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"El equipaje de Pablo no supera el escáner de la terminal aérea y es llamado para una revisión adicional."
“Pasajeros del Vuelo 964 con destino a Londres, presentarse para el escaneo de rutina,” una voz femenina resonó en el aeropuerto.
Pablo se puso de pie y arrastrando su equipaje, siguió a otros pasajeros que al igual que él, pasarían la revisión del escáner. El joven de 23 años, cabello castaño claro corto, ojos marrones, blanco, delgado y no muy alto aumento el paso para salir lo antes posible del chequeo. No está demás decir que nunca le había gustado esperar pues era muy impaciente y llevaba más de 2 horas esperando ese momento.
Haciendo fila detrás de una afable pareja de ancianos, Pablo movía sin cesar su pie derecho tratando de mantener la calma. Decidió quitarse la chaqueta marrón que vestía y la dejo colgar doblada en su brazo. De vez en cuando miraba por encima de la pareja para comprobar si avanzaba la fila, con los mismos resultados.
Poco a poco la fila se movió y ya se acercaba el turno de escaneo. Los jeans ajustados del joven marcaban su zona inferior bien ejercitada y realzaban su masculinidad. El paquete relucía de cualquier forma, ya sea estando de perfil o de frente, y es que además de sus 17 centímetros en erección, sus pelotas eran como un par de huevos de gallina y al llevar esos pantalones ceñidos le hacían ver más dotado.
Reviso su teléfono un poco pero ningún mensaje. Suspiro y miro al frente una vez más, solo un hombre de unos 40 años y la pareja estaban frente a él, era hora.
Subiendo el bolso sobre la cinta, está se deslizó lentamente acercando su equipaje al escáner. Por lo pronto se puso en el detector de metales y el agente le pasó el escáner por todo el cuerpo, sin ningún sobresalto como era de esperar. Cuando Pablo se encamino a la cinta para retirar su equipaje, se encontró con que no estaba sobre la cinta transportadora.
“Disculpe, pero no veo mi equipaje. Es un bolso negro con etiqueta blanca,” especificó.
El agente a cargo le miro rápidamente antes de responder.
“Si, el escáner ha detectado una irregularidad y será retenido para inspección adicional, no hay nada de que preocuparse,” respondió el hombre, vestido con uniforme de seguridad gris.
“Una irregularidad? De que está hablando?” cuestionó receloso Pablo.
“Si, será rápido. Luego podrá abordar su vuelo,” dijo con amabilidad el empleado.
“Oiga, llevo aquí más de dos horas, la verdad no estoy para bromas,” repuso Pablo algo malhumorado.
Impasible, el hombre le miro detenidamente antes de responder.
“Son las políticas de seguridad, señor, no es un capricho. La seguridad es un tema importante para nosotros,” afirmó con voz mecánica.
“No me interesa eso, no llevo nada peligroso y me está haciendo perder el tiempo, entrégueme mi equipaje,” dijo Pablo perdiendo los estribos y estirando la mano para intentar asir su bolso pero el empleado lo evito y, dando la alerta, otros vinieron y forcejearon con Pablo hasta tenerlo bien sujeto.
El hombre notificó a sus superiores del incidente siguiendo el protocolo y llevaron a Pablo y su equipaje al área de escaneo manual, lejos de las miradas de los nerviosos pasajeros, para seguir el procedimiento.
Durante el trayecto, Pablo despotrico contra todos por sus “ridículos protocolos” y trato de entorpecer pero al ver que se dirigían al cuarto de los agentes antinarcóticos, el pánico de apoderó de él pues ya no entendía que era lo que estaba sucediendo o que diablos había ocurrido con su equipaje en el escáner.
Sentado en una silla en una pequeña habitación y vigilado por un segurata, los nervios le estaban provocando náuseas y ganas de vomitar, si no llevaba nada ilegal en su bolso. Se miró las manos, blancas como el papel y solo atino a pedir un poco de agua, el agente le entrego un vaso pero apenas pudo dar un par de sorbos y dejo el vaso de plástico en la mesa.
