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Esa casa nos provocaba excitación

~~Esta es la segunda entrega de la serie, continuación de A quién la suerte se la dé , que muchas lectoras y lectores me pidieron que no dejara en sólo cinco capítulos, y a quienes va dedicada. Gracias por vuestra amabilidad. Una advertencia: seguramente haré de cuando en cuando referencias a la serie original, no puedo evitarlo. Como sería insufrible que volviera a explicar todo a cada paso, quienes no la hayáis leído, hacedlo antes de continuar con ésta. ¡Hasta luego!.
 Mi auto estaba en el garaje de mi apartamento, pero ella había venido en el suyo (normal, dado lo lejos que vivía) de modo que fuimos a recogerlo al parking. Era como su casa: un Porsche de dos plazas (como todos, ¡que tontería!) negro y bruñido como un espejo, todo cuero en su interior, con olor a mucha pasta mayormente. Nada más sentarnos, casi a oscuras cuando se apagó la luz interior, noté que maniobraba detrás de ella. «Ajusta el respaldo del asiento pensé ». Pues no. Enseguida se inclinó, y vi aparecer sus bragas por debajo de la falda, que quedó subida hasta casi la ingle. Las puso en mi regazo, sonriente, y encendió el motor.
 La cosa fue más o menos tranquila hasta que salimos a la autopista. Allí, y a pesar de que había bastante tráfico, observé que la aguja del velocímetro no bajaba de 160, aunque con picos aún más altos.
 En un momento determinado, oí su voz ligeramente crispada:
 Estoy muy caliente, Alex. Mira.
 Tomó mi mano izquierda, y la puso en su sexo, que efectivamente estaba húmedo y ardiente.
 Me encanta que me masturben mientras conduzco Aquello era una locura, que podría dar con nuestros huesos en el hospital o algo peor. Pero el tacto de su suave vulva en mis dedos, y mi pene que crecía dentro del pantalón, me decidieron.
 Pasé mi mano arriba y abajo varias veces sobre su hendidura, advirtiendo la dureza inconfundible en su parte superior. Le puse mi mano, mojada por sus secreciones sobre la boca, y ella no tuvo ningún reparo en lamerme los dedos, dejando en ellos un rastro de su saliva.
 Devolví mi mano a su entrepierna, y me dediqué en exclusiva a su clítoris. Ella cerró los muslos muy apretados en torno a mi muñeca, y empezó a gemir, ahogando el suave rugido del motor a muchas revoluciones.
 ¡Así!, ¡así!. Me encanta, Alex.
 Cuando atrapé su botoncito entre dos dedos, con mucha suavidad, se estremeció de pies a cabeza. Su voz era muy aguda.
 ¡Por favor, Alex!. ¡Por favor!. ¡¡¡Méteme los dedos en la vagina!!!.
 La complací de buena gana. No dos, sino hasta tres resbalaron en su interior. La falda se enredaba en mi mano, por lo que me incliné sobre ella y la subí a su cintura, dejando completamente al descubierto su vulva. Y ahora pude maniobrar mejor. La palma de mi mano pasaba una y otra vez sobre su clítoris hinchado, y mis dedos se introducían profundamente en su conducto, para luego salir, empapados, y volver a alojarse en su interior. Lentamente, suavemente.
 ¡¡¡Ahhhhhh!!!. ¡¡¡Más deprisa, Alex!!!. ¡¡¡Me estoy corriendo!!!. ¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!.
 Su último gemido, más bien grito, fue acompañado de un acelerón que me aplastó contra el asiento. Temblaba como si tuviera fiebre, y ahora abría y cerraba las piernas espasmódicamente.
 ¡¡¡¡¡¡Aleeeeeeeex!!!!!!, ¡¡Por favor!!!, ¡¡¡por favooooooooooor!!!. ¡¡¡Ahhhhh!!!, ¡¡¡Ahhhhhh!!!, ¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyy!!!.
 Una verdadera eyaculación impregnó mi mano, y la entrada de su vagina se contrajo sobre mis dedos, se mantuvo así muchos segundos, y luego se relajó. Como su dueña.
 Miré el velocímetro. Estaba en 180, bajando rápidamente.
 Me dirigió una mirada de indudable satisfacción:
 Eres bueno, Alex. Aunque podría enseñarte aún algunas cosas, lo haces muy bien.
 Soltó la mano derecha del volante, y la puso sobre el abultamiento de mi erección. Se relamió los labios, y tentó buscando la cremallera. La detuve.
 Déjame que guarde algo para luego, mi amor.
 (¡Una leche!, que lo estaba deseando. Es que no quería que siguiera conduciendo aquel bólido con una sola mano).
 Vi acercarse rápidamente la salida que ya conocía. El cambio automático redujo casi imperceptiblemente cuando ella pisó decidida el freno, pero se embarcó a más de 100 en la cerrada curva. Afortunadamente, había puesto la mano donde debía, y llevaba el volante bien sujeto. Y conducía muy bien, casi como un piloto de carreras. Yo me habría estrellado con mi utilitario, seguro.
