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Categoría: Confesiones

Esta es mi historia 1

Al paso de los años, después de vivir, los hombres tenemos la urgente necesidad de ponernos a reflexionar sobre lo que hemos hecho y logrado al paso de los años, muchas veces para algunos, se tienen insatisfacciones y se tienen cosas aún pendientes de hacer, cosas que conseguir o bien metas que aun deseamos alcanzar.

Como esto es válido, también lo es que la vida misma va dejando huellas en uno, mismas que definen el comportamiento y el accionar de las personas en la forma de enfrentar la vida, tengo huellas en la piel de heridas que me causaron accidentes físicos, varias, no obstante hay momentos en que no reparo en ellas y hay algunas que por momentos he olvidado, de igual forma he tenido experiencias físicas y morales que han dejado marcas en mí, tratando de encontrar la razón de algunas de mis ansiedades, de algunas de mis cosas pendientes de hacer, me doy a la tarea de rememorar todas aquellas que en el nivel sexual recibí al paso de los años.

Considero al sexo una parte fundamental de la existencia de cualquier persona ya que es tan importante o más que la necesidad de alimentarnos, de dormir, de expresarnos.

Por ello, decidí, hacer un recorrido por mi existencia, privilegiando todas aquellas de índole sexual, si al momento, lector, hasta aquí has llegado, te invito a acompañarme en mi recorrido, tal vez encuentres similitudes y porque no en algún momento te sientas identificado, tal vez a algunos les parezca grotesco e impensable, lo que no podrán negar es que son la más rigurosa verdad y no están descritas para mi vanagloria ni para mi justificación, hoy casi tengo los setenta años y no persigo más que el esclarecimiento de algunos de mis procederes.

 

El comienzo o mis inicios.

Aprendí a leer y a escribir a la temprana edad de cuatro años, mi abuela se encargó de meterme las primeras letras, con el ejemplo diario de lectura que ella disfrutaba cuando aún veía, auxiliada del Silabario de San Miguel, panfletito que adquirió a la salida de una de las Iglesias a las que me llevaba, después de tres meses ya leía  y me entretenía mucho buscando libros que con algunas ilustraciones, me hicieran más atractiva la aventura de leer, así conocí a Salgari, Dumas, Allan Poe y otros muchos en la amplia biblioteca que habíamos heredado del abuelo. Por esos años, la educación en mi país era privilegio de pocos, no obstante hubo un momento en que necesite ingresar a una escuela oficial, imposible hacerlo cuando algunos de los profesores, no me aceptaban porque según ellos, yo sabía demasiado, teniendo seis años y escuchar eso me hacía sentir bien, mi vanidad daba sus primeros pasos; a final de cuentas tuve que ser inscrito en una pequeña escuela pastoral, dirigida y manejada por monjas que después de muchos exámenes y consideraciones, decidieron colocarme en el nivel de cuarto año bajo la tutela de la madre Casilda, quien amorosamente siempre me cobijaba entre sus brazos.

Fue ella, la primera mujer a la que vi con otros ojos diferentes, déjenme explicar; siempre que dejaba alguna tarea, era a mí al que primero la pedía, premiaba mis aciertos con un leve pellizco en mis carrillos, cuando mi trabajo era mejor o más bueno que el del resto de los niños, me abrazaba y pegaba a su cuerpo, cosa que me encantaba pues bajo el habito yo intuía que tenía los senos más grandes que los de mi propia madre y además los sentía más duros.

Por aquel tiempo, yo ampliaba mis conocimientos utilizando un viejo diccionario Espasa-Calpe que estaba lleno de ilustraciones, ahí pude apreciar sin ambages, las ilustraciones de esculturas como la de la Venus, El David, Leda y el Cisne y muchas otras más ya que el diccionario tenía casi una ilustración por palabra, también tenía referencias de oraciones o partes de algún verso para ilustrar mejor la comprensión de la palabra definida.

Pues bien, yo buscaba el contacto más íntimo con esas protuberancias duras y grandes de la madre Casilda, ellas muchas veces, dándose cuenta, me tocaba el frente de mi pantalón, a la altura de mi bragueta, y sonriente siempre me decía: -¡Hay picaron! ¡Picaron! Y picaron me fui haciendo.

Pasaron dos años rápidamente y mi familia se enfrentó al problema de buscar donde continuar mi educación, por esos años, las escuelas confesionales, no podían extender certificados de estudio válidos, por lo que de inmediato me llevaron a una escuela pública para obtener la certificación de la educación primaria.

Ahí estaba yo, en un grupo de niños y jóvenes, que empezaban el año escolar para concluir el sexto de educación primaria, siendo yo el más pequeño de edad pues tenía compañeros que tenían trabajo a los trece años y dos de ellos que cumplirían los dieciocho ese mismo año y estaban a punto de prestar servicio de instrucción militar.