Tras una larga espera, la puerta de la habitación se abrió y entraron cuatro mujeres vestidas todas con el uniforme de Antinarcóticos, camisas blancas de mangas cortas, chalecos negros y pantalones negros ajustados, más un par de botas que llegaban cerca de las rodillas. De no ser por el posible embrollo penal, Pablo se habría regodeado la vista con las bellas mujeres. Una de ellas traía su equipaje, el cual deposito con sumo cuidado sobre la mesa.
Tras cerrar la puerta, una de ellas, rubia con el cabello recogido en una coleta, ojos verdes brillantes, senos si bien no tan grandes, resaltaban de manera muy sensual, y un gran culo de esos que te hipnotizan, se paró frente a Pablo. Llevaba una carpeta, la cual abrió y procedió a leer el contenido.
“Pablo Vásquez, 23 años, sin antecedentes. Un cargo por atacar a un empleado del aeropuerto, tras negarse a una revisión adicional…” termino de leer la mujer. Tenía una voz pausada y sensual, de esas capaz de embotar tu mente con solo oírla.
“Tienes algo que decir?” pregunto amablemente.
“Oiga… de verdad, no entiendo lo que sucede, no he hecho nada malo,” gimoteo nervioso Pablo, que no apartó su vista de la entrepierna de la mujer.
“Ya le he leído el cargo de que se le acusa. Eso no es mi área de competencia, pero si esto. Lleva algún tipo de drogas en su bolso?” preguntó la mujer sin rodeos. Una pequeña identificación en el lado izquierdo de su pecho decía Fernández.
“Drogas!? No! Yo no tráfico con esa mierda,” respondió indignado el muchacho.
“Cuide sus palabras, solo le hice una pregunta” dijo con frialdad la agente Fernández, “En ese caso, no le importará que mis colegas examinen su equipaje y aclarar todo,” añadió.
Pablo negó con la cabeza y otra agente, cabello corto pelirrojo, piel pálida, labios rojos y ojos grises, procedió a examinar el contenido. La mujer se puso unos guantes de látex blancos para manipular todo y tantear posibles fondos falsos o bolsillos ocultos. El joven tragó saliva nervioso pero no tardó en notar el generoso busto que se gastaba la agente. Un carraspeo le devolvió a la realidad y es que otra agente, cabello negro largo, ojos negros, alta y de esbelta figura le estaba mirando, así que Pablo desvío la mirada.
Fernández, quien evidentemente era la de mayor rango y por ende la más experimentada de las cuatro mujeres, miraba al suelo esperando que la revisión terminase mientras que la otra agente, la más baja y joven de las cuatro, de largo cabello castaño ondulado, ojos color miel, cara tierna y amable pero de un cuerpo infartante: grandes senos, abdomen plano, cintura estrecha, piernas torneadas y un trasero redondo de pornstar, ella no le quitaba la mirada y le sonreía con picardía, Pablo no sabía que hacer pero le correspondió con una tímida sonrisa.
“Encontré algo Cristina,” dijo la pelirroja tras examinar por largo rato.
A Pablo se le cayó el alma a los pies al escuchar esas palabras. No podía creer lo que estaba pasando, parecía todo una pesadilla y quería despertar, pero no, nada era un sueño y allí estaba, sin saber que hacer o decir. Cristina, el nombre de la Agente Fernández, se acercó a su colega y está le mostraba un frasco que por el ruido que hacía, estaba lleno de pastillas.
“Y no es el único, mira…” dijo la mujer, entregándole otros dos frascos.
Cristina los examinó atentamente dándole la espalda a Pablo, que en ese punto estaba al borde del llanto, anonadado y temeroso de su suerte. La mujer se dio vuelta y mostrando un frasco, preguntó con su voz pausada. Tenía una mirada fría e inflexible pero parecía razonable.
“Y, esto que es?”
