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Categoría: Maduras

Estímulos maduros.

Al parecer en la vida de las personas, nada queda suelto al azar sino que una y otra acción guardan relación aun cuando ni siquiera nos demos cuenta de ello, o en el mejor de los casos, nos esforcemos por hacerlos encajar a nuestro antojo y conveniencia.



Es eso seguramente que sucedió conmigo y ahora les traigo algo que guarda relación y quizá hasta congruencia con mis anteriores relatos. Para unos parecerá una fantasía suelta, sumergida en un torrente de palabras, y para otros quizá les endulce el paladar al comprobar que –a lo mejor- también vivieron una situación igual.



La señorita Asunción nos parecía, o mejor, era una mujer intachable, piadosa, recatada y dedicada a los quehaceres de su casa. En un pueblo pequeño casi todos se conocen y existe la confianza suficiente para, a veces poner las manos sobre el fuego por muchos de los vecinos. Eso sucedía entre ella y mi familia. Última de entre sus hermanos, había quedado sola después de la muerte de sus padres. Un buen tiempo había pasado así, y cuando el abuelo Agustín quedó viudo, casi de manera unánime mis tíos habían cabildeado para que se le pidiera un enorme favor: ayudar con el cuidado del abuelo, al menos cuando sus obligaciones personales se lo permitieran. Así fue, y tras pocos meses de soledad y de poco cuidado, la casa del abuelo empezaba a tomar el orden, con la debida diligencia de la señorita Asunción. Había tal confianza con ella que prácticamente llegó a tomar el control de absolutamente todo; al principio, asistiendo cuando sus quehaceres personales se lo permitían y más tarde, olvidándose del tiempo y de sus piadosas amistades.



Cabe resaltar que las edades entre los dos resultaban tan distantes, que bien podían pasar por padre e hija. Ella bordeando los cuarenta y él, sobrepasando los ochenta. Sin embargo eso no fue ningún obstáculo para notar que pasadas las semanas, había noches que ella pernoctaba en casa del abuelo….



Para cuando esto sucedía, yo tenía unos 18 años más o menos. Al tener la casa de mis padres a poca distancia de la de los abuelos, no resultaba extraño que la frecuentara. Pues a mí me resultaba demasiado agradable la compañía, la conversación, las anécdotas y sobre todo, la manera pulcra y amable con la que él me consentía. Yo lo admiraba y eso no podía pasar por desapercibido para la señorita Asunción, que poco a poco también se constituyó en mi aliada. Claro, había mucho en mí que ella ignoraba en ese entonces.



El tiempo sin perdonarnos a nadie, pasó, creo que demasiado veloz y cuando menos acordamos, el abuelo Agustín se nos fue para siempre. Una pérdida demasiado sensible para todos, especialmente para mí…y para la señorita Asunción. Algo más de diez años habían pasado fugaces.



Ella retornó a su descuidada casita, pero quedó el sabor agradable de haberse constituido en la mano derecha de la familia en el cuidado del abuelo. Por lo tanto, la relación entre ella y mi familia siguió sólida como el primer día. Claro, todos sabíamos que lo atendió eficazmente en todo…sí, en todo!



Habían pasado casi tres años ya tras el fallecimiento del abuelo, y un buen día en el que ella se había esmerado haciendo unas golosinas que sabía que eran de mi agrado, me invitó para que las degustara. Solícita como siempre, llenó el tiempo con una agradable charla hasta que de pronto se tocó el tema de sus años al cuidado del abuelo.



Quedándose pensativa unos instantes me dijo suspirando:



-¿Sabes que tu abuelo fue el primer hombre en mi vida?



Yo fingiendo o convencido, le respondí sonriendo:



-Nooo…qué va, eso si que no me lo creo para nada!



- Seguro, y tu familia fue por eso que me solicitó el que me hiciera cargo del cuidado. Es así. Pero tu abuelo me resultó mucho más encantador en la soledad, de lo que yo lo conocí en los años que llevaba como solamente una vecina.



Para entonces, yo ya había resuelto que me ganaría la confianza de ella para hurgar en los secretos que guardaba.



No se inmutó y su charla se transformó en el relato de cómo fue poco a poco enamorándose de él.



-        A pesar de la edad, tu abuelo me resultó irresistible, me dijo. Me pareció muy, pero muy dotado…tú me entiendes… Yo no había visto nunca su entrepierna…pero a los pocos días a su servicio, me volvía visca por mirarlo. Yo que pensaba que nunca me interesaría en eso…es más, me parecía hasta repugnante…pero aquello cambió radicalmente mi pensamiento.