Con la disparidad de edades, el profesor Nereo, pasaba las de Caín, pues si había disparidad de edades, también lo había de conocimientos, mi participación destacada, en todas las materias, me produjo muchos compañeros que querían ser mis amigos, para ayudarles a mejorar, hicimos círculos de estudio y siempre nos reuníamos en casa de alguno de ellos para estudiar, una tarde, cuando habíamos agotado el tema de clases y a punto de despedirnos, uno de ellos me pregunto de golpe: -¿A qué horas te la chaqueteas? O apoco ¿Estudias todo el día? No supe que contestar y los demás se rieron; después de confesar que no sabía de qué me hablaban, más de dos se ofrecieron a explicarme, omito intencionalmente los nombres, para que no se sientan balconeados, aunque siempre será útil poner a Luis, Pepe, Antonio y Juan que nunca hay grupo donde uno de estos nombres se presenten, ahí haciendo una rueda, Juan se bajó los pantalones y a todos nos enseñó su pene, lo acaricio de arriba abajo y delante de todos, pudimos apreciar como crecía, Antonio le siguió la marcha y cuando enseño su pene, casi estaba de igual tamaño al de Juan, lo siguieron Luis y Pepe quienes de inmediato ya los mostraron endurecidos aunque de menor tamaño, todos corearon para que yo enseñara el mío, titubeante, lo hice y todos me animaron a que lo sacudiera, como nunca lo había hecho, no supe bien cómo hacerlo, Juan se acercó y me dijo de bulto como debía de acariciar principalmente la cabeza, sentí diferente el contacto de su mano y mi pequeño pene empezó a crecer, ahí entre todos, empezamos a lucir nuestras erecciones.

Después de varios minutos de manipulaciones, Juan dijo – ¡Vamos a medirlos y anotamos los resultados!, Antonio saco la regla de su mochila y midió el pene de Juan, 16 centímetros anoto Luis, Se la midió el solo para que Luis anotara 14 centímetros, después giro a su derecha para medir a Pepe que solo midió 12 centímetros, yo tenía el pene muy endurecido y había dejado de moverlo ya hacía rato pues la piel me escocia un poco, Juan pidió la regla y se arrodillo para medírmelo, ponle los trece dijo, -Mójalo para que no te duela ni se te irrite me dijo casi al oído, así de rodillas, se acercó a Luis para medirlo y dijo tu ponte trece también, no te hagas que no sabías Luis, tú te lo mides diario, Luis sonrió y me sentí satisfecho, yo iba a cumplir los nueve años y ellos me llevaban al menos tres años de edad, no me felicitaron, pero yo sabía que el mío seguiría creciendo con mi edad.

Así, de repente había aprendido a acariciarme, la sensación era placentera y sobre todo si utilizaba mi saliva de lubricante, siempre me cansaba de hacerlo ya que no había posibilidad de que lograra alguna eyaculación, aunque no había visto nunca una.

En muchas tardes, los mismos amigos, insistían en la práctica de la chaqueta colectiva, con ellos vi de primera mano la primera eyaculación, Juan logro el primer lugar al ser el primero esa tarde, en tardes sucesivas, la competencia era la de ver cual chorro de leche caía más lejos, yo no lograba la mía aunque el pene se me pusiera casi morado y llegara a estar tan duro como una barra de fierro, al menos así lo sentía, por lo que yo me convertí en el campeón, pero del aguante, ya que estaba hasta una hora dándole y no pasaba nada.

Termino el año escolar y el grupo se rompió parcialmente ya que no todos íbamos a continuar la educación secundaria, aparte no a todos nos tocó la misma escuela aunque vivíamos en el mismo barrio, la “colonia Guerrero” que luego verán, tuvo mucho que ver en esta historia.

La educación secundaria era todo un nuevo reto, mas materias, más alumnos, más competencia, a pesar de ello y por ser el menor, (casi los diez años), muchos de los maestros me consideraban un alumno destacado, entre ellos brillaban con luz propia Alma maestra de biología y Guillermina, maestra de geografía, cada una a su estilo traían locos a más de cien alumnos de diferentes salones, gracias a ellos y a ellas aprendí a ver con morbo los muslos y los senos de las mujeres, los de Alma eran rotundos y blancos como el mármol, a veces casi transparentes pues se apreciaban sus venas, los de Guillermina, eran menos amplios pero tenían un color bronceado que contrastaban siempre contra el blanco de sus siempre blancas pantaletas,

De las compañeras, recuerdo solo a dos de ellas, pero más por su mirada que por sus incipientes senos, o los traseros redondos que algunas tenían, las consideraba anodinas aunque algunos compañeros se empeñaban en mostrarme sus atractivos, yo aprendí que a las mujeres les gustan los hombres de más edad que ellas.

