, no entendía el por qué de esa actitud, pero lo cierto era que había elevado su excitación a la enésima potencia, igual, con lo poco que ya le quedaba de conciencia, decidió que lo dejaría hacer, que ella no haría nada, no diría nada, ni gemiría ni gritaría… ni nada, -está decidido, sigue tu juego, Franco, que yo voy a ser una estaca hasta que te decidas a explicar lo que te pasa- pensó, esta férrea decisión casi logró tranquilizarla… pero… él estaba…
-¡Oh!- le había sacado los pantaloncitos, -¿Cuándo?- ahora tiraba también de la bombacha, -¡la arrancó!- le puso las piernas sobre los hombros y comenzó a acariciar la vulva de labios llenos con toda la mano, la apretaba, su dedo mayor se detenía apenas en la entrada para luego seguir el camino trazado, quería torturarla, si, eso era, -pero… ¿por qué?- Lucía pudo ver en sus ojos que su furia aún no disminuía, se diría que había aumentado ante su fingida pasividad. Y ya no pudo pensar coherentemente… la mano de Franco le había cedido el lugar a su boca, a su lengua… que la recorría desde el ano hasta el clítoris para volver a desandar el camino. El le había levantado un poco las caderas tomándola de los glúteos, y ella olvidándose de su promesa lo ayudaba clavando los pies en el sofá, elevándose más, abriéndose cual ala delta a cada recorrido, ofreciéndole su clítoris endurecido, latente y suplicante a esos labios expertos que ahora lo sujetaban para que la lengua húmeda jugara con el…, los dedos abriendo los labios rosados para despejarle el camino a la lengua, “ah, qué es el amor sino rendirse a las voluptuosidades de la carne…” pensó al tiempo que sentía como cada uno de sus músculos se tensionaban arqueando su columna y un ardor intenso se apoderaba de su vulva borrando todo vestigio de resistencia.
Apenas conciente podía ver a Franco desabrocharse el cinturón, arrojar los jeans, quedar completamente desnudo, la verga liberándose… y ella estirando su mano, incorporándose un poco para tomarla… ¡quería sentirla!, sentirla en su boca, en su vagina, pero no pudo… ahora la tomaba de la cintura, la daba vueltas, la ponía boca abajo sobre la mesita ratona que segundos antes había despejado con un brazo y entonces… entonces abriéndole las piernas en su máximo ángulo se arrodilló a sus espaldas y la penetró desde atrás, sin suavidad pero sin violencia, sin gentileza pero con firmeza, de una sola embestida lo sintió completo, vehemente, demandante… Aferrado a cada pecho, Franco marcaba con su cuerpo el ritmo de su sexo mientras los músculos de la vagina se cerraban involuntariamente a su alrededor, ayudándolo, invitándolo… Lucía notó sus uñas clavadas a los bordes de la mesita, liberó la mano derecha llevándosela hasta donde ahora estaba la mano de Franco, hasta su vulva mojada pero sedienta, él la ayudó a acomodar su mano y la dejó sola para ir a ocuparse de su cola, no podía verlo pero imagina su cara, la expresión empañada por la excitación mientras miraba el entrar y salir del pene experto, la vulva hinchada, los dedos de ella masturbándose, los glúteos exigentes que ahora apretaba, ahora abría, ahora cerraba, sus dedos… sus dedos trazaban camino por esa línea vertical hasta al nacimiento de columna para volver a bajar… y Lucía escucho su propio clamor, lejano, como ajeno, -aaahhhhh, voy a acabar - gritó entre jadeos y suspiros.
-Hazlo, - susurro él con voz ronca a sus espaldas, -porque para eso estas aquí, porque voy a hacerte el amor hasta que pidas clemencia, hasta pidas por favor que me detenga, hasta que comprendas que este cuerpo ha nacido sólo para mí.
-Aaahhh, aahhh, aaahh, gritó Lucía abandonándose una vez más a los dictámenes de la carne.
