¿Querían sexo con sentimientos?, ¿querían descripción de personajes?: pues ahora lo tienen, porque dejé a la mitad una historia inspirada en “La autoestopista” de Danielito y en mis propias experiencias y otra de cómo me cogí a dos gemelos en Cancún, para contarles esta. Y se chingan.
Cuando publiqué en internet los tres relatos que he escrito, llovieron a mi buzón (creado ex profeso) docenas de mensajes de guarros, calentureitors y necesitados de toda especie que querían cogerme a la de ya, sin más ni más... y que creían (supongo) que yo, presta y entusiasta, les contestaría ipso facto citándolos en los rápidos de Tlalpan... pare prestarles mis nalguitas.
Pero me calentaba un poco. No le iba a decir que si a ninguno de esos cabroncitos, porque no me hacía falta, pero pensé que alguno de mis autores, de los que con tanto gusto aquí he leído... vaya, ¿también los autores recibirían tanto pinche mensaje... o solo las autoras?
De todos los autores que me gustaban, a mano solo tenía... digamos un par. Eso tras leerlos y suponer que vivían donde vivían, aquí cerca, pues. Le escribí un mp a uno de ellos, el que mas me gustaba, preguntándole, con inocencia inicial y falsa, si a él, como autor, también le llovían mensajes por el estilo de esperpentos necesitados de verga y putos que se hicieran pasar por viejas.
Me contestó pronto. Me dijo que le escribían chicas, aunque pocas, y que solo había accedido a conocer a tres, de las cuales, solo con una había pasado a mayores. Me contestó que también le escribían chicos a los que ni siquiera les contestaba.
Le envié mi foto, una foto sugerente que me tomé a mi misma, con disparador automático, en mi casa. Reclinada en el sofá, con la mano derecha tapaba mis ojos y buena parte de mi cara, apenas vestida con un breve tanga blanca y una camiseta de tirantes a juego que, mas que esconder, realza mis turgentes pechos. La morena línea de mis muslos y mis pantorrillas, flexionadas sobre el sofá, fueron, me dijo, lo que lo decidió a aceptar la cita.
Pero no me envió foto. Me dijo exactamente donde iba a estar, leyendo qué libro, vestido de qué manera, y me dio una hora entera para abordarlo. “Si no te gusto –escribió-, no me abordas”.
Aunque hubiese sido jorobado: quería conocerlo. Lo otro, ya veríamos, así que me puse mi disfraz de pecadora, del que solo les platicaré la chamarra de cuero, las botas de mosquetera y la minifalda tableada. Un día escribiré el elogio de las minis y como permiten coger en parques y cines... y otras cositas, pero eso otro día, hoy, a mi autor.
Lo abordé y nos fuimos a un bar de la zona rosa. Hablaba de todo con una voz armoniosa y pausada. Sus ojos ardían en santo fuego; y me encantaron, tanto como sus labios cuyos besos anticipé; su pelo largo, su bigote rebelde, su barba de tres días; pero sobre todo sus manos, de largos dedos, de movimientos expresivos que acompañaban la suavidad de su charla.
Decidí cogérmelo, esa misma tarde, luego de mi cuarto martini, su tercer tequila (me estaba fichando, el cabrón), la quinta historia apasionante que me contaba, la sexta vez que sentía perderme en sus ojos. Puta, que me gustaba.
Pero el cabrón iba lento. Me seguía la plática, me preguntaba por mis andanzas, me contaba historias. Sus ojos, clavados en los míos, también me hablaban, pero no daba un paso. Bebía sosegadamente un tequila, sobre cuyos orígenes y virtudes dictó una cátedra, me hablaba con los ojos y las manos, miraba mi escote de reojo, liaba –como dice Anita Belén- sus miradas a mi falda, por debajo de mi espalda cuando me paraba al servicio, pero no decía nada que nos llevara al tema que empezaba a urgirme.
Recordaba sus relatos y veía sus manos y sus ojos. Imaginaba su lengua en los lugares que describe, en los movimientos que cuenta en sus relatos; casi sentía sus finos dedos sobre mi piel desnuda, su aliento en mi cuello, sus dientes mordiendo sus pezones, pero él dale que dale, hablando y hablando mientras mi panty se mojaba con mis flujos y mi piel entera se erizaba.
Había que pasar al ataque. Mi mano alcanzó la suya y la acarició suavemente. Dejó de hablar y me miró a los ojos. Acerqué mis labios a los suyos y respondió. Me dio uno de los mejores besos que me han dado, o quizás sería que ya estaba yo como un boiler, tanto, que sentí que lo necesitaba ya. Me levanté del banco en que estaba y me acerqué lentamente a él, mirándolo a los ojos, y puse su mano en su cachete, acariciando luego el cuello, los hombros y el pecho. Tocarlo me excitó aún mas.
Él seguía mirándome, sin moverse, mientras yo bajaba delpecho al estómago y de ahí a su vergota, por encima de los levi´s, que acaricié con calma. Mi autor, entonces, me agarró de la cintura y me jaló a su pecho, haciendome sentir su erección en mi vientre.
