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Al final del campus, ocupando toda la anchura del terreno, se encontraban las instalaciones deportivas de la universidad. Siempre se encontraban repletas de alumnos de los diferentes equipos, pero María nunca había prestado la más mínima atención. Siempre pasaba por la acera que rodeaba las pistas la de atletismo sin ni siquiera girar la cara, pero aquella tarde, mientras avanzaba de camino a la entrada, no pudo evitar echar una ojeada a los alumnos. Eran jóvenes de cuerpos atléticos. Fue incapaz de evitar que su cabeza imaginase cómo sería el cuerpo de ese alumno tan diferente a los que había conocido hasta ahora. Suspiró profundamente y avanzó de nuevo en dirección al gimnasio.
Abrió su taquilla, y saco de ella un minúsculo bikini, y el albornoz. Tras la sesión de spinning en la sala, llegaba exhausta y sudorosa. La licra de su top y su culote se pegaba a su piel, marcando su cuerpo, sugiriendo la forma de su cuerpo desnudo. Su piel brillaba por el sudor, estaba completamente empapada y las gotas se deslizaban pasando por las aberturas de su ropa. El bikini consistía en un pequeño tanga, que cubría su pubis pero apenas lo hacía con sus nalgas dejando una buena parte de ellas a la vista, mientras que la parte superior consistía en 2 minúsculos triángulos. En una mujer con mayores pechos, los hubieran dejado prácticamente a la vista, pero el pecho de María era pequeño. Se puso el albornoz y tomó el camino del baño turco que era siempre su última parada previa a la ducha. La estancia estaba vacía. Era un habitáculo de reducidas dimensiones, completamente cubierto un vaho mentolado que parecía una intensa niebla en la que casi no se podía distinguir a una persona al lado. El calor hacia que cualquier persona rompiera a sudar casi de inmediato. María tomó asiento y se reclinó con las piernas estiradas. El calor del asiento sobre el cual había aposentado sus nalgas le hizo recordar el momento en que sintió el calor del cuerpo de Miguel en clase, cuando se sentó en si silla. Inmediatamente la excitación se apoderó de ella. Deseaba que llegara el momento de volver a ver a Miguel. Cerró los ojos para relajarse, pero su cabeza no se apartaba del encuentro que había planificado. Vio abrirse la puerta y entrar una figura que la gran cantidad de vapor le impedía distinguir con claridad. Volvió a cerrar los ojos, ensimismada en sus pensamientos, recordando las manos de Miguel en su cuerpo. Separo sus piernas, notaba de nuevo sus labios abiertos, húmedos y excitados. No podía evitar sentir esa sensación al pensar en Miguel y recordar la pasada tarde. El sudor resbalaba por sus piernas. Separó un poco su albornoz dejando bikini al descubierto. De repente sintió unas manos dentro de su albornoz, buscando su entrepierna apartando la parte inferior y llegando hasta su coño. Abrió los ojos.
-Miguel ¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabias que estaba aquí? –
La voz de María era una mezcla de sorpresa y deseo. Miguel apartó el tanga, dejando completamente desnudo el sexo de su profesora.
-Te vi pasar desde la pista de atletismo. Respondió el muchacho sin dejar que maniobrar.
Bajo la parte inferior del bikini hasta los tobillos, mientras María separaba las piernas facilitándole el acceso. Como pudo, se deshizo del tanga dejándolo tirado en el suelo. Abrió completamente sus piernas, dejándole vía libre. Miguel separó los labios, estirándolos permitiendo que el clítoris sobresaliera entre ellos. Estaba duro, erecto. Lo estiró, retorciéndolo, mientras se resbalaban entre sus dedos. De golpe, introdujo los dedos hasta la base de los mismos, dejándolos dentro, girándolos en redondo, rozando los pliegues, mientras con la otra mano rozaba el clítoris de María. Esta suspiraba moviéndose, acompasando sus caderas al movimiento de las manos Miguel, mientras este hundía la cabeza en su albornoz, buscando sus pechos con la boca. Soltando el nudo de su bikini, dejó sus pechos listos para satisfacer la boca juvenil de Miguel. El bikini acabo en el suelo como el tanga. Mordisqueo uno de los pezones, estirando con sus dientes a la vez que hacía lo mismo con clítoris. Ella no pudo contener un gemido, mientras buscaba el miembro de su acompañante. Deslizó la mano dentro de su bañador. No era grande, pero notaba la dureza y la humedad. Comenzó a subir y bajar su mano por ella, mientras sus dedos se empapaban. Miguel sacó sus dedos, subiéndolos por los labios de aquella mujer, con la cumplía todos sus deseos, ascendiendo por pecho hasta llevarlos a su boca. Ella los succionaba, saboreaba su flujo, jugando con su lengua entre los dedos. Miguel cogió la mano que María tenía en su pantalón y la llevó también a la boca de esta. Sacando los dedos del muchacho, ella comenzó a lamer los suyos propios, saboreando ahora aquel liquido viscoso que empapaba su mano y la entrepierna de Miguel. Ese sabor la hizo perder el control por completo. Deseaba más. Bajo el pantalón de Miguel dejando su miembro al desnudo y se coloco arrodillada entre sus piernas, con el albornoz abierto. Inclinó su cabeza y comenzó a pasar sus labios por su pene. Pasando la lengua, recogiendo de nuevo ese sabor. Abrió la boca y lo introdujo en su boca completamente, apretándolo contra su paladar, acariciándolo con sus labios, sacándola y volviendo a bajar la cabeza, presionando con sus labios para retirar su prepucio y pasar la lengua por su glande.
