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El sonido del despertador sacó a María del placentero sueño en el que aparecía rodeada de muchachos mucho menores. Durante toda la tarde no pudo quitarse de la cabeza lo sucedido la mañana anterior, y parece que su subconsciente llevo aquellos hechos a su cama. No pudo recordar el sueño con claridad, pero por la humedad de su ropa, pudo hacerse una idea de lo que había vivido mientras dormía.
A pesar de haber superado los 40, aún se veía deseable y atractiva. No era muy alta, procuraba llevar faldas ceñidas que le daban un aspecto elegante, al tiempo que marcaban las curvas de sus caderas y tacones que le dieran unos centímetros extra haciendo parecer más largas sus piernas. Su cuerpo delgado le daba un aspecto mucho más juvenil del que en realidad tenía. Las sesiones diarias de gimnasio parecían dar sus frutos. Su cuerpo aún se mantenía duro y terso, sus pequeños pechos todavía eran firmes, coronados por unos pezones pequeños, duros, en punta, de aureolas oscuras que contrastaban con la palidez de su piel. Su vientre firme y plano, le permitía llevar ropa ceñida que acentuara sus formas.
Bajo el chorro de agua caliente de la ducha, dejo en blanco su mente, mientras su cuerpo se relajaba por primera vez desde la mañana anterior. El agua resbalaba por su pecho recorriendo toda su piel, a la vez que sus manos llenas de espuma, ocultaban su cuerpo. Comenzó a enjabonar sus piernas, subiendo por sus muslos, duros y contorneados, gracias a las sesiones de spinning que realizaba diariamente en el gimnasio de la universidad. Notaba su piel erizada, mientras se estremecía, recordando las sensaciones que había vivido, en su despacho. Esa misma sensación de humedad que la había acompañado, regresaba a su cuerpo. Al llegar a su sexo, abrió sus labios, deslizando sus dedos entre ellos. Estaba mucho más húmeda de lo que ella imaginaba. Rozando suavemente su clítoris, notaba aumentar su estado de excitación, a medida que su clítoris se hinchaba, asomando entre los labios. Seguían recorriéndose con sus manos, bajando por su vientre, mientras apretaba sus nalgas y sus piernas sintiendo el roce se sus muslos entre sí. Sus dedos resbalan por su piel, subiendo hasta sus pechos. Los agarró enjabonándolos, masajeándolos, acariciándolos, mientras sus pezones, se endurecían. Estaban erectos, duros, en punta, sobresaliendo exageradamente de sus aureolas, que se habían contraído en rugosos pliegues. Los estiro suavemente, resbalándose entre las yemas de sus dedos. No pudo evitar dar un respingo de placer, y soltar un leve gemido. Su estado de excitación aumentaba por momentos. Deseaba más. Cogió entre sus dedos un poco de jabón, y comenzó a pasarlo entre los labios. Estaban hinchados, carnosos…sentía como se abrían, mientras su clítoris asomaba entre ellos. Comenzó a rozarlo con fuerza, apretándolo en círculos entre sus dedos, estirándolo con suavidad. Sentía sus pezones más y más duros. Cerró los ojos y metió dos dedos hasta el fondo, dejándolos dentro y moviendo sus caderas, para que sus dedos rozaran cada pliegue interior. Apoyo su cuerpo contra la mampara, restregando sus pezones contra el cristal, sintiendo como la fría sensación, le atravesaba recorriendo su espalda con un escalofrío. Aumentaba el ritmo de sus penetraciones, apretando su cuerpo contra sus dedos, mientras el agua resbala por su espalda, deslizándose entre sus nalgas, aumentando la excitación. Metió de nuevo sus dedos, y su cuerpo se estremeció por completo, cerrando las piernas instintivamente, quedando exhausta y satisfecha. Nunca antes su cuerpo había sentido tanto placer.
Salió de su despacho avanzando con paso firme por los pasillos de la universidad, sus tacones golpeaban el suelo marcando el paso. Giró a la derecha y pudo divisar al fondo del pasillo la puerta de la clase. ¿asistiría Miguel? Sintió sus piernas flaquear a medida que se acercaba a la puerta y dudo si había escogido la ropa adecuada. Una traje de falda azul de raya diplomática, con una camisa blanca. Medias negras, hasta los muslos y unos zapatos de tacón. Un sudor frio le recorrió la espalda al cruzar el umbral de la puerta. Avanzó hasta la mesa posando sus apuntes sobre ella. Desde la posición elevada del altillo frente a la clase, ojeo entre los alumnos buscando a Miguel con la mirada. Lo encontró en el fondo, estaba de espaldas, hablando con unas de alumnas de su edad. Los celos la invadieron. Se dio media vuelta y comenzó la clase.
