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Aquella tarde de un cálido marzo, cuando el profesor dijo su nombre, Valeria se levantó del asiento para pasar al frente. En ese instante se dió cuenta de un desarreglo en su ropa. El delantal se le había doblado atrás y dejaba ver sus perfectos muslos por completo; y apenas un poco de su tanguita metida entre los cachetes de la redonda colita, que era más blanca que una nube.
Se dió vuelta y vio los inquietos ojos de Brigitte que la estaban espiando, y que al sentirse descubierta bajaba la vista hacia el cuaderno. Cuando Valeria regresó de hablar con el profesor, le hizo un guiño cómplice a su compañera, y ésta le devolvió una sonrisa complaciente.
Durante el recreo siguiente permanecieron juntas en el patio del Colegio Normal. Y cuando sonó el timbre anoticiando el regreso al aula, Valeria se llevó a Brigitte al baño. Siguieron conversando mientras Vale se levantaba la pollera, bajaba su escueta tanga y orinaba con la puerta abierta. Los ojos de Brigitte se agigantaron y sus mejillas cobraron un color intenso.
Los días transcurrieron normalmente para dos chicas de trece años, cursando materias, bostezando seguidamente, estudiando y rindiendo exámenes. Fuera del colegio compartieron la mayor parte de su tiempo, y con el paso de las semanas se volvieron amigas inseparables. Un día llegó la invitación de Brigitte para pasar un fin de semana juntas en su casa, pero no fue posible dado que los padres de Valeria no consintieron que su hija durmiera con otra chica. Aquella prohibición acentuó aún más el deseo e interés de ambas.
-¿Porqué tus padres no te dejan venir?
-Creo que no quieren que estemos juntas y solas en tu dormitorio un par de noches.- Aquel tema no volvió a ser hablado, pero la amistad se intensificó. Sin embargo, un hecho iba a producir un distanciamiento. El padre de Brigitte iba a ser trasladado por la empresa donde se desempeñaba como Gerente de Comercialización. Su destino sería Brasil.
Aquello ocurrió hacia fin de año. La despedida se produjo en casa de Brigitte, precisamente en su dormitorio. Cuando Valeria fue a abrazarla, aquella la tomó entre sus brazos y le dijo:
-Bésame y déjame tu foto.-
Vale llevó sus manos hacia la remera de algodón de su amiga y las dejó allí oprimiendo los senos. Se besaron en los labios y se acariciaron cálidamente. Brigitte se arrodilló ante su sumisa amiga, le levantó la corta pollera y contempló con fascinación sus tersos muslos, los muslos que tenía en el recuerdo desde aquella tarde de marzo. Y corriendo la tanga elástica dejó al aire los hermosos labios vaginales para besarlos, olerlos. Oler el amor que brotaba de la pequeña y virginal concha rosada. Todo fue interrumpido por el llamado de sus padres que aprontaban la partida.
Brigitte le dejó su foto y le rogó que escribiera, que no dejara de hacerlo. Que sólo pensaría en ella. En medio de la escalera soldaron los labios nuevamente y Valeria suspiró la palabra amor por primera vez en su vida.
Cuando el auto partió en la soledad de la calle, desde el parabrisas trasero la cara sonriente y la mano levantada de Brigitte arrasaron el corazón de Valeria. Las lágrimas saltaron de sus ojos y tuvo deseos de desaparecer del mundo. El fin de semana lo pasó en su cuarto, abrazando la foto de Brigitte y frotándola contra su vagina.
Los meses transcurrieron y fue sobreponiéndose. Había perdido un pedazo de alegría juvenil, y sentía su corazón hacerse migajas, como si fuera un pedazo de pan viejo entre sus dedos. Las cartas de su amiga llegaban cada mes, y apenas servían de bálsamo precario a sus intensos deseos. Sólo durante el primer año, porque los siguientes cinco se fueron distanciando cada vez más, hasta que se produjo lo que Valeria pensó que sería el distanciamiento definitivo. En la última carta que llegó de Brasil, su amiga le relataba su primera relación sexual a los quince años con un hombre de treinta. Valeria no pudo soportarlo y la rompió antes de terminarla, tomando también la antes amada foto y haciéndola añicos. Salió a la calle, fue hasta un centro comercial, y respondió a la primer mirada ardiente de un hombre. Él la siguió.
Valeria fue hasta el baño público de mujeres y verificó que no hubiera nadie en su interior. Se asomó a la puerta para descubrir que el hombre estaba aún esperándola. Se levantó apenas su pollerita escolar y mostró un vértice de su pubis. Aquél entró y ella lo llevó de la mano a encerrarse en uno de los baños.
