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Vivo con mi esposo diez años mayor que yo, no es viejo pero digamos que los años de matrimonio han hecho que la pasión ya no sea la misma aunque cumple, no debería quejarme, menos engañarlo cada vez que se me antoja.
Soy una mujer de 35 años bien puestos y bien vividos, no he tenido hijos y mi figura sigue bien cuidada, soy más bien baja de estatura, pero en compensación tengo una cara que muchos gusta, una cintura estrecha, caderas anchas y un trastero que más de uno voltea a mirar en la calle.
Recién he puesto un negocio y ando recargada con el estrés que esto supone, decidí llamar al masajista que mi amiga me había recomendado tiempo atrás, un muchacho de 30 años aproximadamente, alto, de pelo negro, el recién había llegado de Venezuela, como muchos otros en estos últimos tiempos, Y tenía ese acento y ese trato entre galante y educado, con una sonrisa amplia de dientes bien alineados, las cejas pobladas y una mirada que parecía que podía atravesarte. Piel morena y cabello negro, no era el más guapo del mundo pero estaba bastante bien.
Ya tenía varias sesiones de masajes con él, algunas veces levantaba más la cola comprara tentarlo, pero parecía que se tomaba muy en serio su trabajo, y siempre la conversación terminaba en el tema de su esposa, con la que había llegado al país .
Ese día llegó a la casa a la hora acordada, Rodrigo mi esposo estaba en la sala y lo recibió, indiferente como siempre, a él la gente que “no está a su niel” no le interesa. Alejandro el masajista estaba bastante bien, ya me había comentado Vane que Alejandro era instructor d yoga además de masajista, todo un virtuoso.
Pasamos al estudio donde Alejandro acomodó la camilla portátil, puso las sabanas, música relajante y encendió algunas velas, aunque no era necesario porque aún era de día, pero todo era parte del paquete de masajes.
Me indicó que me desnudara, me puse un poco nerviosa así que el prefirió salir de la habitación y regresó cuando estaba ya lista, Me recosté boca abajo y me quedé solo con un hilo dental color verde agua que resaltaba más mi bronceado, había una toalla pequeña con la que me cubrí. Alejandro entró y empezó el masaje untándome de aceite las piernas, tenía unas manos grandes pero muy suaves, empezó con el masaje ascendente, frotando suavemente mis piernas desnudas
– Si lo hago muy fuerte avísame
– Esta bien dije yo, sigue tranquilo
Poco a poco fui dejándome llevar por la música suave y las manos del masajista, él iba subiendo por mis piernas, en un movimiento rítmico y suave, untando cada vez más mi piel con aceite; poco a poco subió por mis muslos, hasta llegar debajo de la toalla que cubría mi trasero, yo di un salto, pero él me tranquilizo diciendo que debí masajear todos mis músculos para poder lograr un buen nivel de relajación.
Yo me sentía cada vez más húmeda, cada roce de sus manos aceleraba más mi pulso, sus manos iban desde mis tobillos, pasaban por mis pantorrillas, subía por el interior del muslo y cuando parecía que llegaría hasta mi entrepierna desviaba su camino hacia mis nalgas, que eran acariciadas, amasadas, masajeadas; poco a poco el masaje se hizo más suave, más acompasado, Alejandro me contaba que estaba teniendo problemas con esposa porque ella no se acostumbraba a nuestro país; y esto estaba generando roces en la pareja afectando incluso el aspecto íntimo; y yo con tantas ganas de consolarlo y darle aquello que su mujer no le daba…
– Q rico masaje, le decía yo, aguantando los gemidos,
– Sigue así no pares,
– No quieres que pare bella? Ummm esto es lo que mi reina necesitaba viste?
Sus masajes se sentían diferentes, se volvían caricias mientras podía sentir su respiración más agitada, se ponía más aceite en las manos y yo sentía cómo mi vagina se iba humedeciendo, fue masajeando mi espada desnuda pasando la punta e sus dedos por el borde de mis senos, bajando por la cintura y volviendo a mis nalgadas, las cogía con ganas, las masajeada con morbo, pasando sus dedos entre ellas, hasta que bajó un poco más y rozo con sus dedos la entrada de mi vagina sobre el hilo, era imposible que no notará mi calor, pero él seguía como si nada, recorrió nuevamente mis piernas hasta que me dice
– Tronco de mujer q eres, tu marido debe estar feliz con todo esto
– Ni creas, creo q como siempre me ve, ya no le llamó mucho la atención.
– Eso no puede ser mi reina, no se preocupe que yo le voy a dar toda la atención que se merece esta piel tan rica
Fue subiendo y sentí sus labios en mis nalgas, las beso con delicadeza, yo ya no podía más, levante la cola para que las besara con ganas y él aprovechó en quitarle el hilo dental, que estaba mojado. Besó mis nalgas despacio, pasó su lengua sobre mi piel, me tenía atrapada de las caderas mientras el disfrutaba de mi trasero que lo deseaba más que nunca.