-        ¿Y…cómo empezaron las cosas?  -le dije-  



Con evidente emoción continuó:



-        A los pocos días, le noté ese enorme bulto entre las piernas al sentarse y si bien al principio evitaba mirarlo, luego me entró la curiosidad….hasta que ya no encontraba el día de lanzarme sobre él para investigarlo. El respeto me contenía. Cuando arreglaba su ropa, especialmente sus interiores, mi pensamiento volvía sobre eso, y…fue que cierta tarde, antes de servirle la cena…cobré valor y le pregunté que porqué se le resaltaba tanto.



El me dijo que ya no le funcionaba como en joven, pero que se debía a que sus grandes pelotas estaban demasiado colgantes y que por eso mismo utilizaba ropa lo suficientemente holgada. Además, -adivinando mis intenciones-  que si lo deseaba, podría yo ubicarme convenientemente para que lo examinara con mis propios ojos y manos. ¿Qué más podía pedir? Me senté junto a él, le desabotoné la bragueta y metí mi mano temerosa delicadamente entre sus ropas. Lo que palpé me dejó helada. Recuerda que hasta ese momento yo no había tocado ni mirado a ningún hombre…



La suavidad, la tersura y las proporciones que palparon mis dedos, me obligaron a abrir bien los ojos. Como pude y tratando de ser delicada los extraje hacia a fuera; primero el pene y luego la enorme bolsa con sus testículos. No creía lo que miraba. El pene era largo y de un color marrón agradable. Al cogerlo, quedaba largamente fuera de mi mano y esa “cosa” de la punta con esa forma tan extraña…Uhmmm  Esos huevos tan grandes estaban como sueltos, se balanceaban dentro de una bolsa de color obscuro  y empecé como una autómata a acariciarlos y a mimarlos. En la mano se sentía como si estuvieran envueltos en una fina de seda. Ni siquiera sabía qué hacer. Cuando notó mi turbación, tomándome el rostro con su mano y mirándome fijamente me dijo: espero que lo hagas como a mi me gusta.



-        Yo para entonces babeaba…me había quedado mudo y solo esperaba escuchar la historia.



-        Doña Asunción prosiguió su relato: A tu abuelo, le había gustado que inicien jugando con sus testículos, frotándole su flácido pene para que se le levante. Que seguramente no se le iba a parar, me dijo, porque ya desde la época de doña Carmen, su esposa…había empezado a resultarle difícil. Transcurrieron largos los minutos y como no sucedía nada, me dijo: ya lo ves, no funciona. Quizá en otro día. Se puso serio, se volvió hacia adentro todo su equipaje y empezó a abotonarse sus ropas. Así transcurrió la primera vez y el primer intento….a mí, se me había mojado la vagina y luego harto me costó para olvidarme un poco del asunto. Pero con el paso de los días, lo que deseaba era repetir aunque solo fuera eso. Había empezado a desearlo y la imagen de sus atributos varoniles moldeados en las telas de sus ropas cada vez que lo tenía sentado en frente, ya no se apartaban de mi mente y menos de mis manos. Se había despertado un deseo que jamás había conocido.



Mientras me hablaba, yo ya había comenzado a experimentar una erección más que evidente, de  lo cual ella, también se había percatado pues estábamos sentados frente a frente.



-        Algo te ocurre? –me dijo sonriendo-



Y ante mi vacilación, con gran aplomo continuó:



       - No te sientas incómodo…dímelo. No quiero que ante mí te avergüences. Si te estoy contando mis intimidades con tu abuelo, es porque deseo que tú también me tengas confianza y de ser así, quizá pueda ayudarte en algo….¿entiendes?



-        Es que lo que me acabas de contar me ha puesto el corazón acelerado, le dije…y cómo se lo habré dicho, que se levantó y  rápidamente se sentó a mi lado…para acto seguido dejar descansar su mano sobre mi pequeño bulto, mientras que con el otro brazo echándomelo al cuello, me arrastró hasta que mi rostro se perdiera entre su abundante cabello.



Unos minutos estuvimos abrazados, respirándonos al oído mutuamente; minutos que para mí me parecieron eternos porque para mí era la primera vez que sentía la proximidad de una mujer –y madura por añadidura- después de tantos años de haberme consolado solo. Cuando casi creía que mis vicios me habían condenado para siempre.



Cuando recobré el habla, solamente pude decirle:



-        Sí, anda. Yo también quiero un inicio igual que el de mi abuelo….pero…no sé…tú eres la que sabes….



-        Tranquilo, deja la timidez a un lado y permíteme ayudarte. Tu abuelo no dirá nada.



