Al entrar en el baño, cayó en la cuenta del tiempo que el grifo del agua caliente había estado abierto: toda la estancia estaba invadida de una espesa neblina producida por el vapor, y el calor acumulado la convertía en una especie de baño turco.
Se paró frente al espejo empañado y comenzó a desnudarse. Apenas se vía algo. Todo a su alrededor estaba confuso entre la niebla, y en el espejo sólo se reflejaba una imagen emborronada. Pasó su mano por el cristal, lo suficiente para poder ver parte de su cara. Se quedó pensativo. A su espalda, el gorgoteo que producía el agua al caer en la bañera sonaba cada vez más grave a medida que ésta se llenaba. Y en pocos segundos, la explosiva combinación del cambiante murmullo del agua, el flotante vapor, el sedante calor y la mirada de aquellos ojos, los suyos, que en la franja dibujada en el espejo empañado le miraban con fijeza, turbaron su mente.
Vislumbrando a duras penas la mampara que cerraba la bañera tras él, completamente opaca, se dejó llevar por la imaginación. Confundió el susurro del agua, con el tarareo de aquella romántica canción que ella solía entonar todas las mañanas en la parada del autobús. La imaginó tendida en aquel húmedo lecho, desnuda, cómoda y relajada, disfrutando de los placeres aromáticos de los distintos jabones mezclados con el agua, y dejando que la espuma blanca fuera avanzando con lenta suavidad recorriendo la tersa piel de su cuerpo, inundando la concavidad de su ombligo y sintiendo cómo lentamente subía la marea hasta alcanzar los arrecifes de sus pechos. Con los ojos cerrados y la cabeza ladeada hacia él. Entonando aquella hipnotizadora canción que no cesaba, arqueando los sensuales labios de una forma que invitaban a besarlos: carnosos, húmedos, perfectos; en completa armonía con su bronceado rostro.
Atraído por la quimera de aquella cautivadora fantasía reflejada en el espejo empañado, se giró ya desnudo y dirigió su paso hasta la bañera, excitado, queriendo sumergirse en aquel mar de espuma y perfume; entrelazar sus piernas con las de ella; y deslizar sus manos por aquellas rodillas que como islotes sobresalían a ras del agua, hasta acariciar la oscura gruta que yacía oculta en las profundidades. Pero la voz de otra mujer al otro lado de la puerta, le devolvió a la realidad:"¡Antonio, niños, a cenar!".
Me gusta como describes el momento inicial cuando el se encuentra con el espejo,esos detalles siempre en el sitio oportuno.Es como si de verdad se viera tal y como es él,con sus sentimientos sinceros ante esa mujer con la que él realmente quiere estar.Pero vuelve la realidad,lo cotidiano,la cena etc.