De repente, tenía doce años, morbo y hormonas en ebullición aunque nada de mi primera eyaculación, una tarde fui sorprendido masturbándome por mi padre y se dio la primera platica seria con el relacionada al sexo, después tendríamos muchas más, la ultima la tuvimos meses antes de su muerte, pero no adelantemos.

Como resultado de esa platica, aprendí que la práctica de la masturbación, no era mala, era solo propia de mi intimidad y decidí que debía buscar horarios más propios para lograr esa intimidad, sin saber que mi padre había tomado otras acciones para que descubriera y reafirmara más mi masculinidad.

Casi un mes después de haber sido sorprendido, mi madre me dio instrucciones de preparar el catre desarmable que teníamos para subirlo a la casa de la señora Anita, sin más explicaciones  cumplí con la instrucción y subí el catre hasta su casa.

Al ser las ocho de la noche y previo a cenar, mi madre me ordeno preparar una pijama y me dijo que la acompañara, yo iba a dormir en la casa de la señora Anita, mientras su esposo estaba fuera, siendo ferrocarrilero, había subido en el escalafón y ahora le habían asignado a la línea Pulman de pasajeros en viajes México-Ciudad Juárez; el pequeño catre estaba desplegado dentro de la recamara de la señora Anita, opuesto a la cama matrimonial y pegado a una puerta balcón, mi madre había llevado ropa de cama con la que vistieron el catre, a pesar de no acostumbrarlo una pequeña almohada se colocó como cabecera, se despidieron y me dio instrucciones mi madre de no hacer ruidos antes de las siete de la mañana ya que la señora Anita, no acostumbraba levantarse temprano.

Saliendo mi madre de la vivienda, la señora Anita me invito a cenar ofreciéndome pan dulce y una taza con espumoso chocolate; aquí debo hacer un alto y describirles a Anita a quien ya nunca más le volví a decir señora, excepto cuando estaba su marido.

Anita tenía 23 años cumplidos, se había casado desde los 17 años y su esposo era un hombre de casi 35 años, no habían podido tener hijos, tal vez por ello ella lucia rotundamente hermosa.

Alta, para esos tiempos, media más del metro cincuenta y siete, blanca con un tono rosado que parecía pintar de un rubor natural toda su piel, con un busto menor al de la madre Casilda, por el escote de su vestido se apreciaba que sus senos casi se juntaban, tenía una cintura breve que destacaba mas cuando se veía la redondez de un trasero amplio y rotundo que descansaba sobre dos hermosas piernas que con muslos amplios se sostenían por unas pantorrillas definitivamente exquisitas, de pies pequeños y con facciones faciales que parecían angelicales que se iluminaban con un hermoso par de ojos cafés con miel, su cabello siempre recogido en forma de coleta, era de un color claro casi dorado.

Terminando de cenar, pasamos a la recamara, para prepararnos a dormir, no obstante, encendió la radio y empecé a poner atención al programa de misterio que empezaba, en aquellos años la radio era la única forma de entretenimiento y distracción que tenían las familias mexicanas, apenas escuche cuando me dijo que iba a bañarse.

El baño tenia puerta dentro de la misma recamara, por lo que antes de entrar, apago la luz de la habitación, prendiendo una en un pequeño tocador al lado de su cama matrimonial, la radio contaba con una luz pequeña que iluminaba el pasillo hacia el baño, ella entro vestida llevando un pequeño bulto de ropa doblada con ella.

Deben de haber transcurrido quince minutos, cuando la puerta del baño se abrió, con la luz del interior más el vapor del agua, Anita apareció ante mis ojos como una revelación, insisto en que el vapor parecía acompañarla en todos sus movimientos, una toalla envuelta sobre su cabeza, una toalla alrededor de su cuerpo, tan breve que me permitió ver sus muslos mucho más arriba de sus rodillas, caminando de puntitas, recorrió el camino hasta el costado de la cama, sacudió la toalla en la cabeza, con ambas manos revolvió su cabello hasta hacer lucir una hermosa cabellera que llegaba hasta sus hombros desnudos, se inclinó para dejar caer su cabellera por el frente de su rostro, al hacerlo, la toalla que cubría su cuerpo me permitió ver sus muslos hasta el nacimiento de sus hermosas nalgas, adivine, la unión de ellas en una pequeña hendidura, cobre conciencia que mi pene se había endurecido sin haberlo tocado, aun se endureció mas cuando Anita soltó la toalla que cubría su cuerpo, que revelación, en vivo y en directo ante mis ojos el primer cuerpo de mujer totalmente  desnuda, que par de senos, la simetría en ellos era sorprendente, coronados por pezones enhiestos que sobresalían de su piel como gomas de lápiz, aureolas del color miel de sus ojos, amplias y cubrían casi medio seno, parecía que no colgaban sino que se mantenían erguidos viendo al frente, su cintura breve tenía un ombligo perfectamente redondo y hundido a contraluz se veía color café, bajo de este una mata breve de cabello rubio, casi dorado en forma de triángulo invertido, tomo un camisón de sobre la cama y cubrió la visión que había tenido, al acercarse a la lámpara, las transparencias de la tela, me permitieron volver a adivinar esa bella silueta.

