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Trabajo en una oficina como responsable del departamento de informática. Todos los días sucedían de lo más monótono. De repente, un día, como quién no quiere la cosa, una compañera de la cual no diré el nombre, empezó a tratarme de una forma diferente. No sé, como si yo le atrajera o algo así. Lo notaba en su forma de hablar, de mirarme, incluso en que a veces intentaba cualquier roce, por imposible que pareciera, para tocarme.
Pasaron unos días y la cosa iba a mayores. Lo que al principio parecía ser de forma ingenua, o incluso pensando yo que estaba exagerando, fue a más.
Antes de ayer nos quedamos los dos solos hasta última hora, casualidades de la vida teníamos que terminar un programa para entregarlo al día siguiente.
Ella se ponía detrás de mi mirando como yo le explicaba lo que tenía que hacer para adelantar tiempo. Sus pechos rozaban mi espalda levemente. Su aliento estaba cada vez más cerca de mi cuello. Sus manos me rozaban de vez en cuando, he incluso me abrazaba cuando surgía algún tema simpático.
No lo puede soportar, así que deslicé mi mano derecha por detrás de la silla y agarré su bonito trasero. Ella me miró sin decir nada. Entonces, cogió mi mano y la dirigió directamente a la raja de su culo. Empecé a tocarlo suavemente, sin prisas. Sólo nos mirábamos, ni una sola palabra. Mi dedo empezó a acercarse a su ano hasta que, sin poder remediarlo, lo introduje un poco. Ella gimió. En ese momento nuestras bocas se acercaron para comerse mutuamente.
Nuestras lenguas jugaban entre sí, de forma frenética.
Mientras yo le metía el dedo por el culo, y con el pulgar acariciaba el agujero de su coño, ella me desabrochó el pantalón. Mi polla estaba a mil. La cogió con su mano izquierda, sin dejar de besarnos. Estuvo un rato haciéndome una paja, pero en seguida dejo de morder mi boca para empezar a morder mi polla.
Estaba como loco, que buena estaba y que mamada me estaba haciendo. No aguante mucho antes de correrme, comiéndose toda mi leche. Ella apartó su tanga hacia un lado, se sentó en mi polla y comenzó a follarme. Todavía no me había dado tiempo de recuperarme de la mamada que me había hecho cuando ya tenía toda mi polla en su chocho.
Estaba húmedo, resbalaba muy bien, incluso se oía un pequeño ruidillo como de succión.
Nos corrimos, yo por segunda vez. Ella me limpió la polla con la boca, me abrochó el pantalón y se colocó un poco la ropa. Después me dijo:
—Mira Juan, tenía unas ganas locas de follar contigo, pero esta es la primera y la última vez. Sólo sexo mi amor, sólo sexo.
Acabamos lo que teníamos que hacer y cada uno para su casa. Por supuesto de esto mi mujer no sabe nada. Ella jamás se me volvió a insinuar, aunque sigue pasándose por mi oficina.
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