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Escapado de casa

Hace un par de meses cumplí 18 años, la mayoría de edad en España, y ese mismo día me fui de casa. Estaba deseoso de conocer mundo, y me fui tal cual, con prácticamente lo puesto. Creía que mis conocimientos de idiomas (hablo inglés, francés e italiano, además de español) me harían fácil salir adelante en cualquier circunstancia. Antes que nada os diré que tengo un aspecto bastante aniñado, con poca barba y cara de niño. Esa noche (porque me fui de noche, para evitar problemas en casa) hacía mucho calor, era pleno verano, y yo iba con una camiseta de tirantas y unos vaqueros gastados que me gustan mucho, muy cortos y que me quedan muy bien.



El caso es que, al poco rato de estar haciendo dedo en la carretera me paró un camión. Cuando me subí, me encontré a un chico algo mayor que yo, como de 21 ó 22 años, y a un hombre más maduro, como de 40 o así. Me recibieron muy agradablemente y me di cuenta, como de pasada, que se fijaban bastante en mi cuerpo, y que ello parecía agradarles; no le di mayor importancia, porque estoy acostumbrado a que la gente se fije en mi cuerpo, que tengo musculado pero no en exceso, y sin prácticamente vello (salvo en las zonas habituales, claro...). Bueno, el caso es que nos pusimos en marcha; a mí me sentaron en medio de ambos, porque los asientos eran muy amplios. Cuando pasó un rato el maduro me dijo que iban a salir de la carretera para descansar un rato y dormir, que lo hacían en el propio camión; a mí me pareció bien, porque ya empezaba a tener sueño. El conductor aparcó en un área de servicio, que a esa hora, las dos de la madrugada, estaba totalmente vacía y silenciosa.



El maduro sacó una botella de whisky del fuerte y se dio un largo trago; le pasó la botella a su amigo joven y éste también bebió generosamente. Cuando terminó me miró, como dudando, y me dijo:



--¿Quieres darte un trago, o es muy fuerte para ti?



Me sentí herido en mi orgullo, y aunque lo más fuerte que bebo normalmente es cerveza, tomé la botella y me la empiné. El whisky sabía horrorosamente, pero tenía que guardar las apariencias, así que bebí un tiempo que calculé más o menos similar al de mis anfitriones. En cuanto solté la botella me di cuenta de cómo emborrachaba aquello. La cabeza empezó a darme vueltas, y lo debieron de notar mis nuevos amigos, porque empezaron a reírse.



--Me parece que has pillado un colocón cosa sería -dijo el más mayor.



Yo estaba como flotando, así que, al principio, casi no me di cuenta de lo que ocurría. El maduro me había tomado de los hombros y me colocaba la cabeza entre sus piernas. Cuando me di cuenta, tenía delante mía un enorme vergajo babeante, pero mis ideas no terminaban de entender qué pasaba allí.



--Vamos, mamona, chupa el biberón de papi.



El tío me dio un tirón del pelo y yo grité, parcialmente despejado de las nubes alcohólicas; el maduro aprovechó para meterme el glande en la boca. Intenté resistirme, pero el hombre me pegó otro tirón del pelo, aún más fuerte, y comprendí que, o colaboraba, o era capaz de arrancarme el cuero cabelludo; además, me di cuenta de mi precaria situación, en un sitio desértico y con dos hombres fuertes que me tenían cercado. Jamás había tenido sexo con otros hombres, ni siquiera en el colegio las socorridas pajas que se hacían algunos compañeros entre sí; con chicas había tenido algunas relaciones, sobre todo mamadas. Me sentía asqueado de tener aquella cosa grande, caliente y babeante en la boca, pero no podía hacer nada. Otro fuerte tirón de pelo me convenció de que tenía que aplicarme a lo que estaba o lo pasaría mal. Chupé con dificultad aquella gran cabeza del nabo, y el maduro soltó un suspiro.



--Mira, Juan, el mariconcito ya empieza a colaborar, creo que vamos a hacer de él un gran puto.



Aquellos insultos, inesperadamente, me excitaron, y me di cuenta de que, entre mis piernas, mi rabo empezaba a ponerse duro.



El joven se dio cuenta:



--José, la maricona se está empalmando, me parece que no debe ser virgen.



Y el más joven me abrió el botón del pantaloncito y me lo bajó de un tirón, con los slips incluidos. Quedó al aire mis nalgas, blancas y redondas, y el joven lanzó un grito de admiración.