Anita, levanto las cobijas y se metió a la cama; apago la luz de la lámpara, ahora la habitación era obscura con la tenue  luz de la radio, en esa penumbra, mi mano llego a mi pene y comencé a manipularlo, su dureza me escocia, tenía la boca seca y no me animaba a mojar mi mano para no delatar mis movimientos, comencé a hacerme un ovillo, al ver mis movimientos y la posición que tomaba, Anita me pregunto: -¿Tienes frio? Porque la puerta al balcón tiene rendijas, ¿Quieres otra cobija? Un Si titubeante salió de mis labios, -¿Si, de Tienes Frio? O ¿Si, de que Quieres otra cobija? Pregunto jugando conmigo.

Anita, salió de la cama, encendió la luz de la mesa, se enfundo unas pantuflas y de puntillas se acercó a mi catre, de cerca pude apreciar que sus pezones se marcaban con claridad contra la tela de su camisón, veía a sus senos moverse en forma acompasada y simétrica, al inclinarse y verme de cerca, se percató que yo estaba empezando a sudar, mi transpiración se acentuaba en mi frente, todo yo me sentía ardiendo, solté mi pene, ella sonrió y me dijo: -Párate, te preparare un té caliente; no quería moverme, me puse de pie muy a mi pesar ya que mi erección se hiso totalmente evidente, la carpa que se levantó, hiso que Anita, dejara de sonreír y sus ojos se abrieran en forma desmesurada.

Camino hasta el interruptor principal y toda la habitación se llenó de luz, ahora podía ver mejor la silueta de su cuerpo desnudo, incluso su mata de bellos en la juntura de sus piernas, mi erección lejos de disminuir pareció crecer.

-Ven me dijo, ahora con un tono susurrante.

Camine con ella hasta el comedor, prendió la luz, jalo una silla y se sentó en ella.

Ahora mi erección apuntaba, directo a su pecho, me pidió que me acercara.

-¡Tu, no tienes frio, no necesitas un te!, ahora bien, ya se lo que necesitas.

-¡Acércate! Me dijo con voz temblorosa, su lengua humedeció sus labios, extendió una mano hacia las mías que intentaban cubrir lo de sobra evidente.

-Por favor, ¡Déjame verlo! Pidió con la mirada fija en mis ojos, queriendo ver en ellos alguna reacción negativa.

Sin mucha malicia y acostumbrado a mostrarlo con los compañeros, baje el pantaloncillo de la pijama con todo y mis calzones, como resorte mi pene salió, apuntando al cielo como en actitud retadora.

Anita, llevo sus manos a su cara y tapo su boca denotando con su gesto y expresión una genuina sorpresa, extendió ambas manos hacia mí y me jalo más cerca de ella.

-¿Me dejarías tocarlo? Me miro y descubrí en su mirada una súplica, -¿Me dejas? Volvió a inquirir, extendiendo al momento ambas manos para envolverlo sin esperar mi respuesta.

Envalentonado, pregunte: ¿Te Gusta?

-Sí, mucho; su respuesta fue acompañada por el apriete y movimiento de sus manos; mi pene creció y endureció, su tacto era totalmente distinto al de Juan, fue tan placentero que mi vanidad incremento la delicia del contacto. Al inclinarse, vi con claridad la blancura de sus senos colgantes y mi turbación desapareció por completo, deje de transpirar y sin saber porque me sentí más seguro que nunca.

Voltee la mirada para ver la hora en el reloj de pared, las nueve con quince, Anita aprovecho para acercarse más, seguía moviendo sus manos, yo sabía que podía manipularlo por más de una hora, hasta que la piel me doliera, con decisión dejo de hacerlo y tomándome de la mano, me condujo hasta su cama.

-Vamos a acostarnos juntos, pero antes de hacerlo, necesitas jurarme que nadie tiene que saber nada de esto, ¡Júramelo! Anda ¡Júramelo!

Sin saber porque, sonreí cuando le dije que por mi boca nadie lo sabría, se inclinó y me beso en la boca como para sellar el compromiso, -¡Quítate toda tu ropa! Me dijo al tiempo que ella sacaba por su cabeza su transparente camisón.

 

Continuara.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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