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Después de haber cobrado una gran comisión por un paquete de seguros a un grupo de ancianos, decidí implementar un viejo plan que traía en mente de bastante tiempo atrás; construir una pequeña cantina en mi sala para las "amenas" fiestas que suelo organizar.
Una vez tomada la decisión, como toda buena mujer que no tiene ni vaga idea de cómo clavar un puto clavo, me dispuse a buscar en la todo poderosa sección amarilla a un buen carpintero, ya que tenía una idea muy clara de cómo quería mi cantina y no quería comprar una prefabricada.
Así contacté a Rafael Neri, un carpintero de unos 35 años, de tez morena, ojos color miel, cabello castaño oscuro, de altura promedio. Lo que en primer lugar llamó fuertemente mi atención fueron sus manos al momento en que le abrí la puerta y extendió la derecha para saludarme y presentarse.
Eran dos poderosas manos, a primera vista se podía observar como tenían las marcas que denotaban un trabajo duro, eran un tanto ásperas pero firmes.
Inmediatamente lo hice pasar y le mostré la esquina en la que quería que montara la maravillosa cantina que tanto había deseado. La cual tenía que ser de madera fina, lujosos acabados, bancos tapizados en piel, cristal cortado para las vitrinas, sería una verdadera divinidad.
Tras comentarle éstos y otros pormenores, me realizó un presupuesto, bastante caro por cierto, pero quería echar la puerta por la ventana con este sueño y no me importó, así que le dije que podía comenzar de inmediato.
Al lunes siguiente llegó Rafael muy temprano por la mañana junto con su joven asistente Mateo, de unos 23 años, blanco, cabello castaño claro, ojos cafés, y a primera vista se denotaba un poco inexperimentado, ya que tiraba constantemente las herramientas o chocaba con algún mueble.
Transcurrieron 3 días desde que ambos habían comenzado con el trabajo, era un jueves aproximadamente a las 11 de la mañana cuando Rafael me comentó que debía ir a recoger un par de tablones que había ordenado para el trabajo y que estaría muy pronto de vuelta, en cosa de una hora o dos cuando mucho.
Rafael salió de mi casa aproximadamente veinticinco minutos después de haberme solicitado permiso, dejando indicaciones a Mateo sobre lo que éste debía hacer en su ausencia, el joven asintió con la cabeza y continuó con su trabajo.
Mientras tanto yo estaba en la cocina preparando un ligero bocadillo, el cual comí observando a Mateo trabajar; como lo mencioné, era un poco torpe, pero en esta ocasión no era su inexperiencia habitual, estaba especialmente distraído y observándome en cada instante que podía.
En ese momento, pasó por mi mente la idea de darle un poco de lo que estaba buscando, así que subí a mi habitación, no antes sin avisarle y por supuesto decirle que si necesitaba cualquier cosa podía subir a buscarme. Cuando llegué a mi habitación saqué un pequeño atuendo que esporádicamente utilizo en el gimnasio al que asisto. Eran unos diminutos shorts azueles que dejaban a la vista mis redondas y bien formadas nalgas, en la parte superior un pequeño (y ajustado) top blanco, que con grandes esfuerzos sostiene mi muy desarrollado busto.
Como era de esperarse, no transcurrió siquiera cuarenta y cinco minutos antes de que Mateo me llamara (yo esperaba que subiese a mi habitación, pero no, solamente me gritó que si podía bajar unos momentos), así que ni tarde ni perezosa descendí las escaleras con aquel provocativo atuendo, (aún recuerdo la cara de Mateo cuando me vio, tenía la boca literalmente abierta y ni siquiera quería parpadear), me miro impávido, y me dijo tartamudeando: ¿tiene un trapeador?, es que se me cayó el barniz en el suelo, disculpe usted.
Le dije: Claro que si, no te preocupes, a todos nos puede suceder un accidente, sígueme.
Lo conduje hasta el patio trasero donde guardo el equipo de limpieza, le dí un trapeador y agachándome de tal forma que pudiera darle una vista excepcional de mis nalgas, le dí una botella con la que podría limpiar aquel batidillo, Mateo apenas pudo reaccionar y me dijo: gra.. gra… gracias señora. Acto seguido recordé que Rafael debía estar por llegar y decidí que el show había terminado, al menos por ese día.
Acerté, después de cinco minutos apareció Rafael, con el par de tablones, me dijo que los dejaría por ese día en mi sala y que mañana vendrían muy temprano a continuar con el trabajo.
A la mañana siguiente decidí continuar con mi jueguito, así que me metí a bañar, y al salir no sequé demasiado mi cabello, lo dejé húmedo para dar esa imagen que tanto gusta a los hombres, me puse una pequeña tanga blanca, y un camisón que más que blanco lo podría calificar de transparente, es decir, es de los que deja ver todo y nada (por lo menos muy claro) a la vez, en la parte superior el camisón estaba bien escotado, pero tenía un fino encaje que apenas dejaba ver todos mis encantos, decidí quedarme descalza, como parte de mi plan.
Llegaron muy temprano, tal y como Rafael había dicho, les abrí la puerta y muy sorprendida les dije: ¡Vaya que llegaron temprano, no los esperaba a esta hora!, pero pasen por favor. Me di la vuelta y les dejé ver en todo su esplendor la diminuta tanga que se perdía entre mi par de nalgas.