Dicho esto, hábilmente desató mi cinturón, corrió la cremallera de mi pantalón y me lo ayudó a quitar…dejándome solo en calzoncillos. Yo, nervioso le había tocado su cuerpo por encima de sus vestidos, hasta tocarle los muslos bajo sus faldas torpemente. Cuando empecé a recobrar mi serenidad, pude mirar su mirada entre admirada y divertida. Fijamente se había quedado como estudiando a su presa. Y es que si bien mi pene pugnaba bajo las telas de mi calzoncillo, prácticamente era lo único que se abultaba.



-        Aquí hay un pequeño escondido?, me dijo sonriendo… Veamos….



Le tome su pequeña mano derecha y la introduje bajo mi calzoncillo. Qué delicia, sentir por vez primera una mano femenina apretando, hurgando, amasando…lo sacó,  lo miró detenidamente como si lo examinara, le dio unas cuantas subidas y bajadas y luego me aprisionó firmemente pero con delicadeza mi pequeño escroto. Yo me había apoyado hacia atrás con mis dos manos y solo recibía sus besos y caricias.



-        Es…tan diferente…. -balbuceó-  El color….la forma…el largo….y éste pellejo que se sube y se baja….uhmmmm. Tu abuelo no tenía así ésta cosa….y ¡qué bolitas!!!!!



Luego de algunos minutos de jugarlos, se incorporó, se quitó el suéter y se desabrochó la falda. Así mismo se quitó una blusa que llevaba, quedándose solo en ropa interior.



La primera imagen femenina ofreciéndose para mí, me doblegó por completo. Mis latidos y mi rubor inicial habían empezado a esfumarse para dar paso al hombre que llevaba dentro. No podía ser de otra manera, sabiendo de dónde provenía.



Lentamente me incorporé también, me quité la camisa y el vividí que llevaba puesto y la tomé entre mis brazos. La aprisioné como si mi vida dependiera de aquello…y por vez primera, a mis años…sentía el calor de la proximidad de una vagina de verdad. Nos besamos largamente, ya no teníamos prisa alguna…yo ningún miedo, y ella, dispuesta a prodigarme las experiencias vividas con el abuelo.



Recorriendo con sus labios mi pecho, fue bajando poco a poco acariciándome la espalda, las nalgas….con sus manos bajó mi calzoncillo dejando completamente expuesto lo que había debajo. Se arrodilló hasta dejar pegado su rostro al rosado capullo de mi pene. Lo frotó contra su cara, lo besó, lo lamió, con sus labios lo recorrió en todo lo largo, subiendo y bajando hasta aplicar la lengua a mi escroto…cogió mi pene dentro de su boca y comenzó un juego con su lengua….yo estaba al borde casi de soltar lo que llevaba…pero ella se detuvo y me ofreció su intimidad para que la acariciara.



Empecé por sobre sus calzonarias…qué delicia…sabiendo  que allí debajo estaba….Noté un calor húmedo bajo sus ropas. Froté sus nalgas, sus muslos, su vientre. Acaricié sus pechos bajo el sujetador que pronto yo mismo logré desatar para que quedaran a mi vista.



De ahí me llevó a su habitación…me ofreció su cama, y de la manera más tierna me cubrió con sus sábanas.



Nunca lo había hecho, pero como un autómata me deslicé hasta sus pies y apreté mi rostro entre el vértice de sus piernas…El aroma que se desprendía, me hizo buscar la manera de quitarle sus calzonarias para llegar hasta su abertura para empezar a besarla, a lamerla y a tratar de introducir la punta de mi lengua en esa vagina pequeña, aún estrecha; poco utilizada. Más tarde me diría que esa era su primera vez de esa forma.



Fue entonces que conocí la sensación de tocar y ser tocado. Aquella vagina cálida, húmeda y desprendiendo un aroma que me derritió. Estaba completamente lista porque enseguida me pidió entre jadeos:



-Mételo, por favor mételo ya.



Y se dispuso de espaldas para que yo me subiera encima. Lo hice y ella misma tomando mi pene lo colocó entre sus labios vaginales. Solo empujé y una sensación resbalosa, caliente, se apoderó de mi pequeño instrumento. Bastaron unos pocos vaivenes de mi cadera para notar que su expresión se transformaba. Sus jadeos casi eran gritos…como si fuera a llorar. Por un segundo me asusté…pero el descontrol de la situación lo cambió todo, porque yo también había empezado a lanzarlo todo… y lo lancé dentro de ella……



Perdí la noción del tiempo. En medio de sudores, con el corazón latiendo como alocado y con una pequeña pilila aún pegando sus pellejos a los bordes de su primera vagina…recobré el sentido, fuertemente abrazados.