--Guau, este puto tiene un culo perfecto, José, nos vamos a follar un ejemplar único...



Noté como José, el maduro, se excitaba más aún con aquello, porque su nabo, en mi boca, creció y se puso duro como una piedra. Aquella polla era realmente enorme. No sé cuanto podría medir, pero no menos de 25 centímetros. Yo chupaba ya con bastante destreza aquel nabo, y me di cuenta de que cada vez me parecía menos asqueroso y más excitante. Era como una gran salchicha, caliente y rezumante de líquidos que nunca creí pudieran ser tan eróticos. Pero me quedaba como medio nabo fuera de la boca, y el tío me apretaba la cabeza cada vez más adentro, hasta que la punta del glande chocó contra las amígdalas. Allí pensé que se acababa el trayecto, pero el hombre, cuando notó las arcadas que daba cuando el nabo chocaba contra la campanilla, redobló sus esfuerzos. Notaba que me ahogaba, así que hice lo único que se me ocurría: ahuequé la garganta, intentando dejar espacio para que aquella monstruosa herramienta cupiera dentro de la cavidad. Al tercer intento lo conseguí, y el glande de aquel nabo enorme entró dentro de mi garganta, buscando las profundidades del esófago.



Mientras tanto el joven me había metido primero uno y después otro dedo en el culo, convenientemente ensalivados, y aunque al principio le costó un poco, el segundo entró sin problemas, y un tercero lo siguió algo más tarde. Me gustaban aquellos dedos removiéndose en una zona tan íntima de mi cuerpo, hasta el punto de que empecé a culear, pidiendo más dedos; el tío me metió un cuarto dedo, y me pareció alcanzar las estrellas de placer. Pero cuando el mayor me traspasó la campanilla con su enorme vergajo, noté como mi propia polla saltaba de excitación.



--Joder, tío, mira como le bota la polla, este tío está gozando de verdad -dijo el joven cuando vio cómo saltaba de excitación mi nabo.



--Bueno, tío, ¿está ya listo para que le dé por el culo? Ya sabes que me toca a mí desvirgarlo.



El otro, con cierto pesar, dijo:



--Sí, ya lo sé, venga, es todo tuyo, pero a mí me la tiene que chupar mientras tu se la metes, ¿es?



--Claro, eso seguro que no es problema para este putito, ¿verdad?



No dije nada, pero un tirón del pelo me hizo asentir con la cabeza, mientras proseguía chupando aquella gigantesca polla. El maduro me hizo que me la sacara, y ciertamente le costó trabajo, porque yo no quería desprenderme de aquel prodigio de la naturaleza.



--Suéltame la polla, joder, no seas tan maricón, que ahora te vas a enterar de lo que vale un peine.



Entre ambos invirtieron mi posición, porque yo no era capaz de casi nada. Ahora estaba con mi cabeza entre las piernas del joven, y con el culo hacia el más maduro. El joven me esperaba con un buen nabo enhiesto. No era tan grande como el de su amigo maduro, pero no debía tener menos de 21 ó 22 centímetros, y además tenía una cabeza muy grande, más de lo que correspondía al mástil. No me hice de rogar y, sobre la marcha, me metí el glande en la boca. Sabía también muy bien, como el del maduro. Por detrás, noté como una cosa grande y caliente se apoyaba a la entrada de mi culo, y, de buenas a primeras, sentí un dolor intensísimo cuando el tío me clavó por lo menos la mitad de su enorme cacharro de un solo golpe. No pude gritar porque tenía la boca llena de la polla del joven, pero mis gemidos de dolor sí que fueron evidentes. Casi estaba llorando de dolor.



--No te preocupes, mocoso, que el dolor pasará pronto, y entonces verás...



Como si lo que dijo el maduro hubiera sido un ensalmo, el dolor cesó y en su lugar llegó un placer inenarrable. Tener aquella barrena metida dentro del culo, abriéndome en canal, fue un gozo muy superior a todos los de aquella noche, que ya eran, y a gran distancia, los placeres sexuales más grandes de mi vida. El maduro metió el resto de su polla de otra embestida, y cuando la sentí dentro totalmente me recorrió un escalofrío por la columna vertebral.



--Mira el tío, tiene repeluco, el maricón está gozando con tu polla bien adentro -dijo el joven.