Valeria se sentó abierta de piernas sobre el inodoro, recibió entre sus labios el pene ardoroso y descontrolado, besándolo, mordiéndolo, para terminar atragantarse con él. Mamó hasta que su concha quiso probarlo, se bajó la diminuta tanga y él la penetró fuertemente arrancándole un corto y agudo quejido. Vale cabalgó con furia sintiendo una mezcla de dolor y placer, y sólo se salió de encima de él para ofrecer su cola. El hombre arremetió como un animal arrancándole lágrimas, mientras ella sentía el líquido caliente inundando en su interior, recordaba a su amiga que la había traicionado, y de la que ahora se vengaba haciéndose coger por un perfecto desconocido. Cuando el hombre acabó su faena, Valeria se subió la tanga y salió corriendo.
Al llegar a su casa se introdujo en la ducha para lavarse. Por entre sus hermosos cachetes traseros el líquido espeso bajaba abundante, dando testimonio de que había sido intensamente gozada. Un mes después volvió al shopping, entró al baño, y en el mismo lugar donde se había entregado, gozó con sus deditos reavivando el recuerdo.
Los meses seguían transcurriendo, y la carta de Brigitte donde la interrogaba sobre su silencio no conmovió a Valeria. Simplemente no la respondió. Tenía dieciocho años, aquella tarde en que preparaba su examen de ingreso a la universidad, y sonaba el timbre. Cuando acudió a la puerta se presentó una mujer de unos cuarenta, muy atractiva y de gran tamaño, que le preguntó dulcemente si ella era Valeria.
-Soy Erika, la tía de Brigitte, y quiero hablar contigo.- Valeria estaba sola y la hizo pasar a su habitación. Se sentaron juntas en la cama. Aquella desconocida portaba unas caderas y unas piernas formidables, dignas de una yegua. Vale ignoraba la razón por la que había llegado, pero se excitaba mirándola, imaginando la ropa interior que llevaría puesta, el olor entre sus piernas, el tamaño del clítoris.
-Brigitte algo me ha contado -comenzó aquella-. Durante la adolescencia a veces nos pasan cosas, y esas cosas nos marcan para toda la vida. -En ese momento posó su mano sobre las más pequeñas de Valeria, que sintió aquel gesto como sincero y cálido.
-Quiero decirte que a mí me sucedió también. -Hizo una pequeña pausa en la cual los ojos se encontraron. -Y si mis palabras sirven para ayudarte, te ofrezco mis consejos, mi amistad... A Brigitte le fue muy mal con su novio y además es posible que no regrese de Brasil hasta dentro de un año. Yo, por un pedido de ella, te invito a ir hasta allí... si aún tienes interés por ella. Es tu decisión, te dejo el teléfono del hotel en donde estoy alojada, cuando lo hayas pensado, llámame.
No la dejó partir, se abrazó a ella sintiendo deseos de desnudarse, y finalmente le dio un largo y profundo beso en la boca. Guardó unas ropas en un bolso. Y al darse vuelta encontró a Erika abierta de piernas sobre la cama, ofreciendo su vagina rodeada de hermosos vellos dorados. No hubo palabras, no las necesitaban, y no podían tampoco, porque la lengua de Valeria estaba demasiado ocupada en hurgar, moverse y cavar hondo en esa bellísima profundidad, hasta que sintió deseos de besarle los pechos. Buscó debajo de aquella blusa de seda, halló dos magníficos frutos, tersos y de pezones rosados que se levantaban con firmeza. Les pasó su húmeda lengua por toda la piel. Los besó hasta casi arrancárselos. A esa altura las dos estaban completamente desnudas y Valeria frotaba sus labios vaginales sobre aquella otra concha que se exhibía, como un tajo enorme capaz de tragarse una persona completa.
Hasta que de la cartera de la tía salió uno de esos juguetes para mujeres, de gran volumen y grosor, que Valeria usó para penetrar a Erika, una y otra vez, por delante, y después por atrás, hasta que aquella empezó a temblar en una sucesión de orgasmos intensos, sudoraciones y flujos imparables. Quedaron un rato recostadas una sobre la otra, respirando el perfume intenso a mujer que exhalaban esos cuerpos, suspirando de placer... besándose en los labios.
-Vamos a Brasil -dijo Erika.- Otro día seguiremos la fiesta...
Arribaron a Bahía un día después. Al descender la escalera del avión, Valeria distinguió con excitación la cabecita rubia de su delgada amiga que estiraba su brazo y agitaba la mano visiblemente alegre.Corrió al encuentro y se abrazaron. Nada en el mundo parecía que las podría separar otra vez.
Escho por wolsfgan
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