 En aquel momento, tenía el seno izquierdo prácticamente fuera del escote. Me tentó meter la mano, y empecé a acariciarlo. Como parecía, era firme aunque suave al tacto. Y tenía el pezón absolutamente erecto, como un pequeño dedo sobresaliendo de sus grandes aréolas oscuras.
 Mmmmmm, me encanta, Alex. Pero el otro tiene envidia Maniobró con la mano derecha, y soltó los dos únicos botones que tenía la blusa, abriéndola completamente. Ahora sus pechos destacaban, erguidos, fuera de la prenda. Pasamos por un lugar habitado unos segundos después, pero ella no hizo la más leve intención de cubrirse, ni los senos, ni el sexo que era perfectamente visible aún entre sus muslos. Yo si me guardé muy mucho de poner la mano en aquellas semiesferas perfectas, hasta que de nuevo estuvimos en la comarcal, solitaria y sin apenas tráfico.
 Entonces comencé a masajear los dos pechos alternativamente, y de cuando en cuando pellizcaba uno de aquellos pezones abultados, lo suficiente para producir un poco de dolor, pero sin que dejara de ser una caricia.
 Alex, cariño, estoy casi a punto otra vez su voz era de nuevo un poco aguda . ¿Crees que podrías meterme otra vez los dedos, sin dejar lo que me estás haciendo en las tetas?.
 Esa vez no llegó al orgasmo, aunque la obedecí de buena gana. Apenas habían comenzado sus gemidos, cuando detuvo el coche con un fuerte frenazo ante la verja de su casa, que se abrió de inmediato, como lo hizo segundos después la puerta basculante de un garaje que ya alojaba otro auto de lujo.
 Detuvo el motor, y se lanzó encima de mí como una fiera, mordiéndome los labios sin contemplaciones. Se detuvo lo suficiente para quitarse de encima la blusa abierta, arrodillada en su asiento, y luego se sacó la falda por la cabeza, quedando completamente desnuda. Agarró mi erección con dos manos, sobre el pantalón, y la apresó con los labios, afortunadamente sin demasiada presión.
 Luego comenzó a desabrocharme el pantalón y la bragueta, casi con ansia, metió las dos manos por la abertura y sacó mi pene, que se introdujo de inmediato en la boca.
 Sus dos pechos colgaban bajo ella, sin perder demasiado su forma. Una de mis manos apresó el más cercano, mientras dirigía la otra a su sexo, y volvía a introducir los dedos en su interior.
 La presión de sus labios en mi verga se hizo casi dolorosa, mientras su cuerpo oscilaba adelante y atrás, enfebrecido. Duró pocos segundos esta vez. Dejó de engullir mi pene, casi ahogada porque su respiración era demasiado rápida para tener la boca ocupada, y explotó:
 ¡¡¡¡¡Arggggggggggggggg!!!!, ¡¡¡Alex!!!, ¡¡¡Alex!!!!, ¡¡¡¡Me vieneeeeeeeeeeeeeeee!!!!. ¡¡¡Ya!!!, ¡¡¡ya!!!, ¡¡¡yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!.
 Luego se derrumbó, con la boca sobre mi miembro. Cuando se hubo relajado un poco, hizo intención de metérselo de nuevo en la boca, pero nos interrumpieron. Una muchacha muy joven, con cofia y uniforme negro con un delantalito blanco, tocaba discretamente con los nudillos sobre el cristal del lado de Piluca.
 Me destrempé inmediatamente. ¡¡Nos había sorprendido con las manos en la masa !!. Pero Piluca no pareció excesivamente afectada. Volvió a su posición ante el volante, y abrió la puerta de su lado.
 ¡Mira que eres inoportuna, rica!. Podías haber esperado un poco
 Perdone usted, pero es que ví entrar el coche, la suponía sola, y como tardaba en subir, pues yo Claramente la chica había tenido que ver a su señora completamente desnuda, y mi pene fuera del pantalón, y (me lo cubrí con lo primero que tenía a mano: las braguitas de Piluca). Pero no parecía escandalizada, ni sorprendida ante todo ello, aunque sí tenía las mejillas ligeramente encarnadas.
 Salimos del auto, seguidos por la muchacha, que previamente se había entretenido en recoger los zapatos y doblar cuidadosamente las prendas desperdigadas por el auto, lo que me dio ocasión de arreglarme por la parte delantera. Piluca subía las escaleras que llevaban a la planta baja, absolutamente indiferente de su desnudez. Dirigí una rápida mirada a mi espalda: la chica estaba al menos tan tranquila como su señora. No podía entender nada de aquello, salvo que Me encogí de hombros. Tiempo habría para enterarme del verdadero papel de la muchacha en aquella casa, si es que tenía otro diferente al de doncella.
 Me encontré en el inmenso vestíbulo que ya conocía de la vez anterior: por allí salimos Marina y yo casi amaneciendo, cuando nos marchamos sin despedirnos.
 ¿Ha llamado el señor? preguntó Piluca a la chica .
 No, señora.
 Y compuso una sonrisa irónica al decirlo.
 Claro, continuó Piluca , seguro que ese coñito joven le tiene demasiado ocupado como para acordarse de mí.