-¡¡Fóllame!!. ¡¡Fóllame ahora!!. No puedo aguantar. – Suplicó María con un hilo de voz entre jadeos, al tiempo que se ponía de pies para dejar caer su cuerpo y sentir como se clavaba en ella. Fue imposible. Por el cristal traslucido se podía divisar una sombra que se acercaba. Justo antes de que de la puerta se abriera, Miguel había subido su pantalón y ella había cerrado el albornoz. María no podía aguantar la excitación. Miguel recogió el bikini y lo escondió en su puño.
-Esto me lo llevo. Quiero que esta tarde estés igual que ahora. No quiero que lleves nada debajo de la ropa.
Ella no dijo nada pero su excitación era tal que no se podía negar a nada. El muchacho salió mientras ella, aún respiraba jadeante. Notaba su clítoris duro y su sexo palpitante. Espero unos minutos, respirando los vapores, recuperando la compostura antes de salir hacia el vestuario.
Sentía la fresca brisa que corría por la calle dentro de su ropa. Tal y como había dicho Miguel antes de desaparecer, se vistió sin ropa interior. Se sentía desnuda, notando directamente el roce de su camisa sobre su pecho. El vaivén de la tela al caminar la acariciaba, estremeciéndola y erizando su piel. Notaba su falda pegada a sus nalgas, restregándose en cada paso. Le costó dar los primeros pasos en la calle. Creía percibir las miradas clavadas en ella, como si la gente supiera que carecía de esa parte de su vestuario que llevaba en su mochila. En cada paso iba ganado en seguridad, a la vez que su estado de desnudez le insuflaba una morbosa sensación de libertad, deseo y sensualidad. Atravesó el campus en sentido opuesto al recorrido cuando se dirigía a la zona deportiva. A medida que se divisaba la facultad, sentía un agitado deseo de que el reloj corriera a prisa y llegaran las 7:30, en que Miguel llegara.
Eran las 16:00 horas, María detenía su coche en el aparcamiento reservado a los profesores y docentes a su llegada de la cafetería universitaria donde comía regularmente. Abrió la puerta del coche, y con sumo cuidado descendió de él juntando bien las piernas, para evitar que alguna mirada indiscreta adivinara que su tanga había quedado en su mochila. Caminó por los pasillos hasta su despacho, cruzándose con un numeroso grupo de alumnos, deseando que alguno fuera aquel que tanto deseaba. Una vez en su despacho, se sentó intentando realizar alguna tarea que hiciera que el tiempo corriera más deprisa. A medida que la hora se acercaba, su estado de ansiedad aumenta. Sobre su mesa tenía una serie de libros, pendientes de ordenar, los acerco a la mesa redonda de su despacho y comenzó a colocarlos en las baldas. La librería estaba en el lateral opuesto a la mesa. Aun quedaban unos pocos tomos cuando llamaron a la puerta. Su corazón estaba desbocado, lo notaba latir con fuerza.
-Adelante- Fue lo único que alcanzó a responder.
La puerta se abrió, al tiempo que vio aparecer la figura de Miguel, que cerraba la puerta tras de sí. La puerta quedaba a su espalda así como el muchacho. Este estaba tras de ella, mirándola fijamente. Avanzó hacia ella, mientras María, petrificada no podía moverse, esperando el siguiente movimiento del joven.
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