El maduro comenzó un duro metisaca, penetrándome una y otra vez hasta el fondo. Notaba aquella gran verga, dura como el acero, como entraba en mi culo, una y otra vez, y otra, y otra, y cada vez que entraba notaba como mi propia polla saltaba de excitación. Por delante el joven me había metido la polla hasta adentro, lo que conseguí ahora con cierta facilidad, con mi recién descubierta capacidad para tragar pollas hasta más allá de la campanilla. Fui capaz de enterrar mi nariz en su vello púbico, que aspiré con delectación; olía a macho, a sudor, a hombre que hacía tiempo no tenía sexo. Le tomé los huevos con mis manos y se los acaricié, deseando, casi inconscientemente, que me regara la boca con su savia.



Como si hubiera habido transmisión de pensamiento, el joven comenzó a jadear más fuertemente, y noté como la polla en mi boca, en ese momento acariciada por mi lengua, vibraba; el primer trallazo de su leche lo recibí en la propia lengua, y, casi involuntariamente, lo probé; tenía un sabor acre pero en absoluto desagradable; era muy excitante, y supe que quería saborear y tragarme toda la leche.



--Joder con el tío, se está mamando toda mi leche, es una maricona salida.



El otro me seguía follando sin piedad, cada vez con más fuerza, y yo notaba como mi polla estaba cada vez más dura. De repente el tío empezó a gemir con más fuerza y redobló sus emboladas. Yo culeaba ostentosamente para que me la metiera cada vez más adentro, hasta que sentí como se corría dentro de mí, llenándome de algo caliente y viscoso. Cuando terminó, se salió de mi culo, con gran dolor de mi corazón, y me colocó la polla delante de la cara, todavía rezumante de mis propios jugos anales y de la leche que me había metido en el culo. No me lo pensé dos veces y enterré aquel gran pedazo de carne caliente en la boca, y rebusqué paladeando aquel sabor morboso de mis propios jugos y del esperma ya casi cuajado.



--Esta es la maricona más grande que nos hemos follado, tío -le dijo el maduro al joven- mira, mira como le gusta rechupetear la leche...



El joven dijo entonces:



--Pues a ver si es tan puto como parece.



Me arrancó prácticamente de la polla que yo aún mamaba como un biberón y me colocó tumbado sobre el asiento. Se quitó el pantalón y se colocó a horcajadas sobre mí: me puso la raja del culo sobre la cara, y vi entonces lo que quería: tenía el agujero de su culo a apenas cinco centímetros. Yo seguía tremendamente excitado, aún sin haberme corrido, y aquella invitación me hizo dar un paso más. Saqué la lengua cuan grande era y di un lengüetazo de prueba en aquella oscura y recóndita región. El sabor no me desagradó; sabía a macho, a hombre, a sudor y a negros abismos. Me agarré entonces a sus piernas, para sujetarme mejor, y le hundí la lengua en el agujero del culo. El joven dio un respingo y comenzó a jadear. Con algún esfuerzo conseguí meterle más de cinco centímetros de lengua en el culo, y estaba gozando con aquella chupada casi tanto como cuando mamaba la polla o me la metían por detrás.



El maduro dio un tirón del más joven y dijo:



--Ahora me toca a mí, no quieras quedártelo para ti, gracioso...



Me puso el maduro su culo dentro de mi cara, y comencé a chuparle el ano. Éste sabía distinto, era como más hecho, como más hombre, y también le metí un buen pedazo de lengua.



Con la chupada que les di en el culo volvieron a ponerse a tono y se peleaban por meterme la polla de nuevo en la boca. Yo los apacigué, tomé los dos nabos con mis manos y me metí los dos entre mis labios. No tardaron mucho en correrse, y fue un torrente de leche lo que me inundó la boca, la garganta, el estómago. Justo cuando el más maduro comenzaba a largarme su esperma, yo me corrí, sin siquiera haberme tocado, y fue el orgasmo más fuerte que he tenido nunca.



Horas más tarde me dejaron en los alrededores de Madrid. Poco después conseguí un trabajo y desde entonces salgo todas las noches a las carreteras próximas a Madrid, y me pongo a hacer autostop, pero sólo a los camioneros. Aunque no todos los que me recogen están dispuestos a que les haga una mamada y a darme por el culo, sí que varios de ellos lo han hecho. Así que, sí tú eres camionero, y pasas mucho por las carreteras cercanas a la capital de España, si alguna vez ves a un adolescente guapito, con unos pantalones muy cortitos y haciendo dedo insinuantemente, ya sabes que tienes, como mínimo, un mamazo asegurado. ¿Gustas...?


Datos del Relato
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