– Ummmm q rico chamito sigue así mi amo. El empezó a morderlas despacio, no me vayas a dejar marca
Le decía yo, algo de cordura debía tener para no empezar a gritar que me penetrara ya, que lo quería dentro mío.
En ese momento sentí su lengua en mi anito, su lengua húmeda pasaba entre mis nalgotas y se detenía en mi ano, lo saboreaba, lo penetraba, lo acariciaba a su antojo, él disfrutaba de ese beso negro tanto como yo. Tenía sensaciones que mi marido jamás me había dado, cuando pensé que ya no podía más del gusto sentí su dedo mañoso, enorme, penetrar mi vagina; tenía tantas sensaciones juntas, mi cola casi despegada de la camilla para que mi chamo bello pudiera cacharme bien con su lengua y su dedo, riquísimo, sentí como un calor subía por todo mi cuerpo, mi corazón latía a mil; me aferre a la camilla y exploté, en silencio, callando mi orgasmo, mordiendo fuerte la camilla para no gritar. Alejandro seguía con su lengua bien clavada en mi culo, taladrándome por mis dos orificios, hasta que finalmente pude recuperar la respiración, dejó mi trasero y se paró delante de mí, la pinga afuera del pantalón, directo en mi cara.
No diré que era enorme, era de tamaño normal, curvada hacia arriba, tieza y venosa, la mire fijamente, no quería perder detalle, la tome entre mis manos y la lamí toda, desde los huevos cargados hasta la punta, la ensalibé, la escupí y metí su glande en mi boca, me la comí todita mientras acariciaba sus testículos oscuros, Alejandro acomodó mi pelo en una cola de caballo y guiaba mi mamada, yo la metía hasta el fondo, no quería parar de chupar esa pinga deseada por tanto tiempo, entones sentí como se hinchaba más, Alejandro aguantaba sus rugidos, yo levantaba la mirada solo para ver su cara de deseo mientras me clavaba la pichula en mi boca, hasta que sentí como se tensaba, y me daba toda su leche… Amarga, bien espesa, deliciosa.
Me sentí un poco decepcionada porque quería sentirla en mi concha antes de que se viniera, pero la decepción me duró poco casi nada, a pesar de la corrida Alejandro seguía con el pene erecto; me bajó de la camilla y me apoyó en ella, separó mis piernas y detrás de mí acomodo su pene en la entrada de mi conchita mojada, y la fue metiendo despacio, suave, disfrutando de cada milímetro de mi concha, me susurraba al oído “ te gusta como te coge este chamo”
– Si mi amor, sigue así , que rica pinga
Sus arremetidas eran suaves, rítmicas, yo no podía creer lo que estaba pasando, estaba siendo penetrada por un hombre deliciosos en mi casa, mientras mi marido estaba afuera sin sospechar lo que estaba pasando.
Hasta que tocó la puerta
– Todo bien amor?, preguntó Rodrigo
– Sí amor, está demorando más porque estoy muy contractura da y mañana ya no puede regresar, le decía yo tratando de disimular lo excitada que estaba, Alejandro nunca dejó de penetrarme, se agarraba de mis tetas, acariciaba mi espalda, yo sentía una vez más como llega el orgasmo, me aferré a la camilla y parte bien la cola para sentirlo bien dentro y al fondo “Ummmm “ mordí la sabana para no gritar, no sé si era la obligación de estar en silencio, pero ese orgasmo lo sentí aún más intenso que el anterior, Alejandro aumento el ritmo de las embestidas
– Que rico mi bella, cuantos orgasmos vas, espera que viene otro
Y no sé como hizo, apenas me recuperaba de este orgasmo y la estaba viniéndome otra vez, esta vez él lo sintió, y se quedó clavándome bien al fondo, y exploto dentro mío, ese tronco rico empezó a hincharse y a latir, sentí su leche caliente en mis entrañas mientras suspiraba en mi oído y se aferraba a mis caderas. Qué difícil es venirse sin poder gritar!!! Yo mordía mis labios para poder aguantar mi grito, que delicia era tener su lechada dentro mío después de tanto tiempo deseándolo.
Se acomodó la ropa, organizamos la camilla y me acosté nuevamente. El besó mi trasero, luego me dió un beso en la boca y se despidió. Afuera fue mi marido el que le pagó, desde adentro le pedí que le diera una buena propina, total, se lo merecía por hacerme tan feliz.
Dormí casi por una hora, feliz y relajada, cuando desperté mi marido ya no estaba, cogí el celular y le escribí a mi mejor amiga “y llego el día en me comí al chamo”.
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