El muchacho al mirar el frasco, no pudo evitar sentir una oleada de calor que le llegó hasta los pies. Eran sus pastillas para dormir.
“Ah ya… pues son mis somníferos, es que tengo problemas para dormir,” dijo Pablo y no pudo reprimir una risita de alivio, aunque su corazón aún latía con violencia por los nervios previos.
“Ya se, pero porqué llevas tantos frascos en tu equipaje?” pregunto Cristina.
“No hago nada malo, es que como pasaré un tiempo en Londres, pues creí necesario comprar algo más de la cuenta,” explicó Pablo.
“Traficas con somníferos?” preguntó la pelirroja con una ceja levantada.
“Claro que no! Ya dije que los uso para dormir. Bueno, si esto fue lo que detectó el escáner, no veo problema alguno,” repuso el muchacho haciendo un ademán de levantarse.
“Aun no respondiste a mi pregunta? En estas cantidades, sin prescripción médica, me temo que no podrás llevarlos contigo,” indico Cristina con voz suave pero haciendo ver qué no había ningún problema.
El joven se llevó una mano a la cabeza, un poco molesto.
“Mire, no puedo viajar sin ellos. En verdad los necesito,” dijo él.
“Lo siento, pero sin orden médica no puedes sacar este medicamento del país. Además, podría procesarte por tráfico de sustancias por la cantidad que hemos encontrado, estoy siendo justa al dejarte ir al no tener antecedentes,” le dijo Cristina.
Pero Pablo, que no consideraba justa dicha propuesta y rabiando por no llevar su prescripción médica, aparte de la humillación sufrida en el área de escaneo, termino de perder la paciencia.
“A mí me importa si usted piensa si es justo o no, me han hecho perder mi tiempo por nada y de paso me quita mi medicación, ya tuve suficiente de esta mierda!” exclamó Pablo alterado y se levantó, metió como pudo sus cosas en el bolso y, de malas maneras, le arrancó a Cristina el frasco de pastillas que ella aún tenía en su mano.
Las colegas de Cristina se indignaron por el grosero comportamiento de Pablo y la mujer no menos que ellas. Nunca le había incomodado los comentarios subidos de tono ni las miradas lascivas de capullos, pero jamás toleraría que le faltasen el respeto de esa forma, sin motivos. Así que la mujer le dio un pisotón que dejó saltando en un pie a Pablo y lo empujó, este cayendo con estrepito sobre la silla, claramente dolorido y cabreado.
“Salga de la habitación,” dijo con autoridad al agente de seguridad interna, el cual obedeció sin cuestionar.
A solas con las agentes, Pablo se sujetaba el pie tratando de recuperar la compostura. Sus ojos crispados por la ira y la humillación miraban con odio a Cristina, arrodillada frente a él.
“No vuelvas a hacer eso, o podría salirte caro,” dijo Cristina, que no parecía alterada ni mucho menos.
“Quítate, puta de mierda, me has lastimado el pie,” repuso con rencor Pablo.
“Como me llamaste?” cuestionó por primera vez con enojo la mujer, al tiempo que apoyo su mano en la rodilla derecha de Pablo.
“Eres una puta de mierda, esto es abuso de autoridad y cuando se ente…” dijo Pablo con odio pero su voz se cortó de improviso.
Cristina, con un rápido y certero movimiento, cerró el puño y golpeó a Pablo en la entrepierna. Por suerte, el golpe dio de lleno en su miembro viril en lugar de sus testículos, lo cual igual no resultó placentero.
El dolor desapareció al cabo de un minuto y Cristina aprovecho para sujetar sus brazos y ponerlo de pie.
“Te voy a enseñar quien es la puta aquí, que creen chicas?” repuso Cristina con voz triunfante. Todas estaban de acuerdo y sin ninguna advertencia, le propinó un rodillazo en los huevos.
