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Estábamos borrachos

Estábamos bastante borrachos. Aún hoy, cuando trato de pensar en ello, no puedo recordar cómo acabamos en mi casa. Había sido un día de bebida dura; primero una fiesta de la cerveza, después la continuación por los bares de la ciudad, y ya era más de las seis de la mañana y continuábamos bebiendo. Celia estaba tumbada en un sofá y Roberto, mi novio, y yo en otro. Para nosotros la situación era bastante picante; algunas noches yo le contaba al oído a Roberto historias guarras, tríos imaginarios -muchos de ellos con Celia de protagonista- que lo ponen a mil.
Para terminar de aderezar la situación, de vez en cuando nos metíamos mano sin que ella nos viera, mirándola subrepticiamente para aumentar el morbo. He de reconocer que para mí la situación era algo violenta, pero no se sí por la borrachera o por lo que fuera no podía evitar mirar a Celia y hacerle gestos obscenos a Roberto.

Celia llevaba una falda bastante corta, sin medias, y altos tacones. Tumbada como estaba, la falda se le subía y dejaba ver más de medio muslo. No se le veían unas piernas especialmente bonitas, sin embargo tenía su cosa observarla en esa postura. En esos momentos reconocía lo que Roberto tantas veces me había dicho: Celia era una cachonda. Aquel día, con su generoso escote, su falda cortita y la mirada algo perdida por el alcohol, no me quedó ninguna duda; a Celia le gustaba exhibirse, poner cachondo al personal, que la miraran.

Encendimos la tele y, sorpresa, en un canal local estaban echando los típicos anuncios de teléfono erótico. Unas maravillosas rubias se besaban invitando a los solitarios a llamar para hacerles compañía.

Los tres reímos e hicimos las bromas de rigor, que si la chica esta haría tal cosa, que sí aquella tiene cara de comérselas dobladas. En esas estábamos cuando Roberto comenzó a acariciarme la espalda; sólo él sabe lo caliente que me pone que recorran con un dedo mi espalda.

Celia se volvió a mirar la tele, todavía riendo de los chistes y sin prestarnos atención.

Entonces Roberto me aupó encima suya. Yo también llevaba falda, por lo que me la subió de modo que sólo quedaran mis bragas entre él y yo. Estaba empalmadísimo; podía sentir su vara presionándome el coño. Lo miré molesta y algo avergonzada, sin embargo me apretó más contar sí y comenzó a moverse rítmicamente. Yo miraba a Celia, al tiempo excitada, al tiempo rezando para que no volviera la cabeza.

Las manos de Roberto subieron desde mis rodillas a la parte interior de los muslos, abriéndome las piernas suavemente. Sabía donde acabarían sus manos. Traté de resistirme; tal vez era demasiado tarde, o quizá desde el momento en que llegamos a mi casa había estando deseando que pasara. Roberto agarraba mis cadera y se movía más rápido cada vez. Dos de sus dedos salvaron rápidamente el obstáculo de mis bragas para acariciarme el clítoris. Sabía cómo hacerlo, estaba totalmente perdida. Hasta entonces había logrado ahogar todos mis gemidos, mas cuando un dedo me penetró aullé con desenfreno.

Ella nos miró. Habría esperado que se levantara indignada y se fuera o que se riera con ganas, pero jamás hubiera pensado que se quedara observándonos lascivamente.

Roberto me llevó hacia el dormitorio. Antes de entrar no pude evitar volver la cabeza para ver como Celia nos seguía con la mirada.

Tumbados en la cama nos desvestimos frenéticamente. Mientras me prodigaba en caricias al cuerpo de Roberto podía notar como ella nos observaba.

Sabía que estaba allí, que había elegido quedarse para mirarnos. Sin saber porqué, eso aumentó mi excitación. Bajé la cabeza hasta la polla de mi novio y comencé una mamada digna de película porno. Al poco tiempo él acababa en mi boca. La primera sacudida fue directa a mi garganta, pero después pude ir acumulando bien su líquido. Me lo tragué enterito, hasta la última gota.

"Ven aquí", le ordenó a Celia. Ella se acercó sin dudarlo y Roberto la tomó por la cintura y la empujó hacia mí. Una encima de la otra, nos quedamos por un instante quietas. Podía oir su respiración agitada. Poco a poco mis manos comenzaron a moverse por aquel cuerpo entrado en carnes y acogedor. Fue como romper el hielo; a continuación Celia me besó y toqueteó sin tapujos.

Se quitaba la ropa casi sin despegarse de mí y me miraba lascivamente. Eso terminó de ponerme cachondísima, como nunca lo he estado. Yo fui quien le quitó las bragas.

Jamás pensé que pudiera comportarme así.
Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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