Hola. Estos son los inicios de otros tantos relatos de mis experiencias. Los someto a su votación. Los he acomodado, para su lectura, en orden cronológico descendente. Uno de ellos está casi terminado, otro, solo tiene estos párrafos; los tres restantes están a medias. ¡Que los imaginen!
(Aquí iría “fantasía cumplida”)
1. Pagando por sexo.
Por tercer día consecutivo el puto licenciado que me pagaba me dejó abandonada en el hotel. Otra vez, como los dos anteriores, tendría que pasearme por la playa, leer, esperarlo sin salir, que el que paga manda, pero estaba aburrida y llevaba ya demasiados días sin sexo bueno, así que a media mañana, hastiada, harta de ver porno en la tele, y tras un largo baño de tina, me decidí a conocer el otro lado de la moneda y pedí a la recepción champaña y un masajista.
Era un musculitos alto y rubio vestido de blanco. Se que al verme en tanga pensó que estaba yo para cobrar y no para pagar, pero los billetes apilados sobre la mesa, a su vista, y mis desafiantes chichis, con los pezones parados, no dejaban lugar a equívocos.
Afortunadamente no fingió y, en cuanto le ordené que se pusiera a bailar, lo hizo. Tenía 22 años contra mis 26 y bien podríamos asociarnos para un servicio de lujo... bueno, honestamente, creo que él estaba mejor, aunque a mi nunca me han terminado de convencer los gorilas de gimnasio. Por eso, ahora iba a cogerme a este.
Brindé con la champaña mientras él bailaba para mi sin camisa, luciendo su abdomen, su torso, sus músculos, brindé en silencio por su melena rubia, sus ojos verdes, sus nalgas de fisicoculturista y
-Por que no te falle el instrumento de trabajo –dije, alzando la copa.
(Aquí iría “Sesión fotográfica”)
2. Puta por vez primera.
Pocas veces un chico me había llamado la atención a primera vista como el cliente de esa noche: llegó solo al restaurante en que yo trabajaba, con un traje Hugo Boss, una corbata de seda de diseño impecable, el pelo en su lugar a pesar de la hora, el aliento fresco, los ojos claros, las espaldas anchas.
Desde que le tomé la orden me agaché de modo que una generosa porción de mis pechos quedara a diez centímetros de sus ojos y, descaradamente, clavé la vista en el bulto de su pantalón. Contribuyó a mi descaro, creo, el hecho de que a esa hora llevara yo tres o cuatro vodkas ingeridos de contrabando.
Coqueteé con él toda la noche, llegué a rozar su mano y me puse como una caldera: tan caliente estaba. Al pagar, bajo su tarjeta de crédito iban dos billetes de quinientos debidamente doblados.
-¿Te espero afuera? –preguntó, mirándome a los ojos.
-No soy de esas –dije, pero rectifiqué inmediatamente –ni creo que tengas que pagar por esto.
-Para algunas cosas que me gustan, mi reina, es mejor pagar.
La mirada y la sonrisa que acompañaron a la frase y los billetes me dieron toques en la panocha. Empecé a escurrir de tal modo que pensé que necesitaría un kotex.
-Espérame –le dije, guardándome los billetes.
3. Acapulco.
Imagínenme una tarde de viernes parada en la salida a Cuernavaca, levantando el dedo pulgar ante los coches que me gustaban (mercedes, audi, BMW), vestida apenas con una camisetita de tirantes, ajustada, que mostraba mis chichis mejor que si no trajera nada, una mini de mezclilla y mis sandalias gucci.
En menos de diez minutos se detuvieron tres chicos, guerejos, de no mal ver. Hermanos o primos, evidentemente, de no mas de veinticinco años el mayor, que iba al volante.
-¿A donde van?- les pregunté por la ventanilla.
-A Acapulco.
Me trepé al asiento trasero y antes de pasar la caseta, el galán sentado a mi lado había puesto, como al descuido, su mano en mi rodilla.
4. Mi cantante favorito
Lo difícil no fue averiguar el hotel y habitación en que dormiría mi cantante favorito al pasar, durante su gira de conciertos, por la ciudad en que yo pensaba vacacionar. Tampoco fue difícil hospedarme en el mismo hotel, cuatro pisos abajo, no: difícil fue seducir a su guarura, que no lo dejaba a sol ni a sombra.
Pero la víspera del tercero de los cuatro conciertos, cuando ya desesperaba de lograrlo, el gorila bebía cubaslibres en la barra del bar. Yo vestía mi disfraz de pecadora, un vestidito gucci de una pieza, y al verlo en la barra, pasé a los baños para despojarme de mi ropa interior.
Lo seduje, obviamente, y me acompañó a mi habitación pero no lo dejé entrar: le chupé la verga en el pasillo desierto, como si fuera la última verga sobre la faz de la tierra, bebiéndome su leche hasta la última gota (eso no me gusta: no se porqué, en los relatos y las pelis ponen eso como si fuera delicioso) y prometiéndole TODO si, la noche siguiente, me colaba en la habitación de mi ídolo.
(Aquí iría “Amarrados para mi”)
5. También yo fui virgen
Entre mi llegada de la escuela y el momento que madre regresaba a casa pasaba por lo menos una hora y cuarto, lapso que yo empleaba para perfeccionar mi juego de basquet-ball en el porsche de mi casa, con un aro y un tablero que padre me había instalado desde que empecé a destacar en el equipo del cole.
Un mediodía como cualquier otro tiraba yo al aro desde media distancia, cuando se ocupó finalmente la casa de al lado y un muchacho bajó del vehículo que llegaba. Lo miré, m miró y algo cambió. Mi cuerpo entero sintió como si le hubieran dado toques eléctricos y mi mente perdió su claridad. Fallé el tiro. Era un chico alto de músculos suaves y marcados, pelo negro rizado, ojos claros y sonrisa resplandeciente, pero fue su mirada y la confianza que en sí mismo reflejaba, lo que me capturaron al instante. ¡Cuán distinto era de mi noviecito santo y de todos los demás soquetes que yo conocía!
No percibí que era obvio que él también estaba impactado aunque durante una semana entera me espió desde su ventana, cuando entrenaba basquet. Yo lo sabía y, se los juro, insensiblemente cambié mi atuendo: tines en lugar de calcetas hasta la rodilla, los chorts más breves de mi guardarropa, las camisetas más entalladas, hasta una sombra de lápiz labial.
Finalmente me saludó un día y empezamos a hablar. Aunque era cinco años mayor que yo seguía con interés mis charlas sobre Timbiriche y Luis Miguel, sobre Michael Jordan y Magic Johnson y sobre temas igual de estúpidos, que ocupaban casi toda mi atención. Al tercer día preferí conversar con él en la sala de mi casa que en el porsche, y al sexto, sin que nuestra plática hubiera cambiado, me besó justo en el momento en que me daba vuelta tras dejar los trastes en el fregadero.
(Ahora, voten: la opción mas votada será terminada y subida. Espero sus respuestas y mensajes)
ojala puedas concluir todos tus relatos ya que no les veo algo original