La reacción instintiva de Pablo fue llevarse ambas manos a su entrepierna y doblándose hacia delante, cayó con un golpe sordo. El dolor se extendió por su vientre y le provocó náuseas, jamás le habían golpeado los testículos, aquello sin dudas era el peor dolor que había sentido en toda su vida. Apenas podía escuchar unas carcajadas burlonas y Cristina puso el pestillo para asegurarse que nadie entrase.
“Pero que mierda…” dijo quedamente Mercedes, la más joven de todas.
“Creedme, capullos como este se merecen esto y más,” respondió Rebeca, la pelirroja.
La pobre no pudo evitar sentir algo de lastima por Pablo al verlo en posición fetal, invadido por el dolor. Pero había llamado puta a Cristina y pues se lo tenía merecido, como Rebeca dijo.
“Te daré una lección que no vas a olvidar, así dejaras de ir por la vida como capullo,” Cristina dijo arrodillada ante el.
“Cerda… me las… pagarás…” dijo con un hilo de voz Pablo, tratando de recuperar la sensibilidad en su entrepierna y sin dejar de agarrarse la zona afectada.
“Ya me harté de ti, cabronazo,” Cristina dijo con odio y haciendo señas a Rebeca, está le entrego un slip de Pablo, el cual Cristina introdujo en su boca.
El chico intento resistir pero en vano, ahora no podía articular ningún quejido.
“Ayúdenme con esta escoria, vamos a darle con todo,” indico la desalmada mujer.
Sujetando sus brazos, Rebeca y María, la mujer de cabello negro, lo hicieron ponerse en pie. Mercedes solo miraba mientras Cristina se quitaba el chaleco.
“Quítale los pantalones, veamos cómo están esos cojones,” Cristina ordenó a Mercedes.
La chica, disculpándose mentalmente con Pablo, le bajó la cremallera y desabotonó el pantalón. Luego se deshizo de sus zapatos y logro sacarle la prenda con cierta dificultad, ya que Pablo no fue de mucha ayuda. Finalmente le bajó su slip y pudo ver qué los testículos de Pablo estaban ligeramente hinchados. Tragó saliva nerviosa pero no dijo nada.
“Veamos… pero que tenemos aquí, ni siquiera son mayores que los de un perro,” dijo Cristina en tono burlón y Rebeca y María rieron a carcajadas.
A Pablo le temblaban las rodillas y agradecía que lo ayudasen a mantenerse en pie, pero estaba al borde del llanto pero su orgullo de hombre le impedía hacerlo.
“Ahora ya no eres tan cabron, eh. Te vamos a destrozar los huevos, vas a ser nuestra perra,” susurró Cristina a si misma mientras apretó con fuerza el saco de pelotas por su base y tiro hacia abajo.
Pablo soltó un grito ahogado que apenas se pudo oír mientras tres de las agentes reían regodeándose en su debilidad. Mercedes parecía algo incómoda pero mantuvo la boca cerrada. El tirón le provocó una nueva oleada de mareos y sus ojos se nublaron del dolor, luego tuvo arcadas pero al no tener fuerzas para escupir su propia ropa íntima, trago y trato de respirar con calma pero el dolor en su entrepierna era atroz.
“Vamos, eres una nena, si dices algo te dejare ir y abordarás tu vuelo,” le reto Cristina.
Pero obviamente Pablo no tenía la fuerza para ello, mucho menos para hacer oír sus lastimeros gemidos que eran perfectamente ahogados por su prenda íntima. Esperando por más de un minuto, era evidente que no diría nada.
“Bien, creo que tú silencio dice mucho,” dijo Cristina riendo por lo bajo, “Separadle las piernas, empezaré y luego nos turnaremos,” añadió. Rebeca y María expresaron su apoyo en tanto Mercedes, algo dubitativa, termino aceptando por compromiso.
Aquello asustó aún más al pobre Pablo, que apenas se empezaba a recuperar del rodillazo. Tomando cierta distancia, Cristina preparó el pie lista para patearle los huevos, el joven miro la bota amenazante y sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, esa demente le iba a romper los testículos en serio.