 Más que la tranquilidad con que se refirió a su esposo, poniéndole los cuernos con su anuencia, me maravilló que hablara con tanta claridad delante de nosotros.
 Estoy echa polvo, Ana, preciosa.
 (Nueva sonrisa de la doncella).
 Seguro que no te importará preparar el baño, y luego, igual serías tan amable de darme un masaje Se volvió hacia mí:
 Ana tienes unas manos divinas, ya verás.
 Empezó a volverme la erección. La chica comenzó a subir las escaleras, mientras Piluca se dirigía al salón. Yo la seguí. Se dirigió a un bar que dominaba una de las esquinas, se agachó, y emergió con una botella de champaña helado, y dos copas.
 ¿Te apetece?. Seguro, aunque no lo bebas del coño rubito de Rosanne.
 Me miró maliciosamente.
 Ya me contó Juan como la lamisteis cada centímetro de piel, así que no pongas cara de sorprendido Yo no había participado en aquello, pero me callé.
 El champaña era delicioso, más aún después de la calentura de hace unos momentos. Piluca se dirigió a un sofá, con la botella en la mano, mientras saboreaba el vino espumoso.
 Mmmmmmmm, ¡que bueno!. Es lo mejor después del sexo.
 Se sentó, mostrándome despreocupadamente su intimidad. Estuvimos unos minutos en silencio, mientras yo contemplaba el cuerpo casi perfecto de la mujer, en su esplendorosa y abandonada desnudez. Después, ella dejó la copa sobre una mesita auxiliar:
 Alex, cariño, ¿por qué no te quitas toda esa ropa? preguntó . Me siento mal cuando hay alguien vestido estando yo desnuda. Mira, me señaló una puerta ahí tienes un armario para colgar tus cosas.
 Como me vio titubear visiblemente, se levantó con cara pícara, y se abrazó a mí:
 ¿O prefieres que sea yo la que te desnude?.
 Yo la criada balbuceé .
 ¡Ah!, ¿prefieres que lo haga Ana?. Espera que la llamo
 ¡Noooo! casi grité . Quería decir que no me parece bien, que Ana
 ¡Bueno, es eso!. No te preocupes. Ana está muy bien instruida, la elegimos precisamente por su falta de prejuicios, y le pagamos un sueldazo por los extras , así que, tranquilo.
 Como si la hubiera invocado, apareció la muchacha procedente del vestíbulo. Había sustituido el uniforme por una especie de túnica de hilo blanco, ajustada a su breve cintura por un cordón, con un generoso escote, aunque sus jóvenes pechos, que subían y bajaban al mismo ritmo de sus caderas al andar, claramente sin sujección alguna bajo la tela, no llegaban a verse en su totalidad. Por debajo, la faldita era muy corta, y no bajaba más de un palmo de su pubis, cuyo vello oscuro apenas se vislumbraba bajo el tejido como una zona ligeramente más oscura, lo suficiente como para advertir que estaba desnuda bajo la prenda. Mi erección, que no había llegado a relajarse del todo en el intervalo, creció sin control.
 Pero, ¿qué esperas, Alex?. ¡Venga, fuera la ropa!.
 Mientras me desnudaba, los ojos de las dos mujeres no se perdieron ni un detalle. Pero se me había pasado absolutamente la confusión, porque ahora la situación estaba muy clara. Me acerqué a ambas con mi pene absolutamente horizontal. Y Piluca lo tomó entre las manos, como si fuera una cuna, mostrándoselo a la otra chica.
 ¿Qué te parece, Ana?. ¿A que te gusta?. Puedes tocarlo, si te apetece Los dedos de la muchacha rozaron apenas mi miembro, leves como aleteo de pájaro, y luego se retiraron. Pero no respondió.
 Sí la señora gusta acompañarme, el baño está ya preparado.
 Piluca se dirigió al piso superior, seguida por mí, y con la muchacha cerrando nuestra pequeña comitiva. Lamenté que el respeto la impidiera caminar en primera posición, para poder observar lo que intuía bajo la breve túnica, Pero el sexo de Piluca, tres escalones sobre mí, apareciendo y escondiéndose con su sensual movimiento de nalgas al subir la escalera, era un espectáculo incomparable.
 La bañera del dormitorio principal era de tamaño familiar. Quiero decir, que cabían cuatro personas cómodamente. El agua estaba perfumada con sales, cuyo aroma impregnaba toda la estancia. Al fondo, dos puertas que debían corresponder al retrete y la ducha. Dos lavabos empotrados sobre una plancha de mármol de Carrara, y una mesa de masaje plegable en el centro, con una mesita auxiliar al lado, donde había una pila de toallas blancas dobladas.
 Piluca me empujó hacia la bañera, hasta que estuve casi sumergido en el agua tibia y perfumada. Luego entró ella, tendiéndose entre mis piernas, de espaldas a mí. Suspiró, relajándose sobre mi cuerpo.
 Mmmmm, ¡qué placer!. De veras estaba necesitando esto.
 Nos mantuvimos así durante unos segundos. Mientras, por el rabillo del ojo, veía a Ana extender una de aquellas gruesas toallas sobre la mesa de masaje

Datos del Relato
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