De espaldas a los alumnos, mientras escribía en la pizarra, imaginaba a Miguel maniobrando bajo las mesas con alguna de aquellas muchachas. Pasando sus dedos por sus muslos, mientras rozaba suavemente con las uñas la parte interna hasta llegar al límite en que la ropa ponía freno, a la vez que el cuerpo delgado y pálido, de aquel que ahora era el centro de sus pensamientos, respondía a la excitación con un erección mayúscula como la que ella misma había podido disfrutar la tarde anterior. Su imaginación y el recuerdo de la reunión, la llevaba de nuevo a ese estado de excitación y humedad, que parecía convertirse en crónico. Notaba sus bragas mojadas de nuevo, llenas de flujo, que descendía por sus labios, hasta el comienzo de sus piernas donde su fina lencería de encaje lo recogía empapándose, haciendo perdurar aquella sensación de excitante humedad.
Al girarse y dirigirse al alumnado, recorrió con la mirada la clase hasta detenerse en Miguel. Estaba al fondo de la clase. No había rastro a su alrededor de las muchachas. Desde el fondo de la clase sentía sus ojos, clavados en su cuerpo, deseaba sentir que la desnudaba con la mirada, y hacia con ella todo lo que deseaba. Mientras seguía hablando al auditorio, se sentó tras su mesa, sintiendo como en el encaje se pegaba a su labios, y estaba tan repleto que el flujo empapaba sus ingles ascendiendo por sus nalgas. Trato de acomodarse sobre la silla, lo que hizo que la rugosidad de ropa se restregara contra su cuerpo encendiendo más sus instintos. Cruzó las piernas, y al juntar los muslos, sentía como resbalaban entre sí.
Cada movimiento estaba vigilado por la atenta mirada de Miguel. Solo él entre aquel grupo suponía las sensaciones y el estado en que se encontraba la entrepierna de, hasta la tarde anterior, aquella seria e imperturbable profesora.
El sonido de la campana, marcaba el final de la hora y los alumnos comenzaban a salir por la puerta, María espera con ansia que Miguel le solicitará de nuevo una reunión en su despacho para acabar con las explicaciones del día anterior. Fue de los últimos alumnos en abandonar la clase. María esperaba. Paso por su lado, saludando sin detenerse.
Perdona Miguel tienes un momento. - María se armó de valor para dirigirse a él.
Miguel se detuvo ante la mesa, la clase se quedo vacía.
-¿Sí?
-Ayer no pudimos concluir la tutoría. ¿Aun tienes dudas?
-Sí, claro, pero supuse que quizás la tuviera esperando su marido y preferí pedir la tutoría una tarde.
La mirada del muchacho era firme y su voz segura.
-No me trates de usted, por favor.-Suplico María. -Si quieres, cuando acabes esta tarde pasa por mi despacho. No tengo ninguna cita.
-Tengo clase hasta las 7, a las 7:30 puedo estar allí.
Miguel parecía querer tenar la última palabra.
-Bien. Pues nos vemos en mi despacho.- Se despidió María tratando de ocultar su impaciencia.
Miguel avanzo hacia la puerta, antes de llegar se giró dirigiéndole una mirada a su profesora.
-Estás muy elegante hoy.
Y desapareció tras la puerta del aula, perdiéndose entre el gentío de universitario.
El aula estaba vacía. Avanzando por entre las mesas recorrió la estancia, hasta el fondo, hasta el lugar que había ocupado Miguel durante la clase. Se sentó en su asiento, aun se notaba el calor sobre la madera, y se quedó mirando la pizarra, imaginando la visión que tendría desde aquel lugar su alumno de ella misma. La tibiez del asiento y su propia humedad, había despertado de nuevo sus deseos. Pasó su mano sobre su falda y apretó sintiendo el encaje clavado en su piel. Un leve, suspiro salió de su boca. Estaba desbocada…Miguel apareció de nuevo tras la puerta.
-¿He de llevar mis apuntes esta tarde? – Preguntó desde la otra punta.
Ella estaba petrificada. Inmóvil.
-Tengo de todo allí, no es necesario.-
No acertó a decir nada más. Las piernas le temblaban. Salió en dirección a su despacho, donde estaría sola. Le parecieron interminables los pasillos, pero consiguió llegar a él y dejarse caer pesadamente sobre su silla. Aun eran las 12:00 y quedaban demasiadas horas hasta la única cita de aquella tarde.
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