Con un rápido y fluido movimiento, la patada de Cristina acertó el objetivo y Pablo puso los ojos en blanco. La punta de su bota golpeó de lleno sus pelotas, que se estrellaron contra su abdomen y quedaron colgando, la piel del escroto comenzó a enrojecer con rapidez. El dolor y la agonía eran intolerables y lo único que deseaba Pablo era sujetar sus pobres huevos que empezaban a sufrir el rigor del castigo.
De no ser por María y Rebeca estaría en el suelo, inmóvil, tratando de mitigar el sufrimiento. Cristina se cuadro una vez más y asestó otra fuerte patada, esta vez el empeine de su bota golpeó y aplastó esos testículos, la mujer se mofo del indefenso muchacho, a sabiendas de que él, igual que todos, siempre andarían de machitos hasta recibir una buena patada en las pelotas que les recordase quien era verdaderamente vulnerable.
La siguiente patada fue igual, y la siguiente le provocó un molesto zumbido en los oídos, Pablo había perdido la noción de tiempo y espacio. Cristina se acercó y retorció ese par de huevos hinchados, tirando de ellos hacia arriba todo lo que pudo, el joven trato de gritar sin éxito y solo logro encorvarse un poco pero sujetado por las otras agentes, siguió en pie, aunque no podía sentir sus piernas, ni alguna otra parte del cuerpo, solo el agobiante dolor en sus testículos.
“Eres patético. Apenas hemos comenzado y ya ni puedes estar de pie,” afirmó Cristina y le abofeteo un par de veces.
“Todos son iguales, y creen que son el sexo fuerte…” se burló María.
“Fuertes hasta que le revientas los huevos,” aseveró Rebeca.
Cristina asintió y continuó asestando potentes patadas a los huevos de Pablo, que estaba al borde del desmayo. Pero la experta agente no quería eso aún, así que deteniéndose, miro a Mercedes de reojo.
“Tu turno, novata. Veamos cómo pateas,” dijo Cristina haciéndose a un lado.
En realidad ella no quería hacerlo pero le debía mucho más a Cristina que a Pablo así que se puso en posición. Si bien la patada en si no fue fuerte ni mucho menos, el contacto de la bota de Mercedes contra sus pelotas fue intolerable.
“No, no, no. Lo estás haciendo mal. Necesitas darle con toda tu fuerza, recuerda a alguien que te haya hecho mucho daño e intenta de nuevo,” aconsejo Cristina.
Respirando profundamente, Mercedes recordó a un ex al cual sorprendió en la cama con otra. Jamás pudo infligirle todo el dolor físico o emocional que le causo así que ahora con un veloz movimiento pateo violentamente los adoloridos testículos de Pablo, que trato de gritar una vez más pero solo el sonido ahogado de su voz se hizo oír en la habitación.
‘’Así se hace, no tengas piedad de este capullo,’’ animó Rebeca con una sonrisa maligna.
La sensación de poder y control que experimento la chica fueron sublimes, y no tardo en sentirse a gusto y la poca compasión que sentía por Pablo desapareció. Con una feroz arremetida Mercedes pateo sin pausa y Pablo, con cada golpe, sentía un dolor muy agudo en su zona noble a medida que sus joyas se iban hinchando y la piel de escroto cambiando de un tono rojo a morado.
‘’Parad o no tendremos nuestra oportunidad,’’ bromeo María con una carcajada. Mercedes recupero el aliento después de semejante ráfaga de patadas y observo detenidamente. Nunca antes había visto testículos tan hinchados, habían superado ya el tamaño de huevos de gallina y empezaban a verse como dos pelotas de tenis.
Cristina estaba satisfecha con el desempeño de su joven colega, a la vez que sintió un placer inigualable con cada patada que Mercedes le propino a los pobres huevos del pasajero. Arrodillándose frente a él nuevamente, la sádica mujer apretó con fuerza ambas gónadas.