Comenzaron ambos a trabajar sin poder quitarme la vista de encima, yo, maliciosamente me había quedado dándoles la espalda sentada en el pequeño desayunador que tengo frente a mi cocina, y desde donde estaban se veía perfectamente.
Rafael no se pudo contener más y decidió pedirme un poco de agua. Le dije: Claro Rafael, pero no gustan acompañarme con una copa, es que hoy es mi cumpleaños (jajaja, no hay mentira más grande) y no me gustaría festejar sola. Rafael sólo dijo las frases de rutina: pero es que es muy temprano y estamos trabajando.
Pero lo convencí rápidamente y sin realizar mucho esfuerzo, saqué una botella de vino que tenía guardada sobrante de una fiesta anterior, serví tres copas e invité a mis dos trabajadores a sentarse en la sala, traje una pequeña botana, puse un poco de música, llevé la botella a la sala y continuamos bebiendo y platicando unos cuantos minutos, bebimos rápido, así que pronto estábamos desinhibidos, Rafael díjo: señora Laura, pero ni siquiera le hemos dado su abrazo.
Por fin, pensé, me puse de pie de frente a Rafael y dándole la espalda al joven Mateo, poniéndole justo en su rostro mi hermoso par de nalgas.
Rafael me abrazó muy fuerte, después de soltarme le di la espalda y recargándole mi trasero en su paquete levanté a Mateo y le dije que era su turno, él se levantó, me abrazó y quedé justo entre ambos.
Rafael no pudo más y comenzó a tocar mi cintura mientras observaba como besaba a Mateo.
Rafael comenzó a subir mi camisón hasta la altura de mi cintura y acariciar mis piernas y nalgas, se agachó y me dio una pequeña mordida en una de ellas, mientras Mateo ya había logrado bajar la parte superior de mi camisón dejando totalmente expuesto mi busto, comenzó a besarme, primero el cuello y fue bajando lentamente hasta mis pezones que denotaban mi gran excitación.
Me separé un poco de ellos y me deshice por completo de mi camisón quedando a la vista de aquel par de carpinteros deseosos, me senté en el sillón, abrí las piernas y ordené a Mateo comenzara a hacerme el sexo oral, no dijo nada, se arrodilló y comenzó a devorar mi sexo.
Rafael observaba como su muchacho lograba llevarme a la máxima excitación, de pronto decidió despojarse de toda su ropa, primero la camisa, luego las botas, inmediatamente después los jeans y por último los boxers.
Quedé totalmente sorprendida cuando observé su miembro, era muy grande, yo calculo unos 25 centímetros, me comenzó a hacer agua la boca, el lo notó rápidamente y ordenó a Mateo que se apartara, se acercó a donde estaba sentada, me puso su pene justo en la cara y me ordenó chuparlo.
A mí no hay nada que me prenda más que un gran pene, así que comencé a lamerlo de arriba abajo, una y otra vez, me arrodillé, bese sus testículos, los metí en mi boca mientras sentía su enorme miembro en la cara, Rafael lo disfrutaba mucho.
Mateo tampoco se pudo resistir y se quitó rápidamente toda la ropa, Rafael le estaba dando la espalda así que no notó cuando el joven se quitó por completo la ropa, casi siempre se verifica la frase de el alumno supera al maestro, y esta no era la excepción, Mateo tenía un monstruo entre las piernas, fácilmente tenía 28 centímetros.
Yo deseaba sentir inmediatamente aquella cosa entre mis manos, así que le pedí a Rafael muy ansiosa que me penetrara, le paré mis nalguitas y le ofrecí acceso directo e ilimitado. Él no dudó ni un segundo y me invistió frenéticamente.
Hice una seña con la mano indicándole a Mateo que se acercara, yo estaba en veinte uñas recibiendo el embate de Rafael, cuando Mateo llegó tomé desesperadamente su enorme y delicioso miembro, comencé a lamerlo y lamerlo, tomaba sus bolas con amabas manos, lo introducía lo más que podía en mi garganta ayudada de los salvajes movimientos de Rafael.
Esa posición me vuelve loca, mientras te dan tu merecido por atrás, por delante una enorme verga inundando mi boca, creo que llegué al orgasmo dos o tres veces.
Este par de hombres de veras lo estaban disfrutando, yo ya había recibido lo que quería y era mi turno de hacerlos llegar, les pedí que pararan, los senté frente a mi, me arrodillé y comencé a masturbarlos a ambos con mis manos, metiendo alternadamente sus duras vergas en mi boca, el primero en terminar fue Rafael, se derramó totalmente, quedó exhausto.
Ahora podía centrarme en Mateo seguí lamiendo mientras le decía que nunca había tenido una mejor verga, que quería hacerlo llegar, que me excitaba a más no poder, esto parecía gustarle y pronto recibí en la cara un espasmo producido por su miembro seguido de su líquido seminal que se derramó sobre mi pecho.
Había saciado a dos poderosos hombres, ahora tenía que descansar, les pedí que se vistieran y se fueran, que mañana deberían terminar con mi cantina.
Así lo hicieron, a la mañana siguiente estaban muy puntuales, pero no les dí nada de lo que querían, primero terminaron el trabajo y del pago, bueno luego les cuento como conseguí un muy buen descuento.
Besos Laura.
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