-Quiere cogerte –susurré en su oído.
Cerró mi boca con la suya y me acarició el muslo y el inicio de la nalga bajo la falda mientras con la otra mana sacaba el varo para pagar la cuenta y me arrastró a la calle.
-¿De verdad coges como en tus cuentos? –le pregunté.
-Te la voy a meter hasta tocarte el alma –me contestó, con la mano entre mis nalgas, sobando mi culo bajo la falda, llevándome al hotel de la esquina.
-Eso está por verse –dije, feliz de haberle sacado el macho que llevaba dentro.
Nada mas cerrar la puerta, lo ataqué con prisa, como en las películas. Le quité la camisa y mordí y chupe su pecho y su duro estómago, bajando palmo a palmo hasta su verga, casi blanca y dura como una piedra. Lo fui empujando hasta la cama, le bajé el pantalón y los chones y hundí mi cabeza entre sus piernas. Yo no nesecitaba mas preparación porque estaba mas caliente que una olla express. El tampoco, pero quería probar su verga, sentirla en mi boca, descubrir con mi lengua sus pliegues y su forma.
El gemía, gemía y me acariciaba los hombros, la cara, el cuello. Gemía y me dejaba hacer, me dejaba chuparlo y lamerlo, hasta que me paré, dispuesta a cabalgarlo: entonces retomó el papel de macho dominante: me quitó mi estrecha camiseta (la chamarra estaba en el suelo rato ha) dejando en libertad a mis chichis, entre las que hundió su cabeza para chuparlas y morderlas.
Se interrumpió para, levantándome en vilo, arrojarme sobre la cama y quitándome el calzón. Yo me abrí de piernas y empecé a gemir, diciéndole:
-Cógeme papi, métemela ya, la quiero enterita, párteme... –cosas así.
Su mano abierta se posó en mi sexo, la palma y el pulgar sobre el clítoris y el monte de venus, los dedos sobre la raja de mi panocha que, como si tuviera voluntad y movimientos propios, se tragó dos dedos.
-Te corre más agua que una noche de tormenta, chula –me dijo.
-Y tu estás mas duro que un fierro... y te quiere dentro ahora –contesté agarrándole la verga, mientras sus dedos jugaban dentro de mi panocha.
-Si... ya es tiempo...
Y me la ensartó sin miramientos. Primero la puntita, que acarició mis labios, pero luego la ensartó entera y comenzó a entrar y salir de mi hoyito sin dificultad ninguna, ¡tan húmeda y caliente me tenía! Yo no sabía de donde agarrarme ni qué hacer, quería morderlo, sentía explotar (¡y exploté, una, dos, casi tres veces!) hasta que me llenó con su ardiente leche.
Tendidos uno al lado del otro nos acariciamos. Nos quitamos la ropa que aún teníamos y nos abrazamos como si fuéramos novios, hasta que noté que su verga empezaba a reaccionar. Me di vuelta entonces sobre mi eje y de un bocado, sin avisarle, me metí su vergota en la boca, su vergota sucia de mi, sabrosa a mi. La succioné con fuerza, la lamí luego en toda su longitud haciendo girar mis labios sobre su verga, cada vez mas dura, durísima que la quise dentro otra vez.
-¡Métemelo por el culo, papito –le dije, sin haberlo planeada antes, se los juro-, rómpeme toda!
No se hizo repetir la invitación. Se volvió a parar y dándome vuelta, me agarró de la cadera. Vi como llenaba su verga de saliva mientras recargaba la caliente cabecita en la entrada de mi ano. Lo sentí luchar contra las apretadas paredes y pujé para recibirlo. Su resbalosa cabeza entro por fin, la sentí dentro de mi con el dolorcillo que eso siempre causa y el placer que es su acompañante. Me eché para atrás para comérmela completita y luego él comenzó a embestirme tan fuerte que no pude contenerme y empecé a gritar de dolor y placer.
Cuando finalmente me llenó el culo con su leche y saco su verga de mi agujerito yo estaba agotada y satisfecha. Le pedí que se diera un regaderazo rápido y yo me estiré sola en la cama, con las piernas temblorosas y estremeciéndome de placer.
Empecé a vestirme, fatigada, sucia como estaba, satisfecha. Contenta con la fantasía cumplida.
-Quédate –dijo él, saliendo del baño, desnudo.
Volteé a mirarlo. Me fijé en la sonrosada cabeza de su verga en reposo, en su marcado estómago, en sus piernas de duros y delgados músculos...
-Si me quedo, me enamoro –y sin darle tiempo a decir nada, a ponerse algo que cubriera su varonil desnudez, abrí la puerta y me fui.
Realmente me gusto tu historia aunque no he leido las otras historias que comentas al principio, seguramente son interesantes. asi que ya tienes otro admirador, no un calentureitor como tu los describes, solo un simple admirador de la Cd. de Puebla. bye.