Cómo olvidarlo.



Mi primera y única mujer…la que sació las tardías necesidades del padre de mi padre. Durante casi diez años, lo hicimos regularmente. Desde aquella tarde calurosa de noviembre, yo la visitaba disimuladamente y como nadie nunca sospechó nada (creo), no teníamos ni miedos ni prisas.



Con el transcurso del tiempo nos contamos mutuamente todos nuestros secretos, lo cual nos ayudaba y reafirmaba. Ella me contó que se había mantenido virgen hasta cuando conoció al abuelo Agustín y de cómo, los dos de mutuo acuerdo luego de aquella primera vista, fueron ganándole a la impotencia de él, porque jugando le había asegurado que su delgado pene, cuando parado, no se volvía demasiado grueso y por lo tanto sería poco el esfuerzo de su parte para recibirlo. Cosa que efectivamente lo comprobó llegado el momento. Que lo hizo de manera tan delicada y sin violencia, al punto que cuando menos lo esperaba ya estuvo dentro de ella para su deleite…y esa fue la manera en la que lo hizo siempre.



Que claro, al principio le fue difícil controlar sus ganas por repetir una y mil veces, y que se sentía confundida al no saber qué mismo debía hacer o esperar, al ver que al largo, delgado y moreno pene le costaba mantener una erección que fuera suficiente para introducirse en ella. Pero que al enterarse  -sugerencias del abuelo-   y darse cuenta de que aparte de las manos, podía usar su boca y lengua para estimular “esa cosa”, lo hizo y logró resultados sorprendentes. Que lo que más le gustaba, era sentir las enormes pelotas estranguladas entre sus piernas, esto, debido a que se mantenían colgantes todo el tiempo. Que con el abuelo solo lo hacían a la misionera y que él, solía lanzar unos gemidos de susto. Tanto que muchas veces tuvo miedo de que algo malo le ocurriera. Me contó que ella se excitaba tanto, que a los pocos segundos de sentirlo al pene dentro, le venían unos espasmos repetidos que la dejaban noqueada por un buen rato, y esto, acentuado con la sensación de la gran cantidad de semen caliente que se le derramaba dentro…Además, que al abuelo le vencía el sueño al poco instante, por lo que su largo instrumento completamente desinflado se quedaba dentro de ella hasta cuando cansada de tenerlo encima, ella misma lo acomodaba a un lado. Que otras veces se le levantaba pero que al parecer no sentía muchas ganas de meterlo, así que la abrazaba por la espalda y la ponía a horcajadas sobre el pene, y ella al sentirlo adelante y frente a su vagina inconscientemente se movía y al vaivén de su entrepierna lo hacía venir para su deleite… Y así, tantos secretos, que había aprendido en esos pocos años…que en realidad, activos, no habían sido más de cinco, me dijo…puesto que poco a poco se le fue perdiendo la capacidad al abuelo y que los últimos años, los dos se conformaban apenas con caricias mutuas, mientras él le repasaba escenas eróticas en parte ciertas o quizá, medio inventadas.



-Pero yo…yo si que me quedé en medio del camino, me dijo. Ahora, tú completarás la obra ¿O no?



-Sí, lo haré…lo haremos, fue mi respuesta. Tú sabes también cosas que yo ignoro, y te pido que me las cuentes. No te guardes nada. Es esa mi condición.



Y no se guardó nada.



Es extraño. Mi visión del sexo cambió radicalmente. Al disponer de una mujer totalmente confiable para practicarlo, en retribución obtuvo mi cariño, mi comprensión y hasta casi podría decirlo: mi respeto. Seguramente no es ese el término apropiado pero tuvimos un entendimiento que quizá muchas parejas formalmente casadas lo envidiarían. Se sentía dichosa  -creo-  al saber que, por decirlo de alguna manera, mi virginidad se la entregué a ella.



Fue mi puerta de escape a mis prácticas masturbadoras. Completando mis fantasías y fijaciones, me reafirmó en mi rol de hombre. A ella se lo conté todo y jamás se burló o se escandalizó por lo que vio o escuchó….Es más, de manejar y practicar con instrumentos grandes, pasó a hacerlo con menos de la mitad  –consiente estoy de ello-  y para ella fue enteramente placentero.



-No te sientas pequeño, me dijo en cierta ocasión. Creo que es cuestión de ganas y de habilidad, nada más. Contigo lo siento como si siempre fuera mi primera vez.



El cáncer de mama detectado después de los 62 la hizo volverse al recogimiento y la penitencia. A la abstención. Yo la apoyé siempre. Terminamos como grandes amigos.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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