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Exibicionismo en el Jordin

~~Pongamos por caso que quien me la contó se llamaba Gonzalo, ya que éste desconoce mi aficción por escribir relatos de ésta índole y prefiero que continúe en la ignorancia.
 Gonzalo, además, era el protagonista. Sucede que él trabaja como aparejador en cierta empresa y, como es bastante joven apenas tiene 24 años , pues su nivel adquisitivo no es precisamente lo que se dice muy boyante. pero todo con el tiempo se andará. Vive con otros dos chicos, Mateo y César, en la 2ª planta de un pequeño edificio que tiene un hermoso jardín interior, propiedad de sus vecinos de la planta baja, por lo que el resto de la comunidad de propietarios no puede tener acceso a él, aunque, con solo asomarse a las ventanas y balcones pueden disfrutar de la vista de los árboles, rosales y demás arbustos que hay en él.
 Un día Gonzalo se asomó a la ventana de su cuarto mientras se fumaba un cigarrillo, y cual no sería su sorpresa al descubrir que justo debajo, en el empedrado que bordeaba al jardín, yacían por doquier casi una decena de fotos polaroid, de esas instantáneas. Trató de agudizar la vista, pero dado que se encontraba en un 2º piso y que además su miopía no daba para más, solo pudo dilucidar que en ellas predominaba cierto tono rosado que solo podía pertenecer a un cuerpo humano semidesnudo. Alarmado, más que correr voló hacia la habitación de al lado, la de Mateo, que en esos momentos estaba durmiendo la siesta y, despertándole, le instó a que se asomara por la ventana para ver si él podía descubrir algo más.
 Pero lo cierto es que no sabría deciros quién de los dos tiene peor vista. así que se las agenciaron para conseguir hacerse con las fotos. Buscaron hilo de pescar hacía meses que lo habían comprado para arreglar la cadena del váter y, atando en uno de los extremos un lápiz en el que previamente habían colocado un poco de celofán con la parte que contiene el pegamento por fuera, lo deslizaron al jardín por la ventana de Gonzalo y así fueron pescando, una a una, todas las fotos que se ancontraban a su alcance.
 Comprobaron que efectivamente se trataba de una mujer desnuda, pero difícil de identificar, puesto que apenas se le veía el rostro. Solo en una de aquellas fotos la misteriosa mujer aparecía de cintura para arriba y de naríz para abajo, pudiendo comprobar así que la dueña de aquel cuerpo regordete, pero muy bien formado, era también la poseedora de unos labios carnosos y una dentadura que parecía no haber conocido odontólogo alguno en toda su vida.
 Cuando aquel día llegó César de la facultad y le contaron lo sucedido, al chico no se le ocurrió otra feliz idea que colocar todas las fotos por orden evolutivo en la única pared que quedaba libre del cuarto de baño. Y por favor, no me cuestionéis el fín de esto, queridos lectores, porque sobran las palabras. Es más que obvio.
 Durante varios días estuvieron obsesionados con la idea de averiguar quién era aquella mujer, de dónde procedían las fotos, por qué estaban tiradas en el jardín, etc, pero era Gonzalo quien más intrigado estaba con aquel asunto de las instantáneas. Había llegado a varias conclusiones.
 La más importante era que aquellas fotos no podían pertenecer sino a su vecino de arriba, el del 3º, puesto que en el primero no vivía nadie y aquel edificio solo contaba con tres plantas. También cabía la posibilidad de que pertenecieran a los propietarios de los bajos, pero era poco probable, puesto que uno de ellos era una anciana de más de 80 años y el otro era un matrimonio que solo venía a veranear, y estaban en el mes de noviembre. Del jardín se encargaba un hombre contratado por la anciana y el matrimonio desde hacía más de dos décadas y. la verdad es que al pobre hombre no se le veía para muchos trotes. Con todo, don Serafín, que así se llamaba el jardinero, solo se pasaba los fines de semana y Gonzalo descubrió las fotos de un día para otro, de un miércoles a un jueves.
 El vecino de arriba, el del 3º, en cambio, era un hombre relativamente joven, de algo más de 40 años, que vivía solo. Por aquellos días, sin embargo, Gonzalo había observado que una mujer mayor subía por el ascensor siempre a la 3ª planta (era un vecino por planta) y estuvo indagando vaya, que le preguntó a la del 1º y comprobó que era la madre del maromo del tercero. Supuso entonces que aquellas fotos, quizás tomadas en un tórrido momento de pasión, fueron lanzadas por la ventana a fin de que la anciana madre no las descubriera, limpiando tal vez. O chafardeando entre los cajones de su hijo, que algunas madres son de lo que no se encuentra.
 Ni Gonzalo, ni César, ni Mateo sabían cómo se llamaba su vecino de arriba. Tampoco le conocían pareja, es decir, que siempre le habían visto solo. Pero estaban convencidos de que las fotos le pertenecían a él, aunque no apareciera en ellas.
 Los chicos estuvieron proclamando por doquier auel descubrimiento hasta el punto de que cada vez que llegaba alguien al piso le enseñaban las fotos de la mujer desconocida, pero nadie acertaba a decir de quien podría tratarse. Lo que sí estaba claro era de que no era una mujer del barrio. Era una completa desconocida.
 Y el caso es que llegó un punto en el que finalmente dejaron de echarle cuentas al asunto.
 Hasta pocos días antes de que Gonzalo nos contara ésta historia.
 Y es que un día, al salir del portal para ir al curro como todas las mañanas, la vió. No le cupo la menor duda. Era ella, con sus característicos labios y su maltrecha dentadura, vestida vulgarmente y cual Catherine Thurner bajando de un coche, acompañada por su vecino del 3º. No le cupo la menor duda. Aquella mujer, con la que tantas veces había fantaseado, cuyo cuerpo había adorado sin parangón durante semanas, era una puta. Una mujer asequible.
 Y entonces, se perdió la magia.
 Desde que ocurrió todo esto no he visitado la casa de Gonzo , pero él me aseguró que aquellas fotos continúan allí, pegadas sucesivamente en la pared de su baño. El problema vendrá ahora, porque ya no me será tan facil entrar allí, imaginándome ¡¡¡¡¡¡ Señor, y con la imaginación que Dios me ha dado!!!!! la cantidad de magreos manuales que se habrán hecho hecho mis amigos contemplando aquellas instantáneas.
 Y sin embargo lo triste de todo es que para Gonzalo se acabó la magia. Todos celebramos con risas la anécdota cuando nos la contó. pero él permanecíó en silencio, con una media sonrisa de desengaño dibujada en los labios, convencido ya del fin que le iba a dar al dinero que desde hacía meses tenía ahorrado en el banco. Lo sé. Lo leí en sus ojos.

Datos del Relato
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