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Victoria comenzó entonces a masajearlo, moviendo cadenciosamente ambos muslos, entre los cuales la emparedada polla se deslizaba como un rodillo. La excitación del hombre creció con rapidez, delatada por su agitada respiración y por el brillo de sus ojos, hipnotizados por la inclemente mirada de la mujer…
Al salir del aparcamiento le llamó la atención el gesto de la mujer, entre ofendido y asqueado, pero no alcanzó a oír lo que le decía a la adolescente de la que tiraba del brazo, mientras ésta giraba la cabeza hacia atrás, mostrando una sonrisa divertida y pícara.
Descubrió el objeto de interés de ambas mujeres al doblar la esquina. Un hombre de aspecto peculiar, quieto en mitad de la calle, se le quedó mirando y aguardó a que pasara a su lado para abrirse la amplia gabardina con la que se cubría y desvelar que era la única prenda que llevaba encima.
Victoria se detuvo y observó por un instante el flácido miembro que colgaba entre sus piernas.
–Oye, perdona, pero te tengo que dejar –habló al móvil que sostenía junto a su oreja–. Luego te llamo.
Guardó el teléfono en el bolso y se aproximó al exhibicionista, inmóvil con la gabardina abierta y entre sorprendido y satisfecho por la inusual reacción de la mujer. Ni gestos de desagrado, ni exclamaciones ofendidas, ni insultos… Ni siquiera el típico apretar el paso mirando hacia otro lado para alejarse con rapidez.
Se acercó tanto a él que el hombre casi pudo intuir contra su pecho los rotundos volúmenes de los senos apretando la tela del ajustado top. Una cabeza más bajo que ella, de mediana edad, algo rechoncho y con el canoso pelo enmarañado, asemejaba un pequeño troll a la sombra de una imponente diosa morena, esbelta y de interminables piernas enfundadas en ligeros pantys oscuros bajo una escueta minifalda.
Los efluvios de un fresco pero penetrante perfume, la mirada inflexible y ambigua y el aura sexual de su soberbia anatomía excitaron sobremanera al tipo, quien mostró una incipiente erección.
–¡Vaya! ¡Qué mono! –Dijo ella condescendiente– Si se mueve el pajarito.
Cerró ella entonces sus piernas y atrapó el amorcillado pene entre los muslos. El contacto de la joven y delicada piel perceptible bajo la delgada lycra de las medias revolucionó el flujo de sangre en el interior del cavernoso miembro, culminando la erección.
Victoria comenzó entonces a masajearlo, moviendo cadenciosamente ambos muslos, entre los cuales la emparedada polla se deslizaba como un rodillo. La excitación del hombre creció con rapidez, delatada por su agitada respiración y por el brillo de sus ojos, hipnotizados por la inclemente mirada de la mujer.
El rostro de ella se inclinó sobre el de él, de modo que el exhibicionista pudo sentir la calidez de su aliento, al tiempo que incrementaba el ritmo de su masaje atenta a la proximidad del orgasmo que anunciaba el rictus en la cara del hombre, acompañado por la contracción de unos testículos que se preparaban para expulsar el semen en ebullición.
Cuando un ronco gemido delató la explosión, Victoria soltó la congestionada verga y se apartó un instante antes de que el espeso chorro saliera disparado, esparciéndose sobre el embaldosado. El hombres se sujetó el miembro y apuró con la mano las últimas, casi dolorosas, contracciones.
Permaneció en pie, masajeándosela, respirando hondo para calmar su desbocado corazón y con las temblorosas piernas apenas sosteniéndole, mientras ella se alejaba con una irónica sonrisa en la boca, y ese decidido y algo descarado taconear que balanceaba sugerente sus apretados glúteos.
–¡Hola, querida! –Dijo tras retomar su móvil– Perdona que te colgara, pero estaba realizando mi buena acción del día.
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