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"Un mundo onírico, en una playa imposible, arrastra al eros de un hombre y una mujer a su infinita expresión."
Las olas susurraban a su derecha, y las estrellas brillaban con la tonalidad del arco iris en un cielo donde el sol reinaba en una noche que era de día.
Sabía que la escena era bella, imposible, sacada de un sueño; mas no dormía, estaba en vigía. La arena era cálida, blanca, y fácil de pisar. La frondosidad de una selva, verde y brillante como la esmeralda, delimitaba su dominio, tan basto como amigable.
¿Dónde estaba?, ¿cómo había llegado hasta allí? Recordaba retazos antes de llegar a ese lugar, dolorosos y extraños; pero nada con exactitud. Su cuerpo, ¿qué le ocurría a su cuerpo? Era el mismo, pero se henchía por momentos, se estilizaba por segundos. Se sentía inmenso, se encantaba cada vez más.
—Y así continuará sin parar —le susurró una deliciosa voz al oído.
Él se sobresaltó, y de un brinco se volteó sobre sí mismo. Allí, delante de él, la figura de una fémina se encogía adorable ante la reacción del varón.
—¿Quién eres tú?, ¿dónde estoy? —pronunció con tono tembloroso.
Entonces se percató: él estaba únicamente vestido con un bañador, azul con costuras negras, que se ajustaba como una segunda piel a su cada vez más definido físico. Y ella… ella era inconcebible. Su bañador índigo unía las piezas superior e inferior de tal forma, que hacían que sus curvas fuesen aún más perfectas de lo que eran. Su rostro era de una finura y una delicadeza que solo contemplarlo era un beso apasionado para el alma.
—Qué simpático —sonrió ella.—No entiendo, respóndeme.
Contoneando unas caderas tan sugerentes que cortaban cualquier pensamiento racional, se acercó hasta él, y le abrazó con el holgura suficiente entre los dos para mantener la mirada.
—Estas fuera de espacio y del tiempo, en un lugar donde mañana fue, y ayer será. Aquí nada termina y todo comienza.—¿Cómo? —parpadeó— ¿eres real?—Tanto como tú. Aquí la perfección nos adopta a nosotros, y nosotros nos convertimos en reflejo de ella. Nos deja libres para sentir.Ella acercó su abrazo lo suficiente como para sentir sus senos aplastarse contra el pecho de él.— ¿Lo sientes? —le ofreció un pequeño ósculo en el lóbulo de la oreja—, yo lo siento —suspiró. Tal actuación despertó una chispa de placer que nació de la base de su sexo, y que le hizo temblar de la impresión.—¿Pero qué haces? Ni siquiera nos conocemos.Ella se rió con ternura mientras la sangre de él expandía el sexo entre sus piernas.—Yo a ti sí, y pronto tú a mí de tal manera, que ya no titubearas nunca más. ¿Quieres unirte a mí en un clímax que nunca acabará?El se separó con temor, pero ante sí solo podía contemplar la perfección hecha mujer, el candor hecho pasión. Su razón le pedía cautela, pero su corazón ansiaba su petición.
—¿Cómo que nunca acabará? —tartamudeó. Ella cerró los ojos, inclinó su cabeza a un lado mientras apartaba su melena tan hermosa como lisa, y se acercó de nuevo a él, quien ya no podía controlar más al miembro de su amor. De improviso, ella frotó su cadera contra la de él, y una inmensa explosión se sumergió en su interior. —En este mundo, nunca nada acaba, sólo puede ir a más. Nuestro placer será uno, y nuestro orgasmo, infinito. —¿Infinito? —musitó, muestras al fin se dejaba llevar. Ella sonrió ante su victoria. —Seremos uno, seremos sensación, estaremos plenos.
Él rodeó con sus brazos, ya completamente definidos, el cuerpo de la mujer, que hundió su boca dentro de la suya en un baile de amor. Sus finos y torneados brazos bajaron hasta su bañador, que comenzó a desaparecer como un terrón de azúcar en la leche. Pronto su miembro se vio tan libre como el cuerpo de ella, desnudo y lleno de ardor; un ardor por lo que suplicaba sin remisión: la unión de dos sexos en algo más que una simple penetración.
Había algo diferente en su interior. No era la típica excitación. Ésta era más potente, de un nivel superior. Inundó cualquier tipo de sentimiento, y se percató de que no remitiría ni aunque concluyeran aquellas caricias que recorrían su cuerpo como un mapa en toda su extensión.
Besos, lengua, manos y senos exigían la definitiva unión de una pareja que se saboreaban con fruición. Mas no tan pronto. Sus sexos debían esperar con el único adelanto que el frotamiento les otorgaba.
El sonido de las olas era el vaivén de sus caderas, que exigían compenetrarse a unos dueños que se hundían el uno en el otro. Él empezó a pensar como ella, y comprendió que esa fémina era quien siempre había amado, y que ese lugar era un regalo; un presente que se había presentado ante las exigencias de ella, quien aguardaba a esa persona con quien compartir semejante existencia lejos de la frustración.
Sus lenguas chocaron, y sus mentes conversaron: era el momento del culmen, de su ansiada unión. La definición de ambos vientres gritaron ante la imponente penetración. Sus sexos eran uno, el interior de ella era parte de él; y sus bocas gimieron con la sonrisa de la plenitud.
Cayeron sobre la arena, y se fundieron con ella en un impresionante contoneo donde gracia y elegancia acariciaban sus miembros con la dulzura del placer.
Eran uno. No: eran dos, pero como si fueran uno.
Ella beso con cariño el pecho de él, mientras su glande tranquilizaba a su amada abertura. La pasión aumento. Sus pulsos titilaban como las estrellas que abrazaban al sol en aquella noche en día. Pronto el placer vociferó en su interior: estaban al limite, pero aún no llegarían. Estarían horas, meses y años rodeando sus brazos, rostros, piernas y genitales en una existencia llena de comprensión de uno por el otro.
Orgasmo era una cima por alcanzar, y una cima que al llegar, reveló su auténtica naturaleza: una expansión que ardió sin fin como aquel firmamento que nunca se acababa, y que nunca se ponía.
Ellos eran su limite, y ellos nunca se cansaron, porque se habían convertido el uno para el otro, y porque sus cuerpos bailaban al son de sus almas: la penetracion era el semen de su espíritu, que se alimentaba de un amor que era combustible de su increíble perfección.
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