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Hace poco compré una tanga, si, un hombre mayor, que se supone ya establecido, con sus convicciones firmes, finalmente me animé a adquirir y usar una prenda de uso prohibido para mí. Al vestirla, me sentí transportado a otra dimensión, a algo que nunca pude imaginar antes, pero que ya intuía, al ver cada prenda puesta en mi mujer, o al verlas en películas porno. Las tangas, los ligueros, las medias, todo eso me fascina, me hace entrever horizontes de placer y goce nunca sentidos, que estoy empezando a vislumbrar al momento de usarla.
Fue en un momento de calentura, o tal vez de jotería, que me animé a comprar la prenda en cuestión. Llegué a la tienda y soporté las miradas, tanto de las clientas, como de la dependiente, que me veían fijamente, como preguntando: "¿qué demonios se le perdió aquí?", finalmente, al ver que estaba casi solo, empecé a mirar cada prenda y, finalmente la escogí: una tanga negra, sencilla, de algodón, sin ningún adorno o encaje.
Al entregarla a la dependiente, ella me sonrió, tal vez cómplice, tal vez burlándose de un hombre que, casi en los 50, pretende, patéticamente, renovarse para no morir.
Al llevarla en mi bolsillo, me quemaba, tal era la tentación que me causaba, que no pude soportar más y entré a un baño público y me cambié. Casi inmediatamente, al sentirla en mi piel, me sentí excitado, lleno de deseo, de ganas de ser besado, tocado y acariciado, y, porque no, ser penetrado, como toda una mujer.
No pudiendo aguantar más mi excitación, entre a un cine porno de mi ciudad y me fui hasta el balcón, donde sabía que se juntan los homosexuales.
Casi al llegar y sentarme, sentí una mano que me toco la rodilla, invitándome a acercarme.
Al hacerlo, me recibió con un beso de lengua bien cachondo, al cual me entregué sin reserva alguna. La mano de mi amante comenzó a tocarme por encima del pantalón, cachondeándome por todo el cuerpo. Me hizo bajarme el pantalón y comenzó a tocarme la verga, el culo, todo mi cuerpo. Al sentir la tanga, él sonrió y me dijo que qué rica estaba, y más con esa tanga. Yo estaba que estallaba de deseo de besarlo, acariciarlo y hacer todo lo que él me ordenara, ya que seria, quizás por esa única ocasión, su putita.
Y así fue. El sacó su verga, un aparato bastante bueno, y me hizo tocarla, mientras me besaba y me metía su lengua en mi boca, explorándola, llenándomela con su saliva. Después, lentamente me hizo que bajara mi cara hacia su verga, que estaba a punto de estallar y me hizo mamársela; al sentirla en mi boca, la mamé como nunca lo había hecho, la llené con mi saliva, preparándola para la entrega final.
Nos levantamos de nuestros asientos, y al recorrer con la mirada el interior del cine, pude ver más parejas haciendo lo mismo, besándose, mamándose mutuamente las vergas, y en algunos casos, hasta cogiéndose con una pasión arrolladora, misma que me inundó, y tomando sus manos, las puse en mis caderas. El entendió el mensaje y bajó mi tanga, la adorada, sensual y preciosa prenda, y me volteó, poniendo en mi ano, su precioso ariete, y empezó lentamente a empujarlo dentro de mí. Yo estaba desatada, loca, si, loca, me sentía toda una mujer, entregándose a su macho, a su dueño.
Finalmente, tenía una verga en mi ano, era toda una mujer.
Al entrar totalmente en mí, mi amante comenzó a moverse, al principio muy lenta y suavemente. Yo estaba en la gloria con el adentro, sentía sus huevos golpear mis nalgas en el mete saca de la pasión desbordada. Después, comenzó a moverse más rápidamente, mientras que con una mano me sujetaba de mis caderas, con la otra tomaba mi verga y me masturbaba, al mismo tiempo que besaba mi cuello y me decía las más ricas cochinadas al oído.
Finalmente, con el empuje final, vino el orgasmo, sentí su semen llenarme el ano, corriéndome yo en su mano y sintiéndome la más amada, la más deseada de las mujeres.
Salí del cine, después de haber concertado una cita para más adelante, fui y me cambié, volví a mi realidad, a este cuerpo que necesita nuevas sensaciones para seguir viviendo.
Con amor.
CONCE
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