Mi amigo Raúl, compañero inseparable de farras y juergas, me contó esta historia. Es un tipo alto, güero, bien plantado, que con su pinta de valemadres tenía un notable éxito con las chicas. Una vez armamos un trío con una de las nenas más bellas de la escuela, pero esa es otra historia. Cuando ocurrieron los hechos él tenía 18 años. Habla Raúl:
En el piso de arriba de mi departamento vivían dos hermanitos: Hernán, de 11 años, y Sandra, de 13; y enfrente de ese depa vivía una vecinita, Mini, que tendría unos catorce años y era hija única. Mini era una nínfula hecha y derecha: medía ya como 1.60, y tiene unas delgadas y duras piernas, unas caderas muy bien formadas y una breve cintura. Y aunque sus pechos eran aún muy pequeños, estaban ya muy bien hechos. Sandra era casi de la misma estatura que Mini, y era todavía un palillito en que apenas empezaban a despuntar sus teticas, una niña, pues.
Estábamos en vacaciones de verano. Yo iba a entrar a la Uni y me la pasaba en la güeva, echado en mi cuartel, que era el cuarto de azotea, donde cheleaba, fumaba mota y le jalaba el pescuezo al ganso con singular alegría, hasta que un día mi rutina cambió, cuando noté que Mini usaba también su cuarto de azotea, exactamente atrás del mío, como refugio. Esa noche entré a su cuarto de azotea por la ventana, y taladré dos buenos agujeros que del lado mío eran amplios conos y del lado suyo dos estrechas y disimuladas rendijas. No sabía que uso les daría, pero espiar a una niña, robarle su privacidad, me parecía super excitante.
Los primeros diez días fueron un buen preámbulo. Ella solía llegar a las diez o diez y media, con sandalias, chorcitos y bodys o camisetas entalladas (¡sin brassiere!), y leía, jugaba solitarios, en fin, se hacía mensa pero, también, se tocaba. Sentada en un pequeño escritorio, mientras leía empezaba a acariciarse el sexo por arriba del chort, y entonces yo me sacudía la verga sin piedad ninguna.
El mejor de esos días, el séptimo u octavo, leyendo, leyendo, se sacó la blusa y empezó a mirarse en un espejo que tenía en una de las paredes laterales. Yo la veía hacer poses frente al espejo, apenas cubierta por sus chorts. Se movía con una sensualidad natural y acabó con la bragueta abierta, la mano dentro y masturbándose con el mismo furor que yo. Esa día estuve fantaseando miles de tonterías: pensé que podía conseguir una cámara y chantajearla, pero eso era muy bajo. Pensé también que, dado que era lectora, podía tratar de abordarla en buena lid, no se, era una escuinclita y empezaba a obsesionarme. Los sueños estaban duros, pero la realidad fue mejor.
El undécimo día de mi observación pasó algo absolutamente inesperado: Mini llegó más tarde de lo usual, pasadas las doce, y no entró sola, sino con Hernán, el mejor amigo de éste, un tal Juan que se aparecía a cada rato en el edificio, y otro mocoso del mismo pelo. Según entendí por el contexto y por lo poco que alcanzaba a oír, habían estado jugando turista o alguna tontería así en su casa, y le habían pedido insistentemente a mi adorada (ya la adoraba, tíos) que les enseñara sus pechos o algo así y terminaron apostando y, finalmente, Mini cedió a cambio de que ellos, a su vez, le ensañaran sus pititos.
Ahí estaban los tres guarrillos, enormemente excitados, y Mini se quitó la blusa, mostrando esos pechos pequeños, firmes y morenos que yo conocía ya de memoria. Los tres morros miraban extasiados (yo veía sus caras y la espalda de Mini), y entonces ella se puso la blusita y dijo que le tocaba ver. Ellos se bajaron los pantalones y mostraron sus pititos enhiestos. Ella los vio con cuidado, casi los tocó, y luego dijo: “ya están pagados: ahora vámonos”. Y salieron.
Al día siguiente, Mini llegó sola y luego de observarse y acariciarse los pechos, como había hecho otras veces, se quitó las sandalias y los chorts. Fue estupendo: como yo había imaginado, no usaba calzones debajo, y pude ver el moreno perfil de su cadera, rogando a Bogo para que se diera vuelta y me dejara contemplar su espléndida y núbil belleza. Por fin lo hizo, pero sólo brevemente, porque volvió a ponerse muy poco después frente al espejo. Con todo, alcancé a ver el delgado hilo de pelo que bordeaba unos carnosos y prietos labios, y la ya abundante mata que cubría un muy prominente monte de venus.
Otra vez pasé una noche casi sin dormir, a pesar de que me maté a pajas. Y el día 13 de mi observación, que era viernes, volví a llegar al cuarto, a los dos agujeritos que llenaban mi vida entera. Cerca de la hora acostumbrada entró Mini, y ésta vez la acompañaban Hernán, Juan y Sandra.
Mini venía vestida igual que todos esos días, y Sandra parecía haberle copiado el atuendo, sólo que su playerita sin tirantes y sus chorts escolares eran mucho más holgados. Se sentaron a la mesa, y empezaron a jugar dominó. Yo no se, nunca pude saber ni quién les había enseñado a jugar dominó, ni que había pasado para que decidieran jugar a lo que iban a jugar, pero ahí estaban, Hernán y Juan contra Mini y Sandra. Los morros se quitaron su ropa, salvo los calzones, y empezó el juego.
Jugaban de apuesta: cada vez que una de ellas perdían, se sacaban una prenda, y cuando ganaban, los dos mocosos hacían 100 sentadillas. Pronto mi reinita y la niña amiga suya estaban en pelotas, y los dos morros habían hecho un buen ejercicio.
Pero no había reglas precisas o, si las hubo, se las pasaron por los huevos (u ovarios, cada quién). Yo decidí que no podía seguir así: estaba actuando peor que los críos: ellos habían tomado la iniciativa y yo, uno de los chavales más exitosos de la prepa, nomás los estaba mirando. No es que fuera yo un tigre, pero había perdido el virgo dos años antes, con la esposa de un amigo de la familia, una mujer de 28 años, madre de dos niños, a la que me follaba cada vez que había oportunidad, a la que me sigo follando, pero ese era todo mi bagaje.
Si quieren saber cómo terminó esta historia, cómo me las ingenié... deben traerme una botella de tequila añejo –nos dijo. Vayan, vayan por él.
(Continuará...)
sandokan973@yahoo.com.mx
PAra que no me dejen en escuas de saber como terminó, de paso... tendrán alguna botanita??