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Existe algo

Existe algo en la naturaleza humana que nos hace percibir diferentes tiempos, momentos en los que pareciera que el reloj no avanza o, por el contrario, que avanza en despavorida carrera, como si de ello dependiera su vida. A veces, cubierto por un velo de misterio, otras, de melancolía, o de un efusivo desbordar de pasiones alocadas, neurosis, crisis existenciales, políticas, económicas, psicológicas y de tantas otras como formas de locura existen entre la gente, tu, mientras tanto, en esas horas en las que todo se tiñe de tonos azulados, asomada a la ventana observas el deambular del mundo, es un breve momento de reposo, en tu casa, las labores domésticas han quedado satisfechas, tu marido se encuentra inmerso en el mundo hostil de la sobrevivencia laboral. Tu pequeño hijo duerme plácidamente después de tirar juguetes, sonajas, chupete y succionar de tu pecho el alimento que le da la vida. Miras por la venta a la gente que pasa, gente que cansada regresa a sus casas, o jóvenes que al mirar caer la tarde, sólo piensan en ir al antro a divertirse, olvidados de toda responsabilidad y prudencia.

La lluvia comienza a golpear los cristales de la ventana y, aunque no te gusta la idea, tienes que cerrarla y mirar a través del cristal como escurren las gotas, formando líneas discontinuas, sinuantes, que dibujan y desdibujan mágicos diseños que la luz magnifica, y tu, en esa soledad que nunca te ha dejado, que desde el fondo de tu ser se manifiesta, pese a estar felizmente casada y tener un bebé en plenitud. Miras correr a la gente bajo tu ventana, hasta que las calles quedan vacías, tan sólo animadas por la lluvia que rítmicamente golpea el suelo.

La lluvia, al contemplarla, tiene un efecto hipnótico del que no pudiste escapar, sin darte cuenta tu mente viaja entre tus recuerdos hasta esos días en que trabajabas en las recepción de… ¿qué piso era? No lo recordabas, sin embargo allí, en esos recuerdos se había detenido tu pensamiento, en esos recuerdos y en aquél joven del que nunca supiste su nombre, que sólo pasaba frente a tu lugar, callado, sin decir nada, con excepción del saludo que la fuerza de la costumbre emitía como marca de una buena educación. De pronto, tus pensamientos se detuvieron en el día en que ese joven se detuvo en tu lugar. Te preguntó sobre localizar a alguna persona, a partir de entonces, fueron más y más frecuentes los momentos en que se detenía a tu lado, hasta que por fin, gracias a algún cable movido de tantos que rondan las conexiones de las computadoras, se movió dejándote sin sistema. Ese día fue el más especial de todos.

El joven pasó atrás del mostrador, se agacho a tu lado y comenzó a revisar las conexiones, tu llevabas unos zapatos de cintas que dejaban prácticamente descubiertos tus pies y un pantalón a media pierna. En un movimiento, su mano rozó tu pierna y ambos sintieron un ligero estremecimiento que levantó ligeramente tus pezones. Él te pidió una disculpa, al tiempo que intentaba levantarse, tu, en parte para que no notara el color que subió a tus mejillas le dijiste que no había problema y que seguía sin señal el monitor. Nuevamente él fue en busca de los cables mientras tu apagaste la pantalla, quizá esperando un nuevo roce. Un momento después, al notar que no sucedía nada cruzaste la pierna de tal forma que tu pié quedara junto al joven, hábilmente aprovechaste que llegó una persona a pedir informes para aproximarte al mostrador, evitando que pudieran notar a quien estaba bajo de ti, y al mismo tiempo que él saliera. Con toda calma buscaste la información pedida en tus libretas y, necesariamente, en tu computadora, mientras tanto, él, sin poder salir sabiendo que si lo notaban allí ambos tendrían problemas, y sabiendo que la supuesta falla de la máquina no existía, se quedó por un momento, quieto y al siguiente, sin el menor recato comenzó a acariciarte ambos pies, con tal suavidad que el color rápidamente subió a tus mejillas y, aunque trataste de evitarlo, tus pezones se endurecieron y crecieron tanto que, aún a la distancia, se notaban.

