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Categoría: Confesiones

Escena: Calentando el pompis de la camarera

- Disculpa. Esta sopa esta fría - dije cuando llegó la camarera a mi mesa.

La muchacha era más bien baja de estatura, tez morena, pelo largo recogido en una trenza, cara agradable y boquita de piñón. Vestía camisa blanca algo escotada bajo la que se adivinaban un par de tetas de considerable tamaño, pantalones negros y zapatos del mismo color. Su culo era amplio y algo caído, pero en conjunto atractivo a la vista.

- No creo. La sopa está perfecta. - protestó.

No fue tanto el llevarme la contraria, como el tono de desdén lo que llamó mi atención.

- Bueno. Si pudieses calentarla te lo agradecería. - respondí.

Ella cogió el plato de mala gana y se alejó.

Aproveché para acercarme al cuarto de baño.

En la barra estaba la camarera intercambiando algunas palabras con su jefe.

- Por favor... haz el favor de comportarte. - le reprochó un hombre que rondaría los sesenta años.

- Me tienen frita.

- ¡Laura! esa boca!

- ¡Qué os den a todos! - y diciendo esto se perdió tras las puertas de la cocina. Su jefe fue tras ella.

Yo me dirigí al baño, pero en lugar de entrar, me colé por una puerta lateral que me llevó hasta una sala próxima a la cocina. A través del ojo de buey, pude oír y ver más o menos lo que pasaba.

- Laura, ¡quién te crees que eres, niñata!

- Oiga. Un respeto. - Contestó la aludida.

- El respeto lo tienes que tener tú, primero con los clientes, que nos pagan y luego con el resto de tus compañeros y conmigo. - Estalló el hombre.

En la cocina, otra mujer y un hombre que debía ser el cocinero, observaban la escena.

- ¡Qué os de..!

- No. A quien hay que darte es a ti.

Diciendo esto cogió una cuchara de madera y agarrando de alguna forma a la chica, la colocó en posición, medio de pie y medio inclinada y comenzó a azotarla en el trasero.

- Pero... ¿qué hace?

 - Lo que corresponde.

 - Sonia, ayúdame. - dijo dirigiéndose a la mujer que contemplaba la escena.

 Esta se acercó y sujetó a la chica con firmeza. Su jefe aprovechó para bajarle los pantalones y las bragas, dejando a la vista un par de generosas nalgas separadas por una jugosa raja que invitaba a ser explorada. En tan humillante posición, Laura recibió no menos de una docena de contundentes azotes con el utensilio de madera y unos cuatro o cinco extra con la mano. Cuando la dejaron reincorporarse tenía la cara tan colorada como el culo.

- ¿Has entrado en razón? -

- Sí. - dijo en tono más humilde, quizás consciente de cómo se las gastaban allí.

- Bien, pues a trabajar.

Con mi paquete algo crecido después de la escena que acababa de presenciar fui al baño y unos minutos después regresé a la mesa justo a tiempo de recibir la sopa.

- Su sopa señor. Siento que estuviese fría. - Dijo la camarera con educación.

- Gracias. − repliqué con amabilidad.

Y se retiró.

Mi mirada siguió su figura, posándose en su trasero, pensando en la erótica escena de humillación pública que acababa de ver. Al llegar a la barra, mientras anotaba algo, se frotó distraída la nalga y, quizás fuese solo mi imaginación, pero creo que sonrió.
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