Franco se puso de pié, y levantándola con suavidad, la penetró otra vez. Lentamente y sosteniéndola de los muslos, en silencio, comenzó a caminar hacia el cuarto. Ella iba aferrada a su cuello y espalda sintiendo sus fuertes latidos y un casi, casi imperceptible temblor… pero si él, si él no había acabado… entonces recordó sus palabras… Franco se sentía celoso, pensó, ¡si, era eso!, eso lo había puesto tan furioso y aún no lo controlaba. Querido mío… susurro en su oído y él la apretó un poco más haciéndola conciente de su miembro ahora menos dictador que antes. Lucía no pudo contener una risita, -¿de qué te ríes?- preguntó él, -“¡es que me traes como bandera izada en el asta!” Franco también sonrió mientras la depositaba tiernamente sobre la cama, el chiste había aflojado un poco su furia, todavía adentro de ella, recostó su pecho sobre el suyo, se tomaron las caras, sus miradas se leían, sus bocas besaban los párpados, las barbillas, los cuellos… Lucía lo sabía enmudecido, contenido; Franco la sabía conmovida, intensa… -ah, Lulú- balbuceó sobre sus labios agitados, lentamente comenzó a besarla, cada centímetro de aquel cuerpo lo demandaba, y él obediente respondía. La piel de Lucía, todavía enrojecida por el coito, anhelaba esas caricias tan conocidas pero a la vez tan nuevas y cerró los ojos para sentir con más claridad.
Franco salió de ella tan suavemente como había entrado, arrodillado a sus pies, recorría su cuerpo con la mirada, con la boca, con las manos… las yemas de sus dedos sabían de memoria el mapa de su piel, su lengua reconocía cada protuberancia, cada planicie, cada cielo…
-¡Dios, cuánto te deseo!-, murmuro bajando por su vientre. Estremeciéndola, erizándola, bebió las humedades de su cuerpo, lamió la vulva inflamada, palpitante, con la boca atrapaba los rosados labios de su interior, los dientes mordían el clítoris, los dedos exploraban, primero uno, luego otro, luego los dos… Lucía se arqueaba y retorcía, los gemidos de ambos se confundían, creaban melodías, retumbaban en el silencio… ella tomó su cabeza al tiempo que elevaba las caderas…
-Por favor, amor, por favor, no me tortures más, te necesito entro de mi… y él le correspondió, penetró hondo, fuerte, total, sintiéndose sin Dios, sin patria, sin mas fronteras que ese cuerpo al que se abandonaba como se abandona la playa a los embates le las aguas del mar.
-Franco aspiró con los dientes apretados, -ssssss, ¡qué los dioses me condenen, mujer, pero no hay otro cielo que cogerte, así, así…-, susurraba Franco, mirando como su verga entraba en esa concha, queriendo permanecer para siempre, su cuerpo se inclinaba para atrapar los pezones duros, rosados en los senos turgentes…, los lamía, los apresaba entre los labios…
Los cuerpos rodaban en la gran cama, se detenían para volver a empezar, con movimiento experto,
Lucía lo puso de espaldas y se montó sobre él, no hubo preámbulos, sabía lo que quería, tomo el pene entre las manos, masajeándolo, una mano subía y bajaba a lo largo del tronco duro, la palma de la otra rodeando el glande que pedía más, la boca complaciente lo chupaba, la lengua acariciaba suavemente recorriendo su contorno…, -no, aún no,- le enseñaba apretando la base con los dedos, la boca se apoderaba de un testículo, luego del otro, la lengua viajaba desde el ano hasta la punta de la verga…
-Ah, mujer, vení aquí- le ordenó Franco, con destreza ella acomodó sus caderas sobre él, a la altura de su cara, así, como le gustaba, él apreció el panorama de su cola, trazó su ruta con los dedos, con la lengua jugó en su agujero, mientras el dedo mayor izquierdo se perdió en lo profundo de su vagina, palpando el interior, adelantándose, la otra mano imitó a la lengua, su dedo buscó la entrada y la encontró sin resistencias…
-Aaahhh, gimió implorante Lucía- le gustaba tanto cuando sus dedos le penetraban la cola…
Franco cambió de posición, la subió sobre él, con una mano sostenía la pija invitándola a montarlo, con la otra masajeaba el hinchado y rojo clítoris.
- Oh, ¡Cómo se siente, amor!…cómo es posible que me entre así…-musitó Lucía.