Con los recuerdos y al rítmico gotear de la lluvia en tu ventana, una de tus manos acariciaba, bajo tu blusa, tus senos haciendo más gratos los recuerdos, sentías la suavidad de tu piel y la dureza de tus pezones como hacía tanto tiempo no te respondían, tu respiración comenzaba a agitarse, robándote ligeros suspiros. Con tu otra mano, siempre pensando en aquel joven, comenzaste a aflojar tu pantalón, tus dedos se deslizaron bajo la tela de tu calzoncillo, tus dedos lentamente avanzas por ese lugar tan privado, tan íntimo, tan tuyo, recorriendo tu piel, suave, sin los rastros de la última vez que te depilaste, que dejaste ese pequeño bosque que es tu bello, pequeño y recortado, tan suave y erótico cono la piel de los duraznos, tu caricia se detuvo allí un momento, tan breve, tan sutil, y al tiempo que entrecerrabas los ojos los dejaste avanzar hasta tus labios mayores, dejaste que las yemas de tus dedos los acariciaran con tal suavidad y pensabas en aquel joven, soñabas que además de sus manos, hubieran sido sus labios los que acariciaran tus pies, tus piernas y muslos, sentir su cálida respiración sobre tu piel, sentir esa caricia de sus carnosos labios acariciando tu piel hasta llegar y, delicadamente, posarse sobre tus labios mayores, mientras tus dedos los separaban, suspirabas imaginando su lengua en ese recorrido, descubriendo tus labios menos.

Las gotas de lluvia, tu mano frotando y tu imaginación dibujando esa escena, era tal tu excitación que realmente sentías esa lengua avanzando y retrocediendo por tu vulva, deteniéndose sobre tu clítoris, que arqueabas tu cuerpo esperando sentir la respiración de aquel joven en ese momento. Realmente lo deseabas tanto, deseabas sentir sus manos nuevamente, ahora acariciando tu cadera, tu bajo vientre, tus senos, esos que acariciabas tu misma con tu mano libre, mientras introducías en tu vagina los dedos de la otra mano. En tu respiración se hacía evidente la proximidad de la explosión de tu orgasmo, esa maravillosa sensación que hacía ya tanto tiempo que no sentías con tal fuerza, con tal intensidad que intentabas alargarla, prolongarla hasta donde tus fuerzas te permitieran. Sacaste la mano de tu entrepierna y la llevaste a tu boca, querías probar el sabor de esa parte de ti, tan íntima que nadie había probado y quisieras que ese joven en particular saboreara por primera vez, junto a ti. El sabor agridulce que envolvía tus dedos, te hizo desear con más fuerza tener un encuentro pasional con él, querías arrancarle la ropa, sentir su piel desnuda rozando la tuya, querías besarlo y devorar su sexo, recorrer con tu lengua su vástago y corona, pasarlo entre tus dientes, chuparlo, hacer con tu boca un nido para sus testículos, deseabas poseerlo y ser poseída, ansiabas perder el recato y entregarte a la pasión, explorar todo su cuerpo y que el explorase el tuyo, mamar y ser mamada al mismo tiempo. De pronto ya no te pudiste controlar más, explotaste en un orgasmo cono nunca lo habías tenido.

Todavía llovía cuando te repusiste después de un breve descanso, te diste un baño y al salir, todavía desnuda, llegó tu marido, en tus pensamientos esperabas poder seducirlo y realizar tu fantasía, aun cuando no fuera con el joven de tus recuerdos, sin embargo, tu marido, al igual que tantos hombres, sin importar cuánto lo amas, llevaba el acto hasta su propia satisfacción, dejándote siempre con ese deseo de un poco más, y por esta ocasión, después de las relaciones tradicionales, con todo el deseo reprimido, hasta tu próxima fantasia.
Datos del Relato
  • Categoría: Masturbación
  • Media: 4.51
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2 comentarios. Página 1 de 1
lucia
invitado-lucia 23-09-2003 00:00:00

Alguien anónimo me ha enviado tu cuento,y la verdad aunque no acostumbro a leer de este género,me ha gustado y me ha parecido muy sensual,muy realista...un besazo

MINERVA
invitado-MINERVA 20-09-2003 00:00:00

Exelente cuento, me gusta tu narracion profunda y lirica. bravo . hoy me declaro fan tuya.... uno siempre espera un poco mas...mas...

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