‘’MNNNNNNGHHH!!’’ gimoteo Pablo con voz ininteligible. No soportaba la tortura a la que estaba siendo sometido, el dolor era tan grande que invadía cada célula de su cuerpo y no pensaba en nada más. Estaba al borde de sus fuerzas, solo quería desmayarse y así dejar de sentir algo de dolor, pero aquellas mujeres no estaban por la labor.
Rebeca, con una desalmada mirada en su hermoso rostro, lamio con lascivia el rostro de Pablo, que nada pudo hacer para evitarlo y tampoco le importaba en ese punto.
‘’Mi turno ahora,’’ dijo la mujer e intercambio lugar con Cristina.
Lo que ignoraba el desdichado Pablo era que de las cuatro agentes, Rebeca era la más cruel de todas. Hasta ese momento su polla había permanecido flácida y ahora era un minúsculo trocito de carne en medio de sus ya enormes testículos. La mujer le hecho hacia atrás el prepucio y sin ninguna advertencia mordió el glande de su ridícula polla.
Pablo cerró los ojos y mordió el slip en su boca con fuerza a medida que Rebeca cerraba con mayor presión su dentadura alrededor de su sensible trozo de carne. Pero el dolor era nada comparado con el sinnúmero de patadas sufridas hasta entonces, aunque por un segundo la idea que la agente de un mordisco le arrancase el glande se apoderó de él y un temor creció en su ser.
Cuando terminó, Rebeca pudo notar unas pequeñas marcas hechas por sus afilados dientes sobre el glande y sonrió complacida.
Luego procedió a retorcer al máximo esos hinchados huevos, incrementando aún más la percepción de sentir el dolor por parte de Pablo. El joven podía sentir como sus conductos espermáticos eran retorcidos, provocándole un intenso dolor. Apretando con fuerza y sadismo, la mujer quería incrementar el sufrimiento de ese patético capullo.
“Te castrare, te lo juro…” musitó Rebeca quedamente mientras jalaba ambos testículos hacia abajo.
Cada vez sentía que los testículos descendían en su entrepierna por la creciente inflamación pero nada podía hacer, no podía sujetarlos y tampoco podía echarse al suelo y perder la consciencia. María tuvo que hacerse rogar con Rebeca para tener su oportunidad con Pablo, que ya no escuchaba con claridad lo que las mujeres decían pero que en todo caso no le hubiese ayudado a sentir mejor.
“No se, pero no se ve muy bien,” Mercedes dijo.
“Si, los he visto en peor condición,” Cristina confesó, revelando que no era la primera vez que lo hacía.
“Se lo van a terminar de cargar y yo quiero darle también,” María insistió y Rebeca por fin se hizo a un lado.
Atando una correa de Pablo alrededor de sus huevos, Cristina y Rebeca le acostaron en el frío suelo y María procedió a arrastrarlo por la habitación. Pero aquello era mucho más de lo que los castigados y magullados testículos de Pablo podían soportar. Al primer intento logro escupir el slip que llevo por largo rato en la boca pero al segundo el joven sintió un escalofriante chasquido en su escroto y sus conductos espermáticos se rompieron, quedando sus pelotas en total libertad en la bolsa escrotal.
María sintió esto inmediatamente al no poder jalar correctamente y con una falsa mirada de preocupación miro a sus colegas.
“Oops… creo que lo acabo de castrar,” dijo con voz queda.
“No es justo, me tocaba a mí!” se quejo Rebeca pero felicitó a su compañera.
“Bien, es hora de limpiar este desastre. Mercedes, ve por ayuda mientras dejamos todo en orden,” instruyó Cristina.
En tanto a Pablo, sus ojos se oscurecieron a medida que se desmayaba… al menos ya no sentiría tanto dolor como hasta ese momento. Las agentes antinarcóticos organizaron su equipaje y aguardaron hasta que los paramédicos se llevaron al desdichado y castrado pasajero a un hospital…
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