- Aaahhh, mirame Lu, mirame entrar en vos…
Haciendo la cabeza hacia atrás, Lucía abrió los ojos …, el espejo…, el espejo que cubría el techo, el espejo donde ese mismo día se había mirado Muriel, el espejo que le devolvía imágenes de dos cuerpos enredados y ninguno era el suyo… Lucía se tensionó, Franco debió notarlo porque en un solo movimiento se incorporó, la abrazó fuerte, sus ojos se buscaron y el pudo ver los fantasmas que habían estado atormentando a su mujer… Las palabras volvieron a anudarse en la garganta…
Pero fue ella quien habló.
-¿Lo disfrutaste Franco?, ¿disfrutaste de coger un cuerpo que no era el mío?, ¿disfrutaste de coger con Muriel?, preguntó suave pero firmemente.
-Franco suspiró, -es un buen momento para mentir- pensó, -pero el hábito de la verdad es demasiado cruel; entonces, sin apartar la mirada se lo dijo -si, Lu, lo disfruté, lo disfruté mucho. Pero sabía que estabas ahí…, …- quiso continuar pero Lucía lo calló con un ademán a la vez que lanzaba una carcajada, él la interrogó con la mirada, -nada, nada, es que estoy aquí, sujeta al cuerpo querido… recordando lo aprendido… “el sistema de conocimiento humano basado en lo erótico, la teoría del contacto, una filosofía donde la voluptuosidad es la forma más completa y más especializada, de este acercamiento al Otro, una técnica al servicio del conocimiento de aquello que no es uno mismo…” comprendiendo, Franco rió con ella, su mirada, ahora clara, se había vuelto…, … “Esto está muy conversado”, dijo ella de pronto, “es mi turno de demostrarte que no habrá más cuerpo que el mío que tu alma anhele poseer”, Franco sonrió de lado, el episodio anterior lo había enfriado un poco, pero aún estaba dentro de ella, “Sujeta al cuerpo querido” había dicho…
-Ah, Lulú!, dijo suspirando sobre su boca.
Su pelvis se movía otra vez, ella sentía crecer ese enorme miembro dentro su vagina que a pesar de la impresión no había dejado de latir, -uhm, calentona- se pensó a sí misma divertida. Empujó el cuerpo de Franco para que apoyara las espaldas, despegando las rodillas de la cama se sostuvo con los pies, las manos sobre los muslos fuertes de su hombre… comenzó a subir y bajar por toda la longitud de su miembro, se sentía lujuriosa, lo veía deleitarse mientras la miraba clavarse en su verga. Las manos de Franco recorrían de su cuerpo como un escultor acaricia su obra, la veía arquearse y contornearse, ahora se agarraba el cabello, la lengua delineaba el contorno de la boca, los dientes mordisqueaban al labio inferior…, esa boca… esa boca que su cuerpo espera como la noche espera al día. -Ay, Dios -¿Cuántas veces había invocado a Dios esta noche?-, pensó. Jamás contemplación alguna lo había aturdido tanto, su pija entrando y saliendo de esa vulva impregnada de fluidos… -Te Amo, Lu, te amo, te quiero, te necesito…, -Shshsh, Lucía se detuvo un instante, no quería que acabara, y con toda la determinación que le confería el deseo suplicó, rogó, imploró sobre su boca…
-Haceme la cola, mi amor-,
El cuerpo de Franco se estremeció compulsivamente en toda su extensión, las solas palabras casi logran el orgasmo, pese a la sorpresa logró contenerse, necesitaba satisfacerla, él nunca había querido hacerlo a pesar de desearlo fervientemente, antes de ella había tenido innumerables experiencias de sexo anal pero con Lu… moriría si le hiciera daño… Lucía adivinó la lucha entre el deseo y el cuidado, - jamás vas a lastimarme, amor, por favor…- rogó al tiempo que rodaba acomodándose boca abajo en la cama, elevando las caderas, ofreciéndole esas nalgas plenas, redondas, firmes… Franco estaba estupefacto, arrodillado a sus pies contemplaba ese cuerpo de espaldas bien formadas, la diminuta cintura, las largas piernas, y esa cola… esa cola que era el único territorio apenas explorado de aquel continente exótico que era el cuerpo de su mujer y que ahora estaba a punto de conocer más allá de sus fronteras.
Las manos recorrieron la figura amada desde el cuello hasta los muslos. Sus labios y lengua imitaron al tacto, abriendo las nalgas la boca se posó en el rosado y pequeño agujero, con la punta de la lengua trazó círculos su alrededor, dedicándole un largo y húmedo beso, situándose plena para luego empujar suavemente, entrando apenas y volviendo a lamer. Los dedos diligentes ayudaban en la tarea, las caderas de Lucía se movían en círculos mientras su garganta emitía prolongados gemidos de placer y sus manos se aferraban a las sábanas. Los dedos hábiles de su marido entraban en la vagina humectándose con sus jugos que luego iban a lubricar el ano ya lo suficientemente dilatado para recibir un dedo explorador escoltado por la lengua que no quería apartarse y estaba volviéndola loca. Franco introducía lentamente el dedo mayor acompañando los movimientos de Lucía, mientras la otra mano hacía su tarea en la vulva, en el clítoris, lo sintió erecto, palpitante, y supo que no debía esperar más. Con un brazo alrededor de las caderas y la otra mano sosteniendo la verga, la punta se abrió camino entre las nalgas. Lucía emitió un leve gritito por lo que Franco trató de retirarse pero su mujer empujó hacia atrás haciendo que el miembro entrara un poco más. Con una mano en la nuca y la otra en el pecho, hizo que se incorporara para que fuera ella la que marcara el ritmo de la penetración. Lucía no quería esperar, dolía un poco pero la excitación era más fuerte, deseaba desesperadamente sentir todo ese miembro dentro de sí, moviéndose de arriba abajo hacía que en cada embate de su cola, la verga de su marido no encontrara resistencia a su paso. Podía sentir la completa erección, y con un ronco gemido empujó por última vez hasta que pudo sentir los testículos en su vulva.
Sus cuerpos se movían acompasadamente, una mano de Franco la masturbaba, la otra acariciaba sus senos, con un brazo ella le rodeaba el cuello mientras con el otro empujaba sus caderas tomándolo de las nalgas. Sus miradas se encontraron en el espejo de la cabecera de la cama, las pupilas dilatadas dictaban mudas palabras de amor, las bocas pronunciaban sus nombres confundidos entre gemidos y gritos de placer… De pronto Lucía se sintió vacía, Franco se había apartado pero sólo fue un instante, se recostó en el respaldo de la cama y tomándola de las caderas la montó sobre él, sosteniendo el miembro con una mano dejó que ella se fuera sentando lentamente hasta que la verga penetró profundo en su cola y Lucía arqueaba el cuerpo presionando hacia abajo. Así, comenzó a moverse en círculos y hacia atrás y adelante lo que hacía que la vulva frotara completa en el pubis de su marido. Incorporándose, sosteniéndose con los pies y las manos en las rodillas de él para impulsarse, empezó a moverse a lo largo de la verga, dilatando el agujero cuando iba hacia arriba y cerrándolo cuando iba hacia abajo deteniéndose un momento en el cuello del glande para luego continuar hasta el fondo. Franco estaba extasiado, sus ojos iban de la cara de su mujer a ese fabuloso espectáculo de penetración anal que superaba todas las fantasías que había tenido. Esa visión estaba trastornándolo, ya no podía aguantar más, los gemidos y la respiración contenida de Lulú le dijeron que ella tampoco, se incorporó y abrazándola por los hombros y las caderas empujó su cuerpo hacia abajo penetrándola profundamente, ya no había espacio entre los dos, sus cuerpos eran uno mientras sus almas explotaban en un prolongado orgasmo compartido al tiempo que sus bocas se apretaban en un beso bebiéndose el aliento hasta que los cuerpos fuertemente aferrados el uno al otro dejaron de estremecerse de placer.
Sin preocuparse en cambiar de posición se tumbaron el la cama, ninguno parecía capaz de emitir palabra alguna, no hacían falta, los ojos de ambos se llenaron de lágrimas, así de fuerte era lo que acababan de vivir, así de fuerte era el amor que sentían, aún estaban abrazados estrechamente cada uno sumido en un pensamiento común y lentamente se fueron relajando hasta quedarse dormidos…
Es lamentable que alguien se atribuya la autoría de relato como lo hace navajo, también es lamentable que esta web publique robos, que no chequee lo que le envían como lo hacen otras web, es